Leonardo Valencia: “Me inquieta la voracidad actual por lo explícito y lo literal”
El escritor ecuatoriano publica 'La escalera de Bramante', una novela sobre la función del Tiempo en las artes y sus creadores. Sobre el momento difícil que vive su país explica: "Hay dos grandes daños: la entrada feroz del narcotráfico y la consecuencia de un legado político que generó mucha debilidad institucional"
La influencia y la función del Tiempo en las artes, la creación y la literatura, y de su efecto en las personas que se dedican a ellas. Personajes en tránsito, como migrantes de sus oficios, ideas y ambiciones. Siempre en movimiento, en cambio. Son las líneas principales de La escalera de Bramante (La Huerta Grande), la novela del ecuatoriano Leonardo Valencia (Quito, 1969).
El mismo escritor es un apasionado de la pintura, de las artes y ha sido migrante desde joven, primero en Lima y luego en Barcelona. En 2018 regresó a Ecuador. Algunos han calificado La escalera de Bramante como una novela total, pero él siempre dice: “No, es una novela tonal. Quiero que se escuchen distintas voces”. La manera como logró esa estructura y ese efecto los contó en esta video entrevista desde Madrid, donde está promocionando la novela:
«No puedo planificar las novelas. El proceso mismo me genera cambios y me gusta escuchar los cambios. Me gusta la imagen de Javier Marías de que hay dos clases de escritores: de mapa y de brújula. Soy de brújula, me gusta esa exploración de la escritura, no la novela como resumen de una idea que uno tiene en la cabeza o una experiencia dada. En el caso de La escalera de Bramante fue curioso porque nunca fue prevista. Quería hacer una serie de novelas cortas. Publiqué Kazbek en 2008, que ahora se reedita en Firmamento. Era entre el dibujo y la literatura. Pero, como detesto repetirme, cuando en La escalera de Bramante llevaba unas cien páginas, que era la extensión que tenía Kazbek, me di cuenta de que no era lo que quería. Le di vueltas y empezó a crecer hasta volverse inmensa, porque ocurrió algo: empecé a escuchar un ritmo de continuo en la novela, una forma que iba desarrollando los planos. Quise romper la idea de una centralidad lógica de un único personaje, quería que convivieran distintos personajes en distintos tiempos en una estructura como de Vidas paralelas, de Plutarco.
Me gusta la idea de líneas paralelas que no se tocan, pero que conviven, y que esa contigüidad genera un tercer imaginario, o plano, el que hace el lector por esta conjunción. Que no se llegan a tocar, que no se explicitan. En una gran novela como Los miserables, de Victor Hugo, hay dos planos que van avanzando y al final se juntan. Pero me gusta más la línea de lo que hace Faulkner en Las palmeras salvajes: dos planos que nunca se juntan y el lector se pregunta qué pasó aquí. Todo eso viene de Plutarco. Me parecía interesante explorar estas posibilidades, pero también después de tratar de juntar distintos espacios en los que me muevo. La novela transcurre en varios países, España, Alemania Francia, Colombia, Ecuador, y es importante decirlo porque, de alguna manera, no fue un forzamiento, y pensé que no tenía por qué circunscribirme a un escenario específico. Mi novela me pedía un diálogo. Una novela que tratara de abrazar mundos, y en eso me interesaba mucho que la escritura tocara distintos tonos. Como la gente ve que es una novela grande dicen que es una novela total, y siempre digo: No, es una novela tonal. Quiero que se escuchen distintas voces».
Leonardo Valencia empezó a escribir la novela en España, donde vivió entre 1998 y 2018, pero la publicó en 2019 cuando ya había regresado a Ecuador. Volvió a su país después de 25 años, de donde había salido en 1993, con 24 años, rumbo a Lima, donde trabajó como creativo de publicidad.
Winston Manrique Sabogal. ¿Cómo ha sido ese periplo personal y profesional de un cuarto de siglo?
Leonardo Valencia. No estaba en mi horizonte y fue providencial porque en Perú encontré una generación de autores interesante, Lima era una ciudad estimulante. Fue una época muy linda. En 1998 me fui a Barcelona a hacer unos estudios de maestría en literatura y edición y me doctoré en Literatura comparada. Me quedé porque Enric Sullà me invitó a dar clases en la Universidad Autónoma de Barcelona. Abrí el programa de Escritura Creativa de la Autónoma y luego el Laboratorio de Escritura.
Volvía a Ecuador por una conjunción de cosas: la Universidad Andina Simón Bolívar, de Quito, me hizo una oferta para que abriera una maestría en Literatura latinoamericana y Escritura creativa. Tenía ganas porque el nacionalismo catalán me exasperó un poco, no era todo el mundo. Pasó algo curioso, la sociedad se transformó lentamente y después, por el hecho de ser autor de lengua española, el día menos pensado me di cuenta de que uno de los problemas de utilizar la lengua española era que yo no estaba en el horizonte de la literatura catalana, estaba como al margen, en el limbo. No me interesa ninguna forma de nacionalismo, y había una especie de invisibilización, de ninguneo. Me di cuenta de que tenía actividades en el resto de España y en Barcelona no tenía ninguna. Era una sensación incómoda. En eso surgió la propuesta de regresar a Ecuador. Y lo agradezco, porque me aparté del discurso repetitivo, de un círculo casi vicioso que agota mentalmente, siendo Barcelona una ciudad que quiero y donde tengo muchos amigos.
W. Manrique Sabogal. En La escalera de Bramante está la presencia de las artes a través de la pintura, de la creación y de la literatura. ¿Qué fue para usted primero?
Leonardo Valencia. Por la propia naturaleza, siempre la entrada visual es lo primero que recibimos. La llegada de la lectura y la escritura es posterior. Para mí siempre fue importante cuando iba a ver a mi familia a Italia, mi madre era romana. Íbamos a museos, veía pinturas. La pintura siempre me fascinó. Hasta que apareció la literatura y lo devastó todo, arrasó con todos los colores. Pero siempre tuve una relación con la pintura y con el arte. Las preocupaciones estéticas me acompañaban, pero nunca las había tratado en la escritura. Una de las cosas que me resultó interesante es el hecho de la imagen. Me considero un lector de poesía, aunque escribo narrativa. Todo gira en torno a la relación con una imagen, de un poema, de una pintura. Como novelista trabajo en torno a una imagen, a imágenes. De alguna manera era interesante plantearme esta problemática de la creación en relación con el propio Tiempo. Qué hay en esa relación con las imágenes, con los colores, con la plástica, con la misma literatura frente al propio Tiempo. Fue una invitación para unir estas dos preocupaciones y coger como personajes a dos pintores, con dos líneas completamente diferentes en su relación con el arte.
W. Manrique Sabogal. ¿Cuál es la imagen de la que partió?
Leonardo Valencia. La novela se titula La escalera de Bramante, pero esa fue una idea a la que llegué a medida que avanzaba en la exploración del libro. En realidad, más que una imagen concreta, eran dos relaciones con dos maneras de ver el mundo: una era la deriva que tuvo la vanguardia en el siglo XX, hacia el expresionismo abstracto, todo el trabajo que pasaba con los pintores monócromos, como Yves Klein o Mark Rothko. Precisamente vengo de París de ver una exposición muy completa de Rothko en la Fundación Louis Vuitton. Él llega, un poco, a tocar el límite del arte, un artista de esos que llaman del camino absoluto. De búsquedas absolutas, más allá de eso no había nada.
Otro aspecto importante es el aprendizaje que para mí significa una novela. No la veo como un punto final donde desemboca un trayecto previo, sino que es un recorrido que voy haciendo porque quiero descubrir. Y quería acercarme a un tipo de pintura con la que nunca había tenido relación, la pintura de los flamencos. De ahí sale el personaje con el que arranca la novela, el pintor alemán Landor. Eso me permitió acercarme a ese tipo de pintura donde parece que no ocurre nada, como las de Vermeer, y a otros donde hay bodegones, ventanas…
W. Manrique Sabogal. Habla del Tiempo, la pintura congela el Tiempo, literalmente. A diferencia de la fotografía que captura un instante de tiempo. En pinturas flamencas hay un manejo de la conjunción de Tiempo y Espacio, y se moldean mutuamente.
Leonardo Valencia. Es verdad. Pero hay matices que son importantes. Porque la fotografía capta un instante, y su realización técnica es de un instante. En cambio, en la pintura de los flamencos ellos trabajan el óleo y las veladuras del óleo son un proceso muy lento de pintura, es una acumulación de capas. El proceso de la pintura tiene una idea de duración. Me interesa mucho el concepto de duración porque en el caso de la novela es un recorrido temporal.
La exploración a través de este personaje me permitió acercarme a ese tipo de pintura. Y, sobre todo, a tratar de lograr y ver qué pasa con estas vidas paralelas, esta simultaneidad. Son dos pintores que solo se cruzaron una vez, al comienzo en Quito, cuando el pintor Landor da una conferencia de pintura y lo escucha un joven pintor ecuatoriano. El ecuatoriano quiere volverse un pintor monócromo tardío, y el otro viene de la tradición flamenca. ¿Es posible que en nuestro mundo convivan dos visiones completamente opuestas?, Sí, ¿pero qué implica cada una? Siempre parecía que los pintores flamencos o de tradición figurativa hacían una pintura inocua y no es así. Hay infiernos de la superficie de esas escenas aparentemente tranquilas. En cambio, la otra pintura que parece más explosiva muchas veces en vez de decir cosas lo que hace es ocultar cosas.
W. Manrique Sabogal. Son la pintura y la literatura como una ventana sobre la época que contienen información de la época en que se crean.
Leonardo Valencia. Vivimos una época en la que se está esperando del arte evidencias demasiado contundentes. Lo que nos enseña una mirada cuidadosa con el arte es que no hay que dejarse llevar por una primera impresión. La pintura tiene una inmediatez, la literatura tiene un recorrido, hay que leer el libro y eso se toma su tiempo y puede ser más explícita. Lo que me inquieta es esta voracidad por lo explícito de lo contemporáneo que anula la gradación que tiene el arte y que te prepara para entrar en un terreno diferente.
La novela no está excluida de eso. Parecería que estuviéramos esperando novelas sensacionalistas, violentas, y están bien porque la novela siempre ha convivido con distintos registros. Pero la novela tiene una potencialidad de riquezas enormes que hay que aprovechar al máximo. En ese sentido hay que saltar de lo evidente. Me da la sensación que, a veces, se espera demasiado de lo evidente. Hay otro tipo de arte y novelas que juegan más con la posibilidad de llevarte a un terreno donde, de pronto, aparezca lo inaudito. Y el arte es una escuela de lentitud, que hace que te detengas un poco más.
W. Manrique Sabogal. ¿No cree que lo explícito que menciona se conecta con la literalidad de buena parte de la gente en el lenguaje que se vive hoy? ¿No hay un problema o enfermedad de literalidad?
Leonardo Valencia. Por supuesto. El lenguaje tiene distintas funcionalidades. Lo literal es lo inmediato, pero la literatura no es lo literal, aunque están hermanadas. La literatura abre un proceso distinto a lo literal. El problema es que se solapen las dos cosas. No digo que una novela no tenga momentos muy literales, pero te llevan a otro terreno. En ese momento mágico en que uno se sumerge en una novela y la sigue leyendo, y después de dos horas de lectura la cierras y vuelves a la realidad, se produce una readecuación completa de la percepción. Como dices, hay una voracidad por lo literal, por una necesidad de querer encontrar una información directa, y la literatura nos lleva por otro terreno. Me apena cuando se confunden las cosas. No es cualquier uso del lenguaje. La novela tiene la posibilidad tan alta como la de la poesía, pero eso significa tener una concepción de la novela distinta.
W. Manrique Sabogal. ¿Qué cree que ha pasado con el arte y otras expresiones artísticas en las tres últimas décadas? Los cambios sobre la percepción de la belleza y los cánones de muchas cosas, que ya venían desde las vanguardias de comienzos del siglo XX, se dinamitaron en los años noventa.
Leonardo Valencia. No soy especialista, pero sigo mucho la pintura, las exposiciones y las performances. Por una parte, lo performático está totalmente exacerbado. La voluntad performática se ha vuelto muy grande. Por otro lado, hay una especie de contrapeso o necesidad de recuperar elementos como el artesanado en las artes, en la pintura. Hay artistas que están queriendo recuperar la fuerza de esa tradición, pero replanteada. Estamos viviendo un momento de convivencias de muchas líneas artísticas. No creo que haya una línea central, pero sí creo que hay una exacerbación de lo performativo que está saturando la visión del arte, y hay una necesidad de querer volver a ver qué pasó con esos elementos de la tradición pictórica.
W. Manrique Sabogal. Su novela, también, aborda el tema de las violencias de diferente índole. Sus años en Perú coinciden con la violencia de Sendero Luminoso. ¿Cuál es su relación con la violencia para haberla reflejado?
Leonardo Valencia. En esta novela hay una preocupación por el tema de la violencia, pero por un camino indirecto. Volvemos al tema de lo explícito. Una cosa es la violencia brutal que te revienta en los ojos, pero hay otra, y tiene que ver con mi novela, que es el momento revelación en el cual un individuo que no esté en contextos de violencia, de pronto, se da cuenta de que el entorno en el que vive está fracturado y colocado sobre un vacío que repercute en violencia, aunque no de manera explícita. Sucede con el otro pintor ecuatoriano que descubre que su hermano está metido en la guerrilla. Una de las cosas que me interesa es la manera como el individuo común descubre que está rodeado por las consecuencias de la violencia, pero no de manera directa, y se da cuenta que en la estructura donde vive están las consecuencias extendidas de la violencia.
W. Manrique Sabogal. Es lo que vive la gran mayoría de personas. Como es el caso de los ecuatorianos que en este siglo XXI han vivido en una montaña rusa de crisis y violencias, desde la económica que los expulsó del país a comienzos de los años dos mil y ahora la corrupción y el narcotráfico.
Leonardo Valencia. He vivido parte de este proceso desde que llegué en 2018. Hay dos grandes daños: por un lado, la entrada feroz del narcotráfico, los grandes carteles han entrado de manera violenta y están zonificando el país. Pero, también, es la consecuencia de un legado político que generó mucha debilidad institucional en el Ecuador. Una cosa repercute sobre la otra, no son fenómenos aislados y el gran punto de repercusión es la corrupción. Eso sí me ha tocado verlo, la sensación de inseguridad.
Pero tu mencionaste la palabra de nuestro tiempo: migración. La consecuencia indirecta de la migración es esa violencia de la cual la gente huye. El día de mañana, cuando un migrante ecuatoriano esté caminando por Nueva York o por Madrid o por Berlín, y vaya en silencio y tranquilo, detrás de su historia lo que hay es esa violencia. Esa violencia que le ha empujado a tratar de buscar un escenario de más tranquilidad. Lo cual, también, es una paradoja, porque ya no existe ninguna arcadia posible. La migración es la gran consecuencia de esta violencia, más allá de muertos y heridos.
W. Manrique Sabogal. ¿En esas violencias de las que habla, qué percibe?
Leonardo Valencia. Primero, muchos ecuatorianos han generado una migración no solo de irse, abandonar y quemar puentes, sino que van y vienen. Segundo, se reacomodan las identidades de los herederos de la migración que tenían 10 o 12 años cuando salieron o nacieron fuera y ahora tratan de reajustar las distancias.
Sobre lo que va a pasar en Ecuador hay una cosa tremenda: a veces, las crisis son necesarias para replantear ciertas cosas. Ecuador viene de un proceso de desinstitucionalización, de una corrupción muy potente, y este tocar fondo hace que se mire la necesidad de cohesionar mecanismos en la sociedad para que se encuentren caminos y soluciones. Son procesos necesarios de gran crisis para refundar distintas situaciones de la sociedad. Ecuador ha llegado a ese punto en el que estaba viviendo una especie de simulacro de paz, mientras debajo estaba preparándose un caldo de cultivo muy agresivo. Creo que vamos a tener episodios mayores y en diferentes registros. Ahora es por narcotráfico, antes por alzamiento indígena. Son problemas que van sumando y van replanteando la sociedad. Ecuador ha tenido primero una gran mundialización. La migración era muy episódica y aislada. Ahora hay una amalgama que está fundando un nuevo Ecuador. Un nuevo horizonte para el país.
- La escalera de Bramante. Leonardo Valencia (La Huerta Grande).
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