Ariadna Castellarnau.

Ariadna Castellarnau.

Ariadna Castellarnau: “La distopía es nuestra forma de sentir que trascendemos”

La catalana gana con ‘Quema’ el VI Premio de Las Américas de Narrativa. Un mundo postapocalíptico en la orilla del tiempo y los sentimientos

“Me llamo Ariadna Castellarnau y nací en un pueblo de Catalunya. Los libros fueron desde el principio para mí el registro de todo lo que pasaba más allá de mi pequeña comarca. Leía por necesidad de conocer, de saber, y de reinventarme a mí misma a través de la literatura. El catalán es mi idioma materno, el castellano mi idioma de búsqueda y la Argentina, el país donde encontré la distancia, el extrañamiento y la incomodidad necesarias para empezar a escribir”.

Y allí escribió su primer libro sobre una distopía de un mundo post apocalíptico que le hizo cumplir la utopía de publicar, y ahora de ser conocida a nivel hispanohablante con la novela Quema (Gog & Magog).

A Argentina llegó Castellarnau (Lérida, 1979) en el año 2009 para hacer su tesis doctoral sobre Macedonio Fernández. Un día empezó a escribir ficción, lo que siempre había querido hacer. Aspiraba a lo que se suela llamar alta literatura. Escribía, pero no lograba que la editaran. Libros al cajón. Hasta que el año pasado presentó un volumen de cuentos a una pequeña editorial de Buenos Aires: Gog & Magog. La editora le dijo que estaban bien. Pero… que quizá fuera conveniente entrelazarlos porque tenían un tema común potente y podrían llegarse a leer como una novela. Castellarnau miró con extrañeza la sugerencia, pero aceptó. Meses después nació Quema. Así logró publicar su primer libro que, además, acaba de ganar el VI Premio Las Américas de Narrativa Latinoamericana, que distingue la mejor obra de narrativa publicada en español el año anterior.

AriadnaCastellarnau“Quema surgió como un libro de relatos en el que había un mismo paisaje, una misma idea recurrente y un personaje más o menos protagónico que los unía (Rita). De modo que terminé dándole esa estructura de novela episódica o fragmentaria que me sugirió la editora. Cada capítulo es una suerte de zoom donde aparecen en primer plano unas relaciones brutales y extrañas entre las personas”.

Ese fue el mundo que creó Castellarnau: arrasado fuera, pero vivo, muy vivo dentro de los sobrevivientes como una última llama en una cueva. Donde infierno y paraíso son uno solo en un tiempo agotado. Donde lo que sabemos es por lo que sus protagonistas hablan entre sí. Sus voces cuentan lo de fuera y delatan las turbulencias que llevan dentro. Así fue como Castellarnau logró su utopía de publicar gracias a desbaratar y rehacer el mundo primigenio que creía ideal en sus relatos.

“El libro evolucionó a medida que lo escribía. Empezó como varios cuentos que transcurrían en un mismo universo distópico. La distopía me interesaba en cuanto me permitía plantear relaciones personales y familiares extremas, casi al borde de lo humano. En realidad, la pregunta que me hacía mientras lo escribía era más o menos esta: ¿Qué queda de lo humano cuando todo lo material que nos sostiene y nos define desaparece?”.

Revela su motor creativo y calla. Está en una salita de un hotel del viejo San Juan de Puerto Rico donde ha venido a recoger el premio. Está sentada en una silla, muy cerca de tres televisores que las 24 horas emiten en un bucle la misma película: Casablanca. Ingrid Bergman y Humphrey Bogard, Bogard y Bergman “en la historia de amor más perfecta del cine” y que representan las utopías de quienes huyen de una distopía política y amorosa.

Hay una teoría que dice que la distopía es en realidad una utopía con un defecto fatal. Si pensamos en las distopías clásicas (Fahrenheit 451, Mundo Feliz, The Minority Report, son exactamente eso). Los personajes de Quema queman -justamente- sus cosas confiados en que así van a poder desembarazarse del Mal, que nunca jamás se dice qué es exactamente. Para mí siempre fue un mal interior, psicológico y moral. La mayoría no logra su objetivo, pero algunos pocos sí. Creo que las distopías plantean una vuelta a la ética simple de la supervivencia, a un pasado primigenio, más puro y más bárbaro al mismo tiempo, anterior al pacto social del que hablaba Hobbes. En ese sentido la distopía sí plantea un horizonte utópico: la vuelta a los orígenes, a las bases primitivas del hombre (algo que en la ficción televisiva ha recreado maravillosamente Walking Dead, donde el verdadero tema no son los zombies, sino cómo se va conformando esa nueva sociedad humana post apocalipsis)”.

Ariadna Castellarnau ha escrito, según el jurado del premio, “literatura de la pura imaginación que nos obliga a revisar nuestros supuestos complacientes sobre la familia, el amor o la solidaridad. Quema se destaca por su mirada inquietante sobre nuestro presente”. La novela llega en la estela de un auge del género distópico y post apocalíptico.

“No era consciente de ello. Surgió casi de un tirón. Un año de escritura, dos de edición. La sociedad vive una experiencia cotidiana fuerte de lo distópico. Yo quería reflejar eso en la novela. El futuro es pasado. Un tiempo estancado. Un lugar donde se agotó el tiempo. La ciencia ficción hoy es un vintage”.

Y en Quema parecen escucharse los ecos de La carretera, de Cormac McCarthy. La pregunta es: ¿Por qué esa coincidencia de varios libros sobre distopías en los últimos años?

“McCarthy es mi escritor favorito. Pero La carretera es otra cosa respecto a mi novela. Sí, las distopías nos atraen. Hay un goce en ellas. Ciorán decía algo así como que el ser humano necesita sentirse al borde del abismo para sentirse algo. La distopía es nuestra forma de sentir que trascendemos en un universo eterno, vernos al borde de una representación dramática del fin”.

Y antes y durante esos días en la orilla del tiempo, los personajes de Quema hablan, hablan y expresan todo el tiempo, sin pretenderlo, sus sentimientos y sueños, la manera como el ser humano bordea el fin para no irse. Pero la hora ha llegado y dos epígrafes de Günter Grass y J. C. Ballard apadrinan Quema, cuyo mundo visible e invisible nos deja entrever uno de los personajes cuando dice:

“Desde bien pequeña aprendí a dominar la influencia que ejercía la belleza de mi madre sobre mí. Es por eso que no enloquecí. Es por eso que sobreviví. Cuando llegó el mal yo ya estaba entrenada. Había aprendido a someter cualquier poder. No hay demasiada diferencia entre la belleza más extrema y el horror más extremo.

Son dos aberraciones”.

Winston Manrique Sabogal

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