Iván Repila: “El sexo define quienes somos, es el lugar donde estamos desnudos en cuerpo y alma”
El escritor bilbaíno publica ‘Prólogo para una guerra’, una metáfora de la Europa de hoy desde el drama de dos hombres heridos y antagónicos que construyen, destruyen y reconstruyen sus vidas
“Me llamo Iván Repila. Mi apellido se escribe sin tilde porque es palabra llana, nací en Bilbao en diciembre de 1978 y aprendí a leer con los tebeos de Mortadelo y Filemón. Más tarde vinieron otras lecturas, un poco por la pequeña biblioteca que había en casa y otro poco por un profesor de lengua que se empeñó en que miráramos el mundo. Nunca sentí la llamada de la vocación: empecé a escribir de niño, para divertirme, y creo que aún guardo lápices de aquella inercia. A veces, cuando releo mis libros, adivino algo profundamente violento en mí”.
La voz de Iván Repila parece salir de otro cuerpo distinto al suyo. ¡Arquetipos del imaginario! Sin mirarlo, su voz grave, su tono pausado y sus reflexiones de fondo crean en el cerebro a un profesor experimentado. Y no a este editor, gestor cultural y escritor de 38 años que demuestra menos años que ríe y bromea como un adolescente. ¡Arquetipos del imaginario!
Iván Repila habla de su novela Prólogo para una guerra (Seix Barral) en el entresuelo abalconado de la Librería Cervantes de Madrid. Está sentado en una silla junto a una pequeña mesa de madera. A su alrededor y a sus pies solo hay libros y silencio mientras recapitula el germen de esta novela por allá en sus años universitarios. Lo hace por dos motivos: porque es su tercera obra, las primeras dos, con buena acogida internacional, son Una comedia canalla (2012) y El niño que robó el caballo de Atila (2013); y porque cada una de ellas está escrita en un estilo diferente: la primera se regodea en la sátira, la segunda en recursos salvajes que pretenen ayudar a salir del pozo en que está España y la tercera es más intensa y con un tema más universal: el dolor y la necesidad de reconstruirnos, como una metáfora de la urbanización del mundo y los tumbos de Europa.
Prólogo para una guerra describe los destinos de dos hombres antagónicos, uno en busca de la gloria y el ruido y el otro empeñado en descender a las sombras y el silencio. Van en vías contrarias, pero la caprichosa línea invisible que los separa es la misma que los une, los miedos a su propio yo donde aguarda un amor. Allí los muestra el escritor en un idea muy sugerente a través de un lenguaje envolvente de imágenes.
“El germen original de la novela es el de un arquitecto que construye un espacio inhabitable, esto hace dos décadas. Pasó el tiempo y he hecho pequeños intentos de llevar a cabo este proyecto. Pero sólo me he sentido capacitado y con las herramientas de escritor necesarias ahora. Ahora que lo he llenado de más experiencias personales, de mi conciencia de Europa de mi conciencia del mundo contemporáneo…”.
Sin dejar de hablar de la novela, el escritor se acomoda en el asiento, apoya los codos sobre la mesa y expresa sus preocupaciones y desencantos por Europa y por los derroteros del mundo. Aunque Prólogo para una guerra batalla con tres cuestiones de más fondo y que trascienden el presente: el silencio y su manejo, los solitarios y el amor. Los dos protagonistas están en manos de él: del amor propio, del amor ajeno, del amor deseado, del amor no correspondido, del amor herido, del desamor. En un momento del libro, uno de ellos resume el corazón de esta historia y del bucle de la vida: “Construir, destruir, reconstruir”. Es la trinidad del ser humano.
“Es así. Todo esto está íntimamente relacionado. El silencio en esta novela es capital. Hay un solipsismo al que van llegando los personajes, provoca una desconexión absoluta con el mundo y viene el silencio y la soledad. Eso afecta a nuestra íntima convivencia. En cuanto al amor, es un tema casi subterráneo, pero es un pilar… Y es el amor del YO propio de esta época. Estamos viviendo en un periodo de roles… Aunque no ha sido una reflexión ultraconsciente. Pero cuando escribo no puedo evitar mirar a mi alrededor de manera continua y quizá de una forma intuitiva…”.
Hasta que sus reflexiones topan con el imperio del exhibicionismo, de la era del Narciso potenciado por el ciberespacio. El amor propio al descubierto. Y junto a estos amores está el sexo, expuesto en Prólogo para una guerra como el campo de batalla secreto y verdadero. Solo dos escenas describe Repila, dos esenciales que definen a los personajes.
“La primera vez es un episodio cariñoso. El segundo, hacia el final, muestra cómo el personaje se ha oscurecido, está fuera de control, solo contacto y genitales. En la vida el sexo es fundamental, define muy bien quiénes somos, es el único lugar donde estamos completamente desnudos en cuerpo y alma… El sexo es de los pocos sitios donde yo no tengo máscara; y digo una máscara de escritor. Cuando estoy con mi padre tengo la máscara del hijo, cuando estoy con mi editora llevo la máscara del autor nuevo, y así…”.
Las escenas son descritas de manera sencilla y directa. No así otras donde el estilo se adentra en lo lírico y en muchas imágenes y metáforas en las que, según que lector, pueden correr el riesgo de saturar o enredar la lectura.
“Yo creo que no. No creo que ese estilo haga más difícil el libro. Sólo necesita una lectura más atenta, una lectura más despacio que otro tipo de libros que puedes leerlos más rápido. Para mí ese estilo, este tono y este uso de metáforas y de imágenes es fundamental para que se revelen las alegorías y el símbolo que yo tengo detrás de la historia. Tiene que ver mucho con la poesía. A mí me gusta mucho la poesía. Me interesa lo que hace en la mente de las personas. Si yo sugiero con imágenes el lector va a entrar en un estado emocional que a mí me interesa como autor para que entre en las reglas del juego…”.
Iván Repila habla más despacio. Busca en su cabeza las palabras indicadas para expresar lo que hace sobre su manejo del lenguaje, de la gramática, de esa estructura que ha creado en esta novela que tiene seis capítulos que se corresponden con etapas de la construcción de un edificio y que aquí retrata el estado de los personajes y de la historia misma: Dibujos, Anteproyecto, Proyecto de ejecución, Construcción, Ocupación y Anexo: El cuaderno rojo.
“Me gusta mucho trabajar con el lenguaje. Es la herramienta con la que me puedo comunicar con el lector en diferentes niveles más allá de una lectura de primer plano. Tengo un lenguaje de una forma muy determinada. Y me parece que es importante la estructura, el ritmo y es importante el tono, en este caso concreto yo diría que es poético, es metafórico y es alegórico”.
Emil es el nombre de uno de los dos protagonistas. Emil, del latín ansioso. Una especie de arquetipo para ese arquitecto. Se lo puso así de manera inconsciente. Repila no sabía su significado.
“Me has dejado temblando. Al final estuve con nombres que me resultaran reales, que me identificara el personaje con ellos. Había estado leyendo muchas biografías y tal, pero no sabía el significado de Emil… Mi intuición, otra vez”.
Ríe como un muchacho. Ríe con los ojos asombrados. No puede creer que haya puesto ese nombre. Tras la sorpresa por haber bautizado a ciegas a uno de sus protagonistas cuyo un nombre es un autorretrato de ansioso, de dos seres que quieren amar pero viven en continua construcción, destrucción y reconstrucción de sus deseos llega una pregunta insoslayable: ¿Y el País Vasco? Repila se echa para atrás en la silla, suelta un fugaz bufido y ríe al exclamar:
“¡Es una pregunta como para tres entrevistas!… Nos faltan muchos relatos sobre el País Vasco. Creo que está empezando a haber relatos ahora. Hablo de literatura, desde luego, pero también a nivel político. Lo que es importante es que haya muchos relatos que nos cuenten todos los posibles relatos. Hay muchos colores para que no nos vendan dentro de diez años unos u otros, o un único relato. Eso lo igo como respuesta rápida”.
Ese es Iván Repila, el escritor que con sus dos primeras novelas recibió buenas críticas en el extranjero y que espera con esta ser conocido en España. Prólogo para una guerra la cierra con poemas suyos. Con algunos de sus poemas secretos.
“Tengo muchísimos. Los escribo desde jovencito, antes que la prosa. Siempre me recuerdo escribiendo poesía o prosa, con 8 o 9 años. Es una poesía obsesionada con la imagen. Así como en las novelas intento ir a temas más sociales o políticos, en la poesía hablo de mis carencias afectivas, en mis pequeñas tragedias personales o incluso de los secretos más juveniles o más crueles que puedo guardar…”.
Algunos poemas los comparte en las últimas páginas de la novela. Y su voz oral de escritor que repasa su obra deja paso a su voz más íntima y transparente formada en la cabeza de cada lector cuando lee pasajes como estos:
“Me sinceré me acosté me desperté pero echado debió atacarme la noche sin su bozal de perro porque ya no era yo con ese primer sol anunciando mi boca mañana.
Evidentemente algo se había ido, y a su vez el coraje de un sueño rocoso gravemente lúcido o en el temblar de mi mano la herradura de un animal sin suerte regresado.
El arrepentimiento era esto: llenarse de verbos que están por decir todo y nunca decir nada”.
Prólogo para una guerra. Iván Repila. Editorial Seix Barral. 283 páginas
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