El narrador, cineasta y dramaturgo Daniel Remón (Madrid, 1983). /Foto de Daniel Mordzinski- cortesía Seix Barral

Daniel Remón: “La ternura está en la base de todo, es algo que hemos silenciado por miedo a que se rían de nosotros”

El guionista y dramaturgo español debuta en la novela con 'Literatura', una fábula de autoficción y gran imaginación con el trasfondo de la muerte de sus padres. Es un libro sobre el tiempo, los amores y las pérdidas como escultores de la vida, a la vez que reivindica el arte de contar y contarse a sí mismo

“Me acuerdo de ver, con doce años, una película que me dejó absolutamente fascinado: Ordet, de Carl Theodor Dreyer. La vi en ¡Qué grande es el cine!, el programa que presentaba José Luis Garci, y que tuvo mucho que ver en la educación audiovisual de mi generación. No entendí demasiado de la película. Mejor así, en realidad: cuando uno entiende o cree que entiende todo no siente ninguna necesidad de hacerse preguntas. En su libro Trance, que recomiendo, Alan Pauls cuenta que a él le pasó algo parecido con 2001, una odisea del espacio, la película de Stanley Kubrick. Yo no he vuelto a ver Ordet, pero todavía me acuerdo de sus imágenes. Me acuerdo de Johannes, el protagonista, un loco que cree ser Jesucristo, subido a una montaña, maldiciendo al mundo. Y sobre todo me acuerdo del milagro final. Ahí supe que, en el cine, los muertos podían resucitar”.

Ese es el primer gran amor artístico de Daniel Remón. Un amor adolescente de los que colonizan todo el pensamiento, las horas, los sueños, los silencios…

Con los años descubriría que los muertos también podían resucitar en la literatura, y estar vivos en la memoria.

Un cuarto de siglo después de ver Ordet, con 37 años, Remón decidió resucitar a dos personas en una novela: a sus padres. Y a uno más, al niño Daniel Remón que fue. Escribió el libro en una especie de rapto de inspiración y necesidad de querer decir a la gente que quiere que la quiere. Incluidos a sus padres fallecidos, perdió a su madre con 7 años y su padre con 23. Así empezó su confinamiento por la covid-19 en la primavera de 2020. Acabó la novela y antes del verano empezó a darle vueltas al título hasta que la llamó Literatura (Seix barral), como la vida misma, un debut literario original, conmovedor y hondo sobre los afectos y la condición humana.

Literatura es una fábula en la que desde la sensibilidad de un niño y su curiosidad el adulto reconstruye su pasado al contárselo a su sobrino de 3 años, y a sí mismo. Una historia que imbrica realidad y ficción y la manera como se influyen mutuamente. Una fábula arriesgada y bonita sobre el Tiempo que reivindica el arte de contar cuentos orales, de reordenar la propia vida como mecanismo de supervivencia y liberación, de expresar y verbalizar el amor a los seres queridos, de la imaginación y de la ternura.

“La ternura está en la base de todo, es algo que hemos silenciado por miedo a que se rían de nosotros porque pensamos que la otra opción es más inteligente e intelectual. Pero eso es lo más fácil. No hay nada más fácil que el cinismo y reírse de los personajes. La propia vida nos lo pone en bandeja”.

Daniel Remón (Madrid, 1983) llega a este punto en mitad de esta videoentrevista con sus cascos blancos frente a su ordenador. Está en Madrid, pero no es su casa. Estos días vive en la de un amigo mientras encuentra la suya. Esta mañana de invierno irá a su pasado que ya lo desvela menos.

Daniel Remón durante la video entrevista con WMagazín.

Esta primera novela la hizo después de haber escrito en colaboración las películas Casual Day, Cinco metros cuadrados, Paradiso, Perdido (estas con su hermano Pablo) y El arte de volver. De haber escrito como dramaturgo Muladar (Premio Lope de Vega) y El diablo (Premio Calderón de la Barca). Y de haber hecho la adaptación al cine de Intemperie, el gran debut novelístico de Jesús Carrasco con la que obtuvo el Goya al Mejor Guion Adaptado en 2020.

Tras el cine y el teatro ahora el amor eterno de Daniel Remón es la literatura. Este 2021 lo ha blindado para eso. Para escribir. Para leer. El primer asomo a la lectura lo hizo tras la muerte de su madre, María Pilar Magaña, en 1990, en el verano siguiente. Empezaban los años noventa y él tenía 8 años.

“No recuerdo que me leyeran cuentos de muy niño. Mi primer contacto tiene que ver con mi abuelo materno, Calixto. Es la primera persona que vi que tenía libros. Mi abuelo era un señor de derechas de Zaragoza que compraba el ABC y del suplemento Gente menuda recortaba los fragmentos de tebeos, los guardaba y los juntaba para dárnoslos cuando íbamos a mi hermano Pablo y a mí. Era como un libro que había construido”.

Luego llegó el cine y lo conquistó todo. Tres o cuatro películas diarias que sirvieron como refugio a aquel dolor por la muerte de su madre. En el verano de sus 18 años su hermano Pablo, seis años mayor y estudiante de cine, le recomendó que leyera dos libros: Lolita, de Vladimir Nabokov, y Trópico de Capricornio, de Henry Miller.

“Quedé en shock al leer esas dos novelas. Eso me abrió a otros libros.

Recuerdo una cuestión estética y musical que te empapaba y te hacía entrar en un universo fascinante, y la sensación de que estaba como leyendo algo prohibido. Vengo de una familia tradicional donde no se podía hablar de estas cosas un poco más prohibidas, pero supe que eso era posible”.

El romance con la literatura empezó imparable. Luego llegaría el de contar historias. Su hermano Pablo, que estudiaba en la Escuela de Cinematografía y de Audiovisual de la Comunidad de Madrid (ECAM), le pidió que le ayudara a armar un guion.

“Fue el primer guion juntos. Yo tenía 19 años. Se basaba en tres historias de un crimen en España y una de ellas no la había contado un familiar nuestro. Pablo me contaba la película y yo hablaba con él. Un día me dijo que hiciera una versión de esta historia de los tres crímenes. Fue como un juego. Estuvimos todo aquel verano escribiendo hasta las tantas de la madrugada”.

Así se juntaron el cine, la lectura, la escritura de guiones, los estudios de Comunicación Audiovisual, luego llegaría el teatro, más tarde los premios, hasta que en 2020 en el confinamiento de una sociedad amenazada por el virus y asediada por el despertar de temores insomnes su sobrino Teo de 3 años le pidió que le contará un cuento. Pero no uno cualquiera. El puso las piezas de ese guión: un niño llamado Teo, un coche rojo, una bruja buena y una mala, un monstruo, unos tacones, un hombre de hojalata, una maleta y un montón de dinero.

Daniel Remón, sin darse cuenta, empezó a desandar su vida. Como si hubiera despertado al Johannes de Ordet, de Dreyer, que llevaba dentro desde los 12 años cuando vio la película.

Teo aún no ha leído la novela, claro.

“Él sabe que hay un libro salido de su petición. Cuando voy con él a una librería ve la novela y la señala: ‘Este es el libro de mi tío’, dice. No sé cuando la leerá, pero tengo ganas de que llegue ese momento”.

Es un libro sobre el Tiempo. Adelante, atrás, desde diferentes esquinas y texturas, al final estático. Todo cae y cabe en él, todo vive a la vez. La memoria.

“Supe de qué iba la novela cuando la terminé. Cuando escribo no sé hacia dónde voy. Es algo misterioso. Un proceso de experimentación y descubrimiento. Cuando la terminé empecé a pensar en un título. Creo que hay muchos temas. La novela habla mucho del tiempo, del paso del tiempo, de qué hacer con el tiempo. Es verdad que influye que fue escrita durante el confinamiento con ese tiempo extraño que vivimos todos. Sentía que estábamos robando el tiempo; para unos fue un castigo, para otros un regalo. Un tiempo fuera del tiempo. Y ese es un lugar muy interesante para escribir”.

En el fluir del relato a Teo, Daniel Remón reconstruyó su tiempo, sin saber, con los hilos de las diferenes clases de amor que lo han hecho a él: el amor a los padres muertos, al hermano, al sobrino, a su pareja, a los amigos, y también al cine, al teatro, a la literatura, al arte de contar historias.

“…Es curioso, nunca había escrito nada que tuviera que ver con el amor. Tal vez porque tenía una educación basada en el silencio y de cosas que no se decían por vergüenza. Pero esa circunstancia que vivimos todos en el confinamiento despertó en mí algunos miedos y sentí la necesidad de decir una serie de cosas. No tenía miedo a morirme, pero sentí una urgencia de decir porque si me pasaba algo quería dejar dichas una serie de cosas.

El amor cambia la medida del tiempo. Cuando estás feliz o enamorado el tiempo corre de otra manera a cuando estás jodido, que va lento.

El libro tiene que ver con los afectos a lo largo del tiempo y cómo colocarnos frente a ellos. Pedir perdón y saldar cuentas que tenemos.

El amor de la pareja es una construcción, casi una narración conjunta. Esos afectos cada vez son más importantes para construir tu vida, no solo sobre tu obra o trabajo sino sobre otros”.

En Literatura detrás de ese amor está el dolor ante las pérdidas o temores por esos amores. Es un aire que corre sigiloso por toda la novela y mueve el aire de todas las estancias que en ella hay.

“Empecé a hablar de mis padres porque necesitaba hacerlo. Desde hace mucho tiempo tenía la necesidad de hablar de mi pareja, de mi hermano, de mi cuñada, del concepto de familia nueva. El amor y el dolor están ligados. Donde hay amor hay miedo porque temes perder eso. Sobre todo en tiempos de pandemia cuando hay más vulnerabilidad. Tienes la sensación de que todo se sostiene sobre un equilibrio muy precario. Es algo que fue surgiendo. No solo hablar de la pérdida de mis padres y lo que había perdido con su muerte sino de lo que tenía y de la posibilidad de recuperar el afecto de mis padres a través de la ficción”.

Con 26 años, Daniel Remón escribió un guion para una película que no ha hecho y que abordaba el tema, también una obra de teatro, pero nada. En Literatura se lo cuenta a Teo. Remón está en París y el 16 de abril de 2009 su personaje de la película, que se parece a él y a su padre, Teodoro Remón, dice: “Al niño que fuimos no se le puede cazar. Solo después de mucho tiempo y mucho daño puede uno acostarse a su lado, abrazado a él”. Al escuchar esa frase, tras un breve silencio, Remón dice:

“Gracias al nacimiento de mi sobrino he podido establecer una comunicación con el niño que era a los 7 años cuando murió mi madre. Me siento en deuda con ese niño porque he tardado en darme cuenta de que tuve una infancia extraña, casi no tuve infancia.

Es verdad que cuando muere tu madre pierdes la fe en un posible Dios, en los adultos que te dijeron que se podía curar y era falso… Pierdes la esperanza. Tienes conciencia de la muerte, y eres solo un niño con lo cual no eres inocente, con lo cual no eres un niño. Quería establecer un diálogo con mi pasado y colocar eso”.

¿Ha podido Daniel Remón abrazar a ese niño que fue y estaba solo y dolido?

“Sí, sí… Ha habido una cierta curación. Ha sido terapéutico. He podido hablar con ese niño, es muy breve… Creo que lo abrazo y desaparece… Uno tiene la sensación que escribe casi contra la muerte, una batalla perdida, pero vale la pena…”.

Si a los 12 años el recuerdo que conserva de Ordet es la posibilidad de los milagros en la ficción, y a los 18 de la lectura de sus dos primeros libros a conciencia, Lolita y Trópico de Capricornio, con sus historias de pérdidas e intento de recuperaciones y la musicalidad, a los 25 años, en 2007, dos años después de la muerte de su padre, llegó la lectura premonitoria:

“El impacto de la lectura de Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, fue tal que escribí en un diario que tengo: ‘Tienes que ser escritor, no puedes hacer guiones’. Ese libro me cambió la vida. Y sentí esa sensación de juego y libertad absoluta y búsqueda y fuga. De alguna manera sentí que tenía que ser escritor”.

Se lo había prometido al padre muerto. Lo cumplió en 2020. Despojado de pudor. Dispuesto a reencontrarse con aquel niño y joven huérfano. En ese despertar sin prejuicios se reencontró con la ternura, como lo cuenta en este vídeo:

“La ternura tiene mala prensa. En el mundo cultural la ternura y la inteligencia parece que son incompatibles. Uno no puede escribir un libro luminoso sin ser un poco necio o ñoño. He necesitado muchas cosas para poder escribir este libro, la película que nunca hice, las obras de teatro. Tenía un humor negro con cinismo. Raymond Carver decía algo en contra de la ironía y en favor de la piedad sobre que había que estar cerca de los personajes.

He dejado de tener miedo o dejado de pensar sobre lo que los demás van a pensar de mí. Eso tiene que ver con la ternura”.

La ternura está en la base de todo, es algo que hemos silenciado por miedo a que se rían de nosotros porque pensamos que la otra opción es mas inteligente e intelectual. Pero eso es lo más fácil. No hay nada más fácil que un cínico y reírse de los personajes. La propia vida nos lo pone en bandeja.

La gente está asustada. No quiere ser o parecer cursi, y prefiere ser fría y no comunicar, y eso es peor. En España hay mucho de eso… En mi casa, en mi familia que es muy aragonesa, del norte, se ve. Yo, por ejemplo, no le dije a mi padre te quiero hasta que estuvo muerto. La frialdad y supuesta inteligencia son un refugio para que, supuestamente, nadie nos pueda hacer daño. Yo ahora me encuentro cómodo”.

La piedad que pedía Carver para sus personajes se le ha quedado a Daniel Remón muy dentro. Y toda la obra del narrador estadounidense que hace un cameo en Literatura cuando cuenta que un poster suyo está en su habitación.

“Carver tenía algo que intento preservar: el misterio, siempre una sensación de amenaza que no sabía de dónde procedía. Al final, el entendimiento está sobrevalorado. Hay muchas cosas que nos fascinan y que no entendemos. Las películas que vi de niño y adolescente de Dreyer o Bergman no las entendía, pero me fascinaban. Había algo allí. Ese es el misterio.

Carver es la sensación de la economía del lenguaje, de tenerle respeto al lector para no hacerle perder el tiempo. Es depuración”.

Daniel Remón está ahora en la exploración de nuevos territorios literarios. Latinoamericanos y escritoras expanden su horizonte. Está feliz. Le han descubierto un universo. Su guion para este 2021 lo tiene claro: leer y escribir, escribir mucho.

“Escribí un guion con Rodrigo Zorogoyen que se hará en algún momento, pero 2021 lo tengo blindado para escribir otra novela. He disfrutado del proceso y me siento más libre.

Quiero seguir dialogando con mis padres muertos. Asumir lo que soy y no me tiene que dar miedo”.

En la novela cita una frase de L. P. Hartley cuando dice que “el pasado es un país extranjero; allí hacen las cosas de otra manera”. Remón no está seguro de eso y escirbe en Literatura: “Más que un país extranjero es una olla de rancho en la que mojamos mi hermano y yo«.

«Hemos tardado en hacer eso con mi hermano. Nunca hablamos de la muerte de mis padres. Hemos tenido que inventar un universo para poder hablar en otro idioma. Lo hemos tenido que inventar para atrevernos a hablar de estas cosas porque no nos atrevemos a hacerlo en la vida real. Él escribe obras de teatro donde las habla de manera lateral y yo escribo novela. Estamos hablando en clave y lo disfruto porque lo asocio a la infancia cuando uno se inventa un idioma que otros no entienden”.

Daniel Remón viene de una familia más o menos acomodada en un barrio pijo del norte de Madrid. De los que veían a barrios del centro como Malasaña como del otro lado del muro donde aguardaban los peligros, la aventura y lo prohibido.

“Malasaña era un territorio mítico. De joven iba al bar Pepe Botella y veía que la gente repartía papeles con poemas en las mesas. Y dije: ‘Voy a hacer lo mismo’. Estaba deseando que me pasaran aventuras, pensaba que si me pasaban cosas extrañas por las calles podía escribir”.

No hizo falta salir a buscar los mundos poblados de miedos y monstruos agazapados para enfrentarlos.

@WinstonManrique

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Winston Manrique Sabogal

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