El agente literario Andrew Wylie, en 2017. / Fotografía de Lisbeth Salas

El agente literario Andrew Wylie. Fotografía de Lisbeth Salas

Andrew Wylie, 1: “La clave del éxito está en no tener personalidad y sí el don de adaptarse a la del autor”

El agente literario más poderoso del mundo con más de 1.100 autores repasa su trayectoria

Ahí está. Un hombre muy blanco de cara marmórea y pequeños ojos azules se mueve lento entre las mesas de cristal ocupadas por dos o tres personas. Está rodeado de libros y fotos de escritores importantes y murmullos de todas partes. Con su traje oscuro otea el estand que lleva su apellido en la Feria del Libro de Fráncfort: The Wylie Agency. Alguien se le acerca con timidez. Él inclina la cabeza unos pocos grados, insinúa una sonrisa y estira el brazo para estrechar la mano del visitante, de ese cliente que es editor, escritor o agente literario como él. Charlan. Se sientan. Y así, dos, siete, once visitas… las que hagan falta.

Mes y medio después, a finales de noviembre de 2016, ese mismo hombre de aspecto inexpugnable camina despacio por el amplio lobby de un hotel frente a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), de México. Varios de los que van y vienen a su alrededor lo miran de reojo, otros susurran muy bajito, como si hablaran del planeta Jupiter o los anillos de Saturno.

Su naturaleza es itinerante, su personalidad poliédrica. ¿Cómo sería alguien hecho de las personalidades de algunos de los mejores autores contemporáneos del mundo como Roth, Rushdie, Sontag, Borges, Naipaul, Dylan, Carrere, Bowie, Oé, Reza, Amis, Bolaño…?

No hace falta imaginarlo. Existe. Está ahí. Es ese hombre de Fráncfort, Guadalajara y medio mundo. Se llama Andrew Wylie (Nueva York, 1947). Es el agente literario más influyente al representar a más de 1.100 autores, entre ellos casi una veintena de premios Nobel y muchos de indiscutible prestigio, vivos y muertos. Treinta y siete años como agente que le permiten trazar con media sonrisa su autorretrato:

«Soy el jardinero de la casa de los autores a quienes represento y que, desafortunadamente, están en confinamiento solitario en sus propiedades.»

Su clave del éxito radicaría en la autocreación de una personalidad múltiple. Una criatura literaria producto de lo real y lo calculado que desvela su ADN profesional sin pestañear:

«La clave es no tener personalidad y sí poseer el don de adaptarse a la personalidad de los autores y saber qué es lo que necesitan.»

Y Wylie es un jardinero, un mayordomo, un escolta, un confesor y un psicólogo de más de un millar de escritores, consciente de la imagen agresiva y polémica por su forma de conseguir autores. No le importa que por eso lo llamen El Chacal. Es el precio de ser el agente literario más poderoso del mundo y temido por sus colegas.

«Somos apostadores. Y las apuestas son altas.»

Literatura, escribió un poemario en 1972, luego montó una librería, hasta que en 1980 dio un golpe de mano y abrió su propia agencia literaria que lleva su apellido. Treinta y siete años después, su imperio lo controla desde sus sedes de Londres y Nueva York, y desde esta capital latinoamericana ha puesto su foco definitivo en el mercado hispanohablante, después de tres intentos fallidos.

Sus retos no terminan ahí. Antes de morir, Wylie aspira a representar “a 2.000 buenos autores”. En noviembre cumplirá 70 años. Está convencido de que su reciente desembarco en el mercado de España y Latinoamérica contribuirá a la realización de su penúltimo sueño.

En el umbral de esta meta, Wylie se decodifica en la FIL, de Guadalajara. Es un día soleado de otoño, justo al empezar la tarde, en el recibidor de la suite 2010 del hotel Hilton. Sentado de espalda a la ventana cubierta por un visillo blanco Wylie desmonta varias de las etiquetas por las que se le conoce. Se muestra muy amable, sonriente, con sentido del humor e, incluso, revela su faceta actoral que contrasta con su aspecto formal y cara impertérrita de las fotos y conferencias. Es más, permite grabar en vídeo la entrevista (puedes ver avances de clips aquí).

Con su elegante traje azul noche y camisa blanca sin corbata no se sabe si Andrew Wylie va o viene de una reunión importante. Si ha convencido a otro escritor a formar parte de su envidiable catálogo. Sus brazos apoyados sobre la mesa recogen lo justo el blazer para dejar asomar el borde del puño de su camisa y debajo de esta su fino reloj dorado de tablero blanco extraplano boca abajo. No mirará su muñeca izquierda en los próximos 25 minutos. Y de reojo.

Así ha surgido y popularizado un Andrew Wylie en boca de todo el ecosistema del libro. Y de su propio pasado… Es hijo de un editor, estudió en Harvard Lenguas Romances y Literatura, escribió un poemario en 1972, luego montó una librería, hasta que en 1980 dio un golpe de mano y abrió su propia agencia literaria que lleva su apellido. Treinta y siete años después, su imperio lo controla desde sus sedes de Londres y Nueva York, y desde esta capital latinoamericana ha puesto su foco definitivo en el mercado hispanohablante, después de tres intentos fallidos.

Sus retos no terminan ahí. Antes de morir, Wylie aspira a representar “a 2.000 buenos autores”. En noviembre cumplirá 70 años. Está convencido de que su reciente desembarco en el mercado de España y Latinoamérica contribuirá a la realización de su penúltimo sueño.

Tras el saludo, su seriedad muta en risa al ver sobre la mesa un manojo de cinco o seis pequeñas rosas amarillas que prologan la pregunta de si después de su juvenil libro de poemas Yellow Flowers (Flores amarillas), de 1972, ha vuelto a escribir. O al menos en secreto.

-¡No! ¡No!

Se apresura a exclamar mientras sonríe con cierta vergüenza al referirse a algo de lo que no le gusta hablar. De un tiempo que es solo recuerdo ya en su vida. Ante un ¿Por qué no?, Wylie titubea un abisal segundo antes de emerger pausada su voz robusta:

-“No es el mejor camino que deba tomar. No creo que sea mi mayor talento”.

Winston Manrique Sabogal: ¿Y unas memorias, o libro de notas?

Andrew Wylie: ¡No! Estoy muy contento con el trabajo que tengo. Espero continuar con el mismo trabajo hasta el día que me muera.

M. S.: Sus memorias serían un éxito de ventas y no tendría que buscar agente literario.

Wylie.: (Sonríe con un leve bufido antes de:) Mis memorias tendrían que consistir en muchísimas cosas que los escritores con los que trabajo me han confiado. Por lo tanto, no puedo escribir al respecto.

M. S.: En los años setenta usted empezó con una librería en Nueva York. Y tuvo clientes más o menos importantes.

Wylie: Bob Dylan y otros, son clientes de los que me acuerdo.

W.M.S.: Un cliente a quien usted también representa, y cuya concesión del Nobel de Literatura ha generado cierta polémica por que algunos consideran que los compositores no hacen literatura.

Wylie.: Entiendo que muchas personas tengan este tipo de controversia sobre el premio a Bob Dylan. Algunos escuchan música sin escuchar la letra, pero en el momento en el que ellos le presten atención a la letra se van a dar cuenta por qué obtuvo el premio Nobel.

M. S. Usted lee muchos libros por trabajo, pero ¿qué clase de literatura le gusta leer en sus ratos libres, en su intimidad?

Wylie: Todo el verano pasado volví a leer a Charles Dickens. Fue uno de los mejores veranos que he tenido en mi vida.. Entonces, tú dirás… (Y esboza una sonrisa con gesto orgulloso).

M. S.: No es una mala elección.

Wylie: Pero es gracioso, porque, generalmente, lees a Dickens cuando eres muy joven. El Dickens que yo leí cuando era joven no es el mismo Dickens que leí ahora. Esta vez, de hecho, me sorprendí particularmente con David Copperfield.

W.M.S.: ¿Qué ha cambiado de aquel adolescente que leyó a Dickens al agente literario que lo leyó el verano pasado?

Wylie: Creo que mi juicio está más evolucionado, más profesionalizado, ahora que cuando leí el Dickens cuando era joven. Es como escuchar a Mozart cuando tienes 12 años. Entonces, tú escuchas una cosa y cuando tienes 40 la misma pieza musical parece totalmente diferente.

W.M.S.: Esos descubrimientos literarios que nos marcan suelen recordarse con cierto romanticismo. ¿Guarda en algún rincón esos momentos de la primera vez de Dickens?

Wylie: ¡Ah. Sí! Un espacio romántico en mi cabeza: el del verano pasado…

W.M.S.: Desde 1980, cuando creó su agencia, la industria del libro se ha reinventado, sobre todo por la irrupción digital. ¿Qué es lo que más ha cambiado del mundo del agente literario en este periodo?

Wylie: Tiene que ver, principalmente, con capacitarse y prepararse. Yo llevo 36 años capacitándome y preparándome. Obviamente, todo enfocado hacia tener un ojo más entrenado como editor. Obviamente, soy mejor ahora que hace 36 años cuando empecé. Soy mejor ahora que hace 36 años para elegir los trabajos. Tengo más pasión ahora que hace 36 años como editor. No sé si eso logra responder…

W.M.S: La pasión es insustituible, pero ¿qué otros aspectos cree que lo han llevado a ocupar este lugar en el mundo del libro? ¿Cómo se logra eso?

Wylie: Debe haber un interés genuino en lo que se hace. Un interés genuino en apoyar, de verdad, a los escritores en los cuales estás interesado. En los autores que no tengan mucha difusión a nivel internacional. Ayuda mucho no tener personalidad y sí poseer el don de adaptarse a la personalidad de los autores que representas y saber qué es lo que necesitan. Eso es clave para poder tener éxito.

Nosotros nos vemos como un cirujano cardiólogo. Y los escritores son más bien como prisioneros que siempre están teniendo infartos, constantemente. Entonces, al fin de cuentas, este prisionero que está siempre teniendo infartos va a querer tratarse no con el cirujano que tenga la mejor personalidad, sino con el cirujano que esté mejor capacitado para realizar la intervención.

M.S.:Su agencia maneja a más de mil escritores, artistas y cantantes.¿Muchos egos? ¿Cómo lidia con todo eso?

Wylie:Digamos que los autores son como prisioneros en confinamiento solitario… Entonces, si tú estás esperando que un prisionero en confinamiento solitario después de tres años salga a la calle y se comporte de la manera socialmente más aceptable es algo muy optimista. Nosotros seríamos, entonces, como intérpretes de estos prisioneros en confinamiento solitario… (Entonces, su rostro deja traslucir una lenta sonrisa maliciosa a medida que habla) Desafortunadamente no se me acusa mucho de ser muy amable o de tener los mejores modales… Pero creo que yo soy el que tiene los buenos modales y los prisioneros que represento son quienes no los tienen.

W.M.S: ¿Es consciente de su imagen y de lo que se dice de usted, de su polémico método de trabajo y de cómo se le califica?

Wylie: ¡Sí!

M. S.: ¿Por ejemplo?

Wylie: Soy consciente, pero es algo a lo que no le presto atención. Creo que la idea general es que soy agresivo. (Y su rostro vuelve al molde original. Su tono de voz se solidifica más) Trabajo para personas que están en confinamiento solitario, ¿cómo esperas que sea?

Portada de uno de los catálogos de The Wylie Agency

Y Andrew Wylie ríe con un deje de malicia. Sube las cejas, se endereza un poco en el asiento, mientras abre las manos en señal de que es algo que se le escapa, que no puede hacer nada ante la fama de agente agresivo, incluso mal colega. Le acusan de arrebatar los autores a otros colegas.

Wylie: Los escritores son quienes deciden. Yo solo les indico cómo podrían tener una mayor audiencia global y recibir unos beneficios más justos. Somos como apostadores y las apuestas son altas. El 50% de los ingresos de los autores suelen provenir de su país de origen y el otro 50% del resto del mundo. Un autor se va de una editorial por la misma razón que algunos se divorcian. Los tiempos en que el escritor creía ciegamente en el editor han cambiado. Es importante que las partes confíen la una en la otra.

M. S.: Algo de psicólogo o psicoanalista tendrá usted.

Wylie: (Y vuelve a atisbarse una sonrisa ante el autorretrato que hace:) Soy el jardinero de la casa de los autores a quienes represento y que, desafortunadamente, están en confinamiento solitario en sus propiedades.

M. S.: Y en ese jardín habrá muchas flores, entre ellas rosas con muchas espinas…

Wylie: Es muy importante, definitivamente, que tú sepas quién es el dueño de este jardín; y que tú sepas bien dónde esta persona quiere las rosas y dónde quiere las gardenias, por ejemplo… No te van a querer seguir contratando como jardinero si te dicen: ‘Has cometido un gran error, las rosas deberían de ir aquí y no aquí’.

M. S.: Hace lo que Virginia Woolf enLa señora Dalloway, que cuando ordena el jarrón pone flores que nunca antes habían estado juntas.

Wylie: Definitivamente. Pero, por fortuna, hay muchos agentes literarios. Entonces estos prisioneros siempre van a encontrar algún jardinero.

Y así, entre jardines y quirófanos anda Wylie cuya agencia ha contribuido a cambiar las relaciones entre autor y editor, autor y agente, agente y agente, de todos con todos, con ideas como estas:

“Los editores trataban como un empleado al escritor”.

“Detecté una distribución inequitativa en los ingresos entre autor y editor”.

“El agente debe decirle al editor qué es lo que quiere el autor, para que este se dedique a escribir”.

Wylie se explaya en las inequidades que, a veces, ve entre los editores y sus escritores. De creadores que son muy buenos pero no son bien promocionados y viven mal comparados con sus editores o agentes. “El autor podía ser visto casi como un convicto”, asegura Wylie, a la vez que baja la mirada un segundo, mientras su mano derecha da la vuelta al reloj que tiene boca abajo en su muñeca izquierda.

M. S.: ¿Qué opina, señor Wylie, de que cada vez haya más editoriales que crean sus propios departamentos para servir de agentes de sus escritores?

Wylie: No sé por qué sucede, pero, definitivamente, creo que las editoriales no son buenos agentes. Incluso muchas editoriales no creen tener buenos agentes o representantes. Tal vez un psicólogo diría que eso dice más de los agentes que de las editoriales. El mundo del negocio del libro es un negocio pequeño, pero es un negocio bastante complejo. Un negocio con muchas regulaciones y con bastantes normas que se tienen que seguir. Y las pocas personas que saben de él lo conocen desde dentro. Yo he sabido de muchos escritores que no tuvieron buenas experiencias con sus editoriales como agentes.

Una de las páginas del catálogo de The Wylie Agency en la Feria del Libro de Fráncfort de 2015.

Andrew Wylie afirma que él procura que sus autores no tengan ninguna preocupación extra creativa y se les reconozca de manera justa su trabajo. Así empezó y fortaleció su agencia. Salman Rushdie y Susan Sontag son dos ejemplos de conquista de autores, o de sonsacar, según algunos. Cuando contactó con Rushdie, el escritor angloindio le dijo que ya tenía agente. Wylie le aseguró que él podría dar más difusión a su obra y así obtener mayores beneficios. Silencio. Volvió a hablar con él en Londres. Nada. Insistió en verlo en Nueva York. Wylie desplegó todos sus argumentos y logró hablar con el autor de Los versos satánicos más calmadamente. Lo convenció.

La historia con Susan Sontag es parecida. Wylie habló con la escritora estadounidense hasta convencerla. “Fui a pedirle el control de su vida para que se dedicara a escribir”. Cuenta que Sontag le dijo que ella pasaba mucho tiempo leyendo trabajos ajenos y no tenía el tiempo suficiente para escribir o dedicarse a lo suyo. “Tú escribe. Yo me encargo de todo”, fue la solución de Wylie. Uno de los primeros frutos de esa alianza fue El amante del volcán, en 1992.

Y junto a ellos un catálogo con más de 1.100 nombres de todas las épocas, estilos, géneros literarios, manifestaciones artísticas, nacionalidades… Orhan Pamuk, Martin Amis, Jeff Koons, Vladimir Nabokov, Lou Reed, William S. Burroughs, Alessandro Baricco, Chinua Achebe, Rachel Cusk, Ali Smith, Dave Eggers, Philip K. Dick, José Saramago, Ian Kershaw, Lisa Randall, Édouard Louis, John Updike, Yiyun Li, Karl Ove Knausgard, Ismail Kadaré, Mo Yan, Heidi Julavits, Paul Theroux, Linn Ullman, Norman Manea, Teju Cole, Al Gore, Paolo Giordano, Rebeca Miller, Yukio Mishima, A.M. Homes, Claudio Magris, Oliver Sacks, Helen Oyeyemi, Adonis, Saul Bellow, David Byrne…

Un catálogo de creadores presentes en los principales grupos editoriales y sellos del mundo y que entre los hispanohablantes figuran Penguin Random House y Grupo Planeta y editoriales medianas como Anagrama, Salamandra, Acantilado, Siruela, Alianza… Un catálogo en el que The Wylie Agency tiene pendiente ampliar su imperio por predios hispanohablantes de donde, por ahora cuenta con escritores como Jorge Luis Borges, Roberto Bolaño, Guillermo Cabrera Infante, Antonio Muñoz Molina, Enrique Krauze… Un territorio que parece resistírsele. O se le resistía, porque su avance ha empezado y cada mes se suman más…

  • Puedes leer en este enlace la segunda y última parte de la entrevista a Andrew Wylie: sobre su estrategia de conquista en el mercado hispanohablante,
    su pasado y relación con la gran agencia en español Carmen Balcells, el futuro del libro…

© Retrato de Andrew Wylie por Lisbeth Salas

Winston Manrique Sabogal

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