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Cuando Marlon Brando fue diablo y ángel en Cartagena de Indias

WMagazín avanza en exclusiva un pasaje de la novela que recrea los meses que el actor estuvo en la ciudad colombiana durante el rodaje de 'Queimada', hace 50 años. Una lectura en vísperas de que el Hay Festival desembarque allí

Presentación WMagazín. Marlon Brando vivió en Cartagena de Indias cinco meses hace cincuenta años, en 1968. Fueron los días en que grabó Queimada, dirigida por Gillo Pontecorvo. En esa película interpreta a sir William Walker, el agente secreto y aventurero británico enviado a la ficticia isla portuguesa de Queimada en el Caribe cuando en el siglo XIX los esclavos están a punto de rebelarse y Walker les ayudará con la intención de que los británicos se queden con la isla y sus plantaciones de azúcar.

Lo que sucedió aquel tiempo tras las cámaras lo recrea el escritor colombiano J. J. Junieles en  El hombre que hablaba de Marlon Brando. Una novela de próxima publicación, a la espera de las negociaciones del autor con editoriales. Mientras esta historia llega a las librerías, WMagazín avanza en exclusiva un capítulo para ambientar las vísperas del XIII Hay Festival de Cartagena de Indias, del 25 al 28 de enero. Una historia escrita, precisamente, por uno de los narradores incluidos por el Hay en 2007 en la primera lista de Bogotá 39, los escritores latinoamericanos menores de 40 años más representativos y prometedores del continente. Este año el Festival tiene como uno de sus pilares la segunda selección de Bogotá 39-2017.

Los dejamos con el ángel y los diablos de Marlon Brando en Cartagena de Indias:

Los tambores llaman

Por J. J. Junieles

¡A mí lo que más me gusta de este pueblo es que pone las cervezas más frías que la nariz de un perro! -dijo Bitar en voz alta cuando llegamos a la tienda. Allá en el fondo, entre los clientes, una mujer se puso en puntas de pie y alzó el cuello para ver al altanero que había dicho eso, entonces sonrió y saludó con la mano, una sonrisa indestronable, a prueba de cualquier cosa, por lo menos eso creímos todos  en ese instante.

-Tómate un respiro, mujer, que hasta Dios reposó después de hacer el mundo– le gritó Bitar desde la mesa donde nos sentamos–: deja que tu nieto haga lo suyo, mira que te vas a morir y el planeta va a seguir dando vueltas como si no hubiera pasado nada.

Veinte años atrás, Mariela se había inventado esa tienda para garantizar la supervivencia de la economía familiar, nos contó Bitar. A la tienda le fue tan bien y creció tanto, que por pura necesidad le nació una terraza con mesas y sillas, a donde llegaba todo el barrio Lo Amador.

¡No me vengas con cuentos, Bitar!, -le replicó Mariela- recuerda que solo el ojo del amo engorda el ganado. El mundo da vueltas sin mí, pero la tienda no. A estos nietos míos los adoro, pero para qué me voy a engañar, se la pasan pegados al teléfono y de fiesta en fiesta, como si no hubiera mañana.

Un momento después, Mariela  le dijo a su nieto que siguiera atendiendo a los clientes. Salió detrás del mostrador y llegó hasta donde nosotros. Era una abuela de madera dura, no representaba más de sesenta años, y con la actitud festiva de cualquier quinceañera. Cuando llegó hasta nuestra mesa, todos nos pusimos de pie, y le dimos la mano.

Mira a quién te traigo aquí, mujer, ¿te acuerdas de Quemada, la película en la que trabajamos hace mil años?, este personaje se llama Giuseppe Tomassi, trabajó en la filmación, era el secretario de Marlon Brando, su asistente personal, y además amigo del negro Evaristo Márquez, tal vez conociste a Giuseppe, pero ahora no te acuerdas.

Ambos, Mariela y Tomassi, se dieron la mano, entrecerraron los ojos y se escrutaron los rostros, se miraban buscando reconocerse, como apartando las telarañas que los dos tenían en la memoria, luego se quedaron en un silencio que Bitar rompió para presentarme.

Y este muchacho es Santiago, un periodista disfrazado de abogado, que está escribiendo una crónica sobre la película y su gente, por eso nos sigue los pasos a todas partes y anda tomando notas de todo, por eso queremos hablar contigo, para que nos cuentes las cosas de las que te acuerdes.

Bienvenido a su casa, me dijo, al tiempo que nos dimos la mano, luego se dio un sonoro abrazo con Bitar, y le espetó: “Nunca has querido darme el secreto de tu flacura eterna, eres el hombre con más hambre que he conocido en mi vida, y nunca has dejado de ser el Cristo de siempre».

Miró a Tomassi y le dijo: si usted andaba en los tiempos de la película con Evaristo y Bitar, seguro que nos cruzamos alguna vez, pero necesito hacer memoria, hace mucho que pasó todo eso, una vida entera se puede decir, tanto que ya me había olvidado de quién era yo en aquella época. Bienvenidos, las primeras cervezas van por cuenta de la casa.

Que sean cuatro entonces, gritó Alsino, de nuevo, mostrándole los dedos al nieto de Mariela. Al fin la mujer se sentó en nuestra mesa, sacó un cigarrillo que llevaba en el bolsillo del delantal, de donde extrajo también un encendedor, y empezó a fumar.

Cuando el muchacho puso las botellas sobre la mesa, Tomassi se levantó, y le dio la mano.

-¿Cómo te llamas, muchacho?

-Brandon Preciado.

-¿Brandón?

Yo no quería que lo nombrarán así –intervino Mariela-, pero el abuelo del marido de mi hija es un viejo terco y necio, y quiso ponerle el nombre de ese actor loco. Lávanos con tu preciosa sangre, señor Jesucristo.

Y qué lo trae por estas tierras, caballero, -le preguntó Mariela a Tomassi-, aquí a donde Dios no ha regresado desde que inventó el mundo, ¿verdad, Bitar?, y por algo será. Parece que viniera de lejos, estoy segura de que hay lugares más bonitos que este, donde no hay tantos pobres, ladrones de cuello blanco, y ni un árbol que haga sombra.

-Ando de vacaciones –respondió Tomassi, después de un trago de cerveza- Vivo en Italia, hace mucho que no venía. Tenía mucha curiosidad por volver a ver todo esto. Yo era un muchacho de diecisiete años cuando estuve, viví muchas cosas por estas calles, ya usted sabe, a esa edad cualquier cosa le asombra a uno.

Mariela desvió la mirada, chupo el cigarrillo, miraba por encima del hombro de Tomassi hacia la calle, donde pasaba la gente, autos, perros y carretas, por un instante quedó ensimismada, como si estuviera recordando cosas, una vez más entrecerró los ojos, como si estuviera mal de la vista y buscara precisar algo que tenía delante de sí, pero que sólo ella podía ver.

Marlon Brando y Evaristo Márquez, en un descanso del rodaje de ‘Quemada’, en Cartagena de Indias, en 1968.

¿Recuerdas aquel álbum viejo que una vez me mostraste –interrumpió Bitar- donde tenías fotos y recortes de periódicos que hablaban de la película? Me acuerdo que en uno de esos recortes aparece una foto bonita, en la que están Evaristo y Marlon Brando, en un descanso de la grabación. ¿La tienes por ahí? Yo tenía también algunos archivos de las películas en las que he trabajado, viejas revistas del Festival de Cine donde hablan de todo eso, pero esa carpeta se me perdió en alguna de las mil mudanzas.

– No me acuerdo donde lo tengo, Bitar, creo que se echó a perder hace años, durante un invierno en que la casa se inundó.

–  Pero si me la mostraste aquí, hace como seis meses, cuando vine para el cumpleaños de  tu nieto.

– Tal vez tienes razón, pero ahora no sé dónde está ese álbum, debe andar en alguna caja, tal vez se lo comieron los ratones, yo te aviso si lo encuentro.

Sería una lástima que se haya perdido esa foto -dijo Tomassi-, porque la foto de la que hablas creo saber cuál es, se ve Brando y Evaristo Márquez sentados, yo estoy en la mitad de la foto, mi rostro no se ve porque Brando me lo tapa,  además estoy desenfocado, pero ese soy yo.

Y hasta cuándo se queda el señor -preguntó Mariela-, me imagino que Bitar ya le dijo que a estas calles los turistas no pueden meterse sin chaperona, su aspecto de extranjero no le ayuda mucho por aquí, y menos cuando es de noche, a propósito ¿qué hora es?

-¡Ya deja de meterle miedo a Tomassi, mujer!, ¡mira que sólo vino a pasar vacaciones, lo vas  a salar si sigues hablando así, no llames la mala hora! –dijo Bitar.

La mujer chupó con fuerza el cigarro, tomó un trago, y dijo como si pensara en voz alta: “qué buenos fueron esos tiempos, ¿te acuerdas, Bitar, que fue durante la película que conocí a Fulgencio?, ese maldito hombre que tanto quise, que Dios lo tenga en su santa gloria. Afortunadamente me dejó con una hija, Gloria, que ahora trabaja en un hotel del Bocagrande, gracias a ella tengo a mis dos nietos, que son mi felicidad y también mi dolor de cabeza.

Me acuerdo -dijo Alsino-, yo en la película hacía de un extra principal, un figurante, no sé qué nombre  les dan ahora, yo era un soldado que siempre acompañaba a un general, y quien hacía el papel de general, era nada más y nada menos que Alejandro Obregón, el pintor que andaba con García Márquez. Después de esa película Obregón y yo nos volvimos amigos, de vez en cuando yo iba a su casa en el centro, por la Calle de la Factoría, para tomarnos unos rones y hablar de todo.

-¿Y entonces usted también trabajó en la película y andaba con Marlon Brando? -preguntó Mariela, chupando su cigarrillo, y bajando la mirada frente al humo.

-¿Andaba? –dijo Bitar-, Tomassi fue como un hijo para él durante esos meses, iban para arriba y para abajo, recuerda que decían que la CIA y las mafias de Estados Unidos tenían vigilado a Brando, porque decían que era comunista y financiaba grupos de terroristas negros.

A Brando también le gustaba andar con Evaristo –siguió Bitar-, el negro no sabía nada de inglés, hasta que Brando le enseñó algunas frases, también fue su profesor de actuación. Evaristo antes de la película era un vaquero  sembrador de maíz, él decía que se entendía más con caballos, burros y gallinas que con la gente, tal vez por eso se llevaba bien con Brando, que muchas veces se portaba como un caballo loco.

Brando tenía sus diablos dentro. Y tenía un doble que se hacía pasar por él, mientras el doble asistía a eventos y fiestas con el Jet Set de la ciudad, el verdadero Brando se iba con nosotros a escuchar música y bailar en los patios de Getsemaní

No fue fácil tratar con Brando al principio –dijo Tomassi-, ese hombre tenía sus diablos adentro, pero también era un ángel, a su manera. Me imagino que no era fácil ser Marlon Brando, ser perseguido por periodistas de todo el mundo. Me acuerdo que hasta tenía un doble que se hacía pasar por él, mientras el doble asistía a eventos y fiestas con el Jet Set de la ciudad, el verdadero Brando se iba con nosotros a escuchar música y bailar en los patios de Getsemaní, ¿oye, Bitar, cómo se llamaban esos barrios a los que nos escapábamos a tocar tambores y poner serenatas?

-Se llaman Lo Amador, Nariño, y Torices, allá donde queda la famosa Loma del Diamante, donde Alfredo Pernett, un gran periodista, dijo que había empezado el mundo– respondió Bitar. Esos barrios pueden darse el lujo de decir que ahí nació y empezó a cantar el gran Joe Arroyo, uno de los mejores cantantes de la historia, y también que vieron a Marlon Brando tocar tambores en las fiestas que se hacían de noche en las terrazas y patios. Brando como un negro más, tocando tambores, y qué bien lo hacía, tocaba los tambores como Beethoven el piano.

-¿Saben dónde aprendió a tocar tambores? –pregunté, y para entonces ya tenía mi libreta sobre las piernas.

-Una vez me dijo que una noche en su juventud se fue a bailar al Palladium, en Nueva York, y descubrió una música que le voló la cabeza de emoción, la música afroantillana. Me dijo –continuo Bitar-, que había visto tocar a Tito Puente y Willie Colón, después de eso se compró unos tambores y se puso a tocarlos como loco, se metió a clases para aprender a tocar el bongó. Fue durante esas clases que tuvo su primera novia negra, una jamaiquina con nombre italiano, Floretta, y entonces empezó a frecuentar Harlem, el barrio negro, a tocar el bongó en las bandas que le dejaran participar, debió ser muy raro, porque Marlon me decía que a veces era el único blanco en esos bares.

Marlon Brando en un fotograma de ‘Queimada'(Burn!), dirigida por Gillo Pontecorvo.

Una madrugada de esas después de haber bailado y cantado toda la noche, los tres nos quedamos hablando y viendo el amanecer, escuchando las sirenas de los buques entrando al puerto, entonces Evaristo nos contó una historia que yo le traduje a Marlon:

Las lagartijas son animales de sangre fría, empezó a contar Evaristo, algunas, para calentarse, se posan encima de piedras, pero hay una lagartija en particular que cuando la piedra se calienta, comienza a golpear la piedra con las patas. En Palenque existe la creencia de que ese animal tiene el mismo espíritu que el tambor y por eso los alumnos de tambor, cuando terminan con su aprendizaje, son bautizados con la sangre de esa lagartija. Se cree que sólo así pueden tocar bien el instrumento.

Eso que contó Evaristo tocó algo allá dentro de Marlon, porque se tomó un trago de ron, se puso en pie, me pasó el tambor, ayudó a que Evaristo se levantara, y entonces ambos se pusieron a bailar abrazados, felices como dos niños, mientras tanto yo tocaba malamente el tambor, pero con fuerza. Una de las madrugadas más felices que recuerdo, durante esos meses de la película en los que parecía que todo el mundo era feliz.

-No sabía nada de eso, Tomassi, ¡brindemos por eso, partisano!

Dejé de tomar notas en mi libreta y chocamos nuestras cervezas. La señora Mariela escuchaba, asentía y sonreía de vez en cuando, luego tomaba un sorbo de su cerveza y nos miraba, después se quedaba con la mirada baja, tamborileando sobre la cubierta de la mesa con las endurecidas yemas de los dedos, que parecían de madera.

-¿Y usted, Mariela, qué hacía en la película? -preguntó Tomassi.

Yo era cocinera en aquel entonces, primero en una de las casas donde llegaron a  vivir los italianos, luego me preguntaron si podía encargarme de manejar la comida de otras casas, incluida esa en que estaba Marlon Brando, que era un buen tipo después de todo. Me acuerdo del día en que se enfureció cuando supo que a los extras negros de la película les daban una comida diferente a los demás, dijo que si no mejoraban la comida de ellos él no trabajaba más, y eso ayudó a que las cosas fueran mejor para todos.

-Así fue que Mariela y yo nos conocimos -dijo Bitar-, entrando y saliendo de las casas donde estaban los italianos, ella prepara unos platillos sorprendentes, deberíamos organizar una comida para Tomassi antes de que se devuelva a Roma, quizá un pescado Bocachico en cabrito, con mucho ajo machacado, cebolla roja y en rama, ¡ají topito y pimentón!

Y lo que dices de Brando es muy cierto, era un tipo difícil, pero también tenía su tripa moviéndose en el pecho, era muy enamoradizo, ¿recuerdas Tomassi, cómo era que se llamaba la cantante con la que estuvo saliendo, Angelina?, o algo así, aunque yo lo veía con muchas al mismo tiempo, si hasta en la prensa salieron varias veces sus aventuras eróticas, y en verdad no me extrañaría que haya dejado algún hijo por estas tierras, como ese otro actor, Franco Nero, ¿recuerdas?, eso fue un escándalo.

-Entonces ustedes quizá conocieron a mi madre –metí la cuchara yo- ella era costurera, trabajaba con otras muchas mujeres haciendo el vestuario de la película. Me contó ella que una vez Brando entró a saludar donde ella trabajaba, con muchas otras costureras en el colegio de los Salesianos, y él le tocó la barriga cuando estaba embarazada de mí.

-Tal vez la conocí, muchacho, uno nunca sabe, fue hace tanto tiempo –dijo Tomassi.

Mariela se puso en pie – “Ya está bueno, Bitar, tengo que ayudar a mi muchacho,  llámame y tal vez nos ponemos de acuerdo otro día,  se está haciendo de noche, no es bueno que anden por aquí, esto es Fuerte Apache, entras fácil, pero te cobran por salir.

-Tranquila, mujer, vuelve a tus cosas, ya nos pondremos de acuerdo para la comilona que le ofreceremos a Tomassi y a este muchacho.

Mariela se despidió con un abrazo de Bitar y nos estrechó la mano a nosotros. Tomassi sacó unos billetes de su bolsillo, preguntó por la cuenta que se debía, y le pagó al nieto de Mariela.

Se fueron hasta una esquina próxima y montaron en un taxi. Mientras Bitar le daba las instrucciones al conductor, Mariela miraba desde la entrada de la tienda, apoyada en una pared, terminándose un cigarrillo con tal inspiración que hubiera podido fumarse hasta los dedos, disparó la colilla hacia la calle y se dio media vuelta.

Brandon seguía atendiendo a los clientes cuando la vio tomar discretamente una botella de ron del armario. A pesar de la curiosidad que le produjo ese gesto, prefirió guardar silencio, y concentrarse en los compradores que seguían llegando al negocio. Su abuela apartó una cortina doble, se volvió y  dijo: -“no dejes la tienda sola, muchacho, vengo en un rato” –, y Brandon la vio desaparecer en el interior de la casa.

En realidad el muchacho tenía más curiosidad que preocupación. Un rato después, aprovechando que ya no había clientes,  siguió los pasos de su abuela. A través de una puerta entreabierta la descubrió de espaldas, sentada en la orilla de una cama, mientras observaba unas fotos sueltas que tenía sobre sus piernas,  pensó en preguntarle si se encontraba bien, pero se contuvo, entonces vio cómo se tomaba un trago directo de la botella, y de pronto en silencio se puso a llorar.

  • El hombre que hablaba de Marlon Brando, de J. J. Junieles llegará a las librerías próximamente, una vez el autor decida la editorial. Su primera novela es Hombres solos en la fila del cine (Editorial Sic, 2004).
  • J. Junieles. – Nació en San Luis de Sincé, creció en Cartagena de Indias, y vive actualmente en Bogotá. Fue uno de los autores seleccionados por el Hay en la primera edición de Bogotá 39-2007, los narradores latinoamericanos menores de 40 años más representativos del continente. Ha publicado los poemarios Temeré por mí al final de estas líneas (Ediciones Lealón, 1996), Canciones de un barrio en la frontera (Alcaldía de Bogotá, 2002), Metafísica de los patios (Ediciones Universidad Quintana Roo, México, 2008), y Barrio Blues (Collage Editores, 2015); los libros de cuentos  Con la luz que me queda basta (Panamericana Editorial, 2007), El amor también es una ciencia (Ediciones Pluma, 2009), Todos los locos hablan solos (Ediciones Pluma, 2011), y la antología de cuentos Fotos de cosas que ya no están (Collage Editores, 2015). Sus trabajos periodísticos han sido publicados en diario El Heraldo, El Universal, El Tiempo, y revistas Semana y Soho, entre otras.
Marlon Brando y el director Gillo Pontecorvo, durante el rodaje de ‘Queimada’, en 1968.
J. J. Junieles
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