La investigadora británica Julia Boyd en Madrid, en otoño de 2019. /Fotografía de WMagazín

Julia Boyd: «El mal se mimetiza y puede ocurrir en cualquier momento. Hay que estar atentos»

La investigadora británica explica en 'Viajeros en el Tercer Reich' por qué se hizo tanto turismo en Alemania durante los años 30. Cartas, testimonios y documentos que hablan del sentimiento de culpa, el exceso de confianza y lo increíble de aquella realidad exterminadora

En un rincón del hall del hotel Riu sobre la Plaza de España de Madrid, Julia Boyd explica cómo el mal se camufla entre la belleza, las buenas maneras y se abre paso, incluso, en medio del esplendor de la cultura y las promesas de cambio hacia un mundo mejor.

“El mal se mimetiza con la belleza y puede ocurrir en cualquier momento. Hay que estar atentos. En la condición humana, la destrucción y la creatividad se combinan y fluye; por eso tenemos que intentar navegar a través de esta situación y detectar el mal”.

Julia Boyd termina la reflexión-petición con un gesto preocupado en su cara. Sabe de lo que habla. Durante cuatro años estuvo inmersa en la investigación de lo ocurrido en los años treinta del siglo XX en la Alemania nazi a través de los testimonios de personas honestas y decentes que viajaron o enviaron a sus hijos desde Estados Unidos o Reino Unido a hacer turismo en aquel país cuando el mal crecía como una enredadera enmascarado de promesas de progreso, respeto y desarrollo y nadie le vio su rostro verdadero, nadie se atrevió a denunciarlo, ¿por qué?

Parte de la o las respuestas están en el volumen Viajeros en el Tercer Reich. El auge del fascismo  contado por los viajeros que recorrieron la Alemania nazi (Ático de los Libros). Un libro revelador que muestra la incapacidad del ser humano para detectar la proximidad del mal, la desestabilidad y las personas que pueden llevar a él como lo hizo Adolf Hitler y su equipo.

Julia Boyd hace escuchar las voces de muchísimas personas de todos los niveles e intereses: estudiantes, padres de familia, profesores, historiadores y hasta personajes reconocidos como Virginia Woolf, Samuel Beckett, Georges Simenon o actores famosos como Charles Chaplin. Era la imagen de Alemania, la máscara que no vieron:

«Muchos pensaron que Hitler significaba un cambio y tenían un dilema, una especie de mentalidad dual entre el gran pasado cultural de Alemania y su legado y lo visible del progreso allí tras la Primera Guerra Mundial y los rumores de desastre que les parecían increíbles y no lo veían como algo generalizado. Y los británicos no querían otra guerra».

Aunque Julia Boyd aclara que las circunstancias de entonces no son comprables con las del presente, con sus brotes de fascismo y tics dictatoriales amparados en populismos levantados sobre la discriminación a diversos grupos humanos, no duda en expresar sus temores:

“Lo que sucede, por ejemplo, con Bolsonaro en Brasil, es aterrador. Hay muchas cosas que asustan. Tengo diez nietos y temo por ellos y por su futuro. Pero también sé que la sociedad ha superado momentos terribles, pero en ningún momento me he sentido más asustada que ahora. Espero que las mentes sensatas predominen y nos ayuden a superar esto”.

Julia Boyd, autora de ‘Viajeros en el Tercer Reich’, en el hall del hotel Riu de Madrid, en otoño de 2019. /Fotografía de WMagazín

Su libro es un gran retrato revelador de un momento concreto, pero también de la condición humana que entonces no supo ver o predecir lo que haría el nacionalsocialismo alemán. Y son las mismas voces de quienes visitaron aquel país en el periodo de entreguerras las que muestra la naturaleza de ellos y de la sociedad a través de la recopilación de cartas, diarios, testimonios, memorandos diplomáticos o testigos. ¿Por qué no vieron el mal si ya estaba allí cuando visitaron Alemania? Es la pregunta que los rondó a ellos después y a esta investigadora:

“Alemania era un país con historia, en desarrollo y una gran cultura y actividad en ese campo. Lo que probablemente ocurrió es que cuando la gente llegó a Alemania lo pasaron bien. Aunque, seguramente, habían leído informes sobre la realidad de su libertad de expresión, la desaparición de personas, persecuciones cuando llegaron allí se encontraron con gente amable y muchos vieron a los alemanes como gente idealista. A no ser que fueran a Berlín donde sí sucedían más cosas, pero no era lo habitual porque el viaje lo hacían por Baviera, Renania, el valle del Rin o los festivales culturales donde la gente era respetuosa y amable. Los turistas pensaban que la prensa exageraba porque no se correspondía con lo que ellos veían, aunque vieran carteles antisemitas… Muchos pensaron que su papel no era involucrarse en lo que ocurría. Hay muchas razones por las cuales esos turistas no se decidieron a hablar en contra del régimen, y una de ellas es que no vieron nada desagradable en los viajes”.

El peso de la historia alemana seguía haciendo al país atractivo para los intelectuales y todos aquellos que querían estar en contacto con la cultura del momento, las promesas de Hitler de paz y el progreso del país hicieron que muchas familias enviaran allí a sus hijos:

“Es sorprendente que los padres enviaran a tantos jóvenes, sobre todo de familias de intelectuales. Pensaban en Alemania como clave para la cultura. Fue un error porque el nacionalsocialismo ya había impregnado a la sociedad. Hicieron mal en separar la realidad de la imagen que tenían de Alemania”.

Incluso la madre de Julia Boyd estuvo allí en 1938 enviada por sus padres que aunque eran antinazis creían en el progreso de Alemania y que sería bueno para su hija. Pero tampoco ellos y otros como ellos y muchos alemanes fueron incapaces de ver la realidad que se escondía, ¿por qué? ¿Acaso por ingenuidad, por confiados o por egoísmo de pensar solo ellos y no preocuparse por los acontecimientos?:

“Es una mezcla de razones. Todo fue muy lento, primero las leyes de 1935 que quitaron la ciudadanía a los judíos, luego en 1938 la noche de los Cristales rotos… en general reaccionaron de forma lenta. Había muchos rumores, pero no entendían muy bien lo que pasaba. Los británicos se sentían culpables por el Tratado de Versalles que había impuesto unas medidas muy duras a Alemania tras la Primera Guerra Mundial y creían que todo saldría bien, otros pensaban que Hitler se calmaría, otros pensaban que necesitaban un líder fuerte… pero hicieron oídos sordos y no vieron lo que ocurría. Querían creer que todo saldría bien, y, sobre todo, no querían una segunda guerra”.

Así es que entre el sentimiento de culpa, la confianza y lo increíble que parecía que alguien tuviera tanta maldad hizo que millares de turistas pasearan por la Alemania nazi como si nada:

El punto de inflexión fue la Operación Barbarroja que se inició con la invasión a Polonia, entonces la gente se dio cuenta de que las promesas de Hitler estaban vacías y despertaron… La gente se encontraba muy confusa al descubrir la realidad de las persecuciones y los campos de exterminio, por ejemplo”.

Julia Boyd advierte, por eso, de la importancia de que los medios de comunicación y la gente deben estar atentos a los cantos de sirena para evitar que algo parecido vuelva a ocurrir:

“Mucha prensa en la época nazi estaba sometida a todo tipo de informaciones. Hoy además, hay fakenews, pero la gente debe saber qué medio o medios son fiables en cada país.  Es verdad que cada vez hay más ruido que impide ver lo que sucede, esto me confunde y asusta lo que estamos viviendo. No hay que hacer paralelismos, la historia no se repite, pero sí hay factores comunes con épocas pasadas. Debemos ser cautos porque no es lo mismo. Hay que tener en cuenta que en países como Estados Unidos, España o Reino Unido hay un estado de derecho que no había en Alemania.

Pero aun así suceden cosas que la ponen nerviosa, los políticos que lanzan discursos discriminatorios y apelan al miedo hacia el otro:

“Lo que pasa en Inglaterra con el Brexit me aterra. Tengo 70 años y es la primera vez que creo que pueda haber violencia en las calles por el Brexit. Es muy triste”.

Entonces, recuerda que Hitler era una persona inteligente que sabía cómo convencer a la gente y a los políticos, persuadirlos de que era sincero y un hombre de paz. Esa era su máscara:

“Muchos querían creían creer que era capaz de frenar el comunismo y otros supuestos males. Pero era un verdadero monstruo que quiso la guerra desde el principio. El mal es un terreno de aguas profundas….

El mal se mimetiza con la belleza y puede ocurrir en cualquier momento. Hay que estar atentos. En la condición humana, la destrucción y la creatividad se combinan y fluye; por eso tenemos que intentar navegar a través de esta situación y detectar el mal”.

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Winston Manrique Sabogal

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