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Una de las primeras imágenes de indígenas americanos de un incunable de 1493 recogido por Hernando Colón.

Así creó el hijo de Cristóbal Colón la primera biblioteca del mundo moderno

Celebramos el Día de las Bibliotecas con un pasaje de la que habría sentado las bases organizativas de estos espacios en el mundo moderno: la creada por Hernando Colón. De los quince mil ejemplares de obras en diferentes idiomas se conservan cuatro mil en la catedral de Sevilla (España)

Presentación WMagazín La aventura más trascendental de Hernando Colón, hijo bastardo de Cristóba Colón, no fue acompañar a su padre en el cuarto viaje que hizo al América con tan solo 13 años. La aventura más apasionante fue la de crear a lo largo de los año una biblioteca única que sería el embrión de la biblioteca universal del mundo moderno. Lo cuenta Edward Wilson-Lee en Memorial de los libros naufragados. Hernando Colón y la búsqueda de una biblioteca universal (Ariel).

WMagazín publica un pasaje de este libro que se lee como una novela que trenza las aventuras de Hernando Colón y la de su padre. La segunda fue primero y de carácter geográfico que cambió la Historia en 1492, y la de Hernando de carácter cultural al organizar el conocimiento y la creación del ser humano plasmada en los libros de la época. El hijo del almirante no solo buscó reunir libros y documentos, cartas, informes de todos los idiomas posibles y géneros sino que estableció un sistema de organización bibliográfica de fichas con índices, materias hizo la clasificación. Un embrión de la fichas modernas de las bibliotecas y del motor de búsqueda de internet.

Antes del fragmento elegido, Edward Wilson-Lee cuenta cuándo se acercó al mundo de los libros y las bibliotecas:

«Mi conversión al culto de los libros ocurrió cuando tenía 17 años, cuando viajando en el desierto del Omán me dio mi mamá dos volúmenes de poesía—uno de Auden y el otro de Eliot—y estuve sorprendido por el poder de estos pequeñísimos objetos en la inmensidad de arena. Aunque soy hombre religioso, entendí cómo el desierto ha hecho libros sagrados».

El investigador recuerda así la primera vez que visitó la biblioteca de Hernando Colón:

«La biblioteca Colombina fue un lugar casi sagrado para mi antes que visité la primera vez: la reliquia de un biblioteca con ambición universal, y creada por el hijo de Cristóbal Colón para mostrarse como el hijo verdadero de su padre. Trabajé con materias colombinas unos años ante mi primera visita, que debió ser hacia el año 2012 o 2013. Claro, no es la biblioteca original de Hernando, fue opuesto al lado del Guadalquivir de La Cartuja de las Cuevas, donde enterraron los restos de su padre. Pero los  partes de su biblioteca que sobreviven son una maravilla porque Hernando preservó, precisamente, las partes de la cultura que no interesaban a los otros bibliófilos—pliegos poéticos, obrezillas, cosas baratas pero los medios por cual la imprenta cambió el mundo».

Acerca del futuro de las biblotecas, Wilson-Lee cree que pervivirán:

«Las bibliotecas en el siglo XXI son santuarios de un poder antiguo. En un mundo obsesionado por novedades, por el clickbait y el ataque de nervios que son los redes sociales, las bibliotecas ofrecen una academia por una habilidad olvidada: inmersión sostenida en un mundo alternativo, desconocido, desafiante pero nutritivo».

Los informes de la muerte de los bibliotecas físicas son exagerados. Somos animales físicos todavía, y las bibliotecas transforman las abstracciones del saber en costumbres intuitivas como vagando entre las estantes, hojeando los títulos, navegando. Yo olvido, inmediatamente, todo que leo en un formato digital; cuando el dispositivo se apaga, la memoria desvanece».

A continuación un fragmento de Memorial de los libros naufragados. Hernando Colón y la búsqueda de una biblioteca universal:

Doble página de ‘Florus Lugdunensis’, del siglo IX, el manuscrito más antiguo de la Biblioteca de Hernando Colón. /WMagazín

'Memorial de los libros naufragados'

Por Edward Wilson-Lee

En la biblioteca de Hernando, los libros escritos por su pa-dre estaban clasificados bajo la entrada de «Cristophori Colón», un nombre más español que el latinizado «Columbus», como lo llamaba el resto de Europa, o que su nombre de pila italiano, Colombo. Además de cambiar de nombre, Colón parece haber corrido un tupido velo sobre sus primeros años de vida, dejando que los biógrafos modernos desenterraran sus modestos orígenes en una familia de tejedores, cuya tradicional artesa-nía y región natal de Génova abandonó en algún momento anterior a sus veinte años, y ahora existen pruebas irrefutables de que Colón se inició en empresas mercantiles y, en particu-lar, trabajó en el incipiente comercio del azúcar para la fami-lia Centurione de su Génova natal. También es perfectamente posible que los libros formaran parte de sus actividades, una especialización para la que su hijo heredó una familiaridad ins-tintiva. Sin embargo, aun después de siglos de investigación, las pruebas de sus actividades son fragmentarias antes de su llegada a Lisboa a finales de la década de 1470, cuando tenía unos treinta años. Sus primeros años eran como un espacio en blanco excepto cuando, ocasionalmente y en una etapa más avanzada de su vida, tuvo necesidad de que no lo fueran.

Con la llegada de Colón a Lisboa empezamos a saber algo de su vida, y los documentos de este período comienzan a incorporarse a la biblioteca. Entre éstos posiblemente figuraran los papeles y los mapas que Colón heredó —según lo cuenta Hernando— del padre de su esposa portuguesa, un matrimo-nio que no sólo le dio un heredero, Diego, el hermano de Her-nando, sino también una conexión con una dinastía marítima portuguesa: el padre de doña Filipa Moniz Perestrelo había sido uno de los que habían reclamado y colonizado el archipiélago de Madeira a mediados del siglo xv. Asimismo en la biblioteca, copiada en uno de los libros que Colón dejó a su hijo, había una carta del geógrafo italiano Paolo dal Pozzo Toscanelli que tal vez influyera en el modo de pensar de Colón en esta época. La carta de Toscanelli dirigida a un sacerdote portugués resumía su hipótesis del «estrecho Atlántico», según la cual la distancia entre Lisboa y Catay equivalía aproximadamente a un tercio del orbe: 130 grados, 25 «espacios» o 6.500 millas. Aunque la posterior afirmación de que Colón, todavía sin fama alguna, mantenía contacto directo con Toscanelli es probablemente falsa, está claro que se vio influido por las teorías del geógrafo, así como por la suculenta descripción italiana de «Zaiton» (la moderna Quanzhou), un gran puerto al que todos los años llegaban cien barcos cargados de pimienta, y que era sólo una de las innumerables ciudades que el Gran Kan gobernaba desde Catay. En su descripción de Catay y las regiones de «Antillia» y «Cipangu», que a su parecer merecían una escala en el camino, Toscanelli estaba muy en deuda con los viajeros del siglo xiii Marco Polo, Rubruquis y Giovanni da Pian del Carpine, así como con el uso de la palabra mongol Ca-tay (Kitai) referida a China, un nombre que no se había usado en la propia China durante varios siglos.

Uno de los grandes logros de los Colón —iniciado por Cristóbal, pero llevado a la perfección por Hernando— fue convertir la serie de acontecimientos posteriores en un relato cuyo protagonista era el destino personal. Si los historiadores de hoy se centran en las grandes fuerzas históricas que impulsaron la expansión europea por el Atlántico, y en las coincidencias que proporcionaron al viaje de 1492 su forma específica, la leyenda colombina lo vio como una ocasión en la que la historia centró su mirada en el explorador y guió su mano en todo momento. Esto hacía honor a la verdad, en especial cuando esa leyenda enumeraba la serie de intentos fallidos para obtener el patronazgo que precedieron al éxito final de Colón. Hernando recono-cería que los portugueses se mostraban cautelosos a la hora de seguir invirtiendo en la exploración del Atlántico porque hasta entonces les había salido muy cara y nada rentable (en Guinea, las Azores, Madeira y Cabo Verde), pero para Hernando la negativa de los portugueses a apoyar a Colón —la primera vez que éste se dirigió a ellos en busca de financiación— fue una de esas situaciones en las que Dios endureció el corazón de alguien a quien Él no había asignado la victoria. Asimismo, Hernando reconoció abiertamente que Colón había enviado a su hermano Bartolomé en busca de ayuda inglesa para el viaje, registrando incluso en su biblioteca un mapa que fue presentado a Enrique VII y los versos escritos en él; pero aun vio más pruebas de la manifiesta intervención divina en el hecho de que Bartolomé llegara demasiado tarde con la oferta de apoyo de Enrique, dejando así que fuera España la que cosechara los frutos. Y aunque más tarde se afirmaría que muchos españoles relevantes apoyaron el proyecto de Colón mucho antes de su triunfo, Hernando describiría también el tiempo que su padre pasó en España como una época en que la obstinación de los doctos y poderosos hizo que la reivindicación recayera casi exclusivamente en su padre. La imagen de Colón como un visionario del que se mofaron y al que ridiculizaron, pero que «como rio el último, rio mejor», fue modelada en gran parte por su hijo.

Los versos del mapa presentado a Enrique VII, que Hernan-do recuperó de la biblioteca y copió en su biografía, ofrecen una versión abreviada del argumento tripartito que los hermanos Colón presentaron a quienes veían con escepticismo la travesía de Cristóbal hacia el oeste, hacia Catay y las Indias: Tú que deseas conocer los límites de la Tierrapuedes leerlos en este dibujo.Ya lo sabían Estrabón, Tolomeo, Plinio y san Isidoro,pese a que no siempre se mostraban de acuerdo;aunque aquí las tierras también son desconocidas desde muy antiguo. Sin embargo, ahora han sido halladas por barcos españolesy están en el pensamiento de todos los hombres. Más tarde, Hernando codificaría este argumento en tres partes; a saber, la naturaleza de las cosas, los dichos de los escritores antiguos y modernos e informes de marineros. Esta triple argumentación es un razonamiento de sentido común, pues reconcilia la posibilidad de rodear un mundo redondo con ideas procedentes de escritores clásicos y medievales sobre la posible circunferen-cia del orbe, con los rumores de prometedores avistamientos durante los viajes por el Atlántico oriental. El detallado estudio de Colón de los geógrafos antiguos, casi siempre a través de compendios medievales como la Imagen del mundo de Pierre d’Ailly y la Historia de Eneas Silvio Piccolomini, está perfectamente legitimado por las densas anotaciones que dejó en los márgenes de sus ejemplares, que serían heredados por Her-nando y harían de su biblioteca un lugar de peregrinaje para quienes intentaban comprender al descubridor. Hernando re-trataría a su padre como alguien que atesoraba una gran cantidad de conocimientos sobre la circunferencia de la Tierra, y omitiría por completo la obstinación de Colón en su preferencia por el más pequeño de los cálculos de la circunferencia, el del cosmógrafo árabe Alfargano (al-Farghani): el único cálculo según el cual su viaje tenía más posibilidades de tener éxito. A quienes se oponían a Colón, Hernando sólo les concedió una serie de puntos escogidos para que, retrospectivamente, parecieran completamente insignificantes. Entre éstos figuraban afirmaciones tales como que el océano era infinitamente amplio o imposible de ser surcado, y que quienes volvieran na-vegando desde el oeste vendrían «cuesta arriba»; y que el gran padre de la Iglesia san Agustín fue uno de los primeros que puso en duda la existencia de las inexploradas antípodas, opi-nión de la que estaban convencidos y cuyo cuestionamiento probablemente fuera una herejía.

Edward Wilson-Lee
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