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La periodista Alma Guillermoprieto. /Fotografía cortesía Fundación Princesa de Asturias

Alma Guillermoprieto: «Sin un periodismo bien financiado y respetado por todos el mundo sería imposible»

La periodista mexicana recibe el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2018 con un discurso que recuerda la necesidad imperiosa de la profesión hoy más que nunca. Puedes leer el texto completo en este artículo

Alma Guillermoprieto era una mesera de Nueva York que soñaba con ser bailarina de balet, como no la aceptaron en la compañía de danza de Nueva York se fue por despecho a dar clases a Cuba, pero ocho años después, en 1978, el azar y su empeño la llevaron a cubrir la revolución nicaragüense y hoy es una de las periodistas más prestigiosas.

Es una reportera de a pie, curiosa y sensible que indaga, pregunta, reflexiona y comparte lo vivido en textos que cuentan la vida misma. Eso la llevó a que este 19 de noviembre recibiera en Oviedo (España) el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades «por su larga trayectoria profesional y su profundo conocimiento de la compleja realidad de Iberoamérica, que ha transmitido con enorme coraje también en el ámbito de la comunicación anglosajona, tendiendo, de este modo, puentes en todo el continente americano. Con una escritura clara, rotunda y comprometida, Alma Guillermoprieto representa los mejores valores del periodismo en la sociedad contemporánea«.

Y esas palabras del jurado las reflejó la periodista en su discurso durante la entrega de premios. Un texto breve y profundo que recuerda tanto la importancia del periodismo para contar lo que sucede en el mundo y ayudar a comprenderlo y disfrutarlo, así como la imperiosa necesidad de preservar su independencia económica y política para garantizar su profesionalidad y compromiso con la verdad, con la sociedad.

Alma Guillermoprieto es una latinoamericana nacidad en Ciudad de México en 1949. En su adolescencia se fue a vivir a Nueva York con su madre. Con formación de bailarina, en 1969 viajó a La Habana para impartir clases de danza y fue allí donde, en 1978, se inició en el periodismo como freelance. Comenzó como reportera de América Central para el diario The Guardian y, más tarde, para The Washington Post, donde fue redactora en los años ochenta.

Cuando Gabriel García Márquez creó en 1994 la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano en Cartagena de Indias (Colombia), llamó a Alma Guillermoprieto para que formara parte de su equipo. Desde entonces ha contribuido de manera directa, y ya no solo a través de sus artículos, a formar nuevos profesionales a quienes también se dirigió en el discurso que WMagazín reproduce a continuación:

 

Alma Guillermprieto, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. /Cortesía FPA

Discurso de Alma Guillermoprieto al recibir el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2018

Desde el día del despertar más raro de mi vida, a las 4:30 de la mañana, con la noticia imposible de que este premio era para mí, supe que la Fundación Princesa de Asturias es en realidad un centro de tejido: teje una red que entrelaza a francesas y españoles, estadounidenses y polacos, suecos y mexicanas, y a través de nosotros un poco más al mundo. Esto me parece una gran cosa, porque yo soy de las que creen en las matemáticas: en estos tiempos de división, juntos somos más. De manera que gracias, Majestades, por este honor, y gracias a todos los integrantes del equipo de la Fundación Princesa de Asturias, por su ayuda tan diligente y cariñosa.

Desde ese mismo día del anuncio del premio supe también que en mi caso no me tocaba cargar yo sola con este galardón gigante, sino que se me daba como reportera que soy, una entre muchos. Y me alegra infinitamente este reconocimiento a un oficio al que solo se entra con grandes sueños e ilusiones: ver el mundo, cambiar la historia, ser heroicos. La realidad es más estrecha: se gana poco; en estos tiempos en que el mundo ha entrado en revolución tecnológica, cibernética, científica, no tenemos certezas en que apoyarnos y el mundo nos quiere mal; se trabaja de sol a sol -aunque eso nos gusta, en realidad- hay una gran confusión en cuanto a cuál debe de ser nuestro papel, y en todo esto, somos el fiel reflejo de la sociedad en general. Y sin embargo, y por lo mismo que existe tanta confusión, hacemos falta.

Un mundo en el que las grandes potencias se involucran en las decisiones de países más pequeños, se trafica con niños; a los migrantes que llegan desesperados a nuestras fronteras se les vuelve a lanzar de una patada al mar o al desierto, es un mundo en el que hacemos falta para que quede constancia de estos horrores. También es un mundo en el que urge prepararnos para tomar decisiones éticas terribles: la vida generada en un laboratorio, ¿es vida? ¿Se deben regular las investigaciones que llevarán a la creación de una inteligencia artificial superior a la humana?

Sin un periodismo poderoso, bien financiado, respetado por los gobiernos, el mundo moderno, el mundo entrelazado, sería imposible.

¿Cómo se enterarían ustedes de estos y todos los demás hechos y retos que ocurren fuera de su entorno inmediato sin nosotros, los reporteros? Sin los medios, el mundo viviría en una especie de siglo XI, aislado cada quién en su villorrio o su castillo, igual de ignorantes los dos, convencidos de que son tan reales las sirenas como los rinocerontes. Sin un periodismo poderoso, bien financiado, respetado por los gobiernos, el mundo moderno, el mundo entrelazado, sería imposible.

Pero en este oficio cuesta trabajo no solo vivir, sino sobrevivir. Este año han sido asesinados 45 reporteros, porque a alguien no le gustó lo que dijeron de él. Hace año y medio, en Madrid, regresaba yo al hotel después de la ceremonia del Premio Ortega y Gasset cuando me avisaron que en México, en la ciudad de Culiacán, cuna del narcotráfico de mi país, habían matado a tiros a mi valiente, inclaudicable amigo, Javier Valdez. Fue como si apagaran la luz del mundo. Estos asesinatos, siempre impunes, matan un poco no sólo a la víctima sino a todos los que lo rodean, y claro, esa es también la intención. Matan a uno para intimidar a todos.

Sin embargo, estoy aquí para decir que donde matan a uno, a la larga suelen surgir dos, o por lo menos otro. Y que si antes intentaba disuadir a los jóvenes que me decían que querían ser periodistas, porque el peligro es mucho, porque los cambios tecnológicos, porque se gana poco, porque.. ay, por qué no hacer algo más fácil y vivir tranquilos. Hoy sin embargo les digo, háganle, dénle nomás, porque contamos la historia del mundo todos los días. Porque dejamos constancia de lo que otros quieren tapar. Porque somos el antídoto de las redes sociales con su inmediatez y su potenciación de la rabia. Porque hacemos falta. Porque sí se puede ver el mundo, porque no podremos enderezar la historia, pero sí contarla, ser heroicos. Porque el futuro de este oficio lo están inventando hoy los colegas que vienen llegando, y a ustedes les aguarda un oficio generosísimo, que les ofrecerá tesoros a cada vuelta.

Un niño en una empobrecida favela brasileña que se pone por primera vez su traje de carnaval. Un candidato presidencial bien alegre que baila huaynos apretujando muy de cerca a una cholita con minifalda. Una caravana de madres que buscan en el desierto mexicano a sus hijos desaparecidos, año tras año. Un observatorio en el desierto de Atacama donde unos hombres se dedican a ver espejos para medir el tamaño del universo. Un páramo enneblinado en las alturas colombianas, que esconde tanto a guerrilleros como una variedad infinita de orquídeas. Ningún otro oficio como este les va a regalar un mundo, un universo, la realidad entera; trágica, abochornante, terca, chistosísima, horrenda, mágica. El regalo de la realidad real, inmensa y maravillosa. Agradezco a mi oficio estos cuarenta años de vida vivida tan esforzadamente, agradezco a mis colegas -los reporteros de a pie, y en particular a mis atribulado colegas en Venezuela, Nicaragua, México, a quienes admiro tanto- y a ustedes por escuchar.

Gracias, Majestades.

El origen de la periodista Alma Guillermoprieto

El siguiente es un pasaje del prefacio que escribió Alma GuillermoPrieto para su libro Desde el país de nunca jamás que reúne varios de sus mejores artículos, editado por Debate.

«Todo ha sido un accidente que empezó, tal vez, a los veinte años, cuando me rechazaron en una compañía de danza en Nueva York. Por despecho, acepté entonces una invitación de las Escuelas Nacionales de Arte en La Habana para ir a dar clases de danza contemporánea.

Hasta ese momento mi vida se enmarcaba en la rutina dura, absorbente, y maravillosamente predecible de la danza. Vivía en Nueva York, trabajaba de mesera, y todas las tardes asistía a un estudio a tomar las clases de las que dependen los bailarines para habilitar y perfeccionar la escritura que hacen con el cuerpo. Con suerte, hay también ensayos con algún coreógrafo. Con suerte, hay presentaciones ante un público grande, o de diez personas. Con suerte hay aplausos sinceros. Pero lo real, el sustento, el pan de una vida en la danza es la clase diaria, con su horario puntual, sus ejercicios repetidos como oraciones, su sudor y su éxtasis. Pero en fin… divago. Quise entrar a la compañía de una coreógrafa a la que idolatraba, no me aceptó. Me ofrecieron una plaza en el lugar que menos me hubiera podido interesar en todo el mundo, me pareció un buen lugar para esconder mi humillación, y aterricé en una Cuba aún en plena efervescencia revolucionaria. Nunca volví a ser la misma. Tampoco volví a bailar. La fe revolucionaria es dura, y exige sacrificios absolutos: la danza me pareció de repente una disciplina frívola.

Ocho años más tarde, estalló una revolución en un país tan pequeño y pobre que cuando se me ocurrió contar, descubrí que tenía apenas dos millones y medio de habitantes y diez elevadores. Un país chiquito y un dictador de caricatura, y sin embargo la lucha del Frente Sandinista de Liberación Nacional contra la dinastía de los Somoza fijó los ojos del mundo en Nicaragua durante algunos meses fugaces y emocionantes como pocos en el desdichado siglo XX. En el remolino de esos días hasta yo fui a parar a Managua, ansiosa por presenciar un nacimiento tan portentoso. Hasta ese momento jamás se me había ocurrido escribir un reportaje, pero me pagó los gastos del viaje un pequeño medio de gran prestigio por aquel entonces, Latin American Newsletters, que se editaba en Londres. Por casualidad, por desgracia, por accidente, por suerte, conocía a uno de los editores desde hacía algún tiempo, y él había intentado convencerme un par de veces de que me vendría bien ser reportera. Estalló la revolución en un país del que nadie había oído hablar, faltaron corresponsales, y ahí fui a dar. Así comenzó este libro».

 

Alma Guillermoprieto
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    Un comentario

    1. Qué bellas palabras y qué necesario el periodismo como ella lo siente y lo hace, ahora que más que nunca ese periodismo está en manos de intereses de la Banca, de Fondos de Inversión,y de ese «pensamiento único» que impera en el mundo occidental. También Alma pelea contra la inmediatez y falsedad que se vierte en las Redes Sociales.Con gente como ella el periodismo se dignifica. Que falta le hace.

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