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Vida, tentaciones y sombras de los amores canallas

WMagazín traza el arco de este sentimiento desde sus formas tradicionales hasta la metamorfosis en la era digital con pasajes de algunos de los 52 relatos, poemas y ensayos incluidos en la antología 'Amores canallas'

Presentación WMagazín En tiempos en que las relaciones sentimentales y sexuales afrontan cambios y son miradas con lupa por la sociedad, cincuenta y dos autores han escrito relatos, poemas y ensayos de esas relaciones menos convencionales para el libro Amores canallas (Pigmalión), bajo la coordinación de David Felipe Arranz. Es la octava antología que esta editorial dedica «a los desmanes de Cupido» en la que huyen de la corrección política al invocar deseos y sentimientos secretos y verdaderos para ahondar, indagar y retratar algunas de las pulsiones más intensas, inquietantes y enigmáticas del afecto amoroso.

WMagazín ha hecho una selección de pasajes de diferentes textos de Amores canallas para crear una sola pieza o un solo relato que muestra el arco que va del amor general hasta que deriva en amor canalla, tanto en tiempos analógicos como digitales. Pero, sea cual sea su dimensión, siempre late la pregunta, las preguntas, que Carmen Posadas expone en su texto:

«¿Qué hace que uno se aferre así a una relación que le es tan perjudicial? ¿Qué nos obliga, a pesar de toda evidencia, a intentar mantener con vida un amor que evidentemente está acabado? ¿Qué nos obliga a hacerle el boca a boca a un cadáver?».

El siguiente es un mosaico hecho de algunos amores canallas con sus tentaciones, sombras, dichas, milagros, trampas y preguntas para cada uno:

Formas canallas de amar

«La persona amada pasa de ser lo único a lo más importante y después… cada cual tiene su historia, pero, en las cosas del amor, siempre se va de más a menos. Por eso los amantes protestan en la doble acepción de la palabra. Se hacen protestas de amor eterno, porque, como dice Gabriel Porcel, ‘amar a una persona significa decirle: tú no morirás nunca’. Pero como los mismos amantes presienten que lo suyo no es de este mundo y que nada hay más efímero que el amor eterno, protestan por anticipado contra esa fatalidad deletérea que lo corrompe todo en la vida y con especial denuedo lo más preciado». Javier Gomá en Viejo amor.

«Desde los primeros romances de la literatura del siglo XII -¡O antes!- hasta Shakespeare, desde el Fausto hasta El amor en los tiempos del cólera de García Márquez, desde El libro del bueno amor hasta Corín tellado, los escritores se ha afanado en contar las infinitas variantes del amor, ya sean pasiones imposibles y prohibidas o aquellas en las que las que todo se vuelve arrojo, desinterés o abnegación». Jorge Eduardo Benavides, en Gringos, franceses y rusos: tres formas de amor literario.

«Se me ocurrió preguntar en las redes sociales una opinión personal acerca de qué significaba amores canallas. Pocos y pocas valientes respondieron a la petición -nos encanta opinar de temas de actualidad, influenciados por las informaciones que leemos /vemos/ escuchamos al día, pero si un tema surge de la nada, se nos complica-. Estas fueron algunas de las respuestas:

  1. Falso amor.
  2. Amores tóxicos.
  3. Inmadurez.
  4. Otra de las máscaras con que disfrazamos nuestro sentir.
  5. Amor ajeno a convencionalismos, prejuicios y lo establecido en general.
  6. Destrucción.
  7. Amores con picardía o una pizca de amoralidad.

El amor posiblemente sea el concepto del que más se ha escrito y en cuya definición existe más diversidad». Ana Casado, en Amores canallas.

«Le he puesto un bozal a mi alma para intentar amarte.
Y reciclar los restos de intensidad
que se agotan sin piedad
en el contenedor de los amores estancados.
Cuánto esfuerzo en vano… (…)

¿A cuánto está el kilo de mentiras?
No me alcanza ni para una ración.
Tengo hambre de deseo y de locura ilimitada,
no quepo en este molde estrecho.
Yo lo que ansío es un amor sin techo.
Me maldigo, te detesto, no sabes a nada». Marisol Galdón, en Amor sin techo.

«Entre tú y yo comenzamos una guerra civil
por intentar fijar los lindes de nuestros deseos.
Y ya llevamos en ella más de seis años.
¿Acaso hay alguna guerra civil que tenga fin?
De nada valió que te hablara de Caín y Abel,
de Eteocles o Polinices, de Ramón y Remo,
no pudo haber paz duradera.
¿Quién dijo que la guerra era atávica y antimoderna?
También Hannah Arendt tuvo la suya con  su amado carcelero.
Entre tú y yo comezamos una guerra civil:
destructiva, vil, mezquina, inhumana:
En vez de disfrutarnos nos combatimos». César Antonio Molina, en Bellum civile.

«Nadie lograba concretar quién de los dos estaba matando al otro, pero era obvio que a los dos se les estaba drenando el alma. (…) Él sospechaba que no era el amor lo que alimentaba su vínculo con Nati. Durante unos tres o cuatro años tuvo la suerte de poder mentirse, pero aquella bruma se despejó a partir de la noche fatídica en que, durante una hora, quedó reducido a un ronquido al otro lado del tabique». Esteban Ordóñez Chillarón, en Natiii.

«Me dicen que el sexo no es un juego. ¿No? ¿Y qué otra cosa es? El sexo es un placer que se disfruta con todos los sentidos y al que no se pueden poner barreras. Intenta robarle la consola a un niño, a ver qué te dice; y en cambio quieres robarme parte de mi placer poniéndome un condón o, lo que es peor, proponiéndome abstinencia». Pedro Villora, en Juego de niños.

«Max Thursday se había cruzado varias veces con Angel en el hotel. Sabía que era del tipo de mujeres de las que uno podía esperarse cualquier cosa, salvo tranquilidad. Y ese salto mortal sin red le atraía tanto como el beso robado de una adolescente, los muslos blancos de su ex o una buena película de Hawks o Welles. Ella había dejado atrás muchas cosas, quizá incluso la dignidad, pero el orgullo ni se mide ni se pesa, y se lo había estado regalando a las personas equivocadas. Ahora, simplemente, era Angel, dispuesta a vivir al margen de códigos éticos, sirviéndose de un físico turgente para usar y después dejar colgados a los hombres en la ringlera de perchas del olvido». David Felipe Arranz, en La bomba rubia.

«A sus cuarenta años, llevaba dos divorciada. Muy pronto había comprendido que en una gran ciudad las posibilidades de conocer a alguien ‘de manera natural’ eran más que escasas, así que abrazó enseguida las bondades de la tecnología. Lo que no podía imaginar era que tras dos días chateando, él la sorprendiera con un: ‘Hay algo que aún no te he dicho: tengo una grave enfermedad’.  ‘¿Cómo se supone que debe una reaccionar ante eso?». Dolores Conquero, en Una cuestión de delicadeza.

«-La realidad supera a la ficción. Tenías razón.

Se acomodó a su lado. V. correspondió al cumplido.

-Gracias, lo mismo digo.

-Me ha traído un amigo. Está aparcando. ¿Te importa que se tome algo?

-¿Y eso?

-Bueno… nunca sabes si te vas a encontrar con la persona de la foto o con un asesino en serie. Prefiero cubrirme un poco.

-Lo entiendo.

-Pero no te preocupes, le digo que todo ok y listo. A no ser que tú quieras que se quede, claro…

A V. no se le había pasado por la cabeza algo así, pero tampoco le pareció descabellado, dadas las características de la aplicación en la que habían contactado. Seguramente, era uno de los tipos con los que Sara había experiemntado y que ‘no tenían mucha destreza’.

-Bueno, ya va siendo hora de que me digas cómo te llamas, ¿no?

V. se disponía a responder cuando vio a un hombre dirigiéndose claramente hacia la mesa, pero que ralentizaba el paso a medida que se acercaba.

-¡Virginia!

-¡Anda! ¿Os conocéis? -preguntó Sara.

-Sí. Es mi marido». Cristina Higueras, en Mientras dure que sea eterno.

«En realidad hoy el tabú es la utilización de la propia palabra amor por todos los componentes trascendentales que supuesta y culturalemente involucra el sentimiento amoroso en su total profundidad en el sentido de los clásicos frente a una concepción individual, prosaica y utilitarista. También, lo cierto es que interpretar la forma canalla del amor actual conforme a nuestros cánones historicistas del amor romántico nos condue a la melancolía o a la contradicción de nuestros atavismo.

La idea, por tanto, es: democraticemos el engaño, sin satanizarlo y sin cinismos, sabiéndose desprovisto de cualquier consideración moral o moralismo. Si el amor canalla va a ser el predominante, ¡viva el amor canalla! Seamos, eso sí, exigentes con la simulación para que sea de calidad». Adolfo Jiménez, en Amores canallas: El amor en los tiempos de Tinder.

«Ahora, en cambio, parejas se rompen todos los días por causas minúsculas, nimias, nadie aguanta nada y las mujeres menos aún. Sin embargo, como sabemos por las escalofriantes cifras de violencia doméstica, a pesar de la facilidad para separarse, otros lazos aún más tiránicos que las costumbres, la presión social o incluso los hijos atan a ciertas personas en esa desdichada espiral de amor letal ¿Qué hace que uno se aferre así a una relación que le es tan perjudicial? ¿Qué nos obliga, a pesar de toda evidencia, a intentar mantener con vida un amor que evidentemente está acabado? ¿Qué nos obliga a hacerle el boca a boca a un cadáver?». Carmen Posadas, en Amores tóxicos y de mal gusto.

  • Amores canallas. Coordinador David Felipe Arranz. Varios Autores (Pigmalión).

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