Inédito: Cuando Victor Hugo habló con Shakespeare, Jesucristo y La Muerte
‘Lo que dicen las mesas parlantes’ es uno de los libros misteriosos donde el autor francés recogió sus sesiones espiritistas
En la brumosa isla británica de Jersey, donde Victor Hugo estuvo exiliado por asuntos políticos, entre 1853 y 1855, ocurrió un hecho misterioso. El gran poeta, narrador y dramaturgo francés dice haber hablado con los espíritus de Shakespeare, Platón, Galileo, e incluso, con Jesucristo y La muerte.
Son los neblinosos años hugolianos en mitad del Canal de La Mancha. Victor Hugo (1802–1885) llegó allí por desacuerdos políticos con Napoleón III. Huía. Se refugió en aquel pedazo de tierra golpeado inclemente por el mar y terminó inmerso en esas sesiones arrastrado por el dolor insuperable de la muerte de su hija Léopoldine, en 1843. El impacto de aquellas experiencias de ultratumba, alrededor de una mesa parlante o giratoria, fue tal que el escritor llegó a pensar en dejar la literatura y dedicarse a crear una nueva religión, con un libro bajo el brazo dictado por la Muerte y titulado “Consejos a Dios”.
Bendita la hora en que no lo hizo.
Años empenumbrados. De decepción y búsquedas. Dos años de reinvención intelectual, política, sentimental y literaria. El tiempo entre dos de sus obras maestras: Nuestra señora de París (1831) y Los miserables (1862).
Cuatro cuadernos habría escrito Hugo sobre esas sesiones espiritistas. Uno de ellos es el que se acaba de publicar por primera vez en español: Lo que dicen las mesas parlantes. Conversaciones con los espíritus en la isla de Jersey. Es el libro con el que empieza su andadura la editorial Wunderkammer. A Victor Hugo y las buenas energías de sus espíritus se ha encomendado Elisabet Riera, su editora. Bajo ese sello verán la luz más “libros ocultos, libros de culto”. Por lo pronto, con su debut contribuye a conjurar la mala suerte que han tenido en su publicación estos textos hugolianos a lo largo de más de siglo y medio.
La práctica de invocar espítirus estaba más o menos de moda a mediados del siglo XIX. Hugo, al principio, se resistió a entrar en el juego. Pero la tristeza por la pérdida de su hija lo puso alrededor de una de esas mesas de tres patas para invocar espíritus, y que ante las preguntas de la gente se manifestaba con golpecitos o ligereos movimientos, según cada letra de lo que quería decir. De esa manera los testigos dicen haber contactado con diferentes personajes de la Historia.
Con Shakespeare, a quien le piden una nueva obra. Y, al final, accede.
Con Galileo, que explica a Hugo su objeción sobre la inexactitud científica de la cosmogonía de las mesas parlantes.
Con Platón, que les cuenta lo que la gente sueña cuando duerme, “convertida en el despierto en la sombra”.
Con Jesucristo, a quien le preguntan en qué ha superado el cristianismo al druidismo, la Revolución francesa al cristianismo, y lo que las masas aportan a la revolución.
Y con la Muerte, la Muerte, que le revela secretos de la creación literaria, entre otras muchas cosas.
Más allá de estas fabulaciones o encuentros irrisorios con esos seres invisibles, Victor Hugo plasma en estos escritos sus inquietudes sobre el arte de la escritura. Sobre la concepción del misterio de la literatura. Sobre sus ideas frente a la humanidad, la piedad, la justicia, las relaciones humanas y el amor. Los miserables, escrita después, en 1862, es un ejemplo de aquellas experiencias transformadoras. Y, cuatro después, escribe Los trabajadores del mar, salida de la isla donde vivió aquellos años neblinosos, en cuyas páginas expresa sus cambios de la mirada del hombre frente al desarrollo y la naturaleza, el contraste y pleigues de las pasiones y de temas como la piedad y otros pilares de su literatura.
El libro que ahora publica Wunderkammer corresponde a la edición que en 1964 hiciera Jean-Jacques Pauvert, el editor que en 1947 sacó de la clandestinidad las obras del Marqués de Sade, por lo cual fue detenido y llevado a juicios durante once años. Este pequeño volumen sobre un pasaje semioculto de Victor Hugo recoge una selección de aquella tirada que hiciera Pauvert, el texto introductorio firmado por Jean Gaudon, en el que da su opinión sobre el contenido y la historia del mismo, además del estilo y/o intención de maestro francés. Allí Gaudon plantea la posibilidad de una “poesía involuntaria” o “escritura automática”, pero la desecha. “Es arriesgado decir eso”, escribe Gaudon: “Los textos dictados por la mesa son al parecer demasiado hugolianos, en sus obsesiones o incluso en sus tics de escritura, para que sea aceptable ver en ellos el fruto de una actividad inconsciente”. Y más adelante, añade: “franqueamos claramente el umbral más allá del que Hugo no podía aventurarse conscientemente, para atañer a una libertad verbal específica, que se recreará en los admirables monólogos de la Muerte, de Jesucristo, de Galileo o de Platón”.
Elisabet Riera se topó con estos cuadernos de Hugo en uno de esos encantadores puestos en la orilla del río Sena, en París. Hugo transcribió estas veladas familiares, pero quiso que se publicaran de manera póstuma. Pero nunca han podido ver la luz claramente. “Desde entonces esos cuadernos han tenido un destino azaroso”, cuenta Riera. Los recogió, por primera vez, en 1923, Gustave Simon en Les tables tournantes de Jersey. Le seguirían otros editores, como Pauvert, en 1963, pero solo con un cuaderno. Solo fue hasta 2014 cuando la editorial francesa Folio se atrevió a publicar los cuadernos completos, “aunque no todos han sido encontrados”.
Este primer volumen en castellano incluye la nueva obra de teatro dictada por el supuesto espíritu de Shakespeare. En ella dialogan el Paraíso y el Infierno. El Paraíso habla de sus bondades y de las del ser humano. El Infierno deja traslucir su desdén y su resentimiento, pero llega el momento en que reta al Paraíso y le pregunta si es capaz de perdonarlo. La respuesta es Sí. ¿Pero cómo? Es parte del misterio que resuelve el libro.
Los diálogos con La Muerte son largos. Hugo entabla monólogos. Ella también. Hugo le dice a La Muerte: “Para nosotros, hombres, el apostolado de la verdad es el deber; la consciencia humana está en una relativa tiniebla y sin embargo Dios le deja el libre arbitrio; nosotros, pensadores, nosotros tenemos que guiar lo mejor que sepamos la conciencia que espera la responsabilidad; debemos la luz a la libertad”.
En algún momento, La Muerte le aconseja: “Tened cuidado o más bien ¡tened piedad! ¡Tened piedad de los que sufren y os necesitan, de la vida inviolable, de la mujer despreciada, de las masas ignorantes; no desertéis las guillotinas por los muertos, los niños por los cadáveres, la cuna por el sepulcro, el hombre por el espectro, lo relativo por el absoluto y las llagas por las estrellas”.
En cuanto al diálogo con Shakespeare asiste Auguste Vacquerie, a quien el escritor inglés dice: “La creación tiene dos fases, la invención y la ejecución. Colón encuentra América en una noche, pero necesita meses para conquistarla. El mar, el viento, la tempestad quieren a cada momento robarle su mundo, es decir, su hijo. Y más que el mar, más que el viento, más que la tempestad, son los marineros los que conspiran contra él. Pues bien, las palabras son los marinos de la idea, la sirven y se rebelan contra ella. El estilo es la espuma del espíritu, tiene que subir a todas las cuerdas, a todos los aparejos, a todos los mástiles del pensamiento majestuoso en plena mar”.
Victor Hugo estuvo dos años, mañana, tarde, noche y madrugada, buscando contacto con el más allá. Sin horario. Con devoción. El tiempo que hiciera falta. Lo hacía alrededor de una mesa de tres patas que ante las preguntas suyas o de otros se manifestaba con golpecitos. A veces con sonidos torpes, a veces claros. Y si se le preguntaba que repitiera para poder copiar bien lo que decían todo dependía de la voluntad del espíritu invocado. La Muerte no repetía sus palabras. Una vez puesto Victor Hugo y los suyos alrededor de la mesa, el misterio lo abría uno de ellos con estas palabras:
“¿Quién está ahí?”.
Lo que dicen las mesas parlantes. Conversaciones con los espíritus en la isla de Jersey. Victor Hugo. Traducción de Cloe Massotta. Editorial Wunderkammer. 116 páginas.
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