“El cuerpo en su cantable melodía”: el goce del erotismo heterosexual

Un análisis detallado del cancionero de 'Por que la nieve se goce', de José Lara Garrido. El experto en el Siglo de Oro, bajo la luz de Góngora en el título, explora y explota el signo poético del erotismo como un fruto verdaderamente maduro

Bajo el signo de Góngora, al menos desde el título, el nuevo cancionero de José Lara Garrido, Por que la nieve se goce, explora y explota el signo poético del erotismo como un fruto verdaderamente maduro (con prólogo de Gaspar Garrote Bernal, editado por Cancioneros castellanos). El conocido octosílabo del poeta cordobés contiene ya dos de los elementos recurrentes en el erotismo áureo: la metáfora de la nieve como la carne más deseada y la utilización del verbo más abiertamente erótico que puede soportar entonces la letra impresa. Ambos elementos, carne femenina y goce de los dos intervinientes en una relación erótica o sexual clásica, están muy presentes en un poemario de un yo ubicuo al de la amada. No se trata de un poeta profesor que exhibe sus saberes clásicos, sino de otra exhibición, la de un músculo insólito y original que habla del presente, con algunos valiosos guiños a la tradición poética, sin trampas, con la dificultad de toda poesía de calidad. Así el poeta, experto en el siglo de oro y catedrático de Literatura de la Universidad de Málaga y académico del Instituto Lombardo de Milán, en el único texto que homenajea a Góngora, ampliará los horizontes en uno de sus magníficos endecasílabos: “por que la nieve con ardor se goce”.

La métrica conjuga solo tres estrofas, con una distribución muy ajustada: los once sonetos iniciales, muy formalmente clásicos, cuyas rimas mantienen idéntica distribución en todos los casos; la estrofa preferida, seguramente tanto por su ductilidad como por su novedad, es la de siete versos, una suerte de heptava (o «séptima sin rima», como indica Gaspar Garrote Bernal en su iluminador prólogo, donde localiza el preciso antecedente, en octosílabo, de las Coplas hechas sobre un éxtasis de harta contemplación, de fray Juan de la Cruz), con endecasílabos blancos, que permite un desarrollo discursivo extraordinariamente polivalente (la estrofa ya había aparecido, con resultados también óptimos, en el anterior libro de José Lara Garrido, Cancionero del amor fruitivo); y las dos sextinas, género que reivindicara con éxito para la modernidad Jaime Gil de Biedma en un poema político, colocadas juntas en el momento eróticamente más intenso del libro, en la sección de exaltación extática, y que por sus muy expresivos títulos, por la relación con el uso de la sextina en los Siglos de Oro y por la máxima dificultad de este género constituyen no solo la muestra de una maestría extrema, sino que apuran también extremadamente el placer erótico al cantar «al orgasmo» y «a la cruz de Eros» (en este segundo caso con una muy interesante inversión del modelo religioso que se enlaza con esta visión material del amor y que puede recordar también la imagen de «Cruz», una de las tempranas mujeres del Arcipreste por excelencia). En la primera de las sextinas las palabras rima son  «espasmos», «temblores», «cataclismo», «carne», «piel» y «grito»; en la segunda, en un giro expresivo de aún mayor densidad carnal y provocadora dentro de la exaltación suprema del orgasmo previo, «pene», «boca», «lengua», «glande», «vagina» y «clítoris» (y es muy significativo que este estallido recurra al lenguaje más denotativo —»mientras estalla en centelleo el clítoris»— presente en menor medida en la anterior).

«Soñar el goce libre de cadenas / es hacer de las noches verdaderas / ofrendas al amor y enajenadas / ficciones para ser vida y camino»

Seis partes, dispuestas con toda intención, dan forma y tempo al poemario. Hay que entrar a través de un «Eros soñado y cumplido: preludio y proclamación» y salir con «El amor reanuda su cadena. Sueño y despertar»: desde el viejo tópico del sueño erótico, aquí muy reactualizado con un solo adjetivo («cumplido») hasta un final que podría ser anticlimático y no lo es, pues el libro acaba con un «Beso del amanecer» que juega con el sentido de soñar en español. El primer soneto, de esos espectaculares once sonetos que abren el libro, lo proclama muy abiertamente: «Soñar el goce libre de cadenas» (y en él se mantiene la ambivalencia de toda la sección: «es hacer de las noches verdaderas / ofrendas al amor y enajenadas / ficciones para ser vida y camino”). Esta obertura es una precisa exploración de los sueños de cuerpo, piel, carne, las “dos lunas”, las ingles o el “botón breve de prieta encarnadura”, y anticipa una estructura, tan cuidada como los otros elementos que componen el goce, y que es una suerte de gozoso viacrucis erótico en el que se debe pasar por las estaciones de un encuentro sexual, cuando tras sueños, teorías y presentimientos se llega a «La turbación extática o los misterios del eros», antes de que finalmente la voz poética aclare que «no es verdad que tristeza se apodere, / tras el cumplido amor, de los amantes» y exponga toda una interpretación no por física o material menos elevada de lo que es el sexo para los dos amantes.

La visión moderna parte de la tradición y la supera o la trasciende o la sublima. Lara Garrido, un poeta que conoce bien la historia literaria, juega también aquí con el tópico y lo reformula brillantemente. No se trata de que el erotismo sea, como en algunas filosofías orientales o en el neoplatonismo, la puerta hacia la Divinidad, pero tampoco pretende rechazar la riqueza de esa elevación. De ese modo, no es que lexicalice referentes lingüísticos muy familiares, sino que los forja de nuevo para convertirlos en una exaltación de sensaciones nada transmundanas. Así, si aparece Dios, es «su Dios», el de los amantes, y si la lujuria es «santa» el adjetivo carece de contenido espiritual (y es, además, un guiño a uno de los poetas españoles de los Siglos de Oro, Francisco de Aldana, como indica el prologuista, y que puede recordar muy vagamente la Santa deriva de Vicente Gallego). La fuerza de Eros es «sideral» porque es la única forma, al menos en el poemario, de vencer a la muerte, en una formulación especialmente conseguida que cierra la «Teoría del beso», en la cuarta parte: «materia con pasiones siderales / que por besar cuajamos en el tiempo, / nacimos en el tiempo y a la muerte / podemos expulsar del paraíso / mientras la vida aliente y nos consuma». Así la esperada elevación a partir del goce carnal se produce, pero de manera muy sutil no lo hace religiosamente: «sabiendo del camino hacia los astros, / que eleva nuestra carne a sacramento / divinal en el éxtasis y el goce». Queda muy bien reflejado el ascensus que supone el goce erótico en toda una heptava: «Ya llega la ebriedad y el paroxismo / de romper tanto límite y frontera / con que el velo mortal nos entristece / y nos pide ahondar, ser en el otro, / cambiarse por el otro, trasfundirlo / hasta forjar en una encarnadura / la dualidad doliente del andrógino». El sexo, Eros, provoca «el despertar a una conciencia nueva» que es «la primera conciencia fugitiva, / centella celestial, de seguir vivos». La explicitud de los efectos del sexo, de Eros, es lo que llena la última parte, en lugar de la supuesta tristeza, y allí se rompen los límites en una exploración de «las raíces del ser», gracias a ese beso augural tras el encuentro de todas las fases previas que conducen a un explícito orgasmo.

Investigación del Eros

La investigación minuciosa del Eros, en lo poético especialmente pues Lara Garrido exprime más allá de lo conocido algunos de los temas más identificables con el erotismo, se realiza con pasmosa claridad, pero no necesariamente con explicitud (que otros suelen llamar obscenidad). Todo el libro es esa descripción detallada, en un constante tour de force por decir lo indecible y hacerlo de una manera bellísima. Véase como ejemplo «Descifrando los paisajes de la miel secreta» que canta poderosamente «la frutecida fuente de la vida, / el fulcro de oquedad aleteante», que es también el «ónfalo dormido». O véase también, bajo el rótulo tan sugestivo de «Figuración activa y teoría del cuerpo fruitivo de los amantes», la «Figuración activa de los senos» («entre estaño lunar y frágil barro»).

Sin embargo, frente a otro de esos tópicos que Lara Garrido deshace ejemplarmente, no se rehúye nada, alguien podría pensar que valientemente aunque en realidad es fruitivamente, con un control del lenguaje (poético y claro a un tiempo) que no evita los términos más clásicos, aunque su presencia es muy reducida. Nombrar o no nombrar hasta dar con «el nombre conseguido de los nombres» es una de las tareas poéticas, ambas con mucho rendimiento en función de los efectos que se pretenden provocar en el lector, y lo es de la erótica en particular. Lara Garrido se vale generalmente de una imaginería nueva, matizada en diversas ocasiones con el empleo de un vocabulario muy característico del autor, y que es uno de los fundamentos pero no el único que conforma una voz poética propia (brezar, ristrero, rádula, astro lunado, tremares, a flor de dientes, ilapso, sonllora, singultos…) .

La poética del Eros (en «¿Poética del Eros?») precisa ser reconstruida por el uso de un vocabulario que necesariamente debe ocuparse del «lo concreto / del cuerpo, y el presente quien dibuja», sin renunciar a una tradición a la que hay que devolver su deslumbramiento lustral. Los versos, de un oído extraordinariamente bien dotado y de una mano que los forja memorables, regalan  al lector un placer constante en esa búsqueda incansable del amante y del poeta de la consecución y la dádiva del placer.

«cumplido del licor que entre las perlas / se destiló para gustar la vida, / sin veneno, ni sierpe, ni castigo»

Guiños para los lectores que también conocen la poesía anterior se integran con exquisito cuidado, de modo que sin llegar a constituir ninguna tesela, pues Lara Garrido tiene su voz, sí quedan engastados, como gemas de un brillo especial, en unos endecasílabos auténticamente prístinos. En pocos casos una cita previa sirve de atrio para todo el poema, como ocurre con el octosílabo del título y  con la «miel secreta en el humo entredorado», de Dámaso Alonso. Se oye a Juan Ramón en «bajo los pies, mientras que ruge al fondo / animal deseante sin remedio», a Aleixandre en unos «labios sin espadas ni fronteras», a las clásicas «columnas de cristal», a Pedro Soto de Rojas en los «jardines abiertos para pocos» que aquí se cargan de otros sentidos muy distintos de los del poeta granadino («prometiendo / paraísos cerrados para muchos») e incluso a Garcilaso de la Vega «en valles apacibles, nemorosos».

Pero las preferencias se decantan por Góngora, claro está («ese humor entre perlas destilado», aún más expresivo en «cumplido del licor que entre las perlas / se destiló para gustar la vida, / sin veneno, ni sierpe, ni castigo», o en «y ven evaporar su fuego helado», que es también un guiño a Jesús Ponce y su casi homónimo y magnífico libro), y por fray Juan de la Cruz transformado en «y por montes y valles sin fronteras» (que luego vuelven cuando «escalamos los fuertes y fronteras»), «con ansias en amores inflamada» y «en oberturas / de música callada» y, por supuesto, ya muy cerca del final, «transformándose en uno los amantes, / el ventalle de cedros con sus aires». Pero para crear y mantener el vínculo con la tradición no basta con integrar muchos de estos versos en un contexto muy alejado de «su origen primero esclarecido» (como dice fray Luis de León y retoma Lara Garrido) sino que hay que decantarse por un canto no aprendido (y de nuevo está fray Luis detrás), como ocurre con el motivo renacentista de la boca con dos lenguas, en un beso tan italiano como español: «y la encaminan hacia el remolino / vertiginoso, el maelstrón que arrastra / cada lengua en su dúplice garganta».

En Por que la nieve se goce tiene, con el encanto añadido de un exquisito cuidado editorial, el poeta consigue esa voz personal, imprescindible en los versos de calidad, y consigue también una lectura tersa, sin ambages ni velos, con un lenguaje poderosamente literario y poético y vivo al mismo tiempo. La intensidad de esa voz, masculina, que canta enfebrecida los placeres o goces del amor con la amada supone también una apuesta fuerte por un erotismo que atraviesa los peligrosos desfiladeros que la modernidad ha dibujado para lo que no son amores alternativos. Sin despreciarlos, el juego de la primera persona que confiesa y canta un amor, un amor personal que, como en la mejor tradición poética, se puede entender como ejemplo para presentes y futuros amadores sean o no poetas.

  • Por que la nieve se goce. José Lara Garrido. Prólogo de Gaspar Garrote Bernal. Editorial Cancioneros Castellanos, Moalde (Pontevedra), 143 páginas.
  • J. Ignacio Díez, autor del artículo, es catedrático de Literatrua Española en la Universidad Complutense de Madrid.

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