El crítico literario Harold Bloom (Estados Unidos, 1930-2019). /Fotografía del Yale Daily News

Muere Harold Bloom, el gran crítico literario que vivió para reivindicar a los clásicos

El profesor de Yale y autor de más de cuarenta libros falleció a los 89 años. Sabio, polémico y políticamente incorrecto, defendió el canon y lo sublime en la literatura ajeno a factores políticos, sociales, étnicos o de género. Y fue crítico con la crítica literaria actual

La belleza. El arte. Lo sublime. Eso era lo que buscaba y quería transmitir Harold Bloom, el crítico literario más influyente y entusiasta de las últimas siete décadas en autores y lectores. Harold Bloom ha muerto a los 89 años, este 14 de octubre, en New Haven (Connecticut, Estados Unidos) cerca de su casa y cerca de la Universidad de Yale donde se graduó en 1959 y dictó clases de Humanidades y Literatura hasta la semana pasada.

La enseñanza de la gran literatura de todos los tiempos, la transmisión de los valores del arte de los clásicos como motores de la belleza que reflejan, sostienen e impulsan lo mejor del mundo fue su gran pasión. Era su manera de contribuir  a que la sociedad «dejara de bordear el abismo cultural». Su apasionada defensa del canon y del romanticismo le valió el título de «un guerrero solitario en el mundo literario», recuerda el Yale Daily News.

¡Shakespeare, Dante y Cervantes!

Esa era su trinidad literaria. Los pilares sobre los que siempre había que volver al considerar que allí estaba todo, no como creación muerta sino como creación viva que podía ayudar a inspirar y espolear a los autores para abrir nuevos caminos. De mil formas lo dijo en sus clases y de mil y una formas lo escribió sin complejos y con una escritura muy amena y sencilla en sus más de cuarenta libros. Fue polémico por no ser políticamente correcto e ir a contracorriente de lo que llamaba «La escuela del resentimiento» al defender que el mejor criterio de valoración era la calidad literaria, lo aspirante a sublime, y no factores ajenos como políticos, sociales, temáticos, étnicos o de género.

Porque para Harold Bloom “la literatura sublime transporta y engrandece a sus lectores”.

De esa idea surgieron libros que van desde La ansiedad de la influencia, sobre momentos estelares de la poesía, pasando por El Canon occidental (el libro que le dio la popularidad mundial en 1994 al analizar a 26 grandes autores de todos los tiempos); y Shakespeare. La invención de lo humano; hasta ¿Dónde se encuentra la sabiduría?, Cuentos y cuentistas. El canon del cuento, Ensayistas y profetas (en inglés Genios, un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares), La escuela de Wallace Stevens y Anatomía de la influencia. La literatura como modo de vida.

Harold Bloom vivía en la literatura, era su pasión y su felicidad. Clamaba para «mantener a raya la muerte de la imaginación». Ese era uno de sus temores potenciados en «una época paradójica de abundancia informativa y generadora de desinformación», debido a internet y el mundo digital. Cuando hace una década el Museo Británico lo invitó a defender los valores del libro, su respuesta fue que no era necesario «porque no era un dinosaurio extinguido. Aunque es verdad que hoy la desinformación no se distingue de la información».

Lo que sí pedía era cuestionar toda la información, viniera de donde viniera, sobre todo porque, afirmaba, «los jóvenes son adictos a la televisión e Internet y son prisioneros de esa realidad virtual». Y es ahí donde Bloom hacía saltar las alarmas al considerar que «el exceso de la vida a través de tantas pantallas, televisión, computador, cine, móviles y demás, corre el riesgo de acabar con los daimones, con la posibilidad de inspiración y pensamiento». Entonces afirmaba categórico y triste: «Hemos entrado en la magnificencia de la realidad virtual. Cervantes con el Quijote es un buen ejemplo de ello. Es una profecía que se está cumpliendo porque Sancho y él tenían realidades distintas».

Defensor de la gran literatura

Tenía fe en el poder de la literatura. Ideas y sentimientos que expresó en su apartamento de Nueva York, en el otoño de 2011, cuando le hice una entrevista sobre el estado de la crítica literaria para Babelia, el suplemento literario y cultural del diario español El País. Aún conservaba sus cabellos blancos revueltos que lo hacían parecer el busto de algún sabio griego. Amable y con un inglés pausado, Harold Bloom, sentado a la cabecera de un modesto comedor de madera, recordó sus primeros destellos por la literatura y lo que siempre quiso ser: reivindicador o canonizador de autores y su divulgador entre el gran público a través de sus clases y libros. (Puedes leer la entrevista a Harold Bloom en Babelia en este enlace)

Esta creencia y filosofía lo hicieron polémico y muy criticado al ser calificado de elitista. Pero Bloom nunca cejó en su empeño de defender lo que consideraba lo mejor de la literatura y la vía insuperable de los clásicos para aprender a escribir y a disfrutar de la lectura.

Hijo de una familia judía ortodoxa, nació el 11 de julio de 1930 en el Bronx de Nueva York. Siempre le gustó la literatura de tal manera que a los diez años leía poesía, pero sobre todo entró en el universo de la creación literaria, para no salir jamás, cuando a los 13 años descubrió Macbeth, de William Shakespeare. Trazó su destino. Estudió en el Instituto de Ciencias del Bronx, luego pasó a la Universidad de Cornell y teminó su licenciatura en la Universidad de Yale donde se doctoró en 1959 con la tesis El mito de Shelley.

Para entonces ya se había convertido en un heredero de Longino, que propugna una ideología estética, y también en una especie de incentivador del espíritu agonista, del duelo dialéctico. Para Bloom Longino marca el comienzo de la crítica.

Diccionario de ideas Bloom

Y junto con Longino, Harold Bloom sumó a Samuel Johnson, Inmanuel Kant, Edmund Burke, Walter Pater, Kierkegaard, Gershon-Scholem, Emerson, Kenneth Burke, Sigmund Freud, La Biblia, Angus Fletcher: «Es el crítico canónico de mi generación»; Hart Crane (su primer amor poético).

Bajo la influencia de todos ellos, Harold Bloom dijo aquella tarde otoñal, a unos doscientos metros de la calle Broadway, mientras se levantaba cada quince minutos para caminar un poco por el apartamento debido a la mala circulación de las piernas, ideas interesantes y algunas más polemicas hoy. Esta es su voz con la que toda su vida intentó identificar, comunicar y enseñar a identificar la belleza y celebrar lo sublime de la literatura:

Canon: «Esa literatura, la canónica, que parece agonizar, es fundamental conocerla si queremos aprender a oír, a ver, a pensar… A sentir…».

Crítica literaria: «La crítica es reprobable porque se ha politizado, se ha mezclado lo académico y lo político. Ha surgido una especie de feminismo o racismo y lo que esto ha producido no es real. Lo que ha generado es la destrucción de la literatura en el mundo inglés porque las palabras que se escogen para enseñar o leer no son en base a criterios intelectuales sino el color de la piel, la orientación sexual o el origen étnico. La llamada nueva crítica y el nuevo cinismo son cómplices inesperados».

«La crítica de referencia es necesaria. Pero, precisamente, hoy más que nunca es difícil hacerla. Pero no todo está perdido».

Divulgador: «Dejé la academia y elegí ser profesor para el público en general porque probé la teoría, mis libros están traducidos amás de 40 lenguas y recibo correos electrónicos de todo el mundo. En esa audiencia he comprobado que la gente tiene valor intelectual, quiere aprender. Quiere saber qué es lo bueno, retornar a los clásicos, porque esa literatura es necesaria si queremos aprender. Y yo he encontrado ese público en todos los países. A pesar de que los estudiantes van a la universidad con los profesores y encuentran muchas cosas, ellos han desechado todo eso porque es basura y han regresado a los pilares de la literatura para poder comprender lo que viene despué».

Educación: «Es un momento difícil para la gente… El gran problema es la educación… Si la gente es educada de manera adecuada, puede pensar, pero si la gente no es educada no es posible que piense. Toda la vida he sido profesor, por eso sé que aquí no pensamos…».

Imaginación: «Hay que mantener a raya la muerte de la imaginación! Una de las maneras es que el crítico se acerque a un libro a través de la confrontación con las cosas directamente. Debe ver lo bueno que es el autor. Y no hablo de los escritores menores sino de los grandes, como Dante, Shakespeare y Cervantes. Saber de qué están históricamente envueltos, cuál es el proceso; pero tiene que sentarse en el mismo sitio del escritor para conocerlo, y cuando lo lea debe leerlo como a un amigo cercano…

Inmanuel Kant: Me influyó mucho y logró que me emancipara en la estética, la epistemología y la deconstrucción. En Crítica del juicio, Kant enfrenta al crítico, a la razón inteligente de la literatura y dice que tú no puedes estar solo con todo el trabajo, no puedes estar solo cuando pones en escena el drama de Shakespeare. Nuestras emociones son estética.

Longino: «Es el comienzo real de la crítica, de lo que habrá de ser la crítica. Fue un crítico genuino. Longino es de lo que hemos estado hablando aquí todo el tiempo. Longino dice que necesitamos emular a los héroes, emular su propia grandeza y los retos para crecer como personas».

Samuel Johnson: «Admiro al gran héroe que tengo en la literatura occidental y al que he querido ser igual desde que era niño: el señor Samuel Johnson. Lo leo cada semana. Él dice que la función de la crítica literaria es transformar la opinión en conocimiento».

Sublime: «La literatura sublime transporta y engrandece a sus lectores».

«Nada radicalmente nuevo en la literatura»

La exigencia de Bloom sobre la literatura contemporánea la expresó a Valerie Miles en una entrevista a El País, en 2014:

«No me parece que en la literatura contemporánea, ya sea en inglés, en Estados Unidos, en español, catalán, francés, italiano, en las lenguas eslavas, haya nada radicalmente nuevo. No hay grandes poetas como Paul Valéry, Georg Trakl, Giuseppe Ungaretti y mi predilecto entre los españoles, Luis Cernuda, o novelistas como Marcel Proust, James Joyce, Franz Kafka y Beckett, el último de la gran estirpe. Borges era fascinante, pero no un creador».

Sobre autores latinoamericanos contemporáneos dijo: «(sobre Roberto Bolaño) Hay algo ahí, ya veremos. Tuvimos nuestras diferencias, aunque dijo que ejercí influencia sobre él. Algunos de los poetas sudamericanos son muy vigorosos, ése que es incluso mayor que yo, Nicanor Parra. Y Vallejo es un poeta notable. Y, por supuesto, Octavio Paz, un escritor muy vigoroso tanto en prosa como en verso, y un amigo muy querido”.

Es el mundo de lo sublime al que siempre aspiró Harold Bloom. Nada inferior a eso. Su concepción de la creación la explicó en la entrevista de 2011 en su apartamento neoyorquino:

«Los poetas, los novelistas y los dramaturgos piensan a través de imágenes y metáforas, es un pensamiento figurativo. Nada en la literatura de Walt Whitman, por ejemplo, es real. Él utiliza metáforas como en la ficción y la ficción es lo supremo. Estoy escribiendo una obra teatral sobre Whitman y la dificultad es encontrar que los poetas estén por sí mismos… Básicamente, el problema es que eso es ficción. Los poetas utilizan un pensamiento figurativo para hablar. Si yo ahora quiero hacer crítica debería tener mucha sabiduría, mucha experiencia para poder acercarme a seres como Cervantes, Shakespeare, los grandes».

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Winston Manrique Sabogal

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