
El escritor español Ignacio Ferrando, autor de ‘El rumor y los insectos’ (Tusquets). /Foto de Mateo Ferrando – cortesía Tusquets
Ignacio Ferrando: «La singularidad es lo que nos asegura ante las inteligencias artificiales»
El escritor español publica la novela 'El rumor y los insectos' en la que explora los límites de la convivencia entre humanos y robots que parecen personas. Una obra con carga filosófica que reflexiona sobre la originalidad, la identidad y lo que nos hace humanos: "Estamos yendo hacia un comportamiento automático y gregario, y esa es la peor garantía de un futuro"
El regreso de la pregunta eterna se hace bucle: ¿y si los seres humanos fueran creaciones tecnológicas tan sofisticadas que parecieran naturales? Una prueba es que estos seres que se creen humanos hayan dado un gran salto en la llamada inteligencia artificial y perfeccionen una generación de máquinas para hacerlas casi humanas. Es el escenario inquietante y el diálogo que plantea El rumor y los insectos, la nueva novela de Ignacio Ferrando (Tusquets). Una obra que recurre a la ciencia ficción con carga filosófica, entre el policial y thriller, y que busca que la gente se interrogue sobre qué es lo que nos hace humanos, mientras recuerda que nuestras imperfecciones y contradicciones son la base de esa humanidad, y el escudo contras las inteligencias artificiales.
El rumor y los insectos llega en el momento preciso ante el debate global sobre los avances de la inteligencia artificial y las advertencias de algunos expertos sobre los peligros potenciales que puede acarrear si las personas no la controlan al cien por cien.
El libro nació en la mente de este escritor e ingeniero de la edificación hace más de quince años y evolucionó hasta hacerse novela literaria apta para toda clase de lectores. Ferrando (Asturias, España, 1972) desarrolló en su historia los conceptos de singularidad, identidad y humanidad para que, a su vez, dotaran a su obra de lo que no pueden hacer las máquinas: ser únicas y originales, y menos aún genuinas porque solo trabajan a partir de información que se les da. Aún.
Ignacio Ferrando sitúa su argumento en una colonia experimental donde conviven humanos y máquinas que parecen personas e ignoran lo que son, y, por lo tanto, todos creen que son humanos. Esta es su sexta novela. Empezó con Un centímetro de mar (2011), a la cual siguieron La oscuridad (2014), Nosotros H (2015), La quietud (2017) y Referencial (2019). Ha publicado tres volúmenes de cuentos con los que ha obtenido premios como el Internacional Juan Rulfo, el Gabriel Aresti, el NH Mario Vargas Llosa, y el premio de narrativa de la UNED. En la actualidad es el jefe de estudios del Máster de Narrativa de la Escuela de Escritores de Madrid, donde, además, imparte talleres de novela, relato y lectura crítica.
En El rumor y los insectos, Ignacio Ferrando convoca los principales temas que ha abordado en sus anteriores libros para convertir el futuro en presente, como lo explica en esta videoentrevista desde su casa en Madrid:
Winston Manrique Sabogal. Hay varios temas en esta novela y en las anteriores: la originalidad, la vida y la muerte, la identidad, la paternidad. Confirma que los autores con cada nuevo libro entregan un nuevo volumen de la misma novela y que el libro y el argumento son un pretexto para hablar de los mismos temas.
Ignacio Ferrando. Todas mis novelas participan de esa necesidad de saber lo que somos. Ya estaba en Referencial (2019) la idea de si podemos existir al margen de quienes nos habían precedido y si podíamos ser padres al margen de los padres que hemos tenido, y existir al margen de lo que hemos visto. Aquí se plantea la idea de qué nos diferencia a nosotros de nuestra representación, y se trabaja desde otro punto de vista tecnológico. Todo ello metido en el terreno pantanoso de la ciencia ficción. ¿Qué somos? ¿Nuestros sueños? ¿Somos los hombres eso que llamamos identidad? ¿Y nuestros roles de género o profesionales? Se juega con la idea de que somos nuestras contradicciones. Porque en las contradicciones está el sustrato del ser humano, y el suicidio sin motivo es la mayor de las contradicciones.
El protagonista intenta averiguar qué ha sucedido con unas niñas que, aparentemente, se suicidaron y que son representaciones de seres sintéticos. Esa averiguación se sustancia en tratar de comprender si han alcanzado ese momento de singularidad.
W. Manrique Sabogal. La novela tiene una frase que condensa gran parte de todo, cuando recuerda que el ser humano es dos tercios de agua y el resto es solo confusión, algo muy complicado para las máquinas. La estructura de la novela recuerda la escena de Orson Welles en La dama de Shanghái, cuando está abrazado a Rita Hayworth y sus imágenes aparecen replicadas en un sinfín de espejos. La originalidad y la copia son temas de su novela, mientras la inteligencia artificial avanza. ¿Ha cambiado su percepción del concepto de originalidad en todo este tiempo?
Ignacio Ferrando. Estas cuestiones están emparentadas con la novela. Todos esos modelos, al final, tratan de replicar lo humano en el sentido correcto, de lo perfecto. Igual en la narrativa, cuando hay muchas grandes obras imperfectas. La inteligencia artificial lo hace como si el estilo narrativo fuera perfecto; una máquina jamás hará algo de motu propio. Acabará escribiendo novelas con la información que se le pase, pero ¿qué tipo de novelas?
W. Manrique Sabogal. ¿Qué va a pasar, entonces, con el concepto de originalidad? ¿Hay que reconsiderar la función de arte y la presencia del ser humano?
Ignacio Ferrando. El problema es definir qué es original. Una máquina dirá qué es original, pero será una respuesta sesgada al basarse en la información que le hemos dado al programa. Hay dos grandes tipos de artistas: aquellos que en su aspiración de escribir y crear buscan su originalidad, entendida la singularidad como hacer algo nuevo; y están los artistas que no se plantean esto y se limitan a repetir fórmulas que funcionan. Me refiero a la parte más crematística. El artista es quien busca, interroga sobre su vida o la realidad o la ética o la moral y deposita eso en su literatura. No es conformista con lo que hay. Siempre habrá un sustrato de lo que ya existe. Pero la búsqueda de ese concepto de originalidad una máquina no la hará. De lo que deberíamos hablar es de cómo los autores y artistas debemos apoyarnos en esas tecnologías para escribir, y establecer hasta qué punto es lícito suplir nuestras carencias con este tipo de herramientas.

W. Manrique Sabogal. La idea de la novela surgió hace quince años, y tuvo que ver con ella una lectura de Baudrillard. ¿Cuál fue el detonante y cómo evolucionó?
Ignacio Ferrando. Aquella era una novela muy diferente de esta, solo comparten el título como homenaje. Comenzaba con dos niñas que jugaban con un palo que metían en un hormiguero. Luego, cuando son mayores, se ven en un avión que se zarandea como si un ser superior lo moviera. Una especie de titiritero o algún dios tecnólogo. Era un diálogo de unas 400 páginas con un coro de voces que dialogan entre ellas, de tal manera que empezaban de manera primitiva y, conforme avanzaba el discurso ganaba en complejidad hasta parecer humanas. El siguiente paso era tomar conciencia de lo que decían, y, entonces, las máquinas, cuando empezaban a tomar conciencia llegaban a las grandes preguntas esenciales: ¿Qué somos? ¿Qué decimos que somos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Qué es este lugar? ¿Quién nos ha creado? Este tipo de preguntas que los humanos hemos dejado, de alguna manera, de lado. Porque esto también nos separa de las máquinas, la capacidad de mirar hacia otro lado ante las grandes preguntas esenciales. Es algo que una máquina no podría resolver: ¿Quién soy yo?
En aquella novela las voces entraban en una especie de bloqueo o de reinicio del sistema. Todo eso está incorporado a esta novela, pero a nivel conceptual. Están en una colonia aislada donde conviven con humanos, pero nadie sabe nada, los humanos no saben que conviven con máquinas, y las máquinas creen que son humanos. Luego es un lugar ideal para que un antropólogo realice allí su trabajo de campo. Lo que hice fue pasar de las dos dimensiones a tres.
W. Manrique Sabogal. Resurge la idea de que los seres humanos también somos máquinas sofisticadas creadas por alguien anterior y lo que ahora hacemos es crear otras máquinas todavía con una tecnología primitiva. No la nuestra que ya fue perfeccionada para parecer naturales.
Ignacio Ferrando. A todo eso juega la novela. Y dice que cuando estás mucho tiempo en la colonia empiezas a hacerte las mismas preguntas. El objetivo final de la novela es plantearse esa pregunta que acabas de hacer.
Esta es una novela de ciencia ficción con carga filosófica, pero al final lo que quiero es que la gente se pregunte qué nos hace humanos en nuestra vida diaria; que encontremos esa singularidad y la multipliquemos por diez mil, porque eso es lo único que nos va a asegurar ante inteligencias artificiales. Una palabra con la que estoy en absoluto desacuerdo, llamar inteligencia para explicar un algoritmo.
Al final, estamos yendo hacia un comportamiento automático y gregario, y esa es la peor garantía de un futuro para la humanidad. Lo que estas “inteligencias” hacen es tomar datos creados por humanos y mezclarlos y fundirlos. No son originales y jamás podrán serlo. Es una cuestión de probabilidades. Ellas no saben si lo que están poniendo tiene implicaciones morales buenas o malas. Lo único que nos libra de parecernos, o de que nos puedan imitar, es precisamente en lo que parecemos más obcecados en destruir: la singularidad, la individualidad, lo que nos conforma al margen del grupo.
Estamos destruyendo lo que somos, realmente, y adaptándonos al envase que quieren para nosotros. Esto puede producir un solapamiento entre esas inteligencias artificiales o esos modelos predecibles de lenguaje y comportamiento y lo que somos realmente. Es algo peligroso si no somos capaces de tomar las medidas.
W. Manrique Sabogal. Una singularidad propia de los humanos abordada en la novela son los sentimientos como el amor. El amor como algo singular y, a su vez, cada amor singular en cada persona y pareja.
Ignacio Ferrando. Se habla de Freud y del libre albedrío, también está la idea más humanística de que actuamos contradictoriamente. El antropólogo de la novela debe averiguar el presunto suicidio de las niñas, pero, en realidad, lo que él quiere saber es que pasó con su mujer que se suicida meses antes de que empiece la novela. Resolviendo esa pregunta resuelve las otras. Sobre todo, resuelve su propia culpabilidad y no entiende por qué su mujer se quitó de en medio.
W. Manrique Sabogal. Es la contradicción como un atributo singular del ser humano, una imperfección que nos hace más humanos y que una máquina no puede asumir. Por ejemplo, querer vivir a la vez y querer dejar de vivir, la montaña rusa de las emociones.
Ignacio Ferrando. Esa sí que es una singularidad. El error está en la base de lo que somos. Y en la novela lo pavoroso es que la corporación ha replicado la enfermedad, la fealdad. Nosotros podemos querer a dos personas a la vez, y querer vivir y al poco rato no querer hacerlo, y somos capaces de usar la ironía, cosas que no podría hacer una máquina porque nada de esto está en su espectro.
No creo que una máquina vaya a crear pensamiento propio, va a parecer que lo crea, pero no es propio.
W. Manrique Sabogal. Un simulacro, otro de los planteamientos de la novela.
Ignacio Ferrando. Pero a diferencia de la teoría de Baudrillard, donde dice que la copia prescinde del original, de alguna manera aquí la copia sigue siendo la copia, de momento.
W. Manrique Sabogal. La paternidad, un tema muy presente en sus últimos libros, incluso en este en la vertiente del ser humano creador de máquinas que son copias humanas, y la relación del protagonista con sus hijos. ¿Cómo ha evolucionado la relación de padres e hijos a la hora de escribir?
Ignacio Ferrando. Es una pregunta compleja. Cuando trabajo el tema de la paternidad en La quietud trato de desenterrar la mirada crítica hacia la paternidad masculina que, a veces, parece tabú en el sentido de no aceptar una paternidad imperfecta. Yo me identifico con los errores y con la búsqueda de preguntarnos si está bien lo que hacemos. Es algo que ahora se asume mejor. Es legítimo reconocer la imperfección.
W. Manrique Sabogal. ¿Es más de escribir o de reescribir?
Ignacio Ferrando. Reescribo mucho, pero con la certeza de que la reescritura tiene sus peligros y, a veces, mata la espontaneidad de lo escrito. Al corregir, no siempre arreglas el texto. No hay que perder el momento genuino, sabiendo que estás haciendo literatura.
- El rumor y los insectos. Ignacio Ferrando (Tusquets).
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