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Coetzee lee su cuento inédito ‘El perro’, míralo en este vídeo y léelo en primicia en WMagazín

El Nobel surafricano ofrece una lectura excepcional del relato inédito 'Siete cuentos morales'. WMagazín publica un vídeo de su lectura y un avance del cuento en primicia

Presentación WMagazín. Siete cuentos morales es el volumen de relatos que el Nobel de Literatura J. M. Coetzee publicará primero en español, en marzo en la editorial argentina El Hilo de Ariadna. En ellos vuelve Elizabeth Costello, su alter ego femenino con su voz potente y nítida que mira la cotidianidad invisible de nuestros actos hechos de ideas que repercuten en la sociedad y el mundo. Una lectura que pone al lector frente a su propio yo y realidad y lo llama a la reflexión para reducir esas pequeñas o grandes inmoralidades que contaminan la vida y la convivencia en armonía.

Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) fue el protagonista del XIII Hay Festival de Cartagena de Indias, del 25 al 28 de enero. Allí tuvo un encuentro excepcional con más de dos mil personas en el Centro de Convenciones de la ciudad, en compañía de su editora argentina Soledad Costantini. El escritor surafricano, uno de los más interesantes de las últimas décadas por la profundidad de sus temas en un estilo limpio y cada vez más sugerente, dio un regalo único a su público: leyó en primicia su cuento El perro.

Tras una breve presentación por parte suya y de Costantini, todo el auditorio fue silencio. Coetzee empezó a leer y después de cada párrafo hacía una pausa y Costantini leía ese mismo párrafo o pasaje en español. El perro es el relato que abre el volumen de Siete cuentos morales, escrito el año pasado. Estas historias fueron creadas entre 2003, año en que ganó el Nobel, y 2017. Cuentos sobre la relación de los hijos con los padres ya mayores, los desafíos de lo individual, las fricciones del mundo contemporáneo entre las madres y los hijos, la fidelidad y, claro, su lucha sobre los deberes del ser human para con los animales.

Sin más, los dejamos con un vídeo donde Coetzee lee un pasaje del cuento y a continuación un avance del relato para que lo lean, en traducción de Elena Marengo:

Coetzee lee un pasaje de su cuento 'El perro', en compañía de Soledad Costantini, su editora argentina. /Fotografía de WMagazín

'El perro', de J. M. Coetzee

El letrero colocado en la verja dice Chien méchant y el perro es méchant, sin la menor duda. Cada vez que ella pasa por allí, el perro se lanza contra la verja dando aullidos en su afán de atacarla y destrozarla. Es un perro grande y respetable, algún tipo de ovejero alemán rottweiler (ella sabe muy poco de razas de perros). Pero siente el purísimo odio que parte de sus ojos amarillos.

Después, cuando deja atrás la casa del chien méchant, se pone a cavilar sobre ese odio. Sabe que no es algo personal: está dirigido contra cualquiera que se aproxime a la verja, cualquiera que camine por allí o pase en bicicleta. Sin embargo, ¿cuán profundo es ese odio? ¿Es como una corriente eléctrica, que se enciende cuando un objeto entra en el campo visual del perro y se apaga cuando el objeto desaparece al dar vuelta la esquina? ¿Los espasmos de odio siguen convulsionando al animal cuando vuelve a estar solo o la furia amaina de golpe y él retorna a un estado de tranquilidad?

Pasa en bicicleta frente a la casa dos veces por día, todos los días hábiles; una vez cuando va al hospital donde trabaja y otra vez cuando termina su turno. Como sus apariciones son tan sistemáticas, el perro sabe a qué hora esperarla: incluso antes de que ella aparezca, se acerca a la verja jadeando de ansiedad. Como la casa está en una pendiente ella tarda más a la mañana, porque va cuesta arriba; al atardecer, por suerte, puede pasar a toda velocidad.

Tal vez no sepa de razas caninas, pero tiene una idea cabal de la satisfacción que el perro obtiene de esos encuentros. La satisfacción de dominarla, la satisfacción de ser temido.

Es un macho sin castrar, por lo que puede ver. Ella no sabe si el perro advierte que es mujer, si a sus ojos un ser humano pertenece a un género u otro, como ocurre con los perros. De modo que no sabe si el perro experimenta dos satisfacciones a la vez: la de una bestia que domina a otra y la de un macho que domina a una hembra.

¿Cómo sabe el perro que ella le tiene miedo, pese a su máscara de indiferencia? Respuesta: porque ella despide olor a miedo y no puede ocultarlo. Cada vez que el perro se abalanza hacia ella, le corre un escalofrío por la espalda y su piel arroja una vaharada de olor, un olor que el perro percibe de inmediato. Y ese tufillo de miedo que le llega desde el otro lado de la verja lo transporta a un verdadero éxtasis de furia.

Ella le tiene miedo y el perro lo sabe. Dos veces por día aguarda lo mismo: la aparición de ese ser que tiene miedo de él, que no puede ocultar ese miedo, que despide un efluvio de miedo, como una perra despide el olor del celo.

Ella ha leído a Agustín, quien dice que la prueba más clara de que somos criaturas caídas estriba en el hecho de que no podemos controlar los movimientos de nuestro cuerpo. Específicamente, el hombre no puede controlar el movimiento de su miembro, que se comporta como si poseyera voluntad propia; tal vez, incluso, como si estuviera poseído por una voluntad extraña.

Va pensando en Agustín cuando llega al pie de la pendiente donde está situada a casa, la casa del perro. ¿Podrá controlarse esta vez, tendrá la fuerza de voluntad necesaria para no despedir el humillante olor del miedo? Cada vez que oye el profundo gruñido que sale de la garganta del perro, que tanto podría ser un gruñido de furia como de apetito sexual, cada vez que oye la sorda embestida del cuerpo canino contra la verja, se repite la misma respuesta: que no, que hoy no podrá controlarse.

El chien méchant esta encerrado en un jardín en el que no crece nada, solo malezas. Un buen día, ella se baja de la bicicleta, la apoya contra la pared de la casa, golpea la puerta y espera largamente mientras, a unos metros apenas, el perro retrocede y se arroja contra la verja. Son las ocho de la mañana, hora insólita para que alguien golpee la puerta. Con todo, la puerta se entreabre por fin. En la penumbra, ella ve borrosamente una cara, el rostro de una mujer anciana de facciones angulosas y mustio pelo gris.

-Buenos días -dice ella en un francés bastante aceptable-. ¿Me permite hablar con usted un momento?

La puerta se abre algo más y ella entra en un cuarto con pocos muebles donde un hombre viejo de saco rojo tejido está sentado a la mesa frente un tazón. Ella lo saluda; él contesta inclinando la cabeza pero no se pone de pie.

-Lamento importunar tan temprano -dice ella-. Dos veces por día paso por aquí en bicicleta y cada vez, lo habéis oído sin duda, vuestro perro está esperando para darme la bienvenida.

Silencio.

-Es algo que se repite desde hace varios meses. Tal vez haya llegado el momento de cambiar las cosas. ¿Estáis dispuestos a presentarme al perro, de modo que me conozca, que vea que no soy una enemiga, que no me propongo hacerle daño?

Los dos viejos se miran. El aire de la habitación está enrarecido, como si no hubieran abierto ninguna ventana durante años.

(…)

J. M. Coetzee
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