Juan Ramón Jiménez y el inédito de ‘El Silencio de oro’ que explica su vida y su poesía

Primicia del libro de JRJ con el cual cambió su rumbo estético y se adentró en la pureza y la desnudez del poema con el que cambió la poesía

Ruido que derrumbas mis castillos de ensueño, / maldito tú, enemigo del silencio!

Un siglo y cuatro años después, los versos con los que Juan Ramón Jiménez glorificó el silencio y exploró un nuevo tiempo para la poesía estallan en la literatura. Son 36 poemas inéditos recogidos en el libro El silencio de oro (Ediciones Linteo) que, por fin, ve la luz junto a un total de 83 poemas que muestran su cambio de rumbo estético que le empezarían a despejar el camino para entrar en la historia de la literatura.

Versos reveladores que iluminan dos aspectos cruciales en el Nobel español: su ritual literario y vital y la ruta exploratoria al verso desnudo que habría de empezar a brillar en obras como Diario de un poeta recién casado y Eternidades. El camino de vuelta a la pureza de la lírica se abre con el anterior poema introductorio donde deja constancia de su filosofía y concepción de su vida creativa, que sigue así:

¡Oh, silencio! ¿por dónde has puesto tus reales? /
Dile a mis alas que me lleven a tus parques…

Sin nadie, con la vaga visión del universo
plantaré rosas entre ruinas, ¡silencio! (…)
¡Oh, silencio, silencio! hermano del ensueño,
príncipe blanco y oro, cargado de recuerdos!”
.

Ahí está, esa es su puerta a la belleza. El silencio que le abre a Juan Ramón Jiménez (1881–1958) el mundo de los recuerdos, supo que en él es donde estos viven de verdad. Sin tiempo. Y él buscó vivir en el silencio para desde allí convertir la vida en poesía. Un amor y una necesidad imperiosa, como todo verdadero amor y pasión, “se ve en este libro que define un poco a Juan Ramón a quien siempre se le reprochó su apartamiento, que fuera un hombre aislado, pero aquí vemos que el silencio era necesario para que él pudiera crear. Toda su vida estuvo obsesionado con el silencio. Y a él recurrió como una manera de recogerse, no de aislarse”, explica José Antonio Expósito Hernández, encargado de la edición crítica, introducción y notas de este volumen único publicado gracias a los Herederos de Juan Ramón Jiménez.

El silencio de oro lo empezó en los seis años, entre 1906 y 1912, en los que el poeta se retiró a Moguer, su pueblo natal. Donde también nacieron otros proyectos inéditos que han visto la luz en los últimos años: Arte menor y Libros de amor (ambos en Linteo). Un periodo que se confirma como un edén para JRJ. Allí, acompañado del silencio, miró a su alrededor poético, pensó, exploró… y, en ese explorar, su mirada remontó el tiempo poético y redescubrió la fuerza y vitalidad de la sencillez y desnudez del verso; del horizonte puro, del genuino sentir y pensar. Poemas de un tiempo que son llave y eslabón en su vida que fue recompensada con la concesión del Nobel de Literatura en 1956.

“Este libro explica el salto entre un Juan Ramón más francés, más colorista y sensual de los primeros años del siglo XX y el Juan Ramón más reflexivo y meditativo, más inglés, de finales de los años 10”, afirma Expósito Hernández. Con El silencio de oro, agrega el profesor, “comienza un proceso de cambio. Se despojaba de los ropajes modernistas para sincerarse en la desnudez expresiva; es decir, el silencio lírico en el que solo suena la palabra precisa, sin el oropel del adjetivo ni la alharaca del alejandrino”.

JRJ no publicó entonces estos poemas debido a la rapidez de su creación que iba dejando aparcados algunos proyectos, aunque nunca los abandonó y solía retocarlos. Incluso pensó en editarlos varias veces y hasta llegó a diseñar su portadilla, como se aprecia aquí:

El profesor Expósito cree que “una vez publicadas obras como Diario de un poeta recién casado, en 1917, con la cual tuvo éxito, abrió vías y modernizó la poesía, pudieron repercutir en el silencio sobre esos otros libros que le sirvieron para llegar hasta ahí. Cuando uno alcanza esa cota me imagino que pierde algo de interés en publicar lo anterior, y mira hacia delante”. Uno de los poemas inéditos de este libro preferido por Expósito dice:

“Tú, en mi balcón, leyendo,
Rosa y suave, en el visillo, el cielo.

Yo, en mi mesa, escribiendo.
En el espacio breve y noble,
el rumor infinito
de los sueños inmensos del silencio”.

Versos como estos ensancharon el territorio de la poesía. “Juan Ramón fue fuga sucesiva, la que va del sueño al silencio puro”, en palabras del experto: “Nunca le gustó recitar sus poemas en voz alta ante auditorios que reivindican con el entusiasmo de las palmas y el ruido del colofón un aspecto teatral del que siempre debe alejarse la poesía”.

El poeta de Moguer, recuerda Expósito, sabía que el ritmo diferente nace solo del silencio. “El rumbo estético de Juan Ramón era propio, distinto y su actitud vital de claro distanciamiento con sus contemporáneos generacionales”. Un ejemplo de esto se aprecia en uno de estos poemas inéditos: JRJ no acudió, en 1923, a la conmemoración de los 25 años de la muerte de Mallarmé y prefirió quedarse en casa depurando este poema:

Después del resplandor súbito,
Venía un vacío frío…

Fui seguro hacia su sombra,
pero ciego.-

Un infinito
querer me atraía al fondo
de aquel encantado abismo.

Le eché mi alma, sin ver,
y sus piedras imantadas
respondieron con suspiros.

Otra vez, recuerdo y pasado sin tiempo revividos gracias a lo que JRJ llamó El silencio de oro. El poeta estructuró el libro en tres secciones, y así lo publica Linteo: 1, El silencio de oro: “Triunfa la silva arromanzada, el verso desnudo o la rima asonante más silenciosa y meditativa”, como:

Mi corazón,
un claustro abandonado,
Está alto de yerba,
la yerba del olvido…

2, Amor de primavera y amor de otoño: “Rememora silenciosos diversos idilios. Quizá un solo amor sucesivo con varios equinoccios. Como su poesía, de tiempo eterno, pero con muchas obras estacionales”, así:

Tú, que tienes en ti todo el supremo encanto
 de la diosa de carne; tú, que me comprendiste,
 que sobre la amargura de mi inefable llanto
 inclinaste la frente y te quedaste triste…

Y, 3, Romances indelebles: “Se decantó por un verso más ágil, el octasílabo, que tanto había usado en sus comienzos, pero renovado o revivido, según el poeta”, tipo:

Ya se va poniendo el tiempo
 más amarillo. La tarde
tiene ya, corta y doliente,
un aire de soledades. (…)

Fresco, el aire
 ronda el alma. Y en su ronda
desvaída, deja frases
encantadas de otros días,
hojas secas, que acarician
sangre y risa, pena y carne
desmayándose, un instante”.

Son poemas surgidos del encuentro tan buscado con el silencio. De un Juan Ramón que, según Manuel Ramos, editor de Linteo, “se sumerge en una soledad física y espiritual con la que ansía algo más que esa ausencia de ruido que clama en el título: un espacio donde hallar sosiego para un ánimo a menudo atormentado, y un tiempo en el que encontrarse a sí mismo”.

JRJ era un hombre hacia dentro, y dentro de una gran ciudad es difícil hallar la soledad y el retiro que él necesitaba. “El ruido”, afirma el profesor Expósito, “no es más que prisa, suciedad contaminanación y cuando uno se esmera en lo suyo huye de la prisa, de la suciedad y de la contaminación porque va en busca de la verdad”.

Esa actitud ante la vida rodeada de silencio se le criticó al poeta y le decían que eran aires aristocráticos. Pero no era así, asegura Expósito: “No la aprendió de ninguna aristocracia, sino del quehacer cotidiano de la gente del campo que cuando quiere trabajar se retira, se recoge para estar más entregada a su trabajo, ser más productiva”. Reviven, entonces, las palabras con las cuales lo describió Rubén Darío: “Usted va por dentro”.

Y en ese ir y en esa ruta va uno de los poemas inéditos favoritos de José Antonio Expósito, debido a su hondura y calidad:

“Un gran vacío de oro


fue el verano a mi tristeza;


el invierno, ahora lo es,


vacío de nieve inmensa.

Salí al otoño sereno


por una mágica puerta


que daba a un campo incierto,


dulce todo de hojas secas.

¡Saldré, también, por la luz


de otra puerta de belleza,


al campo lleno de rosas


de una eterna primavera!

En ese esplendor del yo de Juan Ramón Jiménez aparece el poeta más íntimo, de titubeos, de asomos, de felicidades ante la búsqueda recompensada con hallazgos que luego perfeccionaría hasta alcanzar el lugar que ocupa en el canon de la literatura.

Escuchémoslo, Shhhh…

 

Winston Manrique Sabogal

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