Ian McEwan: “Es una locura ignorar o evitar que otros hablen o escriban sobre el deseo”
El escritor inglés publica 'Lecciones', su novela más política y personal, casi como memorias, en la que aborda la vida de un hombre y cómo impactan en su destino los hechos históricos después de la Segunda Guerra Mundial. El deseo, el azar y perseguir lo que se quiere a costa del dolor de otros ocupan un lugar central
En el centro está el deseo, erótico-amoroso o el de salir adelante, como detonante del curso del destino. A su alrededor, la responsabilidad, la valentía o la cobardía. En el horizonte, el arco que va de la felicidad a la desdicha. Sobre ellos, la pregunta de si se puede ser feliz sin lastimar a los demás. Mientras se toman las decisiones, cada persona recibe las esquirlas del curso de la Historia que la modela y la conforma, aunque no sea consciente de ello. ¡Ah! Y el azar…
La vida como un péndulo de decisiones: deseo, azar; azar, deseo; deseo, azar…
Este es el territorio que suele explorar Ian McEwan (Aldershot, Inglaterra, 1948) en sus novelas y cuentos; solo que, ahora, lo hace con ingredientes autobiográficos. Un sucedáneo de las memorias que no ha escrito. Eso es Lecciones (Anagrama), la novela más íntima, política y metaliteraria de uno de los autores ingleses más importantes del último medio siglo con obras como El placer del viajero, Amor perdurable, Ámsterdam, Expiación, Chesil Beach, Solar y Máquinas como yo (todas en Anagrama).
En varias de ellas la oscilación deseo, azar; azar, deseo; deseo, azar…
“Creo que la culminación del deseo es el momento sensorial más potente en nuestra vida adulta. Por tanto, ignorarlo, evitarlo, y evitar que otros escriban sobre ello, no hablar de ello, no ponerlo sobre el papel, para mí es una locura”.
La afirmación de Ian McEwan es ante el debate sobre ciertos conatos de aplicación de lo políticamente correcto cuando se habla sobre el deseo erótico o pasional-amoroso. A partir de ahí, Lecciones encadena varios temas candentes: un evento determinante alrededor del deseo entre un adolescente y su profesora de piano y qué pensaría y haría él años después sobre aquella situación forzada por la mujer. ¿Aplicará un juicio retroactivo con la mirada del presente? El otro tema tiene que ver con si se debe juzgar a un autor por su obra o por lo que hace fuera de ella.
De esto habló McEwan, en una rueda de prensa virtual, organizada por Anagrama, con casi medio centenar de periodistas de España y América Latina. Desde un gran salón luminoso de su casa, rodeado de libros, el escritor, que forma parte de una generación de autores británicos extraordinarios como Martin Amis, Julian Barnes, Hanif Kureishi, William Boyd, Graham Swift y Kazuo Ishiguro, en quien parece haber recaído el Nobel de Literatura (2017) para el grupo, abrió el encuentro desvelando el origen y la metamorfosis de Lecciones:
“Dos ambiciones concretas o principios organizativos de la novela fueron dar una visión general de todas las crisis políticas e hitos a nivel mundial que habían tenido impacto en mi vida, empezando por la crisis del Canal de Suez, hasta la caída del Muro de Berlín, la pandemia y el ataque al Capitolio de Estados Unidos.
Después, empecé a pensar en escribir una novela en la que el personaje principal tendría una conexión conmigo, mi vida y mi familia, mis padres… Pero, a su vez, ese personaje sería distinto a mí, su vida avanzaría por otro lado. Supongo que Roland Baines es la persona que habría podido ser yo, si no hubiera encontrado la escritura ni hubiera abandonado la escuela. Yo, a los 18 años, no quería trabajar en una oficina, seguramente habría acabado tocando el piano en un bar, o algo parecido”.
Tras esta introducción sobre la gestación de Lecciones, varias preguntas de periodistas hasta tocar el tema que desencadena la trama:
Winston Manrique Sabogal. En esta novela, y en otras, usted muestra cómo el deseo erótico, o un evento alrededor de este, determina o es el detonante del curso del destino del protagonista, Roland. Y tanto en Lecciones, como en Chesil Beach, le ocurre a un joven en 1962.
Ian McEwan. El deseo erótico siempre me parece interesante
Hace dos o tres años, en un programa de radio, un joven novelista dijo: «Ya no me atrevo a escribir del deseo masculino». Y me sentí horrorizado con esa declaración, entonces dije: «¡Vaya! ¿Cómo lo haces?». Es un tema importante. Más o menos la mitad del mundo es masculina, y de la misma manera que existe el deseo de la mujer existe el deseo del hombre.
Soy escéptico respecto a aquellos que intentan frenar los límites de la imaginación de otras personas. Creo que se está desdibujando, desapareciendo, la libertad de expresión en muchos estados autocráticos. Parece que hay como menos libertad. Parece como una gran recesión de la libertad de expresión. Es doloroso ver esto en universidades, en el campus, en el debate público. Los que vivimos, todavía en lo que podemos considerar sociedades relativamente libres, también tenemos coartada, nuestra imaginación, porque no queremos molestar a los demás.
Eso, también, va vinculado con lo que vemos en Estados Unidos y otros países, donde hay gente que no quiere leer ciertos libros para no sentir incomodidad. Y bueno, si no quieres leer no leas, pero no impidas a otros hacerlo. Hemos visto cómo se han retirado libros de las bibliotecas y escuelas. Espero que el péndulo cambie y encontremos un punto de normalidad y de decencia al respecto. Porque no puedes frenar o controlar la imaginación de otras personas. Tenemos que tener una sociedad libre y abierta. Y si encuentras un libro puedes opinar en contra, pero no puedes eliminarlo.
Sobre los límites del deseo, siempre me ha parecido básico, puede ser muy disruptivo para la vida familiar. Fue un tema central en la literatura del siglo XIX. Podemos pensar en Madame Bovary, o Anna Karenina. Mujeres que estuvieron sometidas a grandes limitaciones dentro de aquel patriarcado y rompieron porque no podían evitarlo, aunque después fueron castigadas, empujadas al suicidio, o a la enfermedad o al aislamiento.
Uno de los grandes maestros del deseo en nuestra literatura moderna es Philip Roth. Le veía cuando vivía en Londres. Recuerdo cuando yo escribía una de mis primeras novelas y una vez me dijo: ‘Siempre tienes que escribir como si tus padres estuvieran muertos. Es decir, no te preocupes por molestar o incomodar a tus padres’. Y, claro, él escribió lo que escribió. No solo se sometió a su estado de shok, sino que también la comunidad judía y el stablishment literario estuvo en shok muchas veces.
Y yo seguí su consejo. Mis primeros dos libros de cuentos fueron escritos como si mis padres estuvieran muertos, como si no tuvieran que leerlos nunca. Y mis padres se encontraron en una situación terrible e incómoda, porque mi padre, sobre todo él, venía de un entorno muy estricto donde nunca se hablaba de sexo, de familia un poco retrógrada, porque las cosas no se dicen ni hablan abiertamente. Pero, por otro lado, él dejó la escuela a los 14 años, y estaba muy orgulloso de mí y más cuando fui a la universidad. Después me convertí en un escritor del que se hablaba en términos bastante elogiosos en los periódicos. Así es que estaba horrorizado, por un lado y, al mismo tiempo, lleno de orgullo. Tuvo que decidir, y optó por sentirse orgulloso. Estaba tan orgulloso que compró treinta copias de mi novela y las distribuyó entre sus amigos del ejército británico, aunque creo que ellos no estaban como muy a favor de este tipo de libros.
Recuerdo que hablaba de esto con Martin Amis. Yo discrepaba con él al respecto, porque lo que faltaba en el pasado, especialmente cuando hablamos de hombres que escriben sobre relaciones y contactos sexuales, es abordar de manera consciente y objetiva la naturaleza. No hablando de conquistas o dominación, sino hablando de mutualidad. Creo que la culminación del deseo es el momento sensorial más potente en nuestra vida adulta. Por tanto, ignorarlo, evitarlo, evitar que otros escriban sobre ello, no hablar de ello, no ponerlo sobre el papel, para mí es una locura.
W. Manrique Sabogal. ¿Qué opina de la tendencia a valorar o juzgar los hechos del pasado con los ojos del presente, sobre una mirada retroactiva?
Ian McEwan. Creo que es un ejercicio útil preguntarte: ¿cómo nos mirará el futuro? Y ¿qué estamos haciendo hoy? Las personas a las que les gusta juzgar el pasado con los estándares de hoy pueden pensar qué considerarán el futuro sobre nosotros, sobre lo que hacemos y por qué nos condenarán.
Estoy escribiendo una novela y estaba pensando que, dentro de 200 años, igual la gente nos mirará con absoluto disgusto; pensando, por ejemplo, que bebemos leche de otro adulto. Igual les parece algo tremendo que a los seis meses bebas leche del pecho de tu madre. Y tomar leche de vaca les parecerá algo curiosísimo.
Igual el futuro nos condenará por tardar tanto tiempo en tomarnos en serio el cambio climático.
Al mismo tiempo, hemos visto un movimiento muy interesante por parte de jóvenes británicos que están abriendo el debate sobre la riqueza, una riqueza derivada de la esclavitud. Hace un par de años vivimos un momento en la torre de Bristol, donde hay una estatua de un personaje local que había hecho su fortuna con las plantaciones de azúcar en el Caribe. La gente se preguntó: ¿Por qué esta estatua está dominando la plaza? Y la tiraron al río. Es útil recordar que esa estatua había sido objeto de debate para que fuera retirada durante 25 años. Hubo una reflexión larga sobre la cual la autoridad no quería tomar parte. Ahora existe un movimiento sobre si estas estatuas deberían estar en los museos. Creo que hay algo decente en ese impulso.
Pero también hay otro sobre gente que recaba firmas para que se dejen de estudiar los libros de David Hume porque hizo algunas reflexiones a favor de la esclavitud, como tanta gente de la época. Shakespeare, en un momento de hambruna, en Inglaterra, se quedó con unas cuantas toneladas de grano e impedía a la gente utilizarlas.
Tienes que saber que las cosas han sido como han sido. No puedes decir no quiero leer a Shakespeare o a Hume por eso. Mezclamos todo. Hay grandes autores que pueden decir cosas peculiares, por así decirlo.
Esto me lleva a Lecciones, de nuevo. Uno de esos debates que amamos los que leemos libros es: Amo la poesía, pero odio el punto de vista o acción de tal o cual poeta. Hay que aceptar la poesía que amas y condenar, si quieres, a quien la haya escrito.
En Lecciones, la esposa de Roland, Elisa, hace algo brutal al abandonar a su hijo de seis meses. Incluso no le abre la puerta cuando llama a la suya a la edad de 21 años. Luego Roland, tras un debate agrio con Elisa, lee la primera novela de ella y reconoce que es una obra maestra. Él se convierte en uno de sus lectores más convencidos. La vida es compleja. No hay nunca nada que sea blanco o negro.
***
Y vuelve el péndulo: deseo, azar; azar, deseo; deseo, azar…
Hora y media de rueda de prensa virtual en las que estos dos conceptos acompañaron a Ian McEwan mientras hablaba…
Sobre si este libro contaba su vida:
“Estas son mis memorias, en cierto modo. Buena parte de mi vida familiar está ahí. Y, concretamente, el hermano que yo no supe que existía hasta que cumplí 42 años”.
Sobre la novela:
“La novela es una de las maquinarias más bellas que hemos inventado para investigar la vida privada y la relación de la vida privada con la sociedad en el sentido más amplio”.
Sobre el flujo de la conciencia:
“El ser humano ha desarrollado una forma literaria que enseña a entender qué es ser otra persona. La novela es la mejor forma de ilustrar el flujo de conciencia, ese probar sobre cómo es ser otra persona o hasta qué punto nos parecemos entre nosotros. La tensión que une o repele a un individuo con la sociedad, cómo la sociedad nos conforma, define y modela. Ahonda en todo eso. Es un gran regalo de la novela. Hablo de la cara buena de la novela, la que te acompaña en tu andadura”.
Sobre la memoria:
“La memoria es como un caleidoscopio y, desde el inicio, la novela, sobre todo la estadunidense, se ha interesado por narrar un tiempo subjetivo. Por eso a los lectores les parece sencillo cuando confrontan una novela no lineal. Hay cosas ancladas en la memoria, pero también, en el flujo de la memoria”.
Sobre el manejo del Tiempo:
“Tristram Shandy es un juego total del tiempo. La vida, como la memoria, nos engaña y se organiza de manera distinta a la cronológica. En mi propia vida, tengo 75 años, hay momentos de la infancia o adolescencia que surgen en mi mente con una viveza que no conocía cuando tenía 30 o 40 años. Pero si alguien me pregunta qué hacía hace tres años lo dudo. El Tiempo juega con nosotros. Y muchos escritores han jugado con el Tiempo desplegando una narrativa de forma no lineal”.
Sobre el azar:
“Durante el confinamiento (por el virus Covid19, en 2020) me metí de lleno en la vida de Roland y de mi infancia, adolescencia y paso a mi vida adulta, para nutrir toda la novela. Fue cuando me pregunté hasta qué punto tenemos opciones, o si la vida no es, acaso, una sucesión de reacciones a distintas acciones. El azar juega y es fascinante. Está ahí desde el principio de nuestra vida. Es interesante reflexionar sobre el hecho de que si tus padres hubieran hecho el amor cinco minutos más tarde tú no existirías. Tu no escoges tus genes, eso está fuera de tu control. Uno no escoge a los amigos, ni la sociedad en que crece”.
Para ahondar en estas ideas, Ian McEwan creó a Elisa, la esposa de Roland que, con un bebé de siete meses, un día se marcha sola del hogar y desaparece en busca de su deseo verdadero, de su felicidad. En ella, en su decisión y en el resultado de la misma al convertirse en una escritora exitosa, se cruzan las líneas temáticas maestras de Lecciones que convocan al lector:
“Es una decisión implacable. Muy pocos de nosotros haríamos algo así. Nos puede parecer condenable, y lo hacemos más con las mujeres, y ese doble rasero lo quería explorar. Pero, en el fondo, admiramos esas decisiones de querer algo y hacerlo posible. Muchos pensamos que puede ser cruel con un bebé porque tenemos obligaciones y responsabilidades. O peor, tenemos cobardía y no somos valientes en las decisiones y con el azar en juego acabamos donde acabamos. La vida es un circuito de azares”.
- Lecciones. Ian McEwan. Traductor: Eduardo Iriarte Goñi (Anagrama).
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