El escritor español Carlos Pardo, en Madrid en diciembre de 2019. / Fotografái de WMagazín

Carlos Pardo: «La ironía es darte cuenta que cosas como el amor o la amistad son ficciones y las vivimos como reales»

El poeta y narrador español cierra su ciclo de autoficción con 'Lejos de Kakania', una novela que parte de una amistad para crear un tapiz de su generación, sus ideales y explorar en la literatura. En esta entrevista da detalles de las motivaciones y cuenta su origen en un vídeo

Esta es la historia real de cómo una amistad con sus sentimientos, ideales y desencuentros y el desvanecimiento de la pulsión de venganza se convirtió en literatura, en autoficción. En una exploración personal y creativa. Cuatro voces literarias cuentan la historia a los lectores en Lejos de Kakania (Periférica) y, ahora, una quinta, la terrenal, la que dio origen y creó todo esto lo cuenta de viva voz para cerrar el círculo realidad-ficción-realidad.

Carlos Pardo (Madrid, 1975) es esa quinta voz real, y la cuarta, y la tercera, y la segunda y la primera de su autoficción. Habla de ella y de ellas mientras él se refleja en el cristal de un gran ventanal en un atardecer madrileño decembrino de tonos ocres entre tristes y alegres.

El poeta, narrador y crítico literario prolonga esta tarde su novela en la vida real con su propia voz, clara y rápida, yendo al mismo origen y motivaciones que ayudan a comprender la fusión de vida y literatura, y el juego de la sublimación. Da un paso más allá en su exploración literaria y muestra cómo todos los afectos están interconectados, como las formas literarias, como la realidad y la ficción:

Lejos de Kakania surge de la necesidad de narrar una experiencia de mi vida intentando utilizar las herramientas de la ficción para darle un sentido; para crear ese cruce entre la experiencia personal o la necesidad de construir y darle sentido a los hechos de nuestra vida, es decir, construir lo que llamamos experiencias y la literatura, o las herramientas que utiliza la ficción. Ese cruce entre literatura y vida es lo que más me interesa literariamente. Y en este caso, Lejos de Kakania es un fin de ciclo, lo que quería narrar era unos años un poco tontos de mi vida. Me interesaba ver cómo los materiales tontos se convierten en literatura”.

Carlos Pardo continúa su relato sobre los autores que le interesan al convertir materiales intrascendentes de su vida en literatura, como lo puedes ver en el siguiente vídeo:

Carlos Pardo cuenta el origen de su novela 'Lejos de Kakania'. /WMagazín

Ha cerrado el ciclo narrativo de autoficción iniciado con Vida de Pablo (en 2011 con un eje sobre el amor y sus dudas y laberintos), continuado con El viaje a pie de Johann Sebastian (en 2014 sobre la familia y sus lazos de toda clase y alrededores), y concluido con este Lejos de Kakania donde a partir de una amistad resume gran parte de su periplo interior, afectivo, biográfico y literario, y de sus aspiraciones e intenciones creativas desde la exploración de la escritura. Y aquí con el trasfondo de una generación de poetas, la suya, que empezó a publicar entre finales de los años noventa y comienzos del siglo XXI.

Así es como visita al poeta que era y que es, a la persona que estaba allá y ahora evoca, a la persona y al escritor soñador e idealista que era y que es. Quizás por eso un título que juega con todo: Kakania, el acrónimo usado por Robert Musil en El hombre sin atributos para referirse al otrora imperio austohúngaro: kaiserlich und königlich: imperial (Austria) y real (Hungría). Un reencuentro del escritor consigo mismo y su concepción de la literatura, y la vida. Una poblada de momentos pequeños a los que se refiere el escritor español que tiene como eje en su reciente novela una amistad suya:

Esos años, aparentemente, tontos son los más intensos de mi vida. Viví una amistad muy profunda con un amigo escritor y ese juego de relación y fascinación mutuas, de envidias, invención de un idioma común, rivalidad, etcétera, me parecía que era un gran tema, necesario para mí. Casi todas las novelas que he escrito parten de épocas de mi vida en las que, quizás, aunque haya pasado mucho tiempo tenía claro que en algún momento eso iba convertirse en un libro, a verbalizarse; y, a veces, han pasado veinte o veinticinco años”.

Lo que pasó o no pasó es lo menos importante aquí; si desnuda su alma de verdad o no es lo de menos aquí; no es un rosario de sueños, penas, ruindades, pecados, ilusiones, tristezas, logros o anécdotas ombliguistas; la clave es cómo Carlos Pardo convierte el material de lo vivido, idealizado y señalado en un mundo literario propio. Lo experimental también está en las pequeñas aportaciones y no hace falta derrumbar de golpe un edificio para introducir cambios. Carlos Pardo habla de él y de su novela junto al cristal que lo refleja y lo saca a la mitad de la plaza:

Hay elementos comunes en las tres novelas. En la anterior metía una novelita breve y en esta un poema que es un capítulo. Más allá de todo esto, la escritura de esta novela, el tono, el estilo respecto a las dos anteriores es más clásico. Mi modelo a parasitar aquí era la novela del siglo XIX. Mi modelo a parasitar era el Balzac de Las ilusiones perdidas. Me apetecía tomarme con calma las cosas”.

Algo que a primera vista parece contradictorio frente a su propio discurso, frente a la recuperación del libro como un soporte literario más allá de etiquetas, donde cabe todo.

Cuando uno lee a Balzac, por ejemplo, sin prejuicios de que hacía novela realista del siglo XIX se da cuenta de que es un escritor muy experimental. Es capaz de dedicar grandes parrafadas, páginas y páginas a la industria papelera francesa, a la vez que te va introduciendo otros temas. Digamos que es lo propio de la novela de siempre: jugar con lo ajeno, con lo dispar. El integrar lo dispar, el hacer orgánico lo dispar.

Es la novela donde la ironía se coloca en un nivel más sutil que las dos anteriores. Para mí la ironía no es un elemento del humor, no es una figura retórica humorística. Para mí la ironía es darte cuenta de que la mayoría de las cosas a las que les damos importancia como el amor o la amistad son ficciones, pero las vivimos como si fueran realidad y fueran importantes.

Tenía que hacer un ejercicio de compensación de tres voces muy diferentes: la voz de un narrador que tiene veintitantos años, la voz de un personaje que tiene 25 años y la voz de un narrador que se llama como él pero tiene más años y no son exactamente los años que tengo yo ahora sino que son diez años más. Es un juego de tres voces en las que ninguna puede aplastar a la otra. Es muy fácil escribir libros de memoria donde uno considera sentirse superior a aquel muchacho que fue, yo no lo quería hacer, no necesito demostrar nada a nadie de qué he aprendido o que soy más listo ahora porque tampoco lo creo. Lo bonito es jugar con esas tres voces. Eso es un ejercicio de ironía, desde mi punto de vista. Por eso hay una cuarta voz que es la voz del narrador del poema que es un capítulo narrado en verso con ese tono un poco disparatado y más tópicamente irónico de un narrador de poesía que tiene que ver también con los poemas narrativos del siglo XIX. Solo ese narrador me permitía equilibrar esas otras voces para que el lector percibiera que no eran la misma voz; esos son ejercicios de ironía”.

Como cuando ese cuarto narrador escribe en el poema narrado:

“Como siempre, hay motivos para figurarse
que uno queda vengado por el paso del tiempo”.

O:

“¿Debía un ser humano -pensó Raktar-,
un ser humano que además es poeta,
acostumbrarse a aquellas épocas
que no quieren ser dichas,

no darle a cada acción
el valor de un lenguaje único?”.

Y, entonces, el quinto narrador en este mundo real continúa:

“Claro… También el libro comenzó a escribirse cuando mi amistad con mi amigo Virgilio estaba muy rota, como lo cuento. Cuando empecé a escribir trataba de recuperar esa amistad primigenia que tenía en la cabeza y demostrar que antes éramos más listos que ahora peleados (y suelta una carcajada). Al ir escribiéndolo recuperé la amistad con Virgilio López… El libro se convirtió en una recuperación de la amistad. Todo lo malo que podía decir de la amistad se fue matizando. Lo bueno de los libros o de las novelas es que todo el ánimo vengativo que uno tiene al principio se convierte en otra cosa. Si uno quiere ser un buen novelista tiene que ser capaz de comprender los puntos de vista de todos los personajes, entonces rápidamente el ánimo de venganza desaparece.

Qué diferente es, por ejemplo, un libro de Annie Ernaux de un libro testimonial, de un mal escritor memorialístico que dice: me pasó esto, conocí a fulanito… Ahí es cuando te das cuenta de dónde está la gran literatura; en cómo, incluso, se convierte la verdad de estilo en una cuestión moral. Annie Ernaux, de una manera muy sutil, da esas claves de cómo se debe narrar, cuándo no puede pasarse con la poesía, es un ejercicio de ética de la escritura”.

En Lejos de Kakania los mundos privados e íntimos compartidos no están allí por chisme, ni para levantar un acta notarial de la vida propia y del entorno y el mundo literario, ni como la agenda viva de los sucesos y señalar con nombres propios a la gente, sino como mundos literarios en los que están todos y el lector se puede reconocer. Y en esa novela de Carlos Pardo aparecen autores, pero aunque él esta tiene tiene que desaparecer de su escritura para levantar un mundo autónomo que hunde sus raíces en este. Referencias literarias tiene:

“Yo no he vivido las experiencias de Annie Ernaux, pero tengo otras. Me identifico con ella en todos sus libros y he vivido esa vida a través de ella y eso es lo que me gusta de la literatura.

En cambio huyo de Robert Walser, es una influencia en la construcción de las frases para mí muy grande, intento quitármelo. Pero ese manejo de la ironía de Walser en su prosa es de lo que más me gusta literariamente. Hay determinados escritores que me ayudan a quitarme eso, esa prosodia, a no imitar. Y Annie Ernaux es una de las que me ayuda  a deswalserizar. El otro es Naipaul, la objetividad de Naipaul. Lo bueno que tienen Ernaux y Naipaul es que escriben con una honestidad más allá de las buenas intenciones, no se las quieren dar de buenas personas, donde creo se consigue la gran literatura.

Por eso a ellos dos los puedo leer mientras estoy escribiendo, pero a escritores como Walser o como Beckett o, incluso, como Tomas Berhard, esos escritores en los que cada frase importa, para mí son una influencia nefasta. Son escritores que más me gustan y por eso no puedo leerlos mucho”.

Y así, con unos y otros, sigue su viaje literario, ¿hacia dónde ahora?

@WinstonManrique

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Winston Manrique Sabogal

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