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La escritora y Nobel de Literatura de 1993 Toni Morrison (Estados Unidos (1931-2019).

Muere Toni Morrison, la gran narradora de la verdad afroamericana

La escritora, una de las grandes voces del último medio siglo, se convirtió en 1993 en la primera mujer afroamericana en ganar el Nobel de Literatura. Falleció con 88 años. La raza, la identidad, la mujer, la cultura y la memoria de la población negra entrelazada al destino de Estados Unidos fueron sus temas en obras como 'Ojos azules', 'Beloved', 'Jazz' y 'Volver'

“Sssst… Yo conozco a esa mujer”. Toni Morrison cubre su cabeza con un pañuelo rojo del que salen sobre la nuca sus eternas rastas ya casi blancas por completo. Viste un jersey burdeos de cuello redondo sobre el que cae una cadena de oro con un dije en forma de corazón que acaricia con sus dedos mientras habla, mientras se deja llevar por su risa contagiosa.

Yo conocí a esa mujer. Ya no está. Ha muerto a los 88 años, este 5 de agosto de 2019. Pero siempre estará.

Conocí dos veces a Toni Morrison. Primero cuando ella tenía 63 años al leer su novela Jazz que compré en mi primera visita a Madrid: “Sssst… Yo conozco a esa mujer”. Así empieza una de las novelas con uno de los arranques literarios más hermosos, conmovedores, intrigantes e inspiradores que he leído y cuyo primer párrafo es un cuento en sí mismo y vale toda la novela.

Yo conocí a esa mujer por segunda vez en diciembre de 2012. Cuando ella tenía 81 años. Estaba en su apartamento de Manhattan porque mes y medio antes el huracán Sandy se había encaramado hasta Nueva York y había inundado su casa a las afueras de la ciudad.

La Navidad invadía Manhattan. Era diciembre, pero aún era otoño. Un día brumoso que dejaba ver los edificios solo hasta la planta treinta o cuarenta. Ella acababa de comer y se dispuso muy amable y risueña a concederme una entrevista para el suplemento cultural Babelia, de El País, de España, donde trabajaba, por su novela Volver y cuya jefa de prensa de la editorial Lumen, Carlota del Amo, había hecho todo lo posible por que se realizara tras una primera cancelación por culpa de Sandy.

El sur de Manhattan había sentido el coletazo de la tormenta. La escritora debió refugiarse en aquel apartamento en donde ese día tenía invitados a comer platos hechos por ella misma. Así es que prefirió que la entrevista se hiciera en un salón del edificio de trece plantas que en otro tiempo había alojado oficinas de la Policía de Nueva York. El escenario fue un largo sofá beig, una mesa de madera en el centro con plantas de Pascua, un gran árbol de navidad con adornos rojos y brillantes y a un lado una chimenea de mentira que tenía encendidas sus llamas eléctricas que hicieron que Toni Morrison al verlas volteara los ojos como señal de desaprobación y burla.

Una hora larga de conversación en la que la escritora repasó su hermosa y profunda obra literaria, título a título, sus pilares temáticos y, claro, le pregunté por la artesanía de su escritura, por cómo concebía y se enfrentaba a sus novelas. Buscaba un detalle de la semilla de su estética. De la voz oral de sus ancestros convertida en arte literaria. Si ella en sus novelas buscaba las raíces de su raza y su país en un destino indisociable, yo buscaba las raíces de las que surgían sus historias y su belleza trágica, de la pulsión agazapada del amor y del deseo en sus personajes.

Su voz, su estilo, esa voz y sonido venidos de la garganta de su abuela cuando de niña le contaba historias de sus antepasados que le habían contado sus antepasados; de las supersticiones y de la magia que hay en el mundo y que empuja a los días sin que nos demos cuenta; de las marcas del dolor de los negros en Estados Unidos; de los hechos históricos que han llevado a ese país a estar donde está al pisotear muchas veces a los de su raza; de la mezcla de todo, de la belleza de la polifonía de las culturas.

Decía que en lo que siempre pensaba en una novela era en el comienzo y en el final «porque lo que hay en medio ya lo llenaría».

Sentada en el sofá era como una Moira maravillosa que tenía entre los dedos de una mano la punta de un hilo y entre los dedos de la otra mano la otra punta.

Intelectualizó, racionalizó, lamentó y se quejó de la manera como los negros han sido tratados. Reivindicó su aporte al desarrollo de Estados Unidos. Reflexionó sobre cómo su obra se erige sobre temas como la raza, la esclavitud y la memoria que confluyen como uno solo en una lucha insomne en busca de la identidad y la integración de la cultura afroamericana.

Una escritura que como una vela avanza entre la niebla y las sombras de la memoria, entre los rincones ocultos donde la mujer y el feminismo son una fuerza capital y renovadora. En aquella entrevista para El País escribí: «Su voz baja y nítida sobrevuela: la esclavitud, el racismo, la memoria, el pasado y lo oculto, la mujer y lo femenino, la amistad y el amor; todo bajo una presencia ausente: la muerte».

Porque, al final, Toni Morrison, vino a decir que todo eso es muy importante, pero que lo que es vital, a lo que ella insufla vida como un demiurgo es a la amistad, el amor y la pasión que pone a correr por la sangre de sus criaturas. La que las hace levantarse cada día para poder afrontar los otros desafíos a reclamar y reivindicar como personas y ciudadanos.

Una fuerza torrencial de esto se lee en un pasaje de Jazz que es clarificador de su teoría, sus sentimientos y su fuerza creadora mítica e intemporal:

Volví a decirte que eras tú el motivo de que Adán se comiera la manzana, corazón y todo. Que cuando salió del Edén lo hizo convertido en un hombre rico. No solo tenía a Eva, sino que conservó en la boca y por el resto de su vida el sabor de la primera manzana del mundo. Fue el primero en saber cómo era. El Primero en morderla, en morderla a fondo. En oír su crujido y dejar que la piel roja le partiese el alma”.

Ahora, en el pequeño pueblo neoyorquino de Grand View-on-Hudson donde vivía Toni Morrison hay un vacío de silencio. El que deja la muerte de una de las voces literarias más relevantes del último medio siglo que buscó la verdad de las raíces de su raza en Estados Unidos y del destino indisociable de ambos en la vida de ese país.

Cuando había publicado seis novelas ganó el Premio Nobel de Literatura en 1993. Ya todos sabían que Toni Morrison había puesto a los estadounidenses blancos y negros frente al espejo de la verdad sobre la que se había levantado ese país.

La Academia Sueca le concedió el Nobel por “su arte narrativo impregnado de fuerza visionaria y poesía que ofrece una pintura viva de un aspecto esencial de la realidad norteamericana».

La escritora y Nobel de Literatura de 1993 Toni Morrison (Estados Unidos (1931-2019).

Yo conocí un momento a esa mujer que no se detenía a pensar si había pasado a la historia de la literatura por ser la primera mujer negra en recibir el Nobel o ser también miembro de la Academia Americana de las Artes y las Letras y del Consejo Nacional de las Artes.

¡No! Le interesaba contar, escribir, sentir, transmitir sus ideas insufladas de emoción y poesía. Aquel diciembre de 2012 dijo convencida: «Estoy escribiendo mucho mejor ahora, con la habilidad de poder decir más en menos páginas”. Y contó una anécdota sobre la novela Volver que le había gustado al editor pero que este, aun así, le preguntó si podía escribir algunas páginas más porque le parecía muy corta. Ella volvió a su casa, leyó la novela entera, añadió alguna cosa y se dio cuenta de que no necesitaba nada más.

Siguió fiel a su filosofía:

«Siempre he buscado producir un impacto poderoso en el lector con lo que escribo. Y con la brevedad como norma hay que ser muy cuidadoso en las descripciones para preservar lo que se desea transmitir. No quiero que la gente se distraiga ni un instante. Busco que el lector se entregue y quiera pasar las páginas rápidamente. El arranque de una novela es lo más importante para mí, al igual que el final. Me interesa una literatura con imágenes, con un lenguaje y unas palabras intensas donde cada una de ellas tenga su fuerza y su lugar preciso».

“Escribo de esta manera porque me gusta leer historias así. Como las novelas de Dickens o Víctor Hugo que cuando uno empieza a leer ya está entregado y no quiere parar. Ese es el ritmo de lectura que siempre me ha llamado la atención. Antes de comenzar a escribir suelo saber cómo va a empezar y terminar la historia. Lo que no sé es cómo van a ser los personajes o los escenarios, aunque tengo una idea y la sigo. Entonces, lo que queda entre el comienzo y el final ya lo voy escribiendo, llenando”.

Así fue como Toni Morrison se convirtió en uno de los pocos escritores que ha tenido el privilegio de gozar de la admiración del público y de la crítica. Lo tuvo desde su primera novela Ojos azules, en 1970, hasta El origen de los otros, en 2016, una recopilación de conferencias sobre la raza y la tendencia del ser humano a la creación del Otro, la identidad propia y la inevitable que crean los demás sobre cada persona.

Y eso era, eso es, Ojos azules donde ya está todo el futuro de su obra creativa e intelectual al contar la historia de una niña negra que quiere tener los ojos azules debido a la fuerza de los estereotipos aplastantes del entorno y la exclusión de la sociedad.

Tras Ojos azules, Toni Morrison escribió Sula (1973), La canción de Salomón (1977) por la que obtuvo el Premio Nacional de la Crítica, La isla de los caballeros (1981), Beloved (1987) por la que recibió el Pulitzer y Jazz (1992) que no dejó dudas de su maestría para que le concedieran el máximo galardón al año siguiente. Cinco años después reapareció subiendo más peldaños creativos sin dejar de explorar en obras como Paraíso (1997), Amor (2003), Una bendición (2008), Volver (2012) y La noche de los niños (2015), casi todos editados en España por Lumen, Debolsillo o Literatura Random House. Once novelas en total, un par de libros infantiles y cuatro ensayos.

Aquel diciembre de la entrevista dijo cosas que valen para el pasado, el presente y el porvenir:

«Quiero descubrir una verdad sobre la vida cotidiana de Estados Unidos, la vida de los afroamericanos viviendo en un contexto histórico crítico que se ha ocultado. A los países les gustan los cuentos de la patria porque le da seguridad a las personas. La realidad es una triste verdad donde tenemos mucho que ocultar y avergonzarnos. En mis libros busco hacerlo desde el lado del conquistado. Lo que hago es quitar las tiritas para que se vea la cicatriz de la sociedad, la realidad. No hay que tener miedo de mirar al pasado porque sólo así se sabe quiénes somos”.

Ella sabía quién era. Ya su abuela se había encargado de contárselo de niña y heredarle el arte de contar. La hija de un obrero del acero y una ama de casa que compartía techo con cuatro hermanos con quienes tuvo una infancia pobre. Nació en Lorain (Ohio), el 18 de febrero de 1931, y fue bautizada como Chloe Ardelia Wofford.  Adoraba que su abuela le contara historias reales y ficticias esparcidas de leyendas. Como trasfondo real de esas historias la crisis económica de los años treinta y los primeros zarpazos de la Segunda Guerra Mundial, mientras que durante el conflicto bélico Morrison trabajó en casas como asistenta.

Fue en la universidad Howard de Washington donde se hizo llamar Toni. Procedía del segundo nombre con que fue bautizada en la Iglesia Católica Romana: Chloe Anthony. En 1953 se graduó en filología inglesa y dos años más tarde obtuvo la maestría en inglés en Cornell. El amor la llevó a casarse en 1958 con el arquitecto jamaicano Harold Morrison. Pero ese amor duró solo hasta 1964. Se quedó a cargo de sus dos hijos varones en Siracusa. Empezó a trabajar con la editorial Random House y a finales de los años sesenta se trasladó a Nueva York como editora del mismo sello.

Estiraba los días para escribir y de allí salió en 1970 su primera novela que la rondaba desde los años cincuenta: Ojos azules. La firmó como Toni Morrison. A partir de ahí quiso contar la vida de su raza y de su país en un viaje eterno a las raíces.

Creó una alianza perfecta entre la magia de la voz oral de sus ancestros y la belleza de convertirla en palabras y su compromiso con la historia de su raza y preocupaciones de siempre que cobran una vigencia importante, como cuando afirmó:

«A los países les gustan los cuentos de la patria porque le da seguridad a las personas. La realidad es una triste verdad donde tenemos mucho que ocultar y avergonzarnos. Lo que pretendo es mostrar que el conquistador es el que ha escrito siempre, no el que fue conquistado. Yo hice eso en Una bendición, en Amor y en mis otros libros. Busco hacerlo desde el lado del conquistado. Lo que hago es quitar las tiritas para que se vea la cicatriz de la sociedad, la realidad. No hay que tener miedo de mirar al pasado porque sólo así se sabe quiénes somos”.

Yo conocí a esa mujer que también pudo ser como la abuela Baby Suggs, de Beloved. La esclava que amó, sufrió y un día fue libre y contó a su progenie el pasado y ayudó a quien pudo a caminar entre la niebla. Esa mujer que comía colores, un día alimentos rojos, otro día morados, otro día amarillos y así pasaban los días… La mujer que a un pueblo negro cercado por la tragedia y la injusticia se llevaba a un claro del bosque para decirle que “la única gracia con que contaban era aquella que fueran capaces de imaginar. Que si no la veían no la tendrían”.

El día de la entrevista Toni Morrison tenía hambre de rojo, de colores rojos y sus primos: su pañuelo cubriendo sus rastas blancas, su jersey burdeos, los restos de esmalte de uñas de las manos, la sombra del labial, las plantas de pascua del salón…

Al terminar la entrevista preguntó si no quería una foto con ella. Luego firmó los ejemplares de las dos novelas con las que la conocí la primera vez: Jazz y Beloved cuyas portadas estaban ilustradas magistralmente por Óscar Astromujoff en Ediciones B, con traducción de Iris Menéndez. Eran los libros de  aquel invierno de 1994 cuando conocí por primera vez a Toni Morrison y ya se quedó conmigo para siempre, tres meses después de que le concedieran el Nobel de Literatura, al leer una noche, de pie en una librería de Madrid, el comienzo premonitorio de Jazz:

Sssst… yo conozco a esa mujer. Vivía rodeada de pájaros en la avenida Lenox. También conozco a su marido. Se encaprichó de una chiquilla de 18 años y le dio uno de esos arrebatos que te calan hasta lo más hondo y que a él le metió dentro tanta pena y tanta felicidad que mató a la muchacha de un tiro solo para que aquel sentimiento no acabara nunca. Cuando la mujer, que se llama Violet, fue al entierro para ver a la chica y acuchillarle la cara sin vida, la derribaron al suelo y la expulsaron de la iglesia. Entonces echó a correr, en medio de toda aquella nieve, y en cuanto estuvo de vuelta en su apartamento sacó a los pájaros de las jaulas y les abrió las ventanas para que emprendiesen el vuelo o para que se helaran, incluido el loro, que decía: “Te quiero”.

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Winston Manrique Sabogal

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