Bárbara Blasco: «La felicidad nos hace biodegradables: la conciencia de tener algo valioso viene con el miedo a perderlo»
La ganadora del Tusquets de Novela por 'Dicen los síntomas' reflexiona en esta entrevista las temáticas y tabúes que aborda: la enfermedad, las relaciones paternofiliales, los amores y deseos de los padres, la precaridad laboral y la búsqueda del amor
“Mi primera epifanía lectora me sucedió con diez u once años. Fue en la urbanización de la playa, un verano en que me quedé sin amigas y el aburrimiento extremo me llevó a coger un libro, un libro para adultos, más allá de los Tintines y Astérix que tan a gusto leía. Ese libro fue Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas. Me fascinó, por fin había descubierto la vacuna contra el aburrimiento, contra la soledad, contra la tristeza. Por fin tenía un superpoder, podía vivir plenamente entre las páginas de un libro, era autosuficiente. Lo malo es que, como con cualquier otra droga, la sensación de euforia pasa pronto, y las dosis que uno necesita para conseguir ese efecto son cada vez mayores.
Respecto a la escritura no recuerdo claramente cuándo pensé quiero escribir. Sí recuerdo una redacción que hice en el cole a partir de la premisa de que me tocaba la lotería. La profe me felicitó mucho, me felicitó exageradamente, y a mí me sorprendió porque no había hecho nada especial. Esa sensación se mantiene”.
Y continúa con tal fuerza que Bárbara Blasco (Valencia, España, 1972) obtuvo este año el Premio Tusquets de Novela con Dicen los síntomas. Mantener esa pasión y ese interés no ha sido fácil, entre otras cosas por una vida laboral difícil y variada cuyo recorrido la editorial resumen como si fuera un personaje novelesco: “trabajó como dependienta, teleoperadora, camarera, ayudante de mago, bailarina de cabaret, empleada de gasolinera, actriz secundaria y vendedora de enciclopedias antes de licenciarse en Periodismo. Ha estudiado dirección cinematográfica en el Centre d’Estudis Cinematogràfics de Catalunya, y guion de cine en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, Cuba; y en la actualidad colabora en Valencia Plazae imparte clases en el Taller de Escritura Creativa de Fuentetaja”.
La realidad entró en la vida de Bárbara Blasco con todas sus experiencias disímiles. Todo eso le ha permitido escribir las novelas Suerte (2013), La memoria del alambre (2018) y ahora Dicen los síntomas. Una obra que, según el jurado, fue premiada “por la narración mordaz de una mujer soltera y en plena crisis de desencanto, tanto laboral como sentimental, que, pese a tenerlo todo en contra, no desfallece en la búsqueda de la felicidad. Una novela de escritura turbadora, y un excelente retrato generacional con un final inesperado”. Una historia que empieza a contarse desde la penumbra y el desencanto y evoluciona hacia la luminosidad y el optimismo.
Ahora es ella, Bárbara Blasco, desde el salón de su casa en Valencia y con su portátil quien habla de su novela a las preguntas de esta entrevista. Empezó el jueves por la noche después de sus clases y terminó el viernes a medio día después de una entrevista en la radio. Tras recordar sus inicios en la lectura y la escritura sigue con cómo ha logrado mantener su pasión por la literatura y la escritura en medio de su vida laboral y qué ha significado para ella el mundo de los libros.
“Pues la verdad es que no he sido constante en esa pasión. En mi primera juventud, abandoné la literatura por el cine, estaba enganchada a la oscuridad de la sala, era mi túnel preferido por el que escapar de una realidad bastante ingrata entonces. No leía mucho pero se cruzaron libros como Rojo y negro, El guardián entre el centeno, El hombre que inventó Manhattan, Madame Bovary o Las edades de Lulú que me sacudieron.
Respecto a la escritura, salvo los poemas desesperados de adolescencia, hasta los treinta y tantos escribí bastante poco y con resultados más bien patéticos: lo que había en mi cabeza no se parecía en nada a lo que después aparecía en el folio.
Tuve que madurar, adquirir técnica, disciplina y cierto orden mental para que esas dos realidades se acercaran. El punto de inflexión lo marcó el hecho de abrir un blog, a los treinta y tantos. Esa fue mi escuela de escritura, allí aprendí a pensar con los dedos, comprendí que la realidad mejoraba enormemente pasada por el tamiz de las palabras”.
Es así como en Dicen los síntomas aborda varias temáticas y tabúes, una de ellos es la enfermedad. La novela entra en detalles interesantes y curiosos, algo que contrasta porque a pesar de ser una situación normal en las personas se intenta ocultar, incluso en estos tiempos de covid-19 donde se le menciona y se dicen sus síntomas, pero no se muestra lo suficiente para que, tal vez, sirviera para que la gente tomara más conciencia. El interés de Bárbara Blasco por el tema de las enfermedades viene de lejos.
“Desde hace algunos años, supongo que a raíz de una enfermedad que pasé, aunque uno nunca tiene claro de dónde vienen sus obsesiones. El hecho es que descubrir la fragilidad del cuerpo supone una fuerte sacudida.
La enfermedad es un asco, no vamos a decir lo contrario, pero a menudo en ese intento pueril por ocultarla, nos perdemos la visión especial del enfermo, esa mirada que de pronto se hace más profunda cuando se sabe efímero, y más inocente también. Uno se vuelve todo espíritu cuando el cuerpo falla.
Decía Virginia Woolf que son los enfermos los que mejor saben mirar el cielo”.
Otra temática y tabú en Dicen los síntomas es el de que los hijos no terminan de ver, aceptar o comprender que sus padres y abuelos también se enamoraron fuertemente y tuvieron y tienen deseos, que llevan la procesión por dentro. Incluso hay un momento en que la protagonista, Virginia, le pregunta a su madre en el hospital, delante de su padre medio en coma, si cree que se puede construir “el edificio de la vida” basado en la renuncia a alguien.
“La visión humanizadora de los padres o abuelos es un proceso natural propio de la madurez. En algún momento nuestros padres dejan de ser padres y se independizan para ser amantes, trabajadores o votantes.
Lo curioso es que a veces, cuanto más cerca está la persona, más difícil es verla completa. Y esto se lleva al extremo con la propia identidad ¿quién es ese que nos mira desde el espejo?
Respecto a lo de la madre de Virginia, afortunadamente, la institución familiar ha cambiado mucho, ahora es menos rígida, ya no entendemos el sacrificio de un miembro por el grupo. Ya no parece una buena idea construir la propia felicidad sobre la renuncia, evitando un mal, dejando que el miedo devore al deseo”.
Y aquí entran temas capitales que están en el horizonte de Dicen los síntomas, hacia donde van todos: deseo, amor y felicidad. ¿Acaso es tan necesario el amor para estar en la vida? Lo cierto es que el tono sombrío de Virginia al comienzo se torna más luminoso a medida que empieza a creer en que no todo es como pensaba. Hay un momento en que dice que «A partir de la felicidad solo se puede envejecer».
“Sí, mientras uno se dedica a sobrevivir, parece que el tiempo no deja tanta huella. Sin embargo, la felicidad nos hace biodegradables, es el precio que hay que pagar: la conciencia de tener algo valioso viene con el miedo a perderlo. El tiempo empieza a correr en contra”.
¿Y los solteros? La gente que, al parecer, prefiere una vida distinta al compromiso es otro de los temas centrales ante la incomprensión de la sociedad hacia esas personas.
“En la novela se nombra la película Langosta, donde por una parte, está prohibido quedarse soltero -el Estado te detiene y te lleva a una especie de balneario terrorífico donde te dan la última oportunidad de reinsertarte con pareja- y por otra, está la resistencia, un ejército de maquis que viven en el monte y donde está terminantemente prohibido enamorarse. Es una distopía llevada al extremo pero me parece que refleja bastante bien esta sociedad polarizada en la que vivimos.
Creo que sobre todo las mujeres hemos avanzado mucho en la idea de una vida plena independiente, no supeditada a otra persona. Como sociedad, Hemos superado ese mandato demencial de mantener en pie sí o sí un matrimonio cuyas raíces están podridas. Pero el amor sigue siendo un producto de primerísima necesidad, seguimos necesitándolo, en cualquiera de sus formas. A mí me resulta un poco ridículo ese empeño actual en el desapego, me entristece la realidad que presenta La teoría sueca del amor”.
La búsqueda o deseo de la maternidad de una mujer soltera no escapa a la temática abordada por Bárbara Blasco, y tratada aquí no solo como la llamada del reloj biológico, y completar el retrato de una generación.
“En la novela no me apetecía tanto hablar del reloj biológico -ya se ha hablado mucho del tema- como de las cuestiones morales que suscita la forma particular en que Virginia decide parar ese tic tac que resuena en su cabeza: robando semen, tratando de embarazarse de hombres a los que les oculta su proyecto.
Suelen ser las mujeres las que cargan con embarazos no deseados, con el peso de la justicia si abandonan a su bebé. Pero ¿qué pasa cuando ellos no quieren y ellas sí?”.
Es uno de los interrogantes que sobrevuela la novela y queda revoloteando una vez termina. Forma parte de la realidad, ese gran tema sobre el que reflexiona Virginia con ideas propias y con citas de escritores. Es el punto existencialista de la novela que oscila entre situaciones reconocibles y vividas y también por preguntas eternas. Pero para Bárbara Blasco ¿qué es la realidad?
“Uf, pues escribo precisamente para eso, para tratar de comprender qué es eso tan extraño de la realidad. Parece claro cuando toco esta mesa, incluso cuando experimento en un sentimiento, pero pensar que esa estrella que veo ahora mismo en el cielo puede que haya dejado de existir hace años, me descoloca bastante.
La realidad es un concepto abstracto y eso la hace escurridiza. Pero existir, existe. No me gusta ese relativismo posmoderno que la niega. ¿Cómo no va a existir? ¿de dónde se sujetarían los pájaros si no? otra cosa es admitir que apenas poseamos nuestros sentidos, limitados, subjetivos, para aprehenderla”.
En esa línea más de fondo y que sustenta la realidad, sea lo que sea, y tenga el nombre que tenga, Dicen los síntomas se construye con el torrente de palabras de la protagonista y de los silencios sobre los que tiene sus teorías, propias y de escritores. ¿Y en este mundo que no está en esas páginas qué es más natural el Silencio interrumpido por palabras o las Palabras salpicadas de silencio?
“Qué difícil responder a eso. Por una parte, me gusta mucho la frase de Joan Brossa que he metido en el libro: el silencio es el original, las palabras la copia, pero por otra estoy más cerca de la idea de que vivimos en un monólogo constante con nosotros mismos, nos contamos la realidad en nuestra cabeza para que sea real. Estamos hechos de palabras. Y de noche, soñamos aún más palabras. Somos incansablemente comunicadores los humanos”.
Y Virginia la protagonista es un ejemplo con muchos matices de esa comunicación, en una estructura narrativa en la cual una mujer habla, cuenta, comparte su vida y la relación con su padre de manera enfadada y desencantada al comienzo hasta que, poco a poco, sus palabras empiezan a suavizarse a medida que comprende las raíces de algunas situaciones y ella siente que ya no está del todo tan sola.
“No sé de dónde vienen las ideas exactamente, sí que me interesaba ese viaje de la oscuridad a la luz de la protagonista, hacer su realidad habitable. Supongo que porque yo misma he recorrido ese camino y aunque odio eso de la literatura terapéutica, hay algo de encontrar salidas y mostrarlas a los otros en la razón de ser de la literatura”.
Lo hace desde aquellos días en que entró en el mundo de Los tres mosqueteros. Bárbara Blasco lectora, escritora, muchas cosas más y profesora en un taller de escritura de donde procede, dice, el humor, la ironía esparcida en Dicen los síntomas.
“De vivir el tiempo suficiente. Quédate un rato por este mundo y toda tragedia se convertirá en comedia”.
- Dicen los síntomas. Bárbara Blasco (Tusquets).
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Muy buena entrevista.