Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977), autor de la novela ‘Hasta que empieza a brillar’, en Madrid, en marzo de 2025. /WMagazín

Andrés Neuman: “María Moliner rehumaniza conceptos que estaban degradados, objetualizados”

El escritor novela en 'Hasta que empieza a brillar' la vida de la creadora del Diccionario de uso del español. El libro se acerca a esta gran figura española y relata el proceso del diccionario que va unido a la biografía de la lexicógrafa y bibliotecaria

De las tristezas y del dolor pueden surgir las cosas más felices y admiradas… A unos pasos de la calle donde María Moliner vivió parte de su infancia y, tal vez, nació la semilla que la llevaría a escribir el diccionario del español más humano y querido, Andrés Neuman cuenta pasajes decisivos sobre la vida de la autora del Diccionario de uso del español, recreada en su novela Hasta que empieza a brillar (Alfaguara).

Ella repoetizó el significado de las palabras, humanizó las definiciones, las aproximó a la gente que las reconoció, les dio vida y les insufló alma, recordó y probó que las palabras son organismos vivos, en transformación perpetua en la boca y la escritura de la gente y que, si bien tienen un punto en común, su biografía es distinta en cada persona de acuerdo a sus propias vivencias.

De palabras están hechas las personas, de palabras está hecho el mundo, con las palabras dichas cada uno crea, en silencio, su autobiografía… Y con las palabras de su diccionario creado durante quince años María Moliner dejó el rastro de su vida. Una parte de la cual cuenta Andrés Neuman, un escritor que si tuviera que elegir qué personaje de ficción le gustaría ser responde que “quizá Sancho Panza, y viajar tomando notas de todo lo que veo”. Fue lo que hizo en el caso de María Moliner (Paniza, Zaragoza, 30 de marzo de 1900 – Madrid, 22 de enero de 1981) hasta crear una obra entretejida de verdad, imaginación, reflexión, hipótesis, tragedia y comedia.

Nacido en Buenos Aires en 1977, al comienzo de la dictadura militar argentina, Andrés Neuman llegó a España con sus padres exiliados que, finalmente, se quedaron en Granada cuando tenía 14 años, en 1991. Desde entonces vive allí, y ha tenido múltiples trabajos, desde entrenador de fútbol infantil hasta profesor particular de latín. Estudió Filología Hispánica en la Universidad de Granada donde fue profesor de Literatura hispanoamericana.

A unos pasos de la calle madrileña de Palafox donde vivió María gran parte de su infancia y adolescencia, Andrés Neuman parece contento no tanto por el resultado de la novela como por haber investigado y conocido la vida de esta bibliotecaria, archivera, lexicógrafa y filóloga, como él. Está en la sede de su editorial en Madrid en una mañana primaveral de 2025 y él recuerda que María Moliner, como si hubiera previsto su destino, viviría en la calle de Don Quijote, donde empezó a escribir su diccionario.

Maía Moliner (1900-1981), autor del Diccionario de uso del español, en una imagen de un documental de Televisión Española.

Winston Manrique Sabogal. Estamos a unos pasos de donde vivió María Moliner en su infancia, en la calle Palafox, donde están parte de los orígenes de su diccionario.

Andrés Neuman. Me parece un acorde prodigioso, como todo lo que tiene que ver con María Moliner que con su diccionario y su vida irradia tantos lazos lingüísticos, intelectuales, políticos y afectivos. En el fondo, no me extraña. El otro día estuve en Valencia, tierra con la que estuvo muy vinculada y donde desarrolló toda su labor maravillosa de bibliotecaria y en las misiones pedagógicas y acabé en la calle María Moliner. Conocí a mujeres de la Asociación María Moliner. En la Feria del Libro de Madrid iré a la biblioteca que hay en Villaverde y que se llama María Moliner. Es decir, por H o por B, nunca mejor dicho, tratándose de un diccionario, termina uno topándose con la grandeza entre líneas, pero omnipresente, de María Moliner y esa infancia tan dura que vivió. Lo hizo en un tiempo tan decisivo para la mujer, la ciudadana y la lexicógrafa en la que se convertiría.

W. Manrique Sabogal. La novela recuerda que el padre de María Moliner, que era médico, se fue a trabajar en un transatlántico de Cádiz a Buenos Aires y cómo ella leía las cartas que él le enviaba. Ese fue, quizás, su primer acercamiento consciente y profundo a la palabra. En un momento dado, escribe usted: “Por los efectos de las palabras que se volvieron más dignas de atención”.

Andrés Neuman. En Hasta que empieza a brillar trato de hacer un ejercicio, por una parte, lo más documentado que he podido y lo más investigado, pero, en otra parte, hago un ejercicio de ficción para llenar espacios, casi de ficción lingüística, que es imaginar la biografía lingüística de María Moliner. Es decir, narrar el vínculo desde que nace hasta su vejez con su idioma materno y con el cuestionamiento del sentido y el orden de las palabras.

El primer acercamiento, cronológicamente hablando, imagino que sería el contacto con su propia madre, doña Matilde, una de las pocas mujeres de su generación que sabía leer y escribir, porque estamos hablando de finales del siglo XIX, un siglo muy analfabeto, en general. En España había una brecha entre hombres y mujeres por la que María Moliner luchó por reducir durante toda su vida.

Yo me imagino que el ejemplo, por un lado, es su madre que, pese a ser ama de casa, como prácticamente todas las mujeres de la época, le daba un valor a la alfabetización y a la lectura; y, por otro lado, el único legado que le dejó a su padre antes de desaparecer que fue el ansia, el afán, por estudiar y la cercanía con la Institución Libre de Enseñanza, la Insti, como la llamaban coloquialmente. Eso está en el origen.

En la novela imagino algo que es probable, pero no está documentado: que es que viese a su madre bordar las letras, como quien asiste al primer anuncio del alfabeto de su futuro diccionario. Pero luego, ya saltando al momento en que tú dices, que ya es la emoción, la lectura, la distancia.

La infancia de María estaba siendo, más o menos, apacible dentro de las dificultades normales, hasta que su padre decide dejar de trabajar en un hospital de la Marina y acepta un trabajo como médico de a bordo haciendo ese trayecto de Cádiz a Buenos Aires, pasando por distintos lugares y desde los cuales escribía cartas a la familia.

Creo que es en el segundo largo viaje que hace en el que en lugar de regresar va posponiendo su regreso: manda cartas, manda dinero, manda buenas palabras… hasta que las cartas, el dinero y el padre mismo se van esfumando.

Y es en ese epistolario con el padre donde me imagino que, por primera vez, María empieza a hacer esa ecuación sutil que hay entre lengua, distancia y las entrelíneas de lo que no se dice, pero se insinúa. Lo que su padre está insinuando, por un lado, es que no se sabe cuándo volverá o si volverá y, en efecto, del segundo viaje nunca regresó. Eso genera una inflexión en su infancia y una precarización de la vida familiar que duraría por lo menos una década más. Por otro, es la lengua materna del padre que empieza a sufrir sutiles transformaciones lo que obliga a María a aguzar el oído sin sospechar que, casi cuarenta años después, se sentaría a escribir un diccionario que no solo es como dijo García Márquez, “el más completo, útil y divertido de la lengua castellana”; sino que, también, se convertiría en un diccionario muy amado a ambos lados del Atlántico. Es un diccionario menos imperial, con menos visión de metrópolis y mucho menos centralista, porque María fue una ciudadana española nómada que vivió en muchas regiones del país; aunque escribió desde Madrid, no era de Madrid, y esto se nota en la elaboración de su diccionario.

Siento que la vida, tanto de María como de su hermana Matilde, el resto de su biografía, entre otras cosas, se convirtió en un diálogo difícil y doliente con el fantasma del padre perdido. Por un lado, porque María lo mató simbólicamente; digo simbólicamente porque en las en entrevistas que dio, incluso de anciana, toda una vida después de ese abandono, ella seguía declarando que su padre había muerto cuando ella era niña, cosa que no era cierto. Murió mucho tiempo después, con una segunda familia en Buenos Aires.

Por otro lado, se pasó la vida estudiando como su padre le había recomendado. Como si se hubiera pasado la vida doña María estudiando por él, a pesar de él y contra él, como se dice en la novela. Pero es que su hermana, Matilde, dedicó buena parte de sus estudios académicos a investigar la historia latinoamericana y los procesos de independencia, es decir, de emancipación con las connotaciones psicoanalíticas que queramos darle.

Cada una a su modo, María vinculándose de forma casi desesperada con el corazón de su padre en ella y Matilde dialogando con la otra orilla. Entonces, ese padre ausente cumple un papel doloroso, pero decisivo en la vida de María Moliner.

W. Manrique Sabogal. La novela es un recordatorio de que las palabras tienen vida propia y María Moliner lo sabe y expresa en su diccionario. Las palabras que luego conforman oraciones y conforman lenguaje, la comunicación. En ese episodio de ella uno se la puede imaginar leyendo las cartas de su padre que luego abandona la familia.

Andrés Neuman. Totalmente. Ahí adquiere, digamos, vida propia con todas las emociones y los sentimientos. La vida de María Moliner la conoceremos siempre parcialmente, tiene muchas zonas en penumbra. La conocemos, sobre todo, por su diccionario. Pero es que vivió medio siglo nada más antes de empezarlo. Por lo tanto, para entender su diccionario, a su autora, necesitamos remontarnos a su vida, y es una vida que conocemos de forma muy incompleta, entonces la ficción, no solamente aquí es un homenaje, un recuerdo, sino un modo de completar esos huecos.

En esas cartas se ve la tensión interna del lenguaje actuando desde el principio. La novela trata de reconstruir esa huella afectiva, intelectual y luego, por supuesto, política, que adquieren hasta los pequeños gestos del lenguaje.

Cuando ella se acerca al diccionario, cuando ya se sienta a escribirlo está en la calle Don Quijote 1, en el barrio de Tetuán, es una cosa increíble. Ejecutar esa Quijotada que parece un dato de García Márquez. Vivió allí casi veinte años.

W. Manrique Sabogal. María Moliner humaniza las palabras, los diccionarios. Con sus definiciones recuerda que las palabras tienen más de una vida.

Andrés Neuman. La experiencia del padre y que empezó a trabajar muy joven. No podemos olvidar que es un diccionario de autora, como lo pudo ser el diccionario de Casares o de Corominas, por mencionar dos que ella consultaba; o el Larousse o el Collins, por mencionar otras lenguas que María conoció bien y cuyos diccionarios estudió muy atentamente para crear el suyo. Pero también es cierto lo que tú dices de humanizar en un doble sentido.

Como propone la novela, podemos estudiar cómo su vida, su biografía, la conducen a escribir el diccionario y, también, se puede leer el diccionario entre líneas. De modo autobiográfico, como los puentes de ida y vuelta entre vida y como diccionario.

Es un diccionario humanizado porque sugiere y contiene, secretamente, muchos contenidos vitales de doña María. También es un diccionario muy humanizado porque ella rehumaniza conceptos que estaban degradados, objetualizados, tecnificados, todo era muy técnico.

En el mejor de los casos era técnico y en el peor de los casos estaban cruelmente definidos. El problema del DRAE (Diccionario de la Real Academia Española) de la época era su frialdad técnica. Te voy a poner un ejemplo brutal, la definición de madre. Mamá es la primera palabra de cualquier lengua, ¿verdad? Si hubiera que empezar por una palabra el diccionario, sería por madre. Pues madre durante dos siglos y medio en la Real Academia se definió no de manera técnica ni fría, sino de manera harto cuestionable: se decía que era una hembra que pare a sus crías. Y cuando te ibas a parir, era expeler. Por lo tanto, la definición académica de madre que prevaleció casi tres siglos fue hembra que expele a sus crías.

No es que esta acepción luego se viera complementada con otras definiciones más humanas, sino que la docena de acepciones canónicas de madre eran todas así, de mamíferas. Y esto es un problema técnico, pero también emocional. Primero porque, por supuesto, es una definición muy deshumanizante, pero también es un problema de sentido común, porque hay muchas madres que no expelen a sus hijos porque les han hecho una cesárea o porque adoptan.

Y María tuvo cinco partos y perdió una hija y sabía muy bien lo que era parir. Ella le devuelve no solamente la dignidad humana a la definición de madre, sino que es mucho más sensata y abarcante ya que incluye a muchas madres que quedaban fuera de la definición académica, que no solo era fría, sino sesgada y equivocada desde el punto de vista semántico. María dice, nada más y nada menos: “Mujer que tiene o ha tenido hijos”. Recurriendo a un verbo sencillísimo que es tener, pero lo suficientemente amplio como para que no exija qué tipo de parto has de tener, pero también añade el matiz del pretérito. Que es sutil, pero devastador en el caso de ella y para cualquier persona que haya perdido a su hijo y para la que, por cierto, como se ha dicho tantas veces, no existe una palabra. Entonces, que ella haya incluido ese pretérito es todo un resumen de vida como lo es, que ojalá podamos hablar de eso, la definición de amor de María Moliner que sería otra palabra muy importante.

Andrés Neuman durante la entrevista por su novela ‘Hasta que empieza a brillar’, en marzo de 2025. /WMagazín

W. Manrique Sabogal. María Moliner que conocía y dio identidad a las palabras, ¿qué cree que pensaría del proceso de deterioro y manipulación que viven en estos tiempos?

Andrés Neuman. Antes querría añadir la definición de amor que da ella, porque me parece un prodigio de sabiduría vital: lo define como emoción, sentimiento que experimenta una persona hacia otra y dice, “persona” no entra en el género. Recordarás los debates sobre el matrimonio homosexual y cómo había gente que invocaba el diccionario de la Real Academia para argumentar jurídica o moralmente. Dice: “Sentimiento experimentado por una persona hacia otra, que se manifiesta en desear su compañía, alegrarse con lo que es bueno para ella y sufrir con lo que es malo”. Es decir, un prodigio de empatía. Dicho lo cual, mucho que decir sobre lo que me planteas porque, por un lado, María escribe en una doble esgrima con la Real Academia Española, por un lado, pero con la censura por el otro.

Sufrió la censura en sus propias carnes porque cuando ella sufre el expediente de depuración, es decir, de sanción, como toda su familia y millones de personas en toda dictadura, y también en la española, ella tiene, por un lado, que leer un informe sancionador no solamente disparatado, sino lleno de faltas de ortografía y de gramática.

No me quiero ni imaginar lo que tiene ser María Moliner y que a tu expediente de depuración de una dictadura le falten las tildes o separe sujeto y predicado con coma como era el caso de su expediente que está citado textualmente en la novela.

Ella tiene que argumentar frente a ese expediente de manera astuta y sacándole el jugo a las palabras para ir a ese campo de batalla donde con la lengua te juegas la vida o el futuro. Y, por otro lado, mucho tiempo después, cuando se sienta a hacer su diccionario, a principios de los años cincuenta, todo el tiempo no solamente está siendo clara, concisa e inteligente, sino también y, para colmo, sugiere entre líneas mucho más de lo que dice como cualquier escritora o poeta de la época, como ha ocurrido en cualquier dictadura de nuestros países.

Ella era consciente de la manipulación lingüística que en una dictadura se hace, donde todo es Dios, patria y donde hay una especie de contradicción trágica. Esto lo podemos ver, también, en la Argentina de Milei, perfectamente, en los Estados Unidos de Trump, la pomposidad retórica de las supuestas victorias patrióticas y la precariedad, la miseria y la destrucción de la realidad literal de cada día.

En la España franquista ella contesta a la manipulación lingüística de la época y tiene a la vez que utilizar todas las herramientas que están a su disposición para poder decir todo lo que se le permitía decir exponiéndose.

Sobre tu pregunta, doña María tenía un concepto enormemente moderno, no sólo de la semántica, sino del uso de la lengua, es decir, de su pragmática. Porque a diferencia del diccionario académico, que en su primera versión recordarás que se llamaba de Autoridades, porque citaba solamente a grandes plumas de la historia, como si hubiese una especie de élite que ejerciera bien la lengua y acaparase el derecho a erigirse como modelo.

María Moliner, que amaba la literatura clásica y fue una gran lectora y docente de literatura en los años treinta, en la escuela que ella misma funda en Valencia, incluye en su diccionario ejemplos de uso que escuchaba en la calle, que se decían en su familia o, y por esto lo menciono, que escuchaba en la radio o leía en la prensa. Esto hoy es una obviedad, porque todos los días la academia tuitea algo al respecto, pero a mediados del siglo XX esto no estaba nada claro.

Y es María Moliner la que, insisto, teniendo una sólida formación académica, comprende rápidamente que la lengua se juega todos los días en la calle y en los medios de comunicación. El hecho de que doña María se inventara muchos ejemplos, porque ella se concedió a sí misma el derecho a inventar los ejemplos de uso con su sentido común y su oído, que era casi infalible y esto generó el disgusto de los lexicógrafos ortodoxos que decían: “Bueno, ¿y esta tía quién es para inventarse los ejemplos?”. Pues mira, uno de los mejores hablantes que ha habido de nuestra lengua que ha habido. Nada más y nada menos.

Ella estaba muy atenta al uso de lo de la lengua en los medios. Por ello no quiero hablar en su nombre de lo que hubiera dicho hoy porque es un juego utilizarla para eso. Pero sí sé que sus principios eran los de cuidado y atención a la lengua en los medios.

W. Manrique Sabogal. ¿Y de la política?

Andrés Neuman. Ella sufría mucho con el uso retórico e inflamado y manipulador que se hacía de la lengua en su época y eso lo recoge muchas veces en su diccionario. A veces lo hace rebelándose contra sentidos a opresores y otras veces lo hace tratando de mitigar la violencia en los ejemplos de uso.

Ella era una gran pedagoga, como lo fue su hermana. Ni que hablar ya de palabras como República, Monarquía. Pero la acción política que doña María hace en la lengua ni siquiera requería de los vocablos que nombraban la política, sino que es una especie de aproximación afectiva y política todo el tiempo en cualquier palabra sea cual sea, en autoridad, por ejemplo. María lo define de una manera rebelde y sutil como atributo que tienen otras personas por razón de su situación, de su saber o de alguna cualidad o, añade, por el consentimiento de quienes voluntariamente se someten a ella. Así hace dos cosas: elimina la autoridad por cuna, no menciona el nacimiento, omite esa parte. Sí de la autoridad congénita, eso es una omisión y, a la vez, una declaración de principios y, al mismo tiempo, habla de la voluntariedad, digamos, democrática, es decir, cuando la autoridad es aceptada por un colectivo que voluntariamente asiente. Es decir que es una definición profundamente democrática de la autoridad.

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Winston Manrique Sabogal

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