La poeta colombiana Piedad Bonnett durante a conversación,, con Winston Manrique, en el Festival Eñe 2024, en el Instituto Cervantes, de Madrid.

Piedad Bonnett: “En las redes sociales hay una exacerbación de una pseudodemocracia que tiende a la pauperización”

La escritora colombiana, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2024, participó en el Festival Eñe 2024, en Madrid. Conversó con Winston Manrique Sabogal, director de WMagazín, sobre temas de su obra como el amor, el dolor y el naufragio y alertó sobre el auge de la ultraderecha y los peligros que corre la democracia

La voz que revela un resfriado o una alergia no impidió a la poeta y narradora colombiana Piedad Bonnet (Amalfi, Antioquia, 1951) vivir en otoño de 2024 uno de sus momentos más alegres y movidos. Pues la entrega del XXXIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el 19 de noviembre, coincidió con la presentación de su libro de memorias La mujer incierta (Alfaguara) y la clausura del Festival Eñe en una conversación con Winston Manrique Sabogal, director de WMagazín, bajo el título La excelencia cívica de la poesía. El diálogo fue en el Instituto Cervantes de Madrid, el 26 de noviembre.

El galardón del Reina Sofía, el más importante para la poesía en nuestro idioma, se le concedió por ser “una voz actual de referencia en la poesía iberoamericana con un trato elaborado del lenguaje que le permite acercarse a la experiencia vital con profundidad y belleza y a responder con humanidad a la tragedia de la vida. Su poesía es luminosa, aun cuando trata temas arduos, como el desamor, la guerra, la pérdida o el duelo”. El galardón lo conceden la Universidad de Salamanca (España) y Patrimonio Nacional de España.

Piedad Bonnett es la autora de poemarios como De círculo y ceniza (1989), El hilo de los días (1995), Ese animal triste (1996), Tretas del débil (2004), Explicaciones no pedidas (2011), Los habitados (2017), Lo terrible es el borde. Antología poética (2021) y La oscura disonancia (2024), antología con motivo del premio y editada por la Universidad de Salamanca. En cuando a la novela están Después de todo (2001), Para otros es el cielo (2004), Siempre fue invierno (2007), El prestigio de la belleza (2010), Donde nadie me espere (2018) y Qué hacer con esos pedazos (2021). Una de sus obras más conocidas y elogiadas es Lo que no tiene nombre (2013), un escrito íntimo sobre el suicidio de su hijo.

Piedad Bonnett en el Festival Eñe 2024. /WMagazín

Los siguientes son los pasajes más significativos del encuentro con Piedad Bonnett en el Festival Eñe:

Winston Manrique Sabogal. Los poemas de Piedad suelen ser breves y uno de los que más me gusta da la casualidad que es uno de los más breves. Se titula Oración, y dice: para mis días pido, señor de los naufragios, no agua para la sed, sino sed, no sueños, sino ganas de soñar, para las noches, toda la oscuridad que sea necesaria para ahogar mi propia oscuridad. Cuando leí este poema ya hace unos cuantos años, incluido ahora en esta antología reciente que han editado en Visor, he caído en la cuenta de que aquí confluyen lo que son para mí algunos de los temas que más me interesan de su poesía y en una palabra, que es naufragio. Ya no solo por la parte luminosa que guardan sus versos aunque se refieran a tristezas, a la que, también, se refirió el jurado del premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, sino asimismo por ese naufragio en el que parece que están esos personajes y esas situaciones que suelen aparecer en su poesía. ¿Cómo concibe ese naufragio, desde su primer poemario, De círculo y ceniza, hace 35 años?  Porque usted aborda no solo la parte personal, sino que desde ahí lo más íntimo de las emociones, los sentimientos y los afectos del individuo, muestra cómo impactan a su alrededor y cómo ese entorno también impacta en él y se van produciendo muchos cambios, a partir de los cuales aborda otros temas.

Piedad Bonnett. Empezaste con la palabra naufragio y me gustaría leer un poema que no había pensado leer para hoy, lo digo porque, casualmente, ayer que lo leí me di cuenta de que termina con el naufragio. Cuando alguien muere, y por suicidio, como mi hijo, y hay una donación de órganos hay quien tiene que hacer ese trabajo. El poema se titula Los oficios, y tiene un epígrafe de Juan Calzadilla que dice: “Más alguien debe hacer el resto”. El poema es: Instrumental y guantes y antisépticos, alguien trae una bolsa con un cierre y guarda cada prenda con cuidado de madre, la radio acompañando los oficios, quién corta limpiamente, quién salva lo que aún vive, impavidez y asepsia y nieve en esta sala, nieve sobre los muslos azulados, un par de estrellas muertas nadando en un mar turbio, la belleza final es cruenta y onerosa, el que apaga las luces, el que cierra las puertas, el que echa a andar los hornos, el que lava en la calle los signos del naufragio. … La palabra naufragio tiene que ver también, de alguna manera, con lo azaroso. El naufragio es una cosa que, en general, no está prevista y, de pronto, llega el horror, el naufragio, el dolor, lo que sea. Te diría que, en general, cuando la gente habla de mi poesía habla de ese lado de lo doloroso. Y debo decir que sí tuve desde pequeña como un sentido trágico de la existencia que me inclina un poco hacia lo tanático, pero eso no quiere decir que toda mi poesía sea oscura, porque como dijiste, ahí hiciste la salvedad, pero, en efecto, me interesa no solamente el dolor particular, sino el dolor de los demás, para usar el término de Susan Sontag. Porque creo que la mirada del poeta es siempre necesariamente compasiva. Hasta el poeta más duro y más irónico y más cínico, aunque el cinismo es como lo más alejado que hay de la poesía, a veces el tono parece cínico, pero hasta con esos, con ese tono, los poetas se acercan a una realidad que los conmueve. Una poesía absolutamente centrada en el yo no la concibo.  Tampoco me gusta esta idea de que los poetas hablamos por la humanidad, eso es muy pretencioso. Pero sí que la poesía nace de lo que detona en uno el mundo de afuera y, básicamente, a veces, por supuesto, es la belleza, el esplendor, el misterio de la belleza de la vida, pero, en general, es el dolor humano. Por eso en el discurso del Reina Sofía hablaba de Vallejo como el gran hombre compasivo, que todo el tiempo está mirando la miseria de los demás y la miseria de su propio país también. Así diría que es la cuestión del naufragio.

W. Manrique Sabogal. La palabra naufragio tiene muchas connotaciones, hay dolor, incertidumbre, movimiento, es el mismo yo en movimiento. Ondulaciones, que es otra característica de su poesía, aparte de la musicalidad de los versos libres o no, está esa ondulación, esas dudas, a veces, en los propios escenarios, personajes y escenas que están en la poesía y, aun en esa incertidumbre. Hace unos cinco años me dijo Adam Zagajewsky que le parecía extraño que no existiera una palabra para definir a esa belleza oscura como las pinturas negras de Goya, por ejemplo, o algo horroroso que veamos o que sintamos. Hace unos tres años, usted me contó en una entrevista, y me gustaría que recordara, cuándo, de niña, creyó ver, por primera vez, la belleza. Se refirió a la naturaleza, a las luciérnagas.

Piedad Bonnett. Después he usado una o dos veces la imagen de las luciérnagas porque verla le debe parecer a todo niño muy chiquito algo muy impactante;  después, uno es capaz de preguntarse cómo la naturaleza puede producir algo así. Yo crecí en un pueblo con un paisaje extraordinario de montañas, de agua y tengo unas imágenes muy concretas que ahora me sirven para ver qué tipo de sensibilidad tenía yo. Viví hasta los siete años en ese pueblo, pero tengo un recuerdo muy profundo de las cosas que me conmovían y podría enumerar, como una mana de agua. La naturaleza me causaba asombro. Ahora, la naturaleza casi no existe en mi poesía, existe apenas como una imagen, pero soy absolutamente urbana. Sí me gusta ir a la naturaleza y volver rapidito a la ciudad. Pero, de pequeña, la mana de agua, las luciérnagas, ciertos árboles, me acuerdo del bambú, yo adoraba el bambú, el olor del musgo, la belleza del musgo, su textura. Esa fue mi primera conexión con la belleza.

No sé por qué mi cerebro me dice, por allá, algo en relación con mi mamá. Era una mujer muy bonita, está viva, pero pues en esa juventud era una mujer muy linda y muy amorosa y muy acogedora. Como que también intento relacionar a mi madre con la belleza que debe de ser una cosa que le pasa también a muchos niños, su mamá les parece lo más lindo del mundo. Yo entré en la literatura muy chiquita porque mi mamá me enseñó a leer cuando tenía como cinco años. Hay algo que recuerdo claramente: la belleza de las palabras. Creo que un escritor es alguien que se enamora locamente de las palabras, y como yo era una niñita súper pretenciosa, lo he contado en El prestigio de la belleza que a mi mamá no le parecía bonita, eso es una novela, pero es autoficción. Yo era la primogénita, mis hermanos nacieron con mucho pelo, los ojos, las pestañas rizadas, los ojos como mi mamá creía que debían ser los ojos. Entonces ella, de manera compensatoria, decidió hacerme inteligente como mi papá, decía mi mamá. Me enseñó a leer muy temprano. A mí las palabras me deslumbran… Yo leía El tesoro de la juventud que hablaba de un montón de cosas que yo pasaba por encima porque no me interesaban para nada y caía en los cuentos infantiles y síntesis de la Ilíada, de la Odisea, de Las mil y una noches. Recuerdo que había unas palabras que hoy me siguen encantando, como la palabra mar. Y yo duré mucho tiempo en ver el mar, cuando tenía como 14 años. La palabra mar que encuentro que es el sonido y de una sabiduría extraordinaria. El español es capaz de comunicar con la palabra mar la inmensidad del mar, el sonido, el movimiento. Había otra palabra que se parece que es Madagascar. A mí Madagascar me parecía la palabra por excelencia.

Hablando de palabras, mi papá, que era un señor que quería ilustrarse, había sido educado para la cuestión puramente práctica, pero siempre fue lector, y sigue siendo, deseaba esa idea de la cultura de la clase media por lo que tenía la colección de Selecciones y yo me leía todo Selecciones, me encantaba. Ahí hay una sección que dice enriquezca su vocabulario, ¿se acuerdan? Eso juntaba en mí el amor por las palabras y las ínfulas de niña intelectual, porque mi mamá había logrado que yo, en vez de ser bonita, fuera inteligente, así tenía un vocabulario muy rico. La belleza le entra a uno por todas partes. Pero, también, se requiere de la capacidad de mirar, que un escritor sí tiene desde chiquito, porque estoy segura de que eso es una configuración cerebral, es una manera de estar en el mundo, una manera de asociar.

Piedad Bonnett y Winston Manrique Sabogal en la conversación en Festival Eñe 2024, en noviembre. /WMagazín

W. Manrique Sabogal. Precisamente en La mujer incierta, la autobiografía que acaba de publicar en España, dice que somos palabra. Que a las personas nos configuran palabras. Y con más humor dice, por ejemplo: “A la poesía, como ya conté aquí, antes había llegado muy temprano, primero como lectora y como adolescente que intentaba hablar en versos sobre el amor y sus fantasmas”. Y ahí entramos en uno de sus temas: el amor y sus alrededores: amor, desamor, todo lo que contiene la palabra amor en todas sus vertientes y estirpes. ¿Cómo es ese acercamiento suyo para afrontar el amor y transmitirnos esos diferentes registros, tanto del lado más triste, que es el que predomina, pero también el del lado alegre y luminoso?

Piedad Bonnett. Se me ocurrió una idea, pero luego pensé que no, no es verdad, que no hay casi poetas que no pasen por el tema del amor. Estaba pensando en Jorge Luis Borges, que habla muy poquito del amor, pero Borges es un hombre muy cerebral, sí, y yo creo que yo soy más emocional que cerebral, a pesar de que en la prosa tenga que usar una lógica distinta de la poesía.

W. Manrique Sabogal. Entre lo emocional y lo intelectual.

Piedad Bonnett. Sí, no hay poemas sin ideas. El poema es una conjugación del pensamiento y de la emoción. Para volver a lo del amor, es que el amor es un detonante de la poesía. A un poeta el amor lo lleva naturalmente al poema. Es verdad que mi poesía, cuando paso por el amor, porque en casi todos los libros hay un momento que le dedico al amor, el amor también está presentado como el dolor del desamor o la nostalgia del amor o el recuerdo del amor. ¿Por qué? Porque pienso que el amor es una de las cosas que justifica estar vivo y, aunque no se tenga el amor en el presente, uno siempre se alimenta de los amores del pasado. Tengo un poema que es sobre el recuerdo de aquella forma en que te amaba. Así es como muchas veces se habla del amor en literatura, como de aquello que encendió en algún momento la vida de uno y que se convierte como en un rayo allá de luz que se trae para iluminar la vida, cuando la vida está siendo oscura, eso es lo que podría decir.

W. Manrique Sabogal. Eso lo dice en La mujer incierta: “Nunca olvidamos cómo amamos cuando amábamos, ‘se graba a fuego lo que se quiere que permanezca en la memoria’, escribió Nietzsche”. Es justo lo que está diciendo.

Piedad Bonnett. Ahí estás hablando de lo que pasa en la poesía y lo que pasa en la prosa. Winston no ha dicho qué es ese libro.

W. Manrique Sabogal. He dicho que es su autobiografía, sus memorias.

Piedad Bonnett. Sí, pero no. Hay escritores que han hecho memorias extraordinarias, pero siempre que en ellas prevalezca lo íntimo. Por eso no me gusta el nombre autobiografía, porque la autobiografía, en general, la hacen personas que tienen una idea o que quieren transmitir una idea de sí mismos sin fisuras, como los grandes políticos, toda esta gente hace autobiografía. Yo no hubiera querido hacer eso jamás, espero no hacerlo nunca, porque, además, es la gente que conoce a otra: cuando conocí a García Márquez, cuando hablé con Mario Vargas Llosa, cuando no sé qué, y a mí eso no me interesa. Esto se llama La mujer incierta. Comenzó como un libro sobre el cuerpo y lo que se puso en movimiento fue la memoria. Y lo que empecé a hacer es unir y venir de la memoria asociando con eso que decíamos al principio, Winston, que es el mundo más allá de mi intimidad. Entonces, terminé hablando de otras mujeres, de las mujeres que me educaron, de las mujeres solteronas, estoy hablando de cómo fue una mujer de mi generación, y, en algún momento, llegué, pero no confesionalmente, al tema del amor. Pero, claro, cuando lo abordo desde la prosa es una cosa completamente distinta, es una cuestión reflexiva. En el poema el lenguaje se asocia de una manera inédita, es decir, una palabra ilumina la otra, no tiene esta cosa más controlada que tiene siempre la prosa. Pero la manera de concebir las cosas es la misma porque yo soy la misma. Lo que es muy hermoso es que uno ya no ama a ese ser que amó y, sin embargo, recordamos cómo amamos, eso es una cosa muy hermosa, es lo que nos nutre el pasado.

W. Manrique Sabogal. En el discurso del Reina Sofía de Poesía dice que la sociedad está produciendo jóvenes que tienen miedo del amor y del compromiso, que eligen parejas a través de aplicaciones que les aseguran que de esa manera no corren riesgo de equivocarse. Usted, que dio clases en la universidad a jóvenes, ¿cómo ve esta situación del mundo dual, analógico y digital, respecto a los cambios que se están produciendo en las relaciones personales?

Piedad Bonnett. No me gusta ser apocalíptica, aunque estamos en unos tiempos que nos hace tender a ser apocalípticos. Estamos en una época de transición. Acercarnos a las innovaciones tecnológicas con terror no me gusta. Prefiero estar esperanzada con que eso va a traer cosas buenas al mundo. Lo que sí me intranquiliza es que la gente es todo lo que dice Byung-Chul Han: es la sociedad del rendimiento, la sociedad de la productividad, la sociedad del cansancio. La autoexigencia es una de las cosas que me parece más horribles del mundo de hoy. Este libro de La mujer incierta está hablando de la niña que yo era: una niña muy ansiosa, muy hipersensible, sí, pero una persona que fue criada para la perfección, para el perfeccionismo, y el perfeccionismo tiene una capacidad de destrucción tremenda. Lo explica muy bien Byung-Chul Han: la gente se está exigiendo y exigiendo y exigiendo y exigiendo, pero en aras de la productividad, ni siquiera de otra cosa. Por eso habla de la sociedad del cansancio, y ahí interviene la cuestión digital. Él dice que prevalece en este mundo el contar sobre el narrar, ahí era donde yo quería ir: me preocupa que los niños no lean suficiente y que no haya el espacio de silencio que tuvo una generación como la mía. A mí, por ejemplo, la televisión me llegó tarde. En la infancia en ese pueblo donde yo estaba había la radio, y la radio me trajo cosas maravillosas, me enseñó a narrar, sí, pero había mucho tiempo para el juego, había mucho tiempo para la lectura; había tiempo para el silencio, para la pausa. Ahora los niños están embebidos en esta cosa frenética, adictiva absolutamente. Es lo que realmente me da miedo, una generación que no conoce el silencio. Solo en el silencio puede anidar la poesía. La poesía está hecha para una conexión en el silencio, pero no quisiera meterme en esos territorios porque no soy ni siquiera capaz de juzgar el fenómeno verdaderamente. Eso hay que hacerlo con mucha seriedad y no haciendo generalizaciones que, de pronto, convierte eso en una vacuidad.

W. Manrique Sabogal. También ha expresado su inquietud por la incomunicación, otro de los temas de su obra, junto al de la soledad, que viven sobre todo los mayores. En el discurso alertó sobre eso.

Piedad Bonnett. Hablé de tres tipos de soledad: la inconmensurable soledad del ser, que son las palabras que cité de esta feminista pionera, de finales del XIX. Esa soledad inherente a todos los seres humanos que por el solo hecho de haber nacido ya estamos expuestos a la soledad más profunda, que es esa soledad que sentimos, por ejemplo, cuando tenemos un enorme dolor, aunque sea compartido por los demás; porque, aunque estemos acompañados, hay una tremenda soledad a la hora de morir. Siempre pienso que la soledad más profunda es la soledad a la hora de morir, ahí sí estamos absolutamente solos, profundamente solos, pero no solo en esos momentos, sino en otros. Hablaba también de la soledad elegida del escritor, que me parece una conquista, tener muchas horas para la lectura, para la escritura, de esa soledad nace la profundidad, porque el otro ritmo febril nos lleva siempre en la superficie. Y hablaba de otra soledad: la soledad de esta época donde están los jovencitos, me estremece esta cosa de oír que dicen “la calle está dura”, que quiere decir que no es fácil conseguir pareja tête à tête.

W. Manrique Sabogal. Como antiguamente.

Piedad Bonnett. Sí, la conquista, toda esta cosa…

W. Manrique Sabogal. El juego de seducción…

Piedad Bonnett. Las aplicaciones me parecen un poco horripilantes, son soledades tan extrañas. O los chicos que se meten en sus habitaciones y no salen nunca, que están al frente de unas pantallas. Hablaba también de que me impresionan mucho los muchachos que llevan a cabo las masacres, muchas veces muchachos que les han hecho bullying o son desadaptados en el colegio, lobos solitarios, que le cobran a la sociedad eso de una manera aterradora en un país donde hay armas al alcance de ellos.

Hablo, también, de una soledad que cada vez me inquieta más: la soledad de los geriátricos. Esto está presentado como una solución muy aséptica a la vejez, pero me parece que es una sociedad que se deshace muy fácilmente de sus viejos. Al escoger ese tema de la soledad para el discurso fui derivando hacia esas cosas para hablar de qué, pues de que la poesía está obligada a hablarle, a hablar de esa soledad y a hablarle, también, a esos solitarios. Porque la poesía es un lugar de encuentro de la soledad del escritor con la soledad del lector, cuando se establece esa comunicación profunda a través de la poesía, es decir, es posible que alguien se salve, aunque sea parcialmente.

W. Manrique Sabogal. Sobre otro tema del libro le pregunto: ¿será verdad que nos convertimos en lo que hacen con nosotros? O ¿le creemos a Sartre cuando escribe que lo importante es lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros?

Piedad Bonnett. En eso consiste: hay una gran multitud de gente que es producto de lo que hicieron de ella, que es la gente que va por el cauce. Te determinaron a hacer esto y tú estás dentro de ese cauce y no mortificas a nadie, estás en el camino más seguro. Y hay el que está en contravía, y ahí yo solo quisiera hablar de que la literatura está para incomodar, está para señalar. Déjame ver un minuto el epígrafe de Sartre porque es maravilloso lo que está planteando…

Un epígrafe al principio dice “Lo importante no es lo que hacemos de nosotros, sino lo que hacemos nosotros mismos con lo que hicieron de nosotros”.  Está hablando de la libertad, de la capacidad de cambiar el destino. Yo pongo ahí unos ejemplos maravillosos: Annie Ernaux, por ejemplo, habla de cómo torció ese destino que era el destino de una mujer obrera, y cómo salta a la intelectualidad gracias al camino de la universidad, en ese caso. Yo fui educada para el orden y me desordené rapidito, sí, y porque me desordené me mandaron a un internado y en el internado me iban domando. El libro que salió por lo del Reina Sofía es La oscura disonancia, creo que un escritor siempre está en disonancia con el mundo, es la oscura disonancia. La disonancia tiene que ver con la libertad, con coger por el camino donde uno intuye que va a vivir mejor la vida, saliéndose de los cauces de lo que hicieron de nosotros.

W. Manrique Sabogal. La libertad es uno de los temas de esta edición del Festival Eñe, junto con el de la democracia, que parece que están amenazada en los últimos tiempos. ¿Cómo ve esta situación en, por lo menos, el mundo occidental respecto a los cambios a la democracia y todo lo que eso implica?

Piedad Bonnett. Te lo voy a decir súper sencillamente. Se me ocurren dos cosas rápidas, que son prácticamente lugares comunes: lo que está siendo muy preocupante es ese ascenso de la derecha que perdió el límite, que llegó al descaro. Cuando un tipo como Donald Trump dice lo que dice, es que ya se pasó la línea roja y, al pasar la línea roja, yo no sé si ustedes han pensado, se armó un despelote. Todo el mundo cree que puede decir lo que le dé la gana. Eso está muy relacionado con las redes sociales donde también ese límite se perdió hace mucho tiempo. Es como una exacerbación de la democracia, porque las redes han democratizado el panorama. Antes desde los periódicos se decía la última palabra, ahora a los columnistas de periódicos, yo soy columnista de dos periódicos, y eso no nos leen sino los viejitos, lo que pasa en las redes también se nos escapa, yo no participo en redes porque yo ya tengo 73 años y me queda muy poquito y tengo que escribir unos libros. Pero hay una exacerbación de una pseudodemocracia porque eso es lo que sucede. Entre otras cosas que es una democracia que tiende hacia la pauperización. La idea de la democracia es acceder con dignidad a un montón de cosas, a la salud sin tanta lista de espera, pero está muy democrático viajar en una silla donde queda uno atrapado casi de manera claustrofóbica, pero ahora todo el mundo puede viajar, es verdad, se puede viajar mucho más pero mal.

Hay una tergiversación en el propio proceso democrático, una erosión también adentro de la democracia. No solo diría que sí tenemos que estar muy alerta de esa derecha que se nos viene de manera tan rampante, además, el populismo tiene la capacidad de embaucar a las multitudes. Eso es lo que pasa porque ¿quién elige a Milei? Pues los argentinos. ¿Quién elige a Trump? Pues el pueblo norteamericano por miles de factores que yo no voy a tratar de examinar acá. La democracia está en peligro; y la democracia no es la panacea, pero sí es lo mejorcito que hemos encontrado hasta ahora.

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