El escritor español Gonzalo Hidalgo Bayal (Cáceres, 1950). /Foto José Luis Gálvez -cortesía Planeta

Gonzalo Hidalgo Bayal: «Somos reos de nuestra memoria, somos nuestra memoria»

El escritor español crea en 'Hervaciana' un fresco de la infancia con trece historias que vivifican episodios de múltiple naturaleza que escenifican la condición humana desde el despertar al mundo

“No cabe duda de que la memoria está llena de trampas, argucias y trampantojos, pero supongo que somos nosotros los tramposos, incluso ingenuamente tramposos, bien sea porque seleccionamos para el recuerdo unos episodios sobre otros, porque los adaptamos a nuestras propias necesidades o porque la memoria también se nutre de sí misma, se regenera. En cualquier caso, en gran parte, para bien o para mal, somos reos de nuestra memoria o, llevando las cosas hasta el extremo, somos nuestra memoria”.

Y ante el espejo de su memoria de lo que acaba de decir se puso Gonzalo Hidalgo Bayal en los trece relatos que dan vida a Hervaciana (Tusquets). Fue en 2021 uno de los dos mejores libros de cuentos del año para WMagazín. Trece historias como un collar de pequeños corales tan distintos unos de otros, pero esculpidos por las mismas aguas juntados por el hilo de la prosa evocadora de Hidalgo Bayal (Higuera de Albalat, Cáceres, España, 1950).

El filólogo, narrador y profesor de colegio «treinta y muchos años» logra un fresco hermoso y duro a la vez de sus días infantiles y adolescentes en el internado del colegio de San Hervacio entre los años cincuenta y sesenta. En la mitad de la nube oscura y gris que fueron los años de la dictadura de Franco en España. Para un niño la vida era otra cosa. Atender a clase, hacer amigos, no dejarse avasallar por algunos compañeros, abrirse paso ante las primeras experiencias o impactos o lecciones de la vida que entonces no se sabe que son experiencias, ni impactos, ni lecciones; simplemente el acontecer del día a día.

Tal vez sea cierto el tópico de que en la infancia se vive y después se sobrevive, y que por tanto sea un paraíso en general, para todo el mundo, no solo para escritores, pero, al escribir, el paraíso estará donde se encuentre la materia de la escritura, sea en la infancia, en la adolescencia o en la madurez, en lo bueno y en lo malo. Y no deja de ser paradójico que, en este aspecto, haya más paraíso en lo malo que en lo bueno. Por mi parte, he sacado episodios de todos los periodos y no me atrevería a decir que unos sean más importantes que otros”.

Lo ha hecho con una prosa amable, sencilla y conmovedora por momentos que convierte casi en compañero al lector, o en testigo de aquello que el lector pudo haber vivido. El manejo de Hidalgo Bayal con el lenguaje, la precisión para evocar, mostrar y transmitir emociones. e incluso que el lector se identifique con el narrador de sus cuentos y novelas las demostró en la inolvidable novela corta Campo de amapolas blancas, en 1997. Antes ya había escrito las novelas Mísera fue, señora, la osadía (1988) y El cerco oblicuo (1993). Tras el aplauso de la crítica con aquella nouvelle, Hidalgo Bayal ha publicado los libros de cuentos como Conversación y las novelas Paradoja del inventor, El espíritu ásperoLa sed de sal, Nemo y La escapada.

Algunos de los cuentos de Hervaciana recuerdan que las palabras tienen vida, y una vida propia y diferente en cada persona de acuerdo a su biografía, la de la palabra unida al sujeto. El milagro de la palabra que florece diferente en quien la lee, escucha o ve. Gonzalo Hidalgo Bayal responde a vuelta de correo electrónico:

“Creo que, en efecto, las palabras nos afectan según nuestra experiencia, según el modo como el lenguaje acompañe a la biografía, y que, del mismo modo que nos afecta la experiencia, nos afectan las palabras que la acompañaron, no porque adquieran significados nuevos o distintos, sino por su complicidad, sobre todo si es negativa. Si no me causara cierto rubor, me atrevería a decir que todos contamos con palabras existenciales”.

Aquí cada cuento de Hervaciana es un episodio que vemos y escuchamos y hasta olemos, pero, sobre todo, entendemos en la trascendencia de lo que sucede, de lo que el narrador nos cuenta, temas más que hechos. Palabras que son como teclas que activan una música o son el obturador de una cámara en el Tiempo. Hidalgo Bayal se acerca a ver qué palabra serviría para definir o describir su etapa escolar:

“Como yo fui lector temprano y fervoroso de Juan Ramón Jiménez diría que fueron los campos semánticos de la tristeza tan reincidentes en sus versos de la primera época los que más me atraían: otoño, melancolía, nostalgia, lánguido, crepúsculo, ángelus. La evasión de la torre de marfil. A la etapa escolar tal vez le convengan palabras como ingenuidad, docilidad, inconsciencia”.

A la luz y cobijo de estas palabras y conceptos, el escritor español vivifica aquellos años en imágenes, sensaciones, aromas, pensamientos, ilusiones…. De todo lo que están hechos aquellos años duros, ligeros, alegres, preocupantes, expectantes, atemorizados… Acaso las adversidades como motores de la narración más que los momentos agradables.

Se presta a la narración más que la felicidad o la alegría para ser narradas. La felicidad o la alegría basta con sentirlas. La adversidad, en cambio, no queda más remedio que vivirla y tal vez por eso merezca ser contada. También creo, sin embargo, que solo la adversidad no es suficiente. Que todo lo que ocurre ocurra, no es bastante razón para contarlo, escribí una vez”.

Y, sin embargo, solo se busca la felicidad, todas esa vueltas y revueltas que da la vida mientras se busca la felicidad. En uno de estos cuentos, Hidalgo Bayal dice que la felicidad es el destino del hombre en la Tierra.

“Puede ser, pero, si lo he afirmado tan rotundamente, habría olvidado decir que se trata de un destino inalcanzable. Por eso terminamos entreteniendo la esperanza con placeres menores, capitales”.

Aunque siempre hay uno que merodea, el amor. En Hervaciana más presente como amor no correspondido, otra vez la adversidad. Amor no correspondido, de un dolor profundo que parece no desaparecer y luego apenas queda el recuerdo. ¿Qué es el amor? ¿Acaso es lo único que verdaderamente se busca y que conduce a ese destino del hombre de hallar la felicidad?

“Que se hable, por ejemplo, del amor verdadero, del amor de toda la vida, de amores pasajeros, de amores de juventud, etcétera, es prueba suficiente de hasta qué punto es inabarcable la dimensión y la definición del amor, de la palabra amor. Por mi parte, ni siquiera sabría decidir si el amor es un sentimiento natural o una creación cultural. Y sí, tal vez sea uno de los engaños más recurrentes de la felicidad”.

En medio de todo este fresco destella como el sol en el agua del río la amistad y camaradería entre los estudiantes, esas complicidades naturales entre niños y adolescentes:

“Y tal vez sean esas amistades primeras las únicas que verdaderamente perduran en el tiempo. Me he encontrado con lectores de estos relatos que guardan una memoria extensa de aquellos tiempos, que confiesan haber tenido un pasado ‘hervaciano’, que evocan a sus compañeros con nombre y dos apellidos, que saben qué ha sido de unos y de otros, cómo les ha ido en la vida, dónde paran, quiénes han prosperado, quiénes han muerto. Supongo que el colegio, más aún en régimen de internado, es todo un mundo a escala. Yo mismo guardo más recuerdos de mis compañeros de colegio que de los de universidad y profesión”.

La vida misma revivida en trece historias del paraíso en la Tierra que al estar habitado por seres reales todo lo cambian. Trece cuentos de la etapa escolar que se abren como ventanas a la vida y los primeros descubrimientos serios de la condición humana.

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Winston Manrique Sabogal

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