Huracanes, la cólera divina desde Homero hasta Richard Ford
Estados Unidos vuelve a estar temerosa ante otro huracán: Florence, luego de que en 2017 Irma se catalogara como el más grande de la historia. WMagazín repasa varias obras esenciales que tienen este fenómeno meteorológico como protagonista o telón de fondo
Los huracanes son los monstruos del aire nacidos en el mar. El más reciente lo han bautizado Florence y amenza con consecuencias catastróficas en la costa occidental de Estados Unidos. El año pasado, por estas mismas fechas, el temor lo expandió el huracán Irma, reconocido como uno de los más grandes de la historia, que por fortuna, al tocar tierra, bajó su intensidad y los daños fueron menores de lo privisto
En su puro origen, los huracanes son inocentes, nada prevé que en sus entrañas llevan la catástrofe. Si bien la mitología y los clásicos griegos los reflejan como el enfado endiablado del Eolo hijo de Poseidón, las crónicas después de la conquista de América los convirtió en leyendas y la literatura popular ha recurrido a ellos varias veces, la literatura contemporánea de calidad los ha tratado tangencial o episódicamente. O ha explorado en sus efectos devastadores.
Ford novela Sandy
Uno de los últimos escritores que ha tomado a un huracán como desencadenante y telón de fondo de la narración ha sido Richard Ford en Francamente, Frank (Anagrama). Es un libro de relatos, de 2015, protagonizados por su icónico personaje Frank Bascombe. Este famoso periodista deportivo, reconvertido en agente inmobiliario, sale bien librado del huracán Sandy, el más mortífero del año 2012 en Estados Unidos y el segundo en daños, después del Katrina en 2005. Pero quizás el primero por su onda expansiva en todo el hemisferio.
La terrorífica particularidad de Sandy es que, además de que como tormenta tropical afectó las costas de Colombia y Venezuela y todo el Caribe, entró por Florida y, ya débil, pero aún dañino, subió demasiado al norte, barrió la costa oriental y casi llegó hasta Canadá. Algo impensable hace unos años. Lo llamaron Frankenstorm o Supertormenta y afectó a 24 de los 50 estados de Estados Unidos.
Sobre la desolación dejada por Sandy en las vidas humanas y sus perjuicios físicos en las casas y la naturaleza, Richard Ford empieza su libro así:
«Extrañas fragancias lleva en la costa el agitado aire invernal esta mañana, dos semanas antes de Navidad. Balsámicos vapores en un mar sombrío causan expectación en los incautos.
Es, no hay duda, el aroma a reparación y rehabilitación de viviendas a gran escala. Madera recién aserrada, PVC blanco y limpio, el tufillo a lejía del Sakrete, el picor de la silicona, el efluvio dulzón de la tela asfáltica y el alcohol desnaturalizado. La almidonada esencia del Tyvek mezclada con la urdimbre sulfurosa del mar y el hedor proveniente de la bahía de Barnegat. Es el aire del desastre en toda regla. En mi nariz –experta en esas cosas en otro tiempo– nada huele a ruina de forma tan fragante como los primeros intentos de rescate.
Lo noto primero en el semáforo rojo de Hooper Avenue, y luego cuando lleno el depósito de mi Sonata en la Hess, antes de dirigirme al puente hacia Toms River y Sea-Clift. Aquí, entre los intensos olores de la gasolinera, una brisa invernal me agita el pelo mientras los dólares se me van como en una tragaperras bajo las crecientes nubes de diciembre. La brisa ha puesto en movimiento los plateados molinillos de Bed Bath & Beyond, el almacén de artículos para el hogar que anuncia su Grandiosa Reapertura en el parque comercial de Ocean County («Sólo un colchón nuevo podrá tumbarnos»). A lo largo de su kilométrico aparcamiento, con una décima parte ocupada a las diez de la mañana, el Home Depot –un remedo del Kremlin, pero con un enigmático aspecto de «soy tu amigo a pesar de todo»– ha abierto sus puertas temprano y de par en par. Sale un reguero de clientes que, con paso incierto, llevan en equilibrio cajas de nuevos inodoros, nuevas placas base, nuevos circuitos de cableado, bisagras retractiladas, puertas de alma hueca, toda una escalinata de entrada tambaleándose sobre un gigantesco carrito de la compra. Todo de camino a algún domicilio que aún sigue en pie tras la zarabanda del huracán: hace ya seis semanas, pero aún presente en la memoria. Todos continúan perplejos: amargados, deprimidos, dolidos pero resueltos. Decididos a ‘renacer de las cenizas».
El ojo de Carpentier
En El siglo de las luces, Alejo Carpentier hace un fabuloso acercamiento a estos monstruos que como el denomio tienen varios nombres: huracán, ciclón, tifón…. El siguiente es un pasaje de la novela:
«Puede desarrollarse un ciclón al Este de la Florida”… leíase ayer en nuestro periódico. Y muchos, al tropezar con la palabra “ciclón”, no acertarían a figurarse hasta qué punto pueda parecer extraño, a un europeo, eso de oír hablar de ciclones. Cuando Goethe, en una carta famosa, hablaba de la amable naturaleza, “por siempre domada y sosegada” del Viejo Continente, su mente había dejado atrás las eras de los ciclones, y también las de las grandes inundaciones y grandes furias del cielo. Cuando el Sena crece exageradamente, lo más que pueda ocurrir, en París, es que se inunden dos calles y una plaza aledaña. La peor de las trombas -todavía quedan algunas, allá- no pasa de echar abajo tres o cuatro chimeneas de fábricas… Y es que donde la tala ha clareado las tierras durante siglos, transformando las selvas primitivas en campos de labranza, los ríos se amansan y hasta el cielo cambia de fisonomía. No están abajo, ya, los grandes Laboratorios de la Humedad, para hinchar unas nubes en constante actividad, que, de súbito, se enfurecen y estallan sobre el espinazo de montañas vírgenes, que aún asumen las funciones de divisorias de las aguas que la Biblia les encomendara en los primeros capítulos del Génesis. El meteoro de Europa es meteoro de pequeñas dimensiones, como hecho para el escenario de Bayreuth. El rayo ha dejado de ser una manifestación de la cólera divina, desde que Benjamín Franklin lo cazara con un pararrayo. Y la lluvia torrencial ha sido substituida, hace tiempo, por la garúa que cala lentamente, por persuasión, a los transeúntes que nada hacen por evitarla, en las calles de sus ciudades…
Ese desencadenamiento de ciclones, cada otoño, en el Caribe, es todavía una presencia, siempre activa, de las pavorosas “tormentas de las Bermudas”, citadas por Shakespeare y los dramaturgos del Siglo de Oro Español -tormentas que llegaron a hacerse mitos americanos, desde los inicios de la Conquista, como la existencia de las Amazonas o la Fuente de la Eterna Juventud. Y el hecho de que hoy, en 1952, sigamos leyendo los partes meteorológicos que a ellas se refieren, nos demuestra que estamos muy lejos de haber vencido nuestra propia naturaleza, como la habían vencido, amansado, domesticado, los contemporáneos de Goethe.
La Habana acepta, como algo normal, la fatalidad de un ciclón que, cada diez años -en promedio- habrá de caer sobre la ciudad, causando los consiguientes estragos. El correspondiente al año 1926 -el anterior se había arrojado de lleno sobre la capital en 1917- dejó una serie de fantasías tremebundas como marcas de su paso: una casa de campo trasladada, intacta, a varios kilómetros de sus cimientos: goletas sacadas del agua, y dejadas en la esquina de una calle: estatuas de granito, decapitadas de un tajo; coches mortuorios, paseados por el viento a lo largo de plazas y avenidas, como guiados por cocheros fantasmas. Y, para colmo, un riel arrancado de una carrilera, levantado en peso, y lanzado sobre el tronco de una palma real con tal violencia, que quedó encajado en la madera, como los brazos de una cruz.
Todavía América vive bajo el signo telúrico de las grandes tormentas y de las grandes inundaciones. Habrá siempre algún parte meteorológico, de Miami, de La Habana, de la Isla de Gran Caimán, para recordarnos que nuestra naturaleza no ha llegado todavía a ser tan “amable” ni tan “sosegada” como Goethe hubiera querido que fuera la del mundo entero -a semejanza de su romántica Alemania».
Crónicas de Indias
En el Diario de a Bordo de Cristóbal Colón hay varios pasajes que describen tormentas en el Atlántico como monstruos de agua, desde olas «espantales, contraria una de otra, que cruzaban y embarazaban al navío». La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes tiene un pasaje dedicado a las tormantes descritas por los cronicas de Indias. En una de ellas se lee:
«Uno de los primeros en describir un huracán en las costas del Caribe es Álvar Núñez Cabeza de Vaca, en el primer capítulo de sus Naufragios. Cabeza de Vaca era el tesorero que llevaba en su armada el gobernador Pánfilo de Narváez. Habían partido de San Lúcar de Barrameda el 17 de junio de 1527 y llegaron, como muchas de las otras flotas, primero a la isla de Santo Domingo y posteriormente a Santiago de Cuba, en donde un vecino de la villa de la Trinidad ofreció darles algunos bastimentos. Por tal motivo, Narváez envió a Cabeza de Vaca y a un capitán Pantoja para que «trujesen los bastimentos»
. Una vez que llegaron al puerto de la Trinidad se desataron fuertes vientos:
‘..el agua y la tempestad comenzó a crecer tanto que no menos tormenta había en el pueblo que en la mar, porque todas las casas y iglesias se cayeron, y era necesario que anduviésemos siete u ocho hombres abrazados unos con otros para podernos amparar que el viento no nos llevase; y andando entre los árboles, no menos temor teníamos de ellos que de las casas porque como ellos también caían, no nos matasen de bajo’.
Afortunadamente Núñez y Pantoja habían desembarcado, gracias a lo cual lograron sobrevivir y dar relación del momento en que el huracán toca tierra, además de una interesantísima alusión a las prácticas que los indígenas seguramente destinaban para alejar el peligro: «oímos toda la noche […] mucho estruendo y grande ruido de voces y gran sonido de cascabeles y de flautas y tamboriles y otros instrumentos, que duraron hasta la mañana, que la tormenta cesó»
9. Los miembros de la tripulación que quedaron en el barco corrieron peor suerte, ya que los que habían desembarcado no encontraron rastro del navío: sólo «hayamos -dice el narrador- la barquilla de un navío puesta sobre unos árboles, y a diez leguas de ahí, por la costa se hallaron dos personas de mi navío […] tan desfiguradas de los golpes de las peñas que no se podían conocer»
10. La barca sobre la copa de un árbol y los cuerpos destrozados a más de diez leguas de la costa nos remiten a escenas propias de la novelística latinoamericana. Concretamente estoy pensando en el lenguaje hiperbólico tan propio del realismo mágico de Gabriel García Márquez. Pero las escenas que hoy día presenciamos gracias a la televisión después de que un huracán de gran magnitud azota las costas de nuestras tierras parecen remitirnos a esas primeras descripciones de un grupo de españoles atrapados en una tormenta de gran magnitud. Las escenas que Cabeza de Vaca describe una vez que ha pasado el huracán resultan también de dimensiones apocalípticas, no muy distantes de lo que las costas americanas viven hoy en día;
‘La tierra quedó tal que era gran lástima verla: caídos los árboles, quemados los montes, todos sin hojas ni hierba. Así pasamos hasta cinco días del mes de noviembre, que llegó el gobernador con sus cuatro navíos […]. La gente que en ellos traía y la que ahí halló estaban tan atemorizados de lo pasado, que temían mucho tornarse a embarcar en invierno’.
No es extraño encontrarnos con que después de la larga travesía y ya casi para llegar a las costas del Golfo de México las embarcaciones se enfrenten a vientos que les impiden atracar. Más de uno de los viajeros narradores describe cómo, a pesar de estar ya muy cerca de San Juan de Ulúa, una fuerte tormenta con vientos del norte obligaba a las embarcaciones a regresar mar adentro, para evitar así ser azotados contra la costa. De hecho eso fue lo que sucedió, en el mes de enero de 1556, a la flota en la que viajaba un comerciante inglés, John Field, y su sirviente Robert Tomson: «Estando ya tan cerca del puerto, sobrevino de la tierra de la Florida una tormenta de vientos nortes que nos obligó hacernos de nuevo a la mar por temor de ser aquella noche arrojados a la costa, antes que amaneciese
. Siete de las ocho embarcaciones que formaban el convoy estuvieron luchando contra el mal tiempo e intentando sobrevivir durante los diez días que duró la tempestad:
‘Como la tempestad durase diez días con tal furia de terribles vientos, neblinas y lluvias, y nuestro casco fuese viejo y endeble, trabajó tanto que se abrió por la popa, a una braza bajo el agua. El mejor remedio que discurrimos fue atajarla con colchones y almohadas; y por temor de hundirnos alejamos y echamos al mar cuantas cosas teníamos o podíamos haber a las manos; pero nada aprovechó. Entonces cortamos el árbol mayor y botamos al agua toda la artillería».
Odiseo contra los vientos en tropel
Hay tres Eolos, dioses de los vientos, en la mitología griega. El segundo es hijo de Poseidón, dios de los mares. Así que, como todos los hijos de Poseidón, heredó su cólera terrorífica. Cuenta el mito que Eolo vivía en la isla flotante de Eolia. Zeus le había dado el control de los vientos. Cuando terminó la guerra de Troya y Odiseo embarcó en busca de su hogar, Eolo intentó ayudarle a que volviera a Ítaca. Empezó por darle un viento favorable y le entregó un odre que contenía los vientos con las instruciones supremas para manejar la bolsa. La tripulación creyó que allí dentro había algún tesoro. Y abrió el odre… Desataron una tempestad inimaginable con consecuencias fatales que llevaron a las embarcaciones de nuevo a las costas de Eolia. Odiseo volvió a pedir ayuda a Eolo sin ningún resultado. Fue así como debió reemprender su viaje sin ayuda divina y que se plagaría de obstáculos.
Homero describe así, en Odisea, la llegada de Ulises a Eolia:
«Arribamos a Eolia, la isla en que tiene su sede / un varón de los dioses querido, el Hipótada Eolo; / es aquélla flotante y un muro irrompible de bronces / la defiende en redor; lisas suben del mar las escarpas».
Y luego de que la tripulación abriera el odre, cuenta Odiseo:
«El mal parecer acabó de imponerse: / desataron el odre, en tropel se escaparon los vientos / y su furia arrastronos de nuevo a la mar, ya a la vista / de la patria, sumidos en llanto. Despierto yo entonces / meditaba en mi mente sin tacha si habría de arrojarme / de la nave a morir en el agua o mejor me estaría / aguantar en silencio y seguir en la grey de los vivos. / Y sufrí y resistí y, envolviéndome en mi manto, / me acosté en el bajel. La borrasca llevaba las naves / otra vez a la isla de Eolia; mis gentes gemían».
En medio de las narraciones de Homero y Richard Ford algunos de los libros de ficción que tienen a este fenómeno de la naturaleza como protagonista o coprotagonista destacan Huracán en Jamaica, de Richard Hughes (Alba), Tormenta, de George Rippey Stewart o La tormenta perfecta, de Sebastian Junger, de la cual se hizo una película con George Clooney. Por no hablar de los libros de Patrick O`Brian donde no faltan las tormentas tropicales.
Libros técnicos
Según National Geographic, «los huracanes son gigantes, la espiral de las tormentas tropicales que pueden alcanzar velocidades de vientos de más de 257 kilómetros por hora y desatar más de nueve billones de litros de lluvia al día. Son conocidos como ciclones en el norte del Océano Indico y la Bahía de Bengala, y como tifones en el Océano Pacífico occidental. En el Océano Atlántico la temporada de huracanes va desde mediados de agosto hasta finales de octubre. En promedio son cinco y cincuenta y cinco huracanes por año.
Los huracanes comienzan como perturbaciones tropicales en las aguas oceánicas cálidas con temperaturas de la superficie de al menos 80 grados Fahrenheit (26,5 grados Celsius). Estos sistemas de baja presión son alimentados por la energía de los mares cálidos. Si una tormenta alcanza velocidades de viento de 61 kilómetros por hora, se conoce como una depresión tropical. Una depresión tropical se convierte en una tormenta tropical, y se le da un nombre cuando sus vientos máximos sostenidos alcanzan velocidades superiores a los 63 kilómetros por hora. Cuando una tormenta alcanzan los 119 kilómetros por hora se convierte en un huracán y se gana un número de categoría de 1 a 5 en la escala Saffir-Simpson.
Los huracanes son enormes motores de calor que generan energía en una escala asombrosa. Ellos extraen el calor del aire caliente y húmedo del océano y lo liberan a través de la condensación del vapor de agua en las tormentas. Giran en torno a un centro de baja presión conocido como el, Äúeye., AU Hundimiento del aire que puede tener de 32 a 48 kilómetros de ancho en notoria calma. Pero el ojo está rodeado de una circular, la pared Äúeye, AU que aloja la tormenta, los vientos más fuertes y la lluvia.
Según el Departamento de Investigación de Huracanes de Estados Unidos, los siguientes son algunos libros para conocer mejor este fenómeno:
Los mejores libros no técnicos:
- Huracanes: Su Naturaleza e Impacto en la Sociedad (Hurricanes: Their Nature and Impacts on Society)
Una introducción excelente a huracanes (y ciclones tropicales en general), este libro de R.A. Pielke, Jr. y R.A. Pielke. Provee la información básica sobre los mecanismos físicos de los huracanes sin entrar en el rigor matemático. El libro también analiza la política de huracanes, la vulnerabilidad y las respuestas de la sociedad. Termina con un análisis profundo del pronóstico del huracán Andrew, su impacto y respuesta. . - Meteorología de hoy para Científicos e Ingenieros (Meteorology Today for Scientists and Engineers)
Este libro de bolsillo fue publicado como acompañamiento al libro introductorio de C. Donald Ahrens Meteorología de Hoy. Para una descripción matemática concisa de huracanes, que NO contiene cálculos ni ecuaciones diferenciales, les recomiendo una copia de este libro de Rolland B. Stull.
Los mejores libros técnicos:
- Perspectivas Globales Sobre Ciclones Tropicales: De la Ciencia a la Mitigación (Global Perspectives on Tropical Cyclones: From Science to Mitigation)
Editado por Johnny C. L. Chan y Jeffrey D. Kepert, este libro es una nueva edición actualizada y ampliada del libro original Global Perpectives on Tropical Cyclones, publicado en 1995. Presenta un análisis completo del estado de la ciencia y de la predicción de ciclones tropicales, junto con la aplicación de esta ciencia a la mitigación de desastres, motivó del subtítulo. Se han logrado enormes progresos en la comprensión de los ciclones tropicales desde el volumen anterior. Estos avances van desde lo teórico hasta los modelos informáticos cada vez más sofisticados, todos respaldados por una amplia y creciente serie de observaciones del aire, del espacio y de los océanos. El crecimiento en la capacidad de observación se refleja en la inclusión de tres capítulos nuevos sobre este tema. El capítulo sobre los efectos del cambio climático en la actividad de ciclones tropicales también es nuevo y es apropiado dado el reciente debate intenso sobre este tema. Los avances en la comprensión de los ciclones tropicales han conducido a mejoras significativas en el pronóstico de la trayectoria, la intensidad, las lluvias y marejada ciclónica, están cubiertos en detalle en tres capítulos. Se incluye por primera vez un capítulo sobre la predicción estacional. El libro concluye con un capítulo importante en la mitigación de desastres, lo cual es oportuno dada la enorme pérdida de vidas en los últimos años debido a los desastres de ciclones tropicales.El mejor manuel de pronóstico:
- Guía Mundial Para el Pronóstico de Ciclones Tropicales (Global Guide to Tropical Cyclone Forecasting)
Tanto para el pronosticador de ciclones tropicales, como también para las personas con interés general en el campo, así como aquellos con un interés de carácter no técnico en el ára, es indispensable el libro de hojas sueltas – Guía Mundial Para el Pronóstico de Ciclones Tropicales (1993) por GJ Holanda (ed.), Organización Mundial Meteorológica, OMM / TD-No.560, Informe No. TCP-31 Una vez más, la dirección de la OMM (WMO, por sus siglas en inglés):
Mejores libros históricos:
- Historial de los Huracanes de Carolina del Norte (North Carolina’s Hurricane History)
- Historial de los Huracanes de la Florida (Florida’s Hurricane History)
Estos dos libros son documentales increíbles de los huracanes que han azotado los estados de Carolina del Norte y Florida de 1526-1996 y 1546-1995, respectivamente. El autor Jay Barnes – Director del Acuario de Carolina del Norte – cuenta la historia de los huracanes y sus efectos sobre la población del estado en un estilo fácil de leer, con numerosas fotografías.
- Muere el poeta Joan Margarit, premio Cervantes - martes 16, Feb 2021
- Luis Mateo Díez gana el Premio Nacional de las Letras Españolas 2020 - jueves 12, Nov 2020
- Nickolas Butler frente a las sombras de la religión en ‘Algo en lo que creer’ - lunes 18, May 2020
Huracán, de Sofía Segovia.