Homenaje a Rulfo: lectura de pasajes inolvidables de ‘El llano en llamas’ y ‘Pedro Páramo’

Rulfo en tres actos (2): La segunda parte de este especial sobre el autor mexicano por el centenario de su nacimiento, este 16 de mayo, es invitarlos a leer algunos momentos seleccionados por WMagazín

El mejor homenaje a un escritor es leer sus escritos. Sin más. Y releerlos. Esta es una selección de algunos pasajes de los cuentos de El llano en llamas y de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, de quien este 16 de mayo se conmemora el centenario de su nacimiento. Los invitamos a recordar y agradecer a Rulfo con la lectura de su obra:

Portada de 'El llano en llamas', editado por el Fondo de Cultura Económica, de México.
Portada de ‘El llano en llamas’, editado por el Fondo de Cultura Económica, de México.

DE EL LLANO EN LLAMAS

Diles que no me maten

¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad.

—No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti.

—Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios.

—No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá.

—Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué, consigues…

 

El hombre

Los pies del hombre se hundieron en la arena dejando una huella sin forma, como si fuera la pezuña de algún animal. Treparon sobre las piedras, engarruñándose al sentir la inclinación de la subida; luego caminaron hacia arriba, buscando el horizonte.

(…)

Ni una gota de aire, sólo el eco de su ruido entre las ramas rotas. Desvanecido a fuerza de ir a tientas, calculando sus pasos, aguantando hasta la respiración: «Voy a lo que voy», volvió a decir. Y supo que era él el que hablaba.

Luvina

De los cerros altos del sur, el de Luvina es el más alto y el más pedregoso. Está plagado de esa piedra gris con la que hacen la cal, pero en Luvina no hacen cal con ella ni le sacan ningún provecho. Allí la llaman piedra cruda, y la loma que sube hacia Luvina la nombran Cuesta de la Piedra Cruda. El aire y el sol se han encargado de desmenuzarla, de modo de que la tierra de por allí es blanca y brillante como si estuviera rociada siempre por el rocío del amanecer; aunque esto es un puro decir, porque en Luvina los días son tan fríos como las noches y el rocío se cuaja en el cielo antes que llegue a caer sobre la tierra.

 

En la madrugada

San Gabriel sale de la niebla húmedo de rocío. Las nubes de la noche durmieron sobre el pueblo buscando el calor de la gente. Ahora está por salir el sol y la niebla se levanta despacio, enrollando su sábana, dejando hebras blancas encima de los tejados. Un vapor gris, apenas visible, sube de los árboles y de la tierra mojada atraído por las nubes; pero se desvanece enseguida. Y detrás de él aparece el humo negro de las cocinas, oloroso a encino quemado, cubriendo el cielo de cenizas.

Allá lejos los cerros están todavía en sombras.

Una golondrina cruzó las calles y luego sonó el primer toque del alba.

 

El llano en llamas

Ya mataron a la perra, pero quedan los perritos. Corrido popular.

¡Viva Petronilo Flores!» El grito se vino rebotando por los paredones de la barranca y subió hasta donde estábamos nosotros. Luego se deshizo. Por un rato, el viento que soplaba desde abajo nos trajo un tumulto de voces amontonadas, haciendo un ruido igual al que hace el agua crecida cuando rueda sobre pedregales. En seguida, saliendo de allá mismo, otro grito torció por el recodo de la barranca, volvió a rebotar en los paredones y llegó todavía con fuerza junto a nosotros:

‘¡ Viva mi general Petronilo Flores!’ Nosotros nos miramos. La Perra se levantó despacio, quitó el cartucho a la carga de su carabina y se lo guardó en la bolsa de la camisa. Después se arrimó a donde estaban los cuatro y les dijo: «Síganme, muchachos, vamos a ver qué toritos toreamos!». Los cuatro hermanos Benavides se fueron detrás de él, agachados; solamente la Perra iba bien tieso, asomando la mitad de su cuerpo flaco por encima de la cerca.

Nosotros seguimos allí, sin movernos. Estábamos alineados al pie del lienzo, tirados panza arriba, como iguanas calentándose al sol.

Primera edición de 'Pedro Páramo', de Juan Rulfo, de 1955.
Primera edición de ‘Pedro Páramo’, de Juan Rulfo, de 1955.

DE PEDRO PÁRAMO

«Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo”. Es el comienzo de esta magistral novela de Juan Rulfo en la voz de Juan Preciado.

“Me senté a esperar la muerte. Después que te encontramos a ti, se resolvieron mis huesos a quedarse quietos. ‘Nadie me hará caso’, pensé. Soy algo que no le estorba a nadie. Ya ves, ni siquiera le robé el espacio a la tierra. Me enterraron en tu misma sepultura y cupe muy bien en el hueco de tus brazos. Aquí en este rincón donde me tienes ahora. Solo se me ocurre que debería ser yo la que estuviera abrazado a ti. ¿Oyes? Allá afuera está lloviendo. ¿No sientes el golpear de la lluvia?

Siento como si alguien caminara sobre nosotros.

-Ya déjate de miedos. Nadie te puede dar ya miedo. Haz por pensar en cosas agradables porque vamos a estar mucho tiempo enterrados”, dice Dorotea a Juan Preciado.

“Sí -volvió a decir Damiana Cisneros-. Este pueblo está lleno de ecos. Yo ya no me espanto. Oigo el aullido de los perros y dejo que aúllen. Y en días de aire se ve al viento arrastrando hojas de árboles, cuando aquí, como tú ves, no hay árboles. Los hubo en algún tiempo, porque si no ¿de dónde saldrían esas hojas?”.

***

Ahora una selección de pasajes de Pedro Páramo que corresponden a uno de los motivos por los cuales el protagonista es como es, resultado de no haber sabido aceptar el amor no correspondido de Susana San Juan. Estos pasajes resumen esa historia.

“Por la noche volvió a llover. Se estuvo oyendo el borbotar del agua durante largo rato; luego se ha de haber dormido, porque cuando despertó sólo se oía una llovizna callada. Los vidrios de la ventana estaban opacos, y del otro lado las gotas resbalaban en hilos gruesos como de lágrimas. ‘Miraba caer las gotas iluminadas por los relámpagos, y pensaba, pensaba en ti, Susana”. Pedro Páramo siempre busca del amor de Susana que solo ama a su marido». (…)

 

“¿Sabes qué me ha pedido Pedro Páramo? Yo ya me imaginaba que esto que nos daba no era gratuito. Y estaba dispuesto a que se cobrara con mi trabajo, ya que teníamos que pagar de algún modo. Le detallé todo lo referente a La Andrómeda y le hice ver que aquello tenía posibilidades, trabajándola con método. ¿Y sabes que me contestó? ‘No me interesa su mina, Bartolomé San Juan. Lo único que quiero de usted es a su hija. Ese ha sido su mejor trabajo’

Así que te quiere a ti, Susana. Dice que jugabas con él cuando eran niños. Que ya te conoce. Que llegaron a bañarse juntos en el río cuando eran niños. Yo no lo supe; de haberlo sabido te habría matado a cintarazos.

-No lo dudo.

-¿Fuiste tú la que dijiste: no lo dudo?

-Yo lo dije.

-¿De manera que estás dispuesta a acostarte con él?

-Sí, Bartolomé”. (…)

 

 

“Pedro Páramo miró cómo los hombres se iban. Sintió desfilar frente a él el trote de caballos oscuros, confundidos con la noche. El sudor y el polvo; el temblor de la tierra. Cuando vio los cocuyos cruzando otra vez sus luces, se dio cuenta de que todos los hombres se habían ido. Quedaba él, solo, como un tronco duro comenzando a desgarrarse por dentro.

Pensó en Susana San Juan. Pensó en la muchacha con la que acababa de dormir apenas un rato. Aquel pequeño cuerpo azorado y tembloroso que parecía iba a echar fuera su corazón por la boca. ‘Puñadito de carne’, le dijo. Y se había abrazado a ella tratando de convertirla en la carne de Susana San Juan. ‘Una mujer que no era de este mundo”. (…)

 

“Yo. Yo vi morir a doña Susanita.

-¿Qué dices, Dorotea?

-Lo que te acabo de decir.

Al alba, la gente fue despertada por el repique de las campanas. (…) Llegó el mediodía y no cesaba el repique. Llegó la noche. Y de día y de noche las campanas siguieron tocando, todas por igual, hasta que aquello se convirtió en un lamento rumoroso de sonidos.

A los tres días todos estaban sordos. (…) Comenzó a llegar gente de otros rumbos. (…) Y así poco a poco la cosa se convirtió en fiesta. Comala hormigueó de gente, de jolgorio y de ruidos.

La Media Luna estaba sola, en silencio. Se caminaba con los pies descalzos; se hablaba en vos baja. Enterraron a Susana San Juan y pocos en Comala se enteraron. Allá había feria. Se jugaba a los gallos, se oía la música; los gritos de los borrachos y de las loterías. Hasta acá llegaba la luz del pueblo, que parecía una aureola sobre el cielo gris. Porque fueron días grises, tristes para la Media Luna. Don Pedro no hablaba. No salía de su cuarto. Juró vengarse de Comala:

-Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre.

Y así lo hizo”

(…)

“Vio cómo se sacudía el paraíso dejando caer sus hojas: ‘Todos escogen el mismo camino. Todos se van’. Después volvió al lugar donde había dejado sus pensamientos.

-Susana -dijo. Luego cerró los ojos-. Yo te pedí que regresaras…

‘Había una luna grande en medio del mundo. Se me perdían los ojos mirándote. Los rayos de la luna filtrándose sobre tu cara. No me cansaba de ver esa aparición que eras tú. Suave, restregada de luna; tu boca abullonada, humedecida, irisada de estrellas; tu cuerpo transparentándose en el agua de la noche. Susana, Susana San Juan.

Quiso levantar su mano para aclarar la imagen; pero sus piernas la retuvieron como si fuera de piedra. (…)

-Esta es mi muerte, dijo. (…)

Sintió que unas manos le tocaban los hombros y enderezó el cuerpo, endureciéndolo.

-Soy yo, don Pedro -dijo Damiana-. ¿No quiere que le traiga su almuerzo?

Pedro Páramo respondió:

-Voy para allá. Ya voy.

Se apoyó en los brazos de Damiana Cisneros e hizo intento de caminar. Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras”.

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