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Mosaico con algunas portadas de libros de Toni Morrison. /WMagazín

Toni Morrison y la belleza lírica, trágica y honda de sus novelas

La premio Nobel y escritora estadounidense falleció el 6 de agosto de 2019 a los 88 años. WMagazín recupera pasajes de sus libros clave que dan cuenta de su maestría narrativa para abordar su temas: la población negra de su país a través de la raza, la esclavitud, la injusticia, la identidad, la mujer y la memoria

Toni Morrison, una de las escritoras más relevantes del último medio siglo, falleció a los 88 años este 6 de agosto de 2019. Obtuvo en 1993 el Premio Nobel de Literatura por “su arte narrativo impregnado de fuerza visionaria y poesía que ofrece una pintura viva de un aspecto esencial de la realidad norteamericana». (Puedes ver el perfil de la escritora y la entrevista que le hizo Winston Manrique, en 2012, en este enlace).

Con sus novelas, Toni Morrison puso a los estadounidenses frente al espejo de la verdad sobre la que se había levantado ese país: la raza, la esclavitud, la mujer y la memoria que tienen como base la identidad y la integración de la cultura afroamericana. Su voz baja y nítida aborda estos temas entrelazados con la amistad y el amor  bajo una presencia ausente: la muerte.

Morrison utilizó un lenguaje lírico impregnado de intemporalidad y con estructuras singulares, a veces como para ser leído en voz alta. Así fue como se convirtió en uno de los pocos escritores que ha tenido el privilegio de gozar de la admiración del público y de la crítica más especializada.

Creó una alianza perfecta entre la magia de la voz oral de sus ancestros y la belleza de convertirla en palabras y su compromiso con la historia y la memoria de su raza y preocupaciones de siempre que cobran una vigencia importante.

Debutó en 1970 con  Ojos azules, a la que siguieron las novelas Sula (1973), La canción de Salomón (1977) por la que obtuvo el Premio Nacional de la Crítica, La isla de los caballeros (1981), Beloved (1987) por la que recibió el Pulitzer y Jazz (1992) que no dejó dudas de su maestría para que le concedieran el máximo galardón al año siguiente. Cinco años después reapareció  con Paraíso (1997), y luego Amor (2003), Una bendición (2008), Volver (2012) y La noche de los niños (2015). Once novelas en total, un par de libros infantiles y cuatro ensayos, casi todos editados en España en Lumen y Debolsillo.

Lo mejor es escuchar a Toni Morrison con la lectura de seis pasajes de novelas que sirven para apreciar la belleza de sus temas y su prosa:

'Ojos azules' (1970)

Hay un almacén abandonado en la esquina sudeste de Broadway y la calle Treinta y cinco, en Lorain, Ohio. No se confunde con el cielo plomizo que le sirve de fondo ni armoniza con el marco de casas grises y negros postes telefónicos que lo rodea. Más bien se introduce solapadamente en la visión del transeúnte de una forma que es a un tiempo irritante y deprimente. Los forasteros que llegan a esta pequeña población en coche se preguntan por qué el almacén no habrá sido derribado, mientras que los peatones, que suelen residir en el vecindario, simplemente miran hacia otra parte cuando pasan por delante de él.

En cierta época, cuando el edificio alojaba una pizzería, la gente no veía más que adolescentes de paso lento apiñados en la esquina. Aquellos chicos se reunían allí para rascarse la entrepierna, fumar cigarrillos y planear inocentes desafueros. Inhalaban profundamente el humo de aquellos cigarrillos, forzándolo a invadir sus pulmones, sus corazones, sus muslos, y acorralar el temple y la energía de su juventud. Se movían despacio, reían despacio, pero sacudían la ceniza de sus cigarrillos con excesiva premura, con demasiada frecuencia, revelándose ante cualquiera como novicios en el hábito. Antes, sin embargo, del rumor de sus mugidos y la exhibición de su fatuidad, el edificio estuvo arrendado a un pastelero húngaro, modestamente famoso por sus brioches y sus panes de especias. Antes aún, hubo allí las oficinas de una agencia inmobiliaria, y previamente lo habían utilizado unos gitanos como base de operaciones. La familia gitana dio a la gran luna del escaparate más carácter y distinción que los que tuvo nunca. Las chicas de la familia se turnaban en sentarse entre las cascadas de colgaduras de terciopelo y tapices orientales que pendían del techo. Miraban al exterior y ocasionalmente sonreían o guiñaban un ojo o hacían gestos de invitación, aunque esto último en muy raras circunstancias. Generalmente se limitaban a mirar, y sus elaboradas vestiduras, de largas mangas y larga falda, disimulaban la desnudez que se erguía en sus ojos.

'La canción de Salomón' (1977)

El agente de la Mutualidad de Seguros de Vida de Carolina del Norte prometió volar desde el hospital de la Misericordia hasta la orilla opuesta del lago Superior a las tres en punto. Dos días antes de que tuviera lugar el acontecimiento, clavó una nota en la puerta de su casita amarilla: «A las tres de la tarde del miércoles 18 de febrero de 1931, despegaré del hospital de la Misericordia y volaré con mis propias alas. Por favor, perdonadme. Os quise a todos. Robert Smith, agente de seguros».

El señor Smith no atrajo una multitud semejante a la que había reunido Lindbergh cuatro años antes —no acudieron más de cuarenta o cincuenta personas— porque nadie leyó la nota antes de las once de la mañana del mismo miércoles que había elegido para volar. A esa hora de un día laborable las noticias corrían de boca en boca con increíble lentitud. Los niños estaban en el colegio, los hombres trabajando y la mayoría de las mujeres abrochándose el corsé y preparándose para ir a averiguar qué despojos y qué entrañas estaría dispuesto a regalar aquella mañana el carnicero. Sólo se hallaban presentes los parados, los que trabajaban por su cuenta y los muy jóvenes, unos deliberadamente, porque habían oído hablar del acontecimiento, y otros accidentalmente, porque acertaron a pasar en aquel preciso momento por el extremo norte de la calle No Médico, nombre no reconocido por la Oficina de Correos. (…)

-¿Quieres mi vida? – Lechero ya no gritaba-. ¿La necesitas? ¡Tómala!

Sin secarse las lágrimas, sin respirar hondo, sin doblar siquiera las rodillas, saltó al vacío. Ligero y resplandeciente como la estrella polar, fue girando en el aire hacia Guitarra. No importa cuál de los dos entregara su espíritu en los brazos asesinos de su hermano porque ahora Lechero sabía lo que Shalimar había sabido años atrás: que si te rindes al aire, puedes cabalgar en él.

'Beloved' (1987)

En el 124 había un maleficio: todo el veneno de un bebé.

Las mujeres de la casa lo sabían, y también los niños. Durante años, todos aguantaron la malquerencia, cada uno a su manera, pero en 1873 Sethe y su hija Denver eran las únicas víctimas. Baby Suggs —la abuela— había muerto; los hijos, Howard y Buglar, se largaron al cumplir los trece años… en cuanto bastó con mirar un espejo para que se hiciera trizas (ésta fue la señal para Buglar), en cuanto aparecieron en el pastel dos huellas de manos diminutas (ésta lo fue para Howard). Ninguno de los dos esperó a ver más: ni otra olla llena de garbanzos humeando en el suelo, ni las migajas de galleta esparcidas en línea recta junto al umbral. Tampoco aguardaron la llegada de otro período de alivio: las semanas, incluso meses, en que no había perturbaciones. No. Cada uno de ellos huyó al instante… en cuanto la casa profirió el único insulto que para ellos no debía soportarse ni presenciarse por segunda vez. (…)

-Estaba hablando del tiempo. Me resulta difícil creer en el tiempo. Algunas cosas pasan. Otras se quedan. Antes pensaba que era mi memoria. Ya sabes, algunas cosas se olvidan, otras siempre se recuerdan. Pero no es eso. Los lugares, los lugares siguen en su sitio. Si una casa se incendia, desaparece, pero el lugar… la imagen del lugar permanece, y no solo en mi memoria sino allí, en el mundo. Lo que yo recuerdo es una imagen flotando en redondo fuera de mi cabeza. Quiero decir que aunque lo piense, aunque se muera, la imagen de lo que hice, o supe, o vi, sigue allí. Exactamente en el lugar donde ocurrió.

– ¿Y los demás pueden verla? -inquirió Denver.

– Oh, sí. Oh, sí, sí, sí. Algún día irás andando por el camino y oíras o verás algo. Con toda claridad. Y pensarás que eres tú la que está pensando. Una imagen pensada. Pero no. Es cuando tropiezas con un recuerdo que le pertenece a otro.

'Jazz' (1992)

Sssst… yo conozco a esa mujer. Vivía rodeada de pájaros en la avenida Lenox. También conozco a su marido. Se encaprichó de una chiquilla de 18 años y le dio uno de esos arrebatos que te calan hasta lo más hondo y que a él le metió dentro tanta pena y tanta felicidad que mató a la muchacha de un tiro solo para que aquel sentimiento no acabara nunca. Cuando la mujer, que se llama Violet, fue al entierro para ver a la chica y acuchillarle la cara sin vida, la derribaron al suelo y la expulsaron de la iglesia. Entonces echó a correr, en medio de toda aquella nieve, y en cuanto estuvo de vuelta en su apartamento sacó a los pájaros de las jaulas y les abrió las ventanas para que emprendiesen el vuelo o para que se helaran, incluido el loro, que decía: “Te quiero”.

'Amor' (2003)

Él la mira. Azorada (¿le habrá visto menear las caderas?) y temerosa. Él es el guapo gigante propietario del hotel y al que nadie replica. Heed se detiene, incapaz de moverse o decir: ‘Disculpe. Lo siento’. (…)

Le toca el mentón y entonces, con naturalidad, sin dejar de sonreír, le toca un pezón, o mejor el lugar bajo el traje de baño donde habrá un pezón (…) Heed se queda ahí durante un tiempo que le parece una hora pero que es menos del que se requiere para hacer una burbuja de chicle perfecta. (…)

Heed no ha traído las piezas. Le dice a Christine que no las ha encontrado. Esa primera mentira, de las muchas que seguirán, se debe a que Heed cree que Christine sabe lo que ha sucedido y eso la ha hecho vomitar. Así pues, hay algo en Heed que no está bien. El viejo lo ha visto enseguida, y por ello le ha bastado con tocarla para que se moviera, como él sabía que iba a suceder, porque esa cosa mala ya estaba ahí, esperando que un pulgar la despertara. Ahora Christine también sabe que eso está ahí, y no puede mirarla porque la cosa mala es visible.

'Volver' (2012)

Le habían quitado la camisa y las botas de cordones, pero los pantalones y la chaqueta del ejército (nada eficaces para el suicidio) los habían dejado colgados en el armario. No tenía más que recorrer el pasillo y salir por la puerta de emergencia, que nunca estaba cerrada desde que se declaró un incendio en aquella planta y una enfermera y dos pacientes murieron. Es lo que le había contado Crane, ese viejo charlatán que mascaba chicle como un poseso mientras lavaba los sobacos al paciente, pero para él que solo era un cuento inventado por el personal para poder salir a fumar. Su primer plan de fuga consistió en golpear a Crane cuando fuera a limpiarle la suciedad. Pero para eso tenía que soltarse las correas, y era demasiado arriesgado, así que optó por otra estrategia.

Dos días antes, esposado en el asiento trasero del coche patrulla, volvió la cabeza violentamente para ver dónde estaba y adónde le llevaban. Nunca había estado en aquel barrio. Su territorio era el centro de la ciudad. Nada destacaba en particular excepto el llamativo letrero de neón de un restaurante y un cartel enorme en el jardín de una iglesia diminuta: AME Sión. Si conseguía llegar a la salida de incendios, ahí se dirigiría, a Sión. Pero, antes de escapar, tenía que conseguir unos zapatos de algún modo, como fuera.

WMagazín

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