Katherine Mansfield en un revelador retrato impresionista de Pietro Citati

El autor italiano ha escrito una pequeña joya sobre la autora neozelandesa. Vida, escritura y análisis que ayudan a comprender mejor su obra

“Amar con locura tal vez sea falta de sabiduría, pero no hay falta de sabiduría más grave que no amar en absoluto”, Katherine Mansfield

Una noche de media luna, la muerte sorprendió a quien fuera mitad mujer y mitad mariposa. Horas después, un chal negro español de colores alegres cubrió el ataúd de Katherine Mansfield. Era de ella. Y allí lo puso su amiga íntima Ida Baker tras verla desangelada en el ataúd. Bajo esa suave prenda de juventud la vieron por última vez sus amigos. Había muerto el 9 de enero de 1923. Tenía 35 años, y ya era considerada una de las mejores cuentistas de comienzos del siglo XX. Con los años pasó a ser una de las más influyentes, aunque no alcanzara la popularidad de otros cuentistas o de autores del mítico grupo de Bloomsbury al que perteneció.

Katherine Mansfield fue una persona anhelante de vida y desbordante de una pasión por todo lo que deseaba, hasta arrasarlo con su fuego interior sin querer. “Tenía una delicadeza de porcelana”. Una narradora exquisita enamorada de la belleza cuya obra gana con el tiempo. Ese es el hondo cuadro impresionista que traza Pietro Citati de la escritora neozelandesa en La vida breve de Katherine Mansfield, publicado por Gatopardo Ediciones. Una biografía única donde se asiste al entrelazado de su vida con el análisis de su obra. Todo trenzado en un solo relato, claro, ameno, fluido. Una vida más o menos conocida, pero contada por el maestro italiano como si fuera la primera vez, casi como un cuento de la porpia escritora.

Uno de esos donde ella vivía mientras lo escribía, e incluso tiempo después de que ya lo terminara. Los relatos de Mansfield despiertan todos los sentidos y convocan el ingenio porque tras la belleza de sus pinturas impresionistas hechas de palabras se esconden realidades más profundas e inquietantes.

“Todos aquellos que conocieron a Katherine Mansfield en los años de su breve vida tuvieron la impresión de descubrir a una criatura más delicada que otros seres humanos: una cerámica de Oriente que las olas del océano había arrastrado hasta las orillas de nuestros mares”. Con estas palabras empieza Citati el relato de esta vulnerable y severa mujer que llegó a Londres a los 20 años con deseos de sentir, de vivir, de probar el mundo. La pasión la poseía. Ella quería ser poseída por la pasión. Como la llama que encandila mientras devora rápido el objeto que le da vida.

KatherineMansfield
Lee un extracto del libro pinchando AQUÍ. En la foto aparece Mansfielde con su marido John Middleton Murry, en julio de 1922.

La mano de Pietro Citati (Florencia, 1930) autor de biografías como Goethe, Tólstoi o Leopardi, parece guiada, por momentos, por Mansfield y su obsesión y delicadeza en los detalles. Si bien esta biografía es circular, su estructura se levanta sobre ocho capítulos que pueden ser leídos como relatos autónomos y a la vez encadenados.

La vida breve de Katherine Mansfield cuenta, describe, analiza, desvela claves del proceso creativo y da elementos al lector sobre la narrativa de su autora. La de una mujer tímida que nace y crece en Wellington y a los 20 años marcha a Londres con un equipaje eterno: su infancia… el rumor de su infancia, las historias que parecen suspendidas en el aire, que vienen de algún lado, se revelan y siguen hacia cualquier parte.

“Escribía los cuentos a vuelapluma, en pocas horas, casi en trance. En cuanto podía, intentaba, como Kafka, escribirlos de un tirón, de la primera a la última palabra: nueve, doce, quince horas seguidas, veinticinco páginas en un día; velozmente, cada vez más rápido para que la inspiración no se le escapase y la muerte no la apresara antes de echar el cuento al correo”, escribe Citati en uno de los mejores pasajes del libro donde vemos a la escritora en busca de su perfección.

Es la Mansfield del grupo de Bloomsbury, admirada por Virginia Woolf, amiga de D. H. Lawrence. Comparada con Chéjov. La misma cuya felicidad era escribir, recuerda Citati. La joven convecida de la ruta a seguir que a los 20 años “proclamó su narcisismo: ‘Soy odiosa, pero hay una cosa de la cual puedo vanagloriarme: no estar enamorada de nadie, salvo de mí misma. ‘Me gusto, por lo tanto soy feliz”.

Tuvo un amor, dos amores, algunos más, uno más permanente como John Middleton Murry. Sueños. Aspiraba al ideal. Fuerte en su empeñó, frágil en su salud porque la muerte la rondó los últimos años vestida de tuberculosis. Fue un duelo. Viajaba de un lado a otro en busca de tierras más cálidas. En amor, escritura y enfermedad el tiempo era clave para ella. Lo era todo. Y era nada. Y eso se trasluce en su escritura, donde, explica Citati, “ponía las manos sobre la esencia del tiempo; procedemos en el tiempo, atravesamos el tiempo, vemos avanzar el tiempo como un río que, lentamente, excava su propio lecho”.

Otra gran lección del maestro Pietro Citati sobre una escritora, escribe él, que “siempre había intentado zafarse del sentido de finitud: exigía en todas las cosas lo ilimitado”. El resultado en su creación literaria es que cuando “empezaba sus cuentos, hacía emerger del vacío a los personajes, los salones, los árboles, como la Nueva Zelanda que todas las mañanas emergía, completamente cubierta de resplandecientes gotitas, de las olas azul oscuro del mar. Los relatos parecen recortados en el vacío, e incluso cuando están ante nosotros, es como si íntimamente siguieran perteneciendo al vacío, que se insinúa entre las figuras y a veces las congela”. Citati asegura que Mansfield llevó al límite a sus maestros como Tólstoi o Chéjov y creía que “el narrador era un simple mediador, un débil trait d’union entre los lectores y la realidad evocada”.

Katherine Mansfield es concida por muchos, sobre todo por escritores. Quizá no tanto por el gran público como merece. Ella ha sido uno de los grandes hallazgos literarios en mi vida. De los principales. Siempre me ha acompañado desde aquella fría tarde bogotana cuando la descubrí en mis primeros años universitarios. Un día pasaba por un gran almacén, como decimos en Colombia a lo que en España llaman grandes tiendas, y vi en un enorme cesto metálico varios libros como quien ofrece caramelos en un cesto gigante. Esa postal me conquistó. Eran libros en formato de bolsillo, tapa dura, colores vivos y en su portada, solo, solamente, el nombre del autor en mayúsculas y debajo, en altas y bajas, el título de la obra dentro de un marco negro. En la contraportada no había nada, y sí, ya muchos de ustedes habrán adivinado que lo único que se leía ahí era: Club Bruguera: Colección de Literatura Universal Bruguera. Nada más. No había referencias al libro en cuestión. No desvelaban nada, ni del autor ni del tema, esa era la mejor invitación a descubrir el libro; cosa que hoy en día, por desgracia, es imposible porque hay que decirle a la gente casi hasta quién es el asesino de la historia, si la protagonista se queda con el chico o si los muchachos alcanzan su sueño. Así es que no te quedaba más remedio que abrir el libro y empezar a leer. Cogí un ejemplar para ojear y hojear. Luego otro, y otro. Sabía de algunos autores, pero no conocía a muchos. La primera página contenía una breve biografía del autor y luego la novela o los cuentos. No sé cuánto tiempo estuve allí de pie leyendo pasajes de unos y otros libros, mientras la gente pasaba llevando centenares de otras cosas. Compré varios de esos grandes caramelos rectangulares y planos, unos cuantos. Entre ellos el marcado con el número 88 bajo el cual se leía: KATHERINE MANSFIELD / En la bahía.

 

Tras la historia que daba título al volumen estaban otros relatos: Preludio, Fiesta en el jardín y Las hijas del difunto coronel. Fue la invitación para buscar otros cuentos de Mansfield entre los que destaco La señorita Brill, El viaje, La lección de canto, El nido de la paloma y, sobre todo, uno cuyo final condensa, para mí, la vida de Mansfield y su estilo, su delicadeza y su dureza al mismo tiempo: La casa de muñecas. Es uno de sus relatos más cortos, más redondos. Es solo un breve pasaje en la vida de dos niñas, hermanas: tras un episodio en apariencia intrascendente contado con una suave pero firme tensión, el punto final se ve en la página y no parece suceder nada, hasta que llega aparce la frase de la niña más pequeña que hace refulgir el universo Mansfield. Luego, la vida sigue su curso. La gloria del detalle. La belleza efímera y eterna. Gran compañía.

La vida breve de Katherine Mansfield. Pietro Citati. Traducción de Mónica Monteys. Gatopardo Ediciones. 133 páginas.

Winston Manrique Sabogal

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