La poeta uruguaya Ida Vitale, fotografiada por Daniel Mordzinski.

Ida Vitale: «La idea de progreso que nos envuelve nos aleja de la naturaleza humana»

La poeta uruguaya gana el Premio FIL de Guadalajara 2018. Fue la protagonista de la delegación de Montevideo como Ciudad Invitada de Honor en la 44ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires

El año en que el mundo empezó a recitar Elegías de Duino, de Rilke, Fervor de Buenos Aires, de Borges, y Escalas melografiadas, de Vallejo, nació Ida Vitale. Hace 94 años, en la primavera de Montevideo, el 2 de noviembre de 1923. Pronto, muy pronto, el misterio de la poesía llegó como un aire forastero a su vida, sin saber qué era, sin entenderla pero tocándola toda. Para siempre.

Perteneciente a la llamada Generación del 45, la poesía de Vitale se inscribe en las vanguardias latinoamericanas con versos que buscan el encuentro del ser humano con la naturaleza, a la vez que explora las sensibilidades cotidianas lejos del bullicio del mundo diario. Juan Ramón Jiménez la señaló en los años cincuenta al incluirla en una proyectada antología «escondida» de poetas jóvenes. Su primer poemario es La luz de esta memoria, de 1949. Esta es una entrevista telefónica hecha en noviembre en Austin (Texas, Estados Unidos) cuando Vitale preparaba su vuelta a Montevideo después de treinta años. Repasa su vida poética, sus temas preferidos, los autores que siempre la acompañan y se asoma a la realidad del mundo:

“Se llega a la poesía de tantas maneras que no se tiene claro cuál fue la más importante…

El primer poema que me grabé de memoria era uno de Gabriela Mistral. Yo era muy chica, estaba en la escuela y tendría unos diez años. Era un poema con un tema que no era muy comprensible, de tono un poco misterioso… De pronto, la poesía ejerce sus funciones cuando no se le entiende del todo, pero quizás ahí esté su hechizo.

A mí me duró un tiempo aquella ignorancia como un misterio, como una cosa intrigante. Antes en las escuelas les hacían memorizar a los niños poemas, era un acercamiento un poco primario al lenguaje, pero al menos había una época de encuentro con la poesía”.

La voz cavernosa y cálida de Ida Vitale se torna nostálgica. Nítida al otro lado del teléfono. La poeta está en Austin (Estados Unidos) donde vive hace treinta años. Está recién levantada con el sol ya en alto. La lectura la acuesta tarde, la lectura le ilumina la noche. Rodeada del desorden de cajas de libros ordenados porque prepara su mudanza para regresar a Montevideo, la poeta es una cascada de historias, ideas, reflexiones, preguntas, anécdotas, recuerdos.

“Después de aquellos poemas que nos enseñaba la maestra siempre recuerdo a una rectora que me llevó a escribir un poema. Era uno lleno de nieve y cosas extrañas… Lo trabajé mucho. Luego en el liceo hubo una lectura más adecuada de poemas, como Antonio Machado, uno de mis primeros amores.

Mucho después saqué mi primer libro, La luz de esta memoria, en 1949. Todo es muy lento en mí… En realidad, han pasado muchos años en la vida para que no tenga nada más o menos claro; y la verdad es que no lo tengo del todo.

Hay tantas líneas, formal, informal, de repetición de formas, de repetición de contenidos. Bueno, los contenidos son más estables en cada poeta.

Hay una línea de poesía sobre Historia y política que no me conmovió mucho. Admiraba a Neruda, pero pienso que esa poesía se da bien solo en algunos. No estoy en contra de esa poesía, pero no me interesa escribir de ella. La política puede lastrar demasiado. A alguna gente le da alas, pero no todos tenemos la misma inclinación. Comprendo que hay un momento de historia y tuvo su justificación. Quizás hay momentos en que las cosas tienen más sentido, ¡hasta en política!

Hubo un momento de mi adolescencia que tuve un deslumbramiento con Napoleón. Leía todo lo que me caía en las manos… Son momentos. Lo veía como lo vio la Historia, primero como un liberador y luego ya no tanto. La Historia también ha perdido en eso prestigio. Hoy miro alrededor y lo que veo es un horror en todo el mundo o algo grotesco”.

La voz de Ida Vitale se ensombrece. Sus palabras se hacen más lentas en este tema. Sin darse cuenta, termina hablando de uno de sus temas, el misterio, de si el misterio ha perdido misterio en esta época. Ha dicho: La palabra infinito es infinita. La palabra misterio es misteriosa. Ambas son infinitas, misteriosas…

“Supongo que no. Un misterio legítimo seguirá siendo un misterio, lo que nos determina de alguna manera a las personas. El día que eso desaparezca será más horrendo todo. Las culturas tienden a la desaparición del misterio. Lo compruebo cada día.

Uno hasta en la infancia tenía el misterio, que podía ser lo que había más allá del mundo. Ahora ya no nos queda ni cielo ni Luna. Todo está intentando ser explicado, y está bien que así sea, pero se debe preservar un misterio más íntimo. La vida sin misterio es aburrida… Hasta el aburrimiento trata de ser eliminado. Hay una preocupación exagerada por tener la cabeza constantemente ocupada. ¡Pero en qué, en qué, en qué!

Uno de los problemas de la política es que ocupa demasiado tiempo de la gente. En otra época, supongo, que la gente pudo vivir un poco resguardada de ella.

Hubo un tiempo en que la gente se aburría, o pensaba. El afán de mantenernos entretenidos es preocupante; no deja espacio a la imaginación. Hay preocupación de que el niño tenga la cabeza ocupada. Se nos ha ido de las manos. Se les ha quitado la posibilidad de que se aburra y piense por sí mismo, que eche mano de la imaginación. Los chicos no saben cosas fundamentales. No entiendo. Y todo esto en el fin de mi vida como testigo”.

Ida Vitale, en 2015, en la Residencia de Estudiantes, de Madrid. /Fotografía Residencia de Estudiantes

Se muestra un poco beligerante, a su manera cordial, en este tema. Está convencida de la importancia de que los niños y las personas tengan momentos en que no tengan nada que hacer. Una especie de desamparo que los habrá de proteger en el futuro.

“Ahora hay demasiados libros, demasiada gente, demasiados sucesos que sumado al afán de la gente por tener actividad en su cabeza. Antes se pensaba horas y se pensaban tonterías, no era la papilla suelta. Las humanidades ya no importan tanto en la enseñanza. De niña nos hacían cantar y algunas canciones eran cursis, pero la música era noble, nos educaban en la formación no solo musical sino estética…

Había una puerta hacia un lugar.

Ver la naturaleza, ver los animales, salir de la ciudad no pueden ser reemplazados por las nuevas tecnologías. La idea de progreso que nos envuelve nos aleja de la naturaleza y de la naturaleza humana… ¡Qué sé yo!

Me encantaba ir al zoológico. En Montevideo había uno muy cerca. Bergamín decía: ‘Qué fuerte rugen las vacas en el Uruguay’. Y eran los leones… Con Bergamín tengo muchos recuerdos”.

Y ríe y ríe Ida Vitale con esta anécdota de José Bergamín. Lo tiene siempre en sus recuerdos, reconoce que fue una gran influencia para ella. Cuando de repente está leyendo algo, piensa que por qué lo hace y cae en la cuenta: ‘Claro, lo dijo Bergamín”.

“En estos momentos termino de corregir un libro. Desde que murió mi marido hace un año he anotado muchas cosas, y si llego a terminarlo tendrá un tono bastante distinto…

La poesía necesita cierta tranquilidad…

La poesía no solo tiene que nacer de la felicidad, pero necesita su tiempo propio. No es que haya dejado querer de escribir, yo todavía no llegué a esa etapa de que no necesitaba escribir. Los poemas, en general, los dejo anotados en algún papel que luego ando buscando a ver dónde lo dejé. Lo dejo en reposo, es algo que aprendí a Juan Ramón Jiménez.

Ahora, por primera vez, vivo en el desorden total con cajas, de revisar cosas de las que me debo desprender y de otras que no me quiero desprender. Tengo un montón de diccionarios, algunos prestados de la Biblioteca de la Universidad de Austin. Siempre voy en autobús con un libro que no quiero perder”.

Entra en otro mundo. Habla feliz de los libros, de sus lecturas… De sus viajes por el mundo… De cómo la dictadura uruguaya la llevó al exilio… Del viaje a sus antepasados.

“Es una época en que ya no viajo tanto. El viaje lo divide a uno en nostalgias distintas. En todos lados tiene amigos.

Soy más italiana que nada…

El Uruguay fue un país muy italiano en el siglo XIX y comienzos del XX. Argentina tuvo más suerte que nosotros. Argentina era el país con el que soñaban todos los europeos. Bergamín siempre decía: “A mí me tocó ser el último orejón del tarro”. Él nos hacía leer el Romanticismo alemán. Cuando vuelvo a alguno de esos libros pienso: esto me lo enseñó Bergamín.

Son muchos libros los que me han acompañado toda mi vida. Siempre El Quijote. A eso se vuelve siempre. Me gustó durante un tiempo estar al día. Descubrí autores que me fascinaban. Sebald, por ejemplo. Uno siempre relee, pero también descubre cosas que no voy a tener oportunidad de leer pero que le saco algún provecho.

No pasé por México, donde vivimos once años, sin aprovechar lo bueno que tenía. Ramón López Velarde, por ejemplo, es una delicia, un poeta muy curioso, muy nostálgico, no diré de la Colonia, pero sí de ese momento de formación literaria en México que me encanta. Está Octavio Paz, claro. Alejandro Rossi, cuentista muy culto.

Uno termina formándose de muchas raíces. La más reciente es Borges (y suelta una risa en cascada). Borges es eterno. Yo tenía gente con la que discutía mucho. Que Borges sí, Borges no. Borges es un monstruo. Con esa modestia, ese afán de ser real a sus antecedentes por lo cual se interesaba tanto por la poesía de Islandia, por ejemplo. Era un personaje querible.

Hay que tener mucho cuidado con los grandes. Leer lo opuesto para que no nos absorban”.

La poeta sigue en su mundo feliz de la literatura, va y viene a su anchas. Un nombre, siempre con una descripción literaria, luego otro, y así. Lamenta que la capacidad de sorpresa en la gente se vaya perdiendo.

“En la medida en que no van por la sorpresa es algo pasivo. Hay una historia que me gusta mucho. La leí hace mucho pero nunca he sabido quien la escribió. Es la historia de unos niños en Japón durante la guerra. Están allí y un día llevan a un soldado negro como prisionero. Los niños quedan asombrados. Es un relato muy notable, pero no pude saber de quién es”.

Es de Kenzaburo Oé y se titula La presa, le digo. Creo, si no me falla la cabeza, le insisto. La poeta se muestra feliz, como uno de esos niños del cuento de Oé.

“No me lo puedo creer. Llevo media vida tratando de saber quién había escrito esa historia. ¡Ahora lo sé! Una de las penas que me queda es no haber ido nunca a Japón. Yo amé a un escritor, quizás poco leído, pero del que leí casi todo: Soseki. Es notable. Lo leí en todas las lenguas que podía leerlo (español, italiano, francés). No sé hasta qué punto los japoneses lo ven como representativo de ellos”.

La poeta vuelve sobre la historia de los niños y el soldado negro prisionero. Recuerda pasajes del relato como cuadros, como postales. Lo ve, lo está viendo, lo hace ver… ¡El asombro! ¡La sorpresa! Se detiene en que en ese relato es el descubrimiento de otro ser humano visto como otra especie, como algo misterioso. ¡El misterio! «Ya sé de quién es», dice alegre Ida Vitale al haber resuelto un enigma que la acompañaba hace mucho.

Ahora una de las cosas que le preocupa, además del desorden de cajas que tiene en su casa es que no se podrá llevar los diccionarios prestados por la Universidad. Se lamenta entre risas, y deja de hablar de sus preparativos para volver a Montevideo para hablar de su poesía.

“Desconfío de todos los poemas. No tengo preferencia. Bueno, sí: Hay unos más queridos, los que requieren menos trabajo, los que salen casi hechos. Son raros, son pocos, pero algunos me salen totalmente armaditos. Esos los quiero más. Pienso que vienen de una fuente más rara…

En general trabajo bastante el poema. Esa es otra de las cosas que me enseñó Juan Ramón: escribirlo, dejar el poema, olvidarlo y que quede ahí. El único problema es que, a veces, encuentro cosas que han quedado por ahí y al leerlas me digo: ‘¿Esto es mío, o será una traducción de algo que me gustó?’.

Una vez me pasó con un poema. Lo encontré en una hoja dentro de un cuaderno, me gustaba, pero nunca estuve segura. Podía ser mío, pero podía no serlo. Al final lo tiré. Ahora los firmo y así no hay duda después.

Lo que uno escribió suele tener algo vivido importante de uno”.

Aunque han pasado 68 años desde su primer poemario, Ida Vitale es una poeta contenida con apenas una quincena de títulos. Tras aquel La luz de esta memoria, de 1949, figuran títulos como Palabra dada (1953), Cada uno en su noche (1960), Oidor andante (1972), Jardín de sílice (1980),  Sueños de la constancia (1984), Léxico de afinidades (1994), Procura de lo imposible (1998) y Reducción del infinito (2002). Ha recibido varios premios, los dos últimos son el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en 2015, y el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca en 2016.

Es una poeta que sobre personas como ella obligadas a salir de su país escribió:

Exilios

…tras tanto acá y allá yendo y viniendo.
Francisco de Aldana

 

Están aquí y allá: de paso,
en ningún lado.
Cada horizonte: donde un ascua atrae.
Podrían ir hacia cualquier fisura.
No hay brújula ni voces.

Cruzan desiertos que el bravo sol
o que la helada queman
y campos infinitos sin el límite
que los vuelve reales,
que los haría de solidez y pasto.

La mirada se acuesta como un perro,
sin siquiera el recurso de mover una cola.
La mirada se acuesta o retrocede,
se pulveriza por el aire
si nadie la devuelve.
No regresa a la sangre ni alcanza
a quien debiera.

Se disuelve, tan solo.

En La luz de esta memoria escribió:

La noche, esta morada

La noche, esta morada.
donde el hombre se encuentra
y está solo,
a punto de morir y comenzar
a andar en aires otros. (…)

  • Poesía reunida. Ida Vitale. Edición de Aurelio Major. Editorial Tusquets.

 

Invitación

Las escritoras Claudia Piñeiro (Argentina) y Edurne Portela (España) y la editora Leonora Djament (de Eterna Cadencia, Argentina) participarán en el diálogo organizado por WMagazín en la 44ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires: Cuál y con quién es el compromiso de los escritores en tiempos del ruido digital y analógico y el papel de la mujer en el mundo del libro y la sociedad. Será el domingo 6 de mayo a las 14 hora en el pabellón Domingo Faustino Sarmiento. Los esperamos. La siguiente es la invitación:

Winston Manrique Sabogal

5 comentarios

  1. Una reseña admirable. Nos permite conocer a una autora sorprendente por su vena literaria, sus metáforas y alegorías vivenciales.

  2. Gracias Marcela. Me alegro mucho de que te guste, y gracias por seguir WMagazín y por ayudarnos a difundirlo. Un saludo

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