La escritora mexicana Liliana Blum. /Foto de Didier Loza -cortesía Seix Barral

Liliana Blum: «Nos gusta pensar que quienes matan son de otra raza, pero son como todos nosotros»

La escritora mexicana publica 'Cara de liebre', una novela inquietante sobre una asesina en serie. Blum perfecciona su exploración por el lado oscuro del ser humano. Habla de belleza, deseo, amor, machismo, violencia y venganza

Desde muy pequeña Liliana Blum estuvo intrigada por el mal porque su padre le decía que ella era mala. Eso despertó en la niña el temor a que fuera cierto. De adolescente empezó a interesarse por indagar en el lado oscuro de las personas, así es que desde que empezó a escribir ese ha sido uno de sus territorios literarios favoritos.

Ese interés por explorar en las sombras de la naturaleza humana adquiere una dimensión inquietante y perturbadora en Cara de liebre (Seix Barral), su reciente novela. El mal como una línea fina que cualquiera puede cruzar, la constatación de que los «monstruos humanos» están hechos del mismo material que todo el mundo, la confirmación de que en la belleza también puede anidar el mal o que su búsqueda o frustración puede desatar la maldad.

“Ciertamente, la belleza es la imposición que tenemos y que ni siquiera depende de nosotros. Es la lotería genética y, luego, qué tanto estamos dispuestos en gastar en cirugías y demás. Pero nada como la belleza natural y la belleza joven. La belleza pesa de manera muy distinta sobres las mujeres. Siempre he pensado que las mujeres somos nuestro cuerpo… Un hombre puede ser poderoso, puede ser rico, puede ser famoso y, entonces, realmente cómo luzca o qué edad tenga pasa a ser secundario, un hombre no vale por su cuerpo”.

Desde su casa en México, Liliana Blum (Durango, México, 1974) reflexiona por videoentrevista sobre el concepto de belleza omnipresente en Cara de liebre. En esta novela la escritora afina su narrativa ágil, descriptiva, despiadada a la hora de mostrar la maldad y el dolor y con una trama interesante, pero donde lo que prevalecen son los personajes. Su psiquis, su comportamiento, trata de desentrañar aquello que pudo motivar su comportamiento de Jekyll y Hide.

Cara de liebre es una novela sobre una asesina en serie con todos los claroscuros de la humanidad y dos personajes más esquinados por la vida. Irlanda es una profesora con un cuerpo provocador que tiene en su cara la cicatriz de una operación de labio leporino que confía poco en sí misma y va a la caza de hombres armada con su sensualidad para cobrarse el dolor que le han causado desde niña; mientras que Tamara es una artista frustrada que trabaja en un Spa y Nicolás es el cantante de una banda de rock que une a estas dos mujeres. Los tres con la belleza como arma u oficio en diferentes manifestaciones. Aquí confluyen la tradición de las diferentes violencias y vejaciones hacia la mujer y las relaciones destructivas y autodestructivas enmascaradas de amor o pasión.

Su narrativa explora las relaciones complejas y complicadas entre hombres y mujeres. Lo cotidiano y corriente sembrado de minas ya desde sus primeros cuentos en La maldición de Eva, en 2003. Otros libros de cuentos son ¿En que se nos fue la mañana?, Vidas de catálogo, Yo sé cuando expira la leche, No me pases de largo y Tristeza de los cítricos (Páginas de Espuma). En 2013 publicó su primera novela, Residuos de espanto; luego vinieron Pandora, El monstruo pentápodo y Cara de liebre, publicada en México en 2020 y ahora en España.

En Cara de liebre la belleza está junto a otros conceptos como el deseo y el amor, otras formas de belleza, al fin y al cabo, que por su negación, búsqueda o anhelo desatan su némesis reflejada en el mal representado en el resentimiento, la venganza, el machismo y las violencias. Liliana Blum recuerda cómo la mirada masculina cosifica a las mujeres, y cómo lo hacen aún las propias mujeres de manera muy severa.

“A veces, nosotras mismas somos las primeras en decir: ‘Mira qué gorda está, mira cómo se viste’. Es como si nuestros propios miedos los proyectáramos atacando a otras mujeres”.

La escritora advierte de la persistencia de la rivalidad entre mujeres, del imperio de la apariencia y de los prejuicios de la sociedad frente a todo esto, incluso en el ambiente literario.

En la teoría podemos decir que hemos cambiado, pero, a veces, en la práctica, estamos igual que hace cincuenta o cien años. Es algo que siento en el mismo ambiente literario donde se supone que estamos menos centrados en la apariencia física, tanto por la mirada masculina como por la femenina. He visto escritoras que son muy agresivas con otras escritoras. Algunas se sienten como la abeja reina rodeada de autores y si llega otra escritora es como si dijera ‘no me quites a mi rebaño’.

Las mujeres seguimos siendo cuerpo y siempre va a haber una más bella, más joven… es una carrera al abismo. Es algo así como que si la destruyo es una competencia menos. No comprendo por qué las mujeres no lo racionalizamos.

Esa competencia se reduce a algo en lo que poco hemos avanzado, y no lo queremos aceptar: el miedo a estar sola. En mis personajes literarios se ve. El no podernos asumir como mujeres solas a pesar de que no necesitamos un marido que nos mantenga.

La necesidad de ser amado se vuelve doblemente fuerte porque no puedes estar sola porque es como si ese hombre es el que te valida. Por eso las dos protagonistas de Cara de liebre se aferran de distinta manera, de modo desigual, a tener a un hombre que, por supuesto, no vale la pena. Nadie tiene que adaptar ni su cuerpo ni su forma de vida para nadie”.

Una esperada validación masculina que aún no ha desterrado el Me Too.

“Hemos avanzado en el sentido de que las mujeres reconocemos más el abuso; ya no toleramos ciertas cosas del hombre que, en realidad, son acoso. Hay suficientes mujeres como para poder asumir que muchas mujeres, en el fondo, en teoría decimos una cosa, pero en la práctica hacemos otra. Es ahí donde está la competencia descarnizada entre mujeres. Además, la mujer no solo tiene que ser mejor que el hombre, sino doblemente buena. Así es que las mujeres tenemos que trabajar el doble para desligarnos de estos atavismos que, a veces, se nos implantan con las mejores intenciones incluso por nuestras propias madres”.

La escritora mexicana Liliana Blum. /Foto Ernesto Valderrama Blum – Cortesía Seix Barral

En Cara de liebre esta cuestión alrededor de la belleza desata la violencia por parte de la mujer y del hombre.

“Es como si nos amarraran y después nos soltaran, pero nosotros nos seguimos amarrando solas. Irlanda, la protagonista de mi novela, tiene un cuerpo muy deseable, es inteligente, tiene muchas cosas a su favor, pero tiene esta cicatriz; y, quizás, para un hombre una cicatriz significa… O, quizás, no sea algo tan trascendente, pero ella se autopercibe mal, eso la vuelve más vulnerable.

Además, si estás sola significa que hay un serio problema contigo… Sin olvidar que una mujer sola suele ser más susceptible a ser abusada por otros hombres no de una manera sexual, pero sí de maneras soterradas de violencias”.

Surge la pregunta inevitable: ¿Es más necesidad de amor como lo expresa la protagonista o quizás es el miedo a estar sola? Aparece el amor como un supuesto atajo seguro para la felicidad.

“¡Claro! Lo que vemos es la gran excusa porque en la gran mayoría de parejas el amor no prevalece. Están acompañados, hay una conveniencia económica que funciona para todos de alguna manera, un intercambio de…

A veces el amor nunca ha estado ahí. Entonces, nos vendemos esta idea del amor para no sentirnos tan mercenarios o tan pragmáticos y en realidad es… compañía.

Quizás sería más fácil si buscáramos compañía… Porque podríamos estar acompañados de mujeres u hombres sin tener una relación sexual, de perros, de amigos, de amigas ¿no?”.

En esa búsqueda muchas veces aflora el lado oscuro del ser humano que es algo que a Liliana Blum le interesa. De cómo algo noble o bello puede desencadenar violencias internas y/o externas.

Los límites me intrigan mucho… ¿Dónde están nuestros frenos para no hacer el mal? ¿Qué es lo que nos para cuando estamos furiosos con alguien? En algunos asesinos en serie ese freno no funciona y siguen sin ningún remordimiento. Pienso en qué tan fácil es cruzar esa primera línea y cómo podría cambiar la vida de alguien para siempre.

En algunas personas hay una cierta satisfacción. Pero nos gusta pensar que esos que matan y cometen los crímenes más horrendos son de otra raza de humanos y nosotros somos los buenos. Pero eso es una bobería, son como todos nosotros. Siempre digo que estos doce feminicidios diarios en México, oficiales, quiere decir que hay doce hombres que matan a una mujer a diario en este país y después se van a sus casas, al trabajo, al bar, no son monstruos. Están integrados en nuestra sociedad. Quiere decir que matar a una mujer es nada. Esos criminales no son tan distintos, no son seres hechos de otra materia a la nuestra… Somos nosotros mismos cruzando una delgada línea, por alguna razón importante la primera vez y luego por gusto, por rutina, por trabajo. En Cara de liebre quería mostrar cómo puedes ser alguien así y ser una maestra soltera un poco frustrada”.

Respecto a la otra protagonista, Tamara, es una mujer que se siente incapaz porque la sociedad le ha negado la confianza para realizarse como artista, no apta para crear belleza y termina como empleada en un Spa donde ayuda a buscar la belleza física a otros.

Si nadie cree en ti empiezas a dudar de ti. Si ni siquiera la gente cercana que te quiere cree que eres capaz entonces es un escalón menos en autoestima. Nadie cree en el talento artístico de Tamara. Ella se parece mucho a mí cuando yo quería ser escritora. Además, crecí con un papá que desde pequeña me decía: ‘Eres estúpida, eres mentirosa, eres una inútil, no puedes’. Entonces cuando desde muy pequeña empiezas a escuchar eso terminas asumiendo que es verdad porque además te lo dice tu papá que es el que sabe ¿no? Es como desprogramarnos y, a veces, la vida a golpes te obliga, pero a veces no, y llegamos al final de nuestra vida con una percepción de nosotros mismos que ni siquiera es real sino que nos la formaron y la aceptamos”.

El tiempo en que Liliana Blum quiso ser escritora se lo debe a Umberto Eco. Eran sus días de adolescencia.

Cuando leí El nombre de la rosa estaba en secundaria y dije: ¡Yo quiero escribir! Por supuesto que siempre me gustó leer historias: hacía historias con mis animales de peluches pero fue en la prepa que me dije que quería ser escritora. Estaba en High Scool con unos 16 o 17 años. Me decían, te vas a morir de hambre. Es como la idea de no vas a poder porque no escribes bien. Uno de mis primeros cuentos en esa etapa es el único cuento que llegó a leer mi papá y me dijo: “¿Por qué escribes estas porquerías? ¿Esta basura a quién le ve a gustar? Estás mal de la cabeza”. Pero yo soy muy necia, como un burro (sonrisas)… Hay personas que te van a querer disuadir y es un poco lo que le pasa a Tamara”.

En la conversación asoma la sombra de Stephen King en su narrativa, pero…

“No soy una lectora tan antigua de Stephen King, no he leído todas sus novelas. Estaba en secundaria y tenía 13, 14 o 15 años cuando me empezó a intrigar mucho la maldad. Yo percibía la maldad que percibía con mi papá, mucha violencia física y entonces cómo entender de dónde vienes y de qué somo capaces y por qué ¿no? Yo veía a mis otros tíos que eran muy distintos de mi papá, empecé a leer de psicópatas y asesinos seriales, es decir no literatura, no ficción, si no lo que los americanos llaman True Crimen. Eso es lo que me ha apasionado y quizás obedezca también que las mujeres, a veces, somos muy duras con otras mujeres porque así sacamos nuestros miedos; en otras, tal vez, porque yo siempre he tenido miedo, tal vez porque mi papá decía que yo era mala y siempre he tenido mucho miedo a ser mala.

¿Su padre le decía mala, minaba su ser, trataba de alterar su ser?

“Me decía mala de maldad: él me decía tú eres mala. Así como una niña mala, maligna desde muy chiquita. Por ejemplo, si dejaba un juguete y él se tropezaba me gritaba que lo hacía para que él se cayera. De ahí puede venir mi interés por una oscura pasión por la maldad humana. Me da miedo no solo vivir la de otros, sino yo convertirme en algo así como Irlanda. En mis libros exploro esos límites. Quizás sea como mi vacuna. Muchas de las cosas sobre las que escribimos finalmente vienen de esos años que ya no volveré a vivir de la infancia y la adolescencia”.

Estos días, Liliana Blum lee El Maestro y Margarita, de Mijail Bulgakov. Se lo prestó un amigo librero, está fascinada. El mal aparece allí, claro.

Entre los libros que la han marcado figura Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier, que la protagonista Irlanda pone a leer a sus alumnos. «Alejo Carpentier es un dios».

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