El escritor español Jacobo Bergareche (Londres, 1976), autor de la novela ‘Los días perfectos’. /Foto cortesía de Libros del Asteroide

Jacobo Bergareche: «El fin del amor está emparentado con la muerte»

El productor español y guionista de series debuta en la novela con 'Los días perfectos'. Una obra epistolar en una doble estructura de cartas sobre hechos reales y ficcionados que recorre los laberintos del sentimiento amoroso con ecos de Platon y de Faulkner. En esta entrevista cuenta el origen, gestación e influencias de uno de los libros de la temporada

Un día feliz dibujado por William Faulkner que busca la perfección al compartirlo en una carta a su amante Meta Carpenter, como expresión de su amor, fue el origen de una de las novelas más comentadas de los últimos meses. Esos trazos, quizás nerviosos por seducir y retener a una mujer, con los que se topó un día Jacobo Bergareche (Londres, 1976) lo llevaron a visitar los laberintos del amor y la pasión, desde lo real y lo imaginado, en Los días perfectos (Libros del Asteroide). La novela aborda dos temas emparejados: el amor y las cartas de amor. Dos asuntos en plena metamorfosis que han entrado en una nueva era que empieza a modificarse en el imaginario y actuar universal.

La novela en soliloquios despierta en el lector preguntas eternas sobre el amor y sobre sus propias experiencias. ¿Es el amor el tema sobre el que más hablan las personas consigo mismas? ¿Quién no querría recibir una carta de amor? ¿Quién no querría recibir una carta de amor que explique el posible deterioro de ese amor para tratar de entender lo que ha pasado y si esto se corresponde con lo que cada uno piensa?

Los días perfectos rastrea ese ideal a través de la línea de tiempo del amor, de los latidos febriles ante el deslumbramiento de alguien, a los latidos silenciosos del tedio con ese alguien. Todo son retazos de días felices. La novela surge de la unión entre las lecturas William Faulkner y Platón y Pedro Salinas y Peter Handke. Una historia que podría ser un arquetipo del amor-pasión venido del Mito de la Caverna. Es el resultado de un productor y guionista de series de ficción metido a novelista. Bergareche empezó como poeta con Playas (2004), siguió como dramaturgo con Coma (2015), luego como cuentista infantil con Aventuras de Bodytown (2017) y después con el ensayo autobiográfico Estaciones de regreso (2018).

Como el amor, las cartas que encontró Jacobo Bergareche y el detonante que dio origen a la novela son azarosos. Y tiene un relato en sí mismo. El origen, gestación e influencias de uno de los libros de la temporada lo cuenta Bergareche en esta video entrevista. Sus lecturas de Faulkner y Platón se juntan durante la estancia de Jacobo Bergareche en Austin (Texas, Estados Unidos) donde vive unos cuatro años y trabaja en una empresa de tecnología cuando, de una manera casual, acaba relacionado con el extraordianrio archivo literario del Harry Ramson Center donde terminó como consejero. El escritor lee correspondencia de escritores en busca de un tema… hasta que se topa con las cartas del Nobel de Literatura y autor de obras maestras como El ruido y la furia y ¡Absalón, Absalón!

“No soy un faulkneriano. Descubrí a Faulkner cuando tenía unos 17 o 18 años. En los noventa en la Escuela de Letras nos hicieron leer Mientras agonizo y Las palmeras salvajes. Nos ponían esos dos ejemplos sobre cómo concebir narradores. Libros que desde el punto de vista de un escritor son valiosos porque se aprecia la técnica, la estructura.

A Platón lo descubrí con una de esas lecturas típicas de la clase de filosofía del colegio y que uno desprecia, o no. Platón es bastante atractivo porque es un filósofo que es escritor. No tiene la aridez de otros. Más adelante me topé con El simposio, o El banquete, que es un libro que me fascina y he leído mil veces. Ese libro, en cierto modo, también está aquí. Son unos cuantos tipos alrededor de una mesa y cada uno habla algo del amor y de la pasión”.

 

La estructura de la novela es un doble juego epistolar que funde realidad real y recreada (la de Faulkner a su esposa y amante) y ficción a través del personaje de Luis, el protagonista, que escribe a su esposa y amante que lo ha dejado. Aunque parece todo calculado, Bergareche es un escritor sin brújula.

“La verdad es que esa estructura fue algo casual. Seleccioné una serie de cartas que definían muy bien las diferentes etapas del amor dentro de un grupo grande de cartas. Yo solo he escogido cinco, pero son muchas escritas durante muchos años. Estas cinco que elegí corresponden al principio, a la mitad y al final porque me parecía que contaban muy bien una historia. Utilicé eso como percha y estructura y fui acomodando todo.

No tenía un plan. Escogí esas cartas y la narración se insertó. Son las cartas las que han generado una estructura, no yo. Supongo que en las cartas elegidas ya hay una elección con un arco narrativo”.

 

Ese relato de las cartas seleccionadas, que son testimonio de lo vivido y sentido por alguien, es decir memoria, da origen a que la propia memoria como tema ocupe un lugar crucial en Los días perfectos. El amor a través de lo recordado como arquitecto y constructo de la propia existencia.

“La memoria episódica, la que vamos construyendo, termina por darle forma de relato. Hay gente que recuerda mal algunos episodios y como no les des forma de relato corren el riesgo de perderse. Al darles esa forma te inventas un poco lo que ha pasado. Así las cosas se asientan mucho mejor. El protagonista de la novela es una persona que está construyendo el relato de lo que ha ocurrido para no perderlo. Una manera de no perder lo que te ha pasado”.

Y si la memoria funciona aquí como una especie de razón, el Tiempo es el corazón. El amor, con su dicha, dolor y dudas y preguntas, es la medida del Tiempo. Pero, sobre todo, el dolor como prueba de que ese amor sí existió.

“Eso es muy Pedro Salinas. Aquí se tribuye a Faulkner, pero nosotros tenemos a Salinas. La idea de que el dolor es una última manera de poseer lo que se ha perdido como prueba de que algo ha pasado es una idea presente en la novela; es algo que está tanto en la alta como en la baja cultura. Desde una canción de Rocío Jurado o en La voz a ti debida, de Salinas, o en Las palmeras salvajes, de Faulkner. El dolor como última forma de amar. Es una manera de hacer real algo que se ha perdido. La última huella de las cosas”.

 

La desolación del alma ante la pérdida amorosa. El descenso de los latidos ante la agonía de lo sentido. En Las palmeras salvajes se habla de la pena o la nada. Y eso suele estar en el imaginario del lector.

“Hay que hacer una distinción entre narrador y autor. No creo en esa dicotomía. Esa disyuntiva es algo que se plantea una persona que está viviendo una pasión donde solo existe como última salida la elección entre el dolor y la nada. En realidad, existen miles de opciones. No se reducen solo a dos. Pero sí creo que la gente que experimenta una fuerte pasión sí se plantea las cosas en términos del dolor o no sentir, porque la pasión no tiene otra salida, dolor o nada”.

 

Desde Shakespeare, y antes de él, las personas buscan una prueba de que lo sentido sí existió y no fue una invención, un espejismo. Está esa otra idea de que el amor eterno es el que nunca fue.

“Hay un poema de Salinas que no lo cito en la novela pero que sí está muy presente en La voz a ti debida de un fragmento del dolor como última forma de amar. Eso es la historia de una persona bajo el efecto de la pasión que solo ve las cosas en términos maximalistas sin nada entre medias.

En la literatura occidental hay una narrativa de que el amor es una cosa tempestuosa y sino lo es no ha sido. Eso es una narrativa desde el amor cortés. Se ha descrito así. Y si uno no ha estado en el ojo del huracán no ha estado. Si no no habría literatura”.

 

El amor como se conoce hoy, de estar y vivir con la persona que se quiere, es un invento moderno en la historia de la humanidad. En el siglo XXI el tema del amor ha vuelto al centro de la narrativa de calidad.

“No sé si es así. Tengo un problema como esos lectores que están en el pasado. El síndrome del estudiante de literatura que está siempre intentando llegar al siglo XXI. De lo poco que he leído actual no hay tantas historias de amor. No sé cuánto predicamento hay”.

 

Los días perfectos es un paseo por los diferentes estadios del sentimiento amoroso a través del soliloquio de Luis. Ilusión, nervios y humor que no falta ante determinadas situaciones. Todo eso despierta el diálogo del lector consigo mismo y desata muchas preguntas. ¿Acaso el amor es un intento de derrotar la soledad?

“El personaje de esta novela huye del vacío, es una persona que no ve nada que le satisfaga, busca realizaciones en los demás. No sé si es el amor como vía de escape de la soledad o del vacío de uno mismo. El amor es una cosa que va llenando y da una sustancia”.

 

O acaso, como decía Schopenhauer y, más recientemente, Chantal Maillard en WMagazín, el amor es una estratagema de la naturaleza o del universo para motivar a las personas y garantizar así la supervivencia de la especie, un estímulo para seguir viviendo.

“El amor es una cosa que hay que buscar. Te hace salir de casa. Y es ahí cuando empiezan muchas cosas y la vida se empieza a llenar”.

 

Además del Tiempo y la memoria, hay otra idea interesante en la novela: la orfandad, incluso las vísperas de sentirse huérfanos ante los primeros pasos de la pérdida del amor deseado y su adiós definitivo.

“Cuando se acaba el amor es algo parecido a una muerte. Es algo curioso. Alguien te deja de querer… El fin del amor está emparentado con la muerte. Es algo inexplicable que no tiene vuelta atrás. Por supuesto, como la muerte, deja una orfandad”.

 

Aparte de Platón y Pedro Salinas hay otros autores que están en la médula de Los días perfectos y que influyeron a Jacobo Bergareche.

“Están El ensayo sobre el día logrado, de Peter Handke, un libro muy presente. Las palmeras salvajes, de Faulkner. También leí La uruguaya, de Pedro Mairal, cuando ya había empezado a escribir la novela”.

 

Los días perfectos es un homenaje al género epistolar, al poder dirigirse a otra persona a través de la palabra escrita mientras el autor se habla a sí mismo también. La novela llega en días en que las cartas de amor están en extinción, mientras que se abre un nuevo modelo propiciado por el mundo digital para expresar y buscar amor.

“Nosotros pertenecemos a la última generación que escribió cartas de amor. Las siguiente lo habrán hecho como ejercicio, pero no por necesidad. En la medida en que se extingue el género epistolar, sobre todo las cartas de amor, se extingue la memoria del amor. Nosotros cuando estamos enamorados hablamos con otra voz, una voz propia a ti debida. Igual que cuando le hablas a un bebé o a tus padres o a tus amigos o un perro es una voz propia y latente que te permite decir un montón de cosas. Eso eran las cartas donde uno se explayaba y dejaba volar esa voz. Ahora, como se hace a través de whatsapp, eso desaparece y termina por borrarse. Y la voz del amor solo se tiene una o dos veces en la vida, no sé si es liberador o una tragedia”.

 

El escritor calla un segundo. Resuena el Fedro de Platón con el análisis del alma del amor, la pasión, el deseo y todo ese temblor que busca la perfección, ¿la belleza? ¿Y qué es para Jacobo Bergareche la belleza?

“Lo más parecido a Dios que hay, en quien no creo, pero tengo un anhelo de belleza tan grande que me hace sospechar que de alguna manera creo en Dios. La belleza es un anhelo bastante esclavizador”.

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