Detalle de la portada de ‘Algo en lo que creer’, de Nickolas Butler.

Nickolas Butler frente a las sombras de la religión en ‘Algo en lo que creer’

RESCATES DE LA CUARENTENA La tercera novela del escritor estadounidense, conocido por 'Canciones de amor a quemarropa', es uno de los libros de este 2020 que merece una oportunidad de los lectores tras el confinamiento. WMagazín arroja luz sobre obras eclipsadas por la Covid-19

El nombre de Nickolas Butler (Pensilvania, Estados Unidos, 1979) empezó a sonar desde su propio debut novelístico con Canciones de amor a quemarropa, se fortaleció con El corazón de los hombres y se reafirma ahora con Algo en lo que creer (todas en Libros del Asteroide). Uno de los temas comunes en sus novelas es la búsqueda de las buenas intenciones y sentimientos en el interior del ser humano en momentos en que las vidas de sus personajes tienden a oscurecerse en mayor o menor grado. No falta un punto de nostalgia y de soñar con reconstruir una parte de las relaciones del pasado. Y en todas un aspecto, sin duda, común es la prosa con la cual están escritas. Nickolas Butler muestra una gran sensibilidad para recrear escenas, detenerse en detalles con imágenes potentes en el lector y escudriñar en el alma de sus criaturas con todas las dudas e inseguridades. El escenario es Medio Oeste de Estados Unidos con una idiosincracia singular, pero cuyos reflejos puede reconocer cualquier en cualquier lugar del mundo.

En Algo en lo que creer, el escritor estadounidense convoca varios de sus temas: lazos afectivos, familia, amistad, peligros al acecho, responsabilidad y amor en diferentes variables, entre padres e hijos y entre estos y sus parejas. Aunque en esta su tercera novela incorpora un elemento nuevo e inquitante: la fe, la religión, las sombras que puede crear en el individuo y afectar la propia vida. Para ello se inspira en un hecho real que novela a través de un matrimonio que recibe a su hija con un niño tras un largo tiempo ausente. Luego ella empieza a entablar una relación con un pastor evangélico. Entonces el abuelo, el padre, empieza a ver que el horizonte de su hija y nieto se oscurece e intentará mejorarlo. Butler crea una galería de personajes y a través de ellos un prisma de la manera como abordan la fe.  (Si quieres apoyar a tu librería de España puedes comprar esta y cualquier otra obra en Todostuslibros.com )

Por lo pronto, veamos a Butler en vídeo leer el comienzo de su novela. Luego puedes leer un pasaje de la misma:

 

 Fragmento Algo en lo que creer

El niño rio al pasar sus suaves manitas por la frente fruncida del abuelo, tocando sus cejas encanecidas, sus párpados y sus pestañas. Luego le colocó la venda justo por encima de la nariz y de las orejas y echó a correr por el cementerio soleado, buscando un escondite.

—Cuenta hasta veinte, abuelo —gritó el pequeño.

—Misisipi uno… Misisipi dos… Misisipi tres…

—contó en alto el abuelo, sin prisa, paciente como un polvoriento reloj de pared abandonado en la esquina de un comedor.

El sonido de la risa se fue alejando mientras Lyle Hovde seguía contando, despacio. Apretado contra su frente y sus párpados, el pañuelo de algodón, de un rojo desvaído, olía igual que sus raídos vaqueros azules Wrangler: a gasóleo y a serrín, a sus caramelos de azúcar y mantequilla favoritos y al tufillo metálico que deja la calderilla suelta en el bolsillo. Antes de contar seis, Lyle escuchó la respiración del niño, el ruido de sus pequeños pasos apagándose, el crujido ocasional de alguna piña o alguna rama de pino blanco bajo la suela de sus zapatillas, la agitación, entre las sombras espesas, de las altas y fragantes alestas y, finalmente, más risitas. Al llegar a doce, solo se escuchaba el graznido de un cuervo en lo alto de un pino. Cuando contó diecisiete, sintió que su corazón comenzaba a latir más despacio. Estaban en abril; el sol calentaba de una forma muy agradable y su chaqueta de lona le proporcionaba un confort semejante al de una manta bien remetida. Sintió deseos de dar una cabezada, de abandonarse a las negras y suaves aguas del sueño. Ralentizó el ritmo del conteo y, al llegar a veinte, se retiró la venda y abrió los ojos. El mundo seguía allí todavía, con sus mil matices diferentes de verdes, incipientes y frágiles, y de amarillos y ocres delicadamente desvaídos. No había tráfico en Cemetery Road. Ni un solo coche. Ningún tractor labrando. En el cielo, dos grullas canadienses descendieron hacia un estanque distante. Lyle tenía la espalda apoyada contra la lápida de su hijo Peter. Se incorporó despacio, apoyándose en la losa de granito; sus rodillas protestaron.

—Estés listo o no —gritó—, allá voy.

El cementerio era pequeño, no más de doscientas tumbas. La sombra de Lyle se proyectó, alargada, desde la punta de sus botas hacia la luz en declive. Ese nieto suyo, Isaac, su único nieto, ese enano de cinco años, qué energía. Llevaba a su cargo todo el día, mientras su mujer, Peg, y su hija, Shiloh, iban de compras a Mineápolis. Cuidarlo no suponía carga alguna, ninguna en absoluto, pero, Señor, cómo corría el niño, cómo corría… Era solo media tarde y Lyle se sentía tan cansado como si hubiera estado trabajando toda la jornada, cortando troncos o limpiando de piedras los campos.

—Cuando te encuentre… —dijo Lyle en voz alta—, ¡ay, cuando te encuentre…!

  • Algo en lo que creer. Nickolas Butler. Traducción de Álvaro Marcos (Libros del Asteoride).
  • Si quieres apoyar a tu librería de España puedes comprar esta y cualquier otra obra en Todostuslibros.com

 

Santiago Vargas

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