Bret Easton Ellis: el escritor acusado de no tener corazón muestra su lado más emocional en ‘Los destrozos’
El autor estadounidense publica su libro más personal, la primera novela que quiso escribir a los 17 años, pero que no fue capaz porque tenía que hablar de sentimientos y de lo que le cambió la vida. El creador de obras como 'American Psycho' muestra su lado más vulnerable y revela las fuentes de su mundo literario caracterizado por la violencia, la frialdad, el sexo y los excesos en la presentación en Madrid
El Bret Easton Ellis físico, emocional, existencial, soñador, rebelde, irreverente, erótico y reflexivo ha estado en cada una de sus novelas. Cada una de ellas es el reflejo del momento que vivía, una ventana a su vida. Una metáfora de lo que pasaba por su cabeza. Mientras que su última novela, Los destrozos (Random House), no es exactamente como las otras, aunque él sigue siendo el epicentro, porque se muestra más sentimental y vulnerable al evocar un momento de su adolescencia que le cambió la vida, al tiempo que retrata Los Ángeles de los años ochenta.
Trece años después de su último novela, este es un viaje a su origen como escritor procaz y al paso de la adolescencia a la madurez, a las fuentes de donde procede su mundo literario caracterizado por la amoralidad, la violencia, la frialdad, el sexo, lo escabroso, lo materialista, la superficialidad, el hedonismo y los excesos de diversión de una clase pudiente que lo que parece enmascarar es la soledad, las inseguridades y la necesidad de afecto.
Los destrozos es la novela que Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964) quiso escribir ya con 17 años, pero le quedó grande porque hablaba de sentimientos, “y no tenía la madurez para abordarlos”. Era un muchacho vulnerable que se creía un hombre adulto que al final guardó su corazón y lo recubrió de hielo, transgresión e indolencia en un lenguaje políticamente incorrecto para mostrar el lado oscuro de una parte de la sociedad estadounidense adinerada.
Entonces, escribió Menos que cero, y con 21 años debutó con éxito. Se convirtió en uno de los emblemas de la Generación X y en el enfant terrible de la literatura estadounidense, con tantos admiradores como detractores. A la novela de iniciación le infundió erotismo y terror, porque como él dice: “Creo que hay pocas veces que el sexo no esté ligado al miedo. Hasta los 17 años es increíble tener mezcladas esas emociones”, afirmó durante la presentación de la novela en Espacio Fundación Telefónica, en Madrid, en junio de 2023. Y en medio de ese carnaval de experiencias el yo-emperador adolescente imponiendo su mundo de confusión, zozobra, inseguridad y desorientación.
Sus siguientes novelas conservaron esa voluntad de irreverencia y enfado característicos de los jóvenes, como si se empecinara en no crecer. Fundió el yo de Bret Easton Ellis con el yo del narrador, de donde surgió un nuevo yo que juega y borra las fronteras de la ficción y la realidad en las novelas Las leyes de la atracción (1987), American Psycho (1991), que lo lanzó a la fama planetaria, Los confidentes (1994), Glamourama (1998), Lunar Park (2005) y Suites imperiales (2010). Además, su artefacto autobiográfico titulado Blanco (2019) donde afirma: «Hemos entrado en una peligrosa suerte de totalitarismo que en realidad aborrece la libre expresión y castiga a la gente por mostrarse tal cual es».
Se dice que el primer libro de un autor contiene todo su universo literario, que es el big bang de lo que será su obra y que los libros futuros son solo variaciones. Pues bien, Menos que cero no es ese libro en la vida de Bret Easton Ellis.
Cuarenta años después, el escritor le cumple a aquel joven con aquella primera historia que quería escribir, a los 17 años. Esa novela tiene un título desacertado en español, Los destrozos, y en cambio en su original inglés es más ajustado a lo que el autor narra y quiere transmitir: Los fragmentos, porque reconoce las partes de su vida y las junta en una sola pieza.
Ellis relata el verdadero fin de la inocencia de un joven, y, sin saberlo, del encuentro malgastado con la felicidad. Son trozos de su vida que se quedaron dentro de su cuerpo como astillas de madera, que unos días molestan y otros no. Pero ahí están. La dualidad lo ha acompañado desde el ámbito de su vida privada cuando, al comienzo, estaba entre la heterosexualidad que tenía como tapadera mientras se enrollaba con otros chicos. Incluso, su sueño era ser cineasta. En cualquier caso, quería jugar a atravesar el espejo o a quedarse de este lado. Entre la verdad y la imaginación, entre lo que quería contar y lo que debía contar.
Los destrozos no tiene la brutalidad o la amoralidad de sus otras novelas. El libro es de un Bret Easton Ellis que narra con 57 años los acontecimientos de su vida cuando tenía 17. Un verano en California a comienzos de los años ochenta en un colegio de ricos. Un asesino en serie suelto da el toque de thriller a una historia de iniciación y aprendizaje de adolescentes con las hormonas revolucionadas.
Una obra donde es indiscernible su vida real de la del narrador de la ficción. Recuerda la construcción de su vida emocional, intelectual, artística, de sus sueños, de sus miedos y de sus dudas. Una cartografía de la construcción de su identidad. Utiliza un narrador omnisciente que termina creando un juego metaliterario.
“Es una novela que el narrador dice que ha intentado escribir durante décadas, pero al que la ansiedad y los demonios no se lo permitían. Una supuesta escritura terapéutica para poner en claro lo que le pasó, lo que le pasó a sus compañeros Susan, Tom, Mat y Ryan con la llegada de Robert Mallory. Ese demoníaco y hermoso ser que aparece al principio de curso y que, según el Bret de la novela, les cambió la vida para siempre”.
Así lo presentó la escritora argentina Lucía Lijtmaer en Espacio Fundación Telefónica, cuando Bret Easton Ellis habló de Los destrozos, de cuya conversación surge este universo fragmentado que conecta su vida y su obra:
El sueño de ser cineasta
Crecí en Los Ángeles, donde en los años setenta hubo grandes películas. Todos queríamos ser directores de cine. Pero yo también leía. No sabía qué quería ser. Antes de Menos que cero escribí dos novelas. Quería ser cineasta, pero se me atravesó la vida de novelista.
La diferencia entre escribir un guion y una novela es la conciencia. La novela tiene que ver con ser consciente del estilo. Cuando leía a Hemingway, por primera vez, era un lector voraz. Vi que había algo muy poderoso; no es lo que pasa, sino cómo se cuenta. Es el estilo. El estilo lo cambia todo. Y ese fue el momento en que crucé la línea y dije: “¡Ah! esto es lo que hace una novela, tiene que ver con la conciencia y con el estilo. Puedes crear la mejor trama e historia del mundo, pero si no tienes estilo a mí no me va a interesar”. Pero no es verdad porque leí El Código da Vinci y me lo pasé muy bien, y no tiene ningún estilo, pero es una excepción.
En los guiones, creo, lo importante es la estructura. Dependes del tiempo y tienes que ver cómo vas a estructurar la historia, una idea que contar en cien minutos, hay que tener en cuenta los costes. Una novela puede ser todo lo digresiva que quieras, una película no.
Origen y podcast de Los destrozos
Antes de publicar Los destrozos hice un podcast donde serialicé la novela, lo tenía todo bastante programado. En 1982 quise escribir este libro. Escribía Menos que cero y quería dejarlo para hacer esto. Me parecía algo más importante y personal y autobiográfico. Tenía 17 años, el cambio entre la adolescencia y la edad adulta. Eso fue ese año para mí. Pero la trama que quería contar y las relaciones eran muy complicadas para alguien de 18. No tenía capacidad. Era una novela de sensaciones, no tenía narrativa, todo tenía que ver con estados de ánimo, ambientes, fiestas, discotecas, mis parejas sexuales y las drogas que tomábamos. Yo podía escribir ese libro, pero había algo sobre la honestidad emocional de las personas que yo quería, y eran mis amigos.
He tardado 40 años en escribirla. Cuando el libro se abrió a mí, yo tenía 57 años. Cuando estaba escribiendo de estos personajes los busqué en las redes sociales y no los podía encontrar. Tampoco los sitios a donde íbamos, las discotecas, los centros comerciales, las cafeterías. Había desaparecido 1982. Y yo escuchaba la música de la época. Estábamos en la pandemia, en el confinamiento.
Hice el podcast desde septiembre de 2020 hasta septiembre de 2021. Me di cuenta de que nadie había convertido una novela en un podcast, no la habían serializado. Me lo propuso mi editor. Hice el primer capítulo y tuvo mucho éxito. Durante un año, cada dos semanas, hicimos un capítulo. La novela es más corta, es el libro que quería escribir.
La voz: la clave
Por alguna razón los dos primeros párrafos de este libro los escribí con la voz de una persona de 57 años. Aunque yo quería una voz de 17 años. Durante todas estas décadas
en que pensé escribirlo el narrador siempre tenía 17 años. Y eso me atascaba. Pero con 56 me di cuenta de que ahora está recordando lo que pasó, eso fue lo que desatascó el libro. También me di cuenta de que con 56 años el libro podía ser abierto emocionalmente, podía escribir sobre el amor. Esto no lo podía hacer con 18 años. No sabía lo que significaba, pero, ahora, en el otoño de mi vida, me di cuenta de que podía escribir de esto y no me importaba.
Llegó el momento en que quería explicarles a esos personajes el lío que tenía en la cabeza: que era un chico con muchos problemas a los 17 años.
Narrador Bret
Soy yo, no es un ejercicio intelectual. Todos los libros que he escrito son una reflexión de dónde estaba yo en el momento de escribirlos.
Menos que cero cuando estaba en la universidad.
Las reglas de la atracción y American Psycho cuando estaba en Nueva York.
Glamourama cuando intentaba llevar mi vida de famoso.
Mi narrador ha ido envejeciendo conmigo. Siempre escribo sobre mí, y yo voy cambiando.
Cuando trabajaba en Los destrozos me sentía muy vulnerable. Y mucho más viejo. No me importaban tanto las decisiones estilísticas. Cuando hice Glamourama estuve ocho años haciéndolo y me encontraba muy feliz. Era muy consciente de que cada línea, cada diálogo, eran muy importantes y me lo pasé bien escribiéndolo.
Pero nunca volveré a escribir un libro de la misma manera, del mismo modo que nunca volvería a escribir un libro como American Psycho. Yo no tengo tiempo para escuchar ahora a Whitney Houston, a Genesis, durante un mes. Era más duro escribir estas partes que las de los asesinatos.
Los destrozos me llamó, me tocó el hombro, y me dije: “Estoy preparado para escribir de manera muy honesta y gráfica sobre mis sentimientos, sobre mis compañeros de clase, mi amor por mis compañeros de una manera que nunca había escrito”. En Estados Unidos había estado escribiendo de manera explícita sobre sexo entre menores, adolescentes. Los críticos dicen que este libro es pornográfico, pero no lo creo. Yo cuento cómo era el sexo que yo tenía a los 17 años. Quería escribir sobre ese periodo con total libertad.
El mundo de ayer y el de hoy
Vivíamos en un mundo adulto y nos adaptábamos a lo que los adultos querían. En muchos sentidos nos ayudó a crecer. Todos queríamos convertirnos en adultos, no queríamos ser niños para siempre. A mí me sorprende mucho cuando veo a una persona de 43 años vestida como Thor, eso no me entra en la cabeza. Nunca hubiéramos pensado que el futuro iba a ser así.
Pienso que los padres boomers, que se suele decir que no miraban por sus hijos, educaban de una manera correcta. En la novela quería reflejar esto hasta cierto punto. Los suicidios eran mucho menos en mi generación que los de ahora. Los tiroteos en las escuelas no existían. En muchos sentidos, por muy oscuro que yo lo pinte, esta superficialidad, casas vacías sin padres, era un tiempo muy inocente comparado con lo que tenemos hoy. Y esto es lo que yo suelo llamar el Imperio. Ahora estamos viviendo en un mundo posimperio. El Imperio es Estados Unidos de unos 40 años después de la Segunda Guerra Mundial donde había poder, y el 11 de septiembre de 2001 acabó con todo esto. Los destrozos hace muchas referencias a este asunto.
Un ejemplo de lo que digo es esta escena en la novela: Fui a ver El resplandor al cine, llegué 20 minutos antes, vi cómo entraba la gente a la sala, vi a mis amigos, hablamos, pensaba en la gente, pensaba en mi vida, quería que la película empezara, miraba la pantalla, estaba ansioso porque empezara la película, no tenía en mis manos un móvil.
La pantalla con El resplandor es un catalizador para todo lo que existe en el libro.
Violencia,
A mí me resulta fácil escribir un libro, me hace feliz, es un momento de placer. Es una bendición tener una novela entre manos. Estuve hablando con Tarantino y le gusta Los destrozos. Me dijo: “Hiciste lo mismo que yo hice con Érase una vez en Hollywood. No es que sea tu infancia, pero son tus recuerdos”.
Es Los Ángeles, los amigos de mis padres, Hollywood. Teníamos la misma edad, 5 o 6 años cuando los asesinatos y había muchos asesinos en serie en California. Tarantino y yo encontramos algo muy poderoso en esa violencia de los años setenta y lo buscamos reflejar en nuestra obra. Lo hacemos en un contexto. No es lo mismo leer actos violentos que experimentar. No creo que una imagen de violencia sea un acto de violencia.
Tarantino utiliza una frase de Jean-Luc Godard cuando le preguntaban por qué había tanta violencia y sangre en sus películas y decía: “No es sangre, es rojo”. Estamos en un mundo extremadamente violento. Si vamos a Shakespeare veremos muchos cadáveres en su obra. Es un reflejo del mundo en el que vivimos. No me resulta difícil escribir de esto. Las escenas de fiesta son más difíciles, hay muchas personas, tienes que hacer una coreografía. Técnicamente son difíciles de escribir.
Realidad y ficción
No sé si Patrick Bateman, en American Psycho, es malo; es triste. En el libro hay muchas pistas que hacen que te cuestiones su salud mental. Es un narrador no fiable. Lo interesante de este personaje es que al escribir yo no sabía lo que iba a pasar. Me pasé tres años escribiendo y había semanas que me decía: ¿Pero, de verdad, está haciendo esto? Parte del éxito del libro es que no sabes si lo que cuenta ocurrió de verdad.
En Los destrozos, cuando escribí la última página del libro lloré. Estaba en la habitación de un hotel. Hay personas que no entienden esta parte porque piensan que es una falsedad, que todo era un sueño. ¡No, no, no! Es el narrador que no es capaz de asumir algo horrible que ha hecho.
Contra la corrección política y la literalidad
Yo quiero un personaje interesante de ver. No quiero un personaje bueno, víctima de algo. Quiero ver personajes interesantes que cometen errores, meten la pata… Este es el único criterio que tengo para elegir el arte que me interesa ver, sean novelas, películas o programas de televisión. Son personajes con líos en la cabeza, me fascinan.
Creo que muchos escritores y directores de cine se equivocan al intentar crear personas tan lindas, tan suaves. El arte no es mirar un espejo, es abrir una ventana, una puerta; y atravesar esa puerta no es verte a ti mismo en un espejo.
Muchos artistas no piensan en ponerse en la piel de otra persona y ser empáticos. Se olvidan de las metáforas. Tienen una visión muy literal, no pueden ver algo en otra cosa y esto es un gran obstáculo para poder crear arte.
Adiós a la novela y deterioro de la enseñanza
Yo crecí en una época en que la novela era un acontecimiento. Quizás la última vez que fue un acontecimiento con un escritor bueno, en Estados Unidos, fue con Jonathan Franzen y Libertad (2010).
Cuando perdemos esta sensación de invertir en ir a ver una película o en ir a comprar un libro, porque ya todo está disponible en tu móvil, en la pantalla, y ahora paras la canción, luego la escuchas o veo la película, algo pasa.
Creo que la conexión con las obras de arte ha disminuido, se ha perdido mucho. Y eso es parte del problema. Creo que las personas no están educadas para leer novelas. Y no es que tengas que ir a un curso de lectura, es una cuestión del sistema educativo. Antes te enseñaban a leer un libro, a comprenderlo. Ahora lo que se enseña es ideología: este libro lo escribió tal persona, por lo tanto, es importante o no, no importa si es bueno o malo. Se lee por el tema o el autor. Y eso es muy malo para la estética. Puede ser bueno para la ideología, pero para la estética es terrible.
- Los destrozos. Bret Easton Ellis. Traductor: Rubén Martín Giráldez , Murillo Fort(Random House).
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