Emmanuel Carrère en la presentación del libro de un amigo en un bar-librería de Guadalajara. / Fotografía de WMagazín

Mi primera vez en la FIL de Guadalajara, una fiesta maravillosa

La editora de La Huerta Grande narra la experiencia de asistir a la feria del libro más importante del español. Un encuentro con un desfile de escritores y editores de medio mundo en los pasillos, en las cenas, en las fiestas, y en la feria

De niña me preguntaron tantas veces si era de Filipinas que más de una vez me tentó contestar que sí. Pero nunca lo hice, siempre respondía lo mismo: «Soy francesa, y mi nombre se escribe con ‘ph'». Es como si parte de mi identidad hubiera tenido que ver con esas dos letras.

Más tarde me empezaron a llamar Phil. Y dejaron de preguntarme si vengo de las islas. Pero cuando me hice editora y dije que iba a la FIL, lo de las dos letras volvió a tener su guasa. «Phil se va a la FIL». Es la frase que más he oído durante los últimos días. Pero me gusta. Igual pido a los organizadores de la feria que me contraten en la próxima edición como mujer “afiche”. Desde que puse un pie en Guadalajara, no sé cuántas veces me he dado la vuelta pensando que me llamaban: «Gracias a la FIL por haberme invitado», «la FIL organiza este encuentro», «FIL quiere agradecer»… Hay que ver la cantidad de cosas que he hecho y organizado estos días, yo que siempre critiqué la ubicuidad. Pero quitando el trabajo incesante, tengo claro que esta es mi feria. No sólo por las letras. Es por todo. Todo es una comida de cuatro horas ¿o fueron seis? con Juancho Armas Marcelo (una primera feria sin cicerones es como un festival de jazz sin jazz, no sé, algo absurdo, él y Mercedes Monmany han sido los mejores); todo es que te presenten en la entrada del hotel a Azar Nafisi y que te salude como si se tratara de esa tía lejana de la rama familiar que se te despistó en Jalisco; o que Alberto Manguel se cruce contigo, le entregues el catálogo de tu editorial y tú quieta, sin mover una pestaña (por favor, Alberto Manguel, lo normal) mientras le regalas un Yonquis de las letras, libro que acabas de editar sabiendo que él es uno de los jefes de la banda de esos yonquis; todo son las fiestas en las que levantas el tequila y cuando vas a chocar el vaso es Emmanuel Carrère, ¡órale, à votre santé!; los desayunos o los almuerzos en los que el «bueenaas» se lo lanzas con mucha normalidad a Jorge Volpi, a Elena Poniatowska, a Alberto Ruy Sánchez, al editor de POL o a una mujer a la que miras sabiendo que está ahí igual que tú, pero no importa, sigues pensando qué editorial intergaláctica dirigirá o si estará en el comité del Nobel. En uno de esos almuerzos improvisados, que es como surgen aquí la mitad de las cosas, Soledad Puértolas que lleva años de profesión en el chasis, nos decía: «Hay que ver cuántos escritores hay aquí, están por todas partes». Qué divina. Es como que Susan Sarandon te susurre al oído el día de la entrega de los Óscar que Hollywood Boulevard está lleno de actores. Autores por todas partes, para una fiesta maravillosa, ¿a cuántos he citado en este artículo? (disculpad amigos… es mi primera FIL). Y libros. Y literatura, de esta mucha. Todo lo que importa y que es tan serio que necesita de estas fiestas.

Por cierto, hay un pabellón enorme en cuyo interior ocurren muchas cosas. Pero esa es otra historia. Volveré y lo contaré. Palabra de F/Phil.

  • Philippine González-Camino es editora del sello español La Huerta Grande.  Es autora de Diez lunas blancas (Editorial Elba).

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