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‘Charles Dickens en su estudio’, en 1859, de William Powell Frith, en la British Galleries, de Londres. /Imagen de la portada de ‘Dickens enamorado’, Fórcola ediciones

El amor juvenil de Charles Dickens no correspondido que lo llevó a sumergirse en la literatura

Conmemoramos los 150 años de la muerte del autor de 'David Copperfield', 'Historia de dos ciudades' y 'Oliver Twist' con un artículo sobre la importancia de una mujer en su vida. La escritora Amelia Pérez de Villar analiza el tema a propósito de la reedición de su libro 'Dickens enamorado'

El amor juvenil y eterno que no pudo hacerse realidad convirtió a Charles Dickens en el clásico de la literatura que es. La dicha tornó en penumbra por la mujer que le “robo el corazón” a los veintipocos años, pero lo estimularon para abrirse camino en el periodismo y la escritura en busca de ser digno de Maria Beadnell a quien le llegó a proponer matrimonio. Un amor, una búsqueda sentimental y una historia que el escritor inglés reflejó en varios episodios de sus grandes obras de manera directa en David Copperfield con el personaje de Dora y transmutada en otras como Grandes Esperanzas e Historia de dos ciudades.

Felicidad, dolor, pero no resentimiento y sí deuda con Maria Beadnell como lo reconoció Charles Dickens, de quien se conmemora este 9 de junio de 2020 los 150 años de su muerte, en una carta que le dirigió a ella veintitrés años después del último encuentro, él ya casado y con 43 años:

“Estoy perfectamente seguro de que, en lo que a mí respecta, comencé a abrirme paso a través de la pobreza y la oscuridad, teniendo siempre presente la imagen de usted. (…) Hasta el punto de que en mis estúpidos años mozos tuve que hacer depositaria de mi amor a una criatura que para mí representaba el mundo entero. Nunca he sido bueno desde entonces, nunca tan bueno como cuando usted me hizo terriblemente feliz. Y ya nunca volveré a ser ni la mitad de bueno que entonces”.

Un amor y una influencia poco conocidas que Amelia Pérez de Villar reconstruye paso a paso a través de las cartas de Dickens a ella, a un amigo, luego cuñado de Maria, y a su biógrafo y amigo John Forster. Se trata de la reedición revisada y corregida de Dickens enamorado. Un ensayo biográfico (Fórcola Ediciones, 2012-2020) en los 150 años de la muerte del autor de Papeles póstumos del club Pickwick y Oliver Twist. Un libro revelador, ameno y muy bien engarzado que arroja luz sobre la vida de Dickens a través de la manera como aquel sentimiento por esa muchacha mayor que él se convirtió en acicate para salir adelante y en la llama que lo acompañó en su monumental empresa literaria.

Retrato de Dora, esposa del personaje David Copperfield, de Dickens, inspirado en Maria Beadnell gran amor juvenil del autor inglés. /Pintura de James Fagan- Cortesía Fórcola Ediciones

Las obras de Charles Dickens (Portsmouth, 7 de febrero de 1812 – Gads Hill Place, 9 de junio de 1870) suelen relacionarse con pasajes de su vida infantil de penurias económicas, de trabajos precarios y malos tratos en la infancia, de una sociedad víctima de la Revolución industrial, de las personas en su lucha por el ascenso en su escala, de la crítica social, en suma; pero casi nunca en clave de algo tan íntimo y secreto como el sentimiento amoroso que motivó buena parte del universo dickensiano.

Dickens fue un gran creador de personajes, un verdadero demiurgo que quería insuflar vida a sus criaturas, y la figura de Maria Beadnell fue de gran inspiración a través de la sublimación de su sentimiento y su impulso literario. Así se lo reconoce en una carta de 1955 en aquel reencuentro, cuando ya había publicado David Copperfield (1849-50), porque los amores de Copperfield por Dora son los amores de Dickens por Maria, recuerda Amelia Pérez de Villar, como lo expresa el propio autor:

“Habrá visto reflejada en mis libros la pasión que por usted sentía, y habrá pensado usted que no es cosa de broma haber amado así; y si es posible que haya visto en algún detalle de Dora pequeñas pinceladas de lo que usted era. (…) Nunca he amado y nunca podré amar a ninguna criatura que vive y respira como la amo a usted”.

Forster escribe en Life of Charles Dickens: “Él también tuvo su Dora, subida en un pedestal parecido; se esforzó por alcanzarla, como si fuera lo único en el mundo. Y aún más inalcanzable, porque ni él lo consiguió ni ella murió feliz”.

Maria Beadnell representaba todo lo que Dickens quería en lo sentimental, personal y profesional. Era una especie de puerta al mundo que soñaba, explica Amelia Pérez de Villar:

“Maria en ese momento simbolizaba el acceso a un mundo que él quería dejar atrás. Dickens tenía una personalidad proclive al exhibicionismo. Siempre quiso hacer algo que le diera la fama y le colocara en el papel de un personaje reconocido. Tenía ambición de ser escritor. Teniendo en cuenta la vida de agobios de su familia, él quería una estabilidad profesional. Cuando estaba, muy joven, haciéndose un futuro, primero en un bufete de abogados y ya trabajando en periódicos y como cronista del Parlamento, mientras hacía obras de teatro, conoció a Maria. Dickens sentía que había salido de aquella, digamos, costra de pobreza, y aspiraba a ocupar un lugar mejor en la sociedad. Puso la mira ahí, en ese objetivo. Solo que los padres de Maria vieron que era un don nadie y mandaron a su hija a París. Ella no se decidía. A Dickens le marcó el hecho de que por su extracción social no le permitieran hacer realidad un amor sincero”.

Facsímil de una carta de Dickens a Maria Beadnell en 1833. Original en la Biblioteca de Henry E. Huntington. /Cortesía de Fórcola Ediciones

Fue muy triste porque, cuenta Pérez de Villar, Dickens «ya demostraba con apenas veintipocos años que valía con su talento, pero no era bastante. Necesitaba algo de fuera que le acabara de dar ese empujón y parecía que era el matrimonio. Al no haber esa posibilidad se sintió herido y lo buscó contra viento y marea”.

El escritor en 1833 aceptó esa realidad como se lo expresó a Maria Beadnell. Y se casó en 1836 con Catherine Thompson Hogart. Ella le dio estabilidad, pero nunca sintió que fuera su amor, la pareja que esperaba. Ese primer año de matrimonio hizo su debut literario con gran aceptación del público y de la crítica con los Papeles póstumos del Club Pickwick. Desde entonces fue un autor apreciado por todos. Luego vendría Oliver Twist, de 1837 a 1839, que le daría más popularidad. La vida siguió su ritmo, la familia creció en hijos, al final tendría diez. Los libros por entregas le siguieron dando alegrías con títulos como La tienda de antigüedades (1840-1841), David Copperfield (1849-1850) y Tiempos difíciles (1854). Y en 1855 reapareció Maria Beadnell, la sola mención de su nombre casi lo hacía temblar. Se lo dice en una carta de febrero de 1855:

“En el tira y afloja de este mundo donde casi todos nosotros perdemos a alguien de manera incomprensible, no consigo expresar lo que me supone apartar la vista de los viejos tiempos sin sentir una dulce emoción. Usted pertenece a aquellos días en los que forjé mi carácter con cualidades que crecieron en mi interior, haciéndome mejor de lo que era”.

Dickens enamorado es una especie de mirada cósmica nítida sobre la vida y obra de Charles Dickens, la terminación de un puzle para entender mejor la obra de uno de los más grandes autores ingleses. “La originalidad y la gran aportación del libro de Amelia Pérez de Villar”, afirma Javier Jiménez, editor de Fórcola, “es la de rescatar del olvido y revelar la importancia de ese amor juvenil de Charles Dickens por Maria Beadnell, que ni en las biografías canónicas de John Forster a Peter Ackroyd, ni en las más literarias de André Maurois o G. K. Chesterton, ni siquiera en las más actuales como la muy lograda de Claire Tomalin, se la menciona o apenas se hace de pasada”.

Es inevitable pensar qué hubiera sido de Dickens si se hubiera casado con Maria Beadnell. Posiblemente su vida hubiese sido otra, aventura Javier Jiménez, y añade: “Como argumenta Amelia, no se hubiese convertido en el gran novelista que llegó a ser, privándonos así de un genio indiscutible de la literatura de todos los tiempos. El rechazo de aquella familia, mejor situada socialmente que la suya, le sirvió de acicate para labrar su propio destino y conquistar el mundo. Con la complicidad de su amigo Forster, el propio Dickens decidió eliminar aquel amor juvenil de su biografía, y no salió a la luz sino gracias al descubrimiento, años después de su muerte, de aquellas cartas a Maria, editadas en Boston, traducidas por primera vez al español e incluidas en este ensayo biográfico. Detrás del nacimiento de este gran genio hay una hermosa historia de amor, que Amelia Pérez de Villar rescata del olvido con maestría”.

El amor no pudo ser. Pero su historia nunca desapareció en Dickens que la sublimó. “Le quedó grabada la obsesión o fascinación que sintió por Maria y lo plasmó en personajes como Dora, la esposa de Copperfield”, recuerda Amelia Pérez de Villar. Tras el reencuentro, más de veinte años después, cuando ella lo localizó, “él comprobó que ella era una señora víctima de la época, una mujer con varios partos, con pocos cuidados, inclinada un poco a la bebida, y eso le decepcionó un poco. Pero incluso esa nueva imagen la uso para el personaje de Flora en La pequeña Dorrit en 1855”.

Dickens se separó de Catherine Hogarty en 1858. Lo hizo tan pronto fue posible según la ley. Para entonces él tenía 45 años y conoció a la joven actriz Ellen Ternan, llamada por todos Nelly, que contaba con apenas 18. La relación siempre estuvo oculta porque él no podía exponerse al desprestigio en la época victoriana. Pinceladas de este último amor se ven en personajes de Historia de dos ciudades y Grandes esperanzas.

“Dickens necesitaba sangre nueva en su vida real para renovar su sentimiento varonil y su vida, según la tesis de Tomalin”, relata Amelia Pérez de Villar. Cree que mientras sus amigos tenían amantes después de enviudar él tenía una actriz, una mujer con mucha conversación, alegre y a la vez discreta. “Él vio eso en ella», añade Pérez de Villar, «pero no pudo hacer uso de eso y tenía que llevar la relación a escondidas y eso hizo daño a los dos. Dickens no podía presumir ni disfrutar de una vida plena. Ella lo acompañó hasta el final”.

Copia manuscrita de una carta de Dickens a Maria Beadnell de 1833, escrita por ella misma. /Cortesái de Fórcola ediciones

La escritura de Charles Dickens se basaba en su vida. Fue cronista y siempre decía, señala Pérez de Villar, “que si no pasas por el filtro de la ficción unos hechos o personajes es crónica y no literatura. Y él practicó ambas. Aprovechó muy bien la materia prima de su vida para hacer literatura». Y de manera consciente o no, como muchos creadores, viven la vida, necesitan estimularse con emociones o sentimientos espontáneos o buscados y crean mundos paralelos. De ello deja rastro en una carta al amor de su vida, Maria Beadnell, cuando la vuelve a ver y le cuenta el efecto y revelación que se produce en él aquel reencuentro:

“Entonces los últimos veintitrés o veinticuatro años empezaron a acomodarse en un desfile sin fin entre lo que yo soy ahora y ese Pasado que no puede cambiarse, y no he podido evitar pensar de qué extraña estofa están hechas nuestras pequeñas historias”.

Portada de ‘Dickens enamorado’, de Amelia Pérez de Villar (Fórcola).
Winston Manrique Sabogal

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