Adulterio femenino en la literatura: de retrato cruel de la sociedad a la atracción por vivir un amor vicario (y 2)
A la luz de la novela póstuma de Gabriel García Márquez, 'En agosto nos vemos', recordamos grandes historias sobre infidelidades de la mujer en busca de sí mismas y de su liberación. Obras que reflejan desde la evolución de la crisis institucional del matrimonio hasta la reivindicación de la igualdad en el amor, el deseo y el sexo. Segunda parte: de 'El rojo y el negro' a 'El fin del romance'
Dicen que el adulterio de una mujer desató la guerra de Troya. Cuando Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta, huyó con Paris, el mundo no volvió a ser el mismo, como lo habría de contar Homero en su epopeya de la Iliada (siglo VIII antes d Cristo). A partir de ahí la literatura sobre adulterios e infidelidades femeninas ha sido injusta con las mujeres, en general, al culpabilizarlas de ese acto y de sus consecuencias. La familia y la sociedad las han cercado de prejuicios, estereotipos, censuras y penalizaciones, mostrando la intolerancia, la crueldad y la hipocresía.
Con este hecho mitológico, WMagazín continúa el especial sobre el adulterio femenino en la literatura. Este análisis y selección de obras surge tras la publicación de la novela póstuma de Gabriel García Márquez, En agosto nos vemos, el 6 de marzo de 2024, cuyo epicentro es el adulterio de una mujer. Un tema tratado por García Márquez donde no se juzga a la mujer y, por el contrario hay una reivindicación de igualdad, porque ella empieza su exploración y búsqueda hacia sí misma en aspectos como el amor, el deseo y el sexo, sin olvidar el narrador el lastre cultural que aún rodea a la mujer en estas situaciones, sobre todo en su interior. (Puedes ver aquí la primera entrega)
Como ya decía en la primera entrega de este especial, estas novelas son un retrato cruel de la sociedad y de la hipocresía frente a las mujeres en un mundo hegemónico y masculino. Estas historias de adulterio son más que infidelidades, sobrepasan los temas del amor y la pasión desbordadas, son una cartografía de la pareja, de la metamorfosis de las reglas del juego, de crisis existenciales y de la pugna del yo de la mujer por tener su propio y verdadero espacio en un mundo cambiante.
Si en los primeros libros el escenario es de mujeres casadas con diferentes tipos de obligaciones y conveniencias, enjauladas en hogares donde son como trofeos o floreros de sus maridos, con vidas monótonas, sin amor ni pasión, mientras ellas anhelan la aventura de sentir y de vivir, de ser ellas independientes y autónomas, poco a poco los libros elegidos van mostrando la ruptura de esos mundos.
En la primera entrega de este especial los libros abordados fueron: La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne; Madame Bovary, de Gustave Flaubert; Lady Macbeth de Mtsensk, de Nikolai Leskov; Anna Karénina, de Leon Tolstói; La Regenta, de Leopoldo Alas Clarín, y El amante de lady Chatterley, de D. H. Lawrence.
Ahora, ampliamos esta antología del adulterio femenino con El rojo y le negro, de Stendhal; El buen soldado, de Ford Madox Ford; El fin del romance (o del affaire),de Graham Greene; El paciente inglés, de Michael Ondatjee; Los puentes de Madison County, de Robert James Waller; y En agosto nos vemos, de García Márquez.
Un aspecto tan humano, tan sencillo y tan complejo a la vez que, como dice el narrador de El buen soldado, de Ford Madox Ford: “No lo sé. No hay nada que nos guíe. Y si todo es tan nebuloso en algo tan elemental como la moral del sexo, ¿qué podrá guiarnos en la moral más sutil del resto de las relaciones, asociaciones y actividades humanas? Todo es oscuro”.
Nuestra antología incluye una breve descripción de la novela y un pasaje clave para captar el espíritu de la obra y del autor. La siguiente es nuestra segunda selección:
De 'Iliada', de Homero, y 'El rojo y el negro', de Standhal, a 'En agosto nos vemos', de García Márquez
Iliada, de Homero (VIII a. Cristo)
Canto II
155 Y efectuárase entonces, antes de lo dispuesto por el destino, el regreso de los argivos, si Hera no hubiese dicho a Atenea:
157 -¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que lleva la égida! ¡Indómita! ¿Huirán los argivos a sus casas, a su patria tierra por el ancho dorso del mar, y dejarán como trofeo a Príamo y a los troyanos la argiva Helena, por la cual tantos aqueos perecieron en Troya, lejos de su patria? Ve en seguida al ejército de los aqueos de broncíneas corazas, detén con suaves palabras a cada guerrero y no permitas que echen al mar los corvos bajeles.
166 Así habló. Atenea, la diosa de ojos de lechuza, no fue desobediente. Bajando en raudo vuelo de las cumbres del Olimpo llegó presto a las veloces naves aqueas y halló a Ulises, igual a Zeus en prudencia, que permanecía inmóvil y sin tocar la negra nave de muchos bancos, porque el pesar le llegaba al corazón y al alma. Y poniéndose a su lado, díjole Atenea, la de ojos de lechuza:
173 -¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Ulises, fecundo en ardides! ¿Así, pues, huiréis a vuestras casas, a la patria tierra, embarcados en las naves de muchos bancos, y dejaréis como trofeo a Príamo y a los troyanos la argiva Helena, por la cual tantos aqueos perecieron en Troya, lejos de su patria? Ve en seguida al ejército de los aqueos y no cejes: detén con suaves palabras a cada guerrero y no permitas que echen al mar los corvos bajeles.
***
El rojo y el negro, de Stendhal (1830)
La primera parte de esta obra maestra de Stendhal describe la seducción de Julien Sorel hacia Madame de Rênal, esposa del alcalde de Verrières. Julien, admirador de Napoleón, es el hijo de un carpintero que aspira a escalar socialmente. En su camino el alcalde lo contrata como preceptor de sus hijos, y por ello conoce a Madame Rênal, bella, ingenua y tímida, quien se enamora de él. Por cuestiones de celos de la criada, el adulterio sale a la luz y…
Fragmento:
“Fiel a su promesa, no se había extinguido el eco de la última cuando extendió el brazo y se apoderó de la mano de la señora de Rênal, que ésta retiró en el acto. Julien, sin saber ya lo que hacía, la asió de nuevo. No obstante, su perturbación, su extravío mental, observó que aquella mano parecía de hielo. La mano intentó escaparse una vez más: Julien la retuvo con fuerza convulsiva, y al fin consiguió que aquella quedase entre la suya.
Sintió que en su alma penetraban oleadas de placer, no porque amase a la señora de Rênal, que no cabía en su corazón sentimiento tan dulce, sino porque la realización de su empeño había hecho cesar el suplicio atroz que le torturaba. Creyóse obligado a hablar, a fin de que la señora Derville no se enterase de lo que pasaba, y su voz, entonces, fue sonora y vibrante. En cambio, la de la señora de Rênal reveló tanta emoción, que su prima, creyéndola indispuesta, le indicó la conveniencia de recogerse en sus habitaciones. Julien se dio cuenta del peligro que le amenazaba.
-Si la señora de Rênal se retira ahora al salón- se dijo-, vuelvo a la horrible situación que me ha martirizado todo el día. Su mano ha permanecido demasiado poco tiempo unida a la mía para que constituya una ventaja positiva y durable.
En el momento que la señora Derville proponía por segunda vez la entrada en el salón, Julián oprimió con fuerza la mano que asía.
La señora de Rênal, que se había levantado ya, volvió a sentarse, diciendo con voz desfallecida:
-Me encuentro un poquito indispuesta, es verdad, pero creo que el aire libre me sentará bien.
Estas palabras confirmaron la dicha de Julián, que, en aquellos instantes, era infinita. Habló, olvidó el fingimiento, y consiguió que las dos damas le escucharan extasiadas y le tomasen por el hombre más amable del mundo”.
***
El buen soldado, de Ford Madox Ford (1915)
Dos matrimonios “perfectos” que se resquebrajan, dos incidentes de adulterio y sus estragos, donde nada es lo que parece. Antes de la Primera Guerra Mundial, John Dowell y su esposa, Florence, están en Europa. Florence finge una dolencia cardíaca para poder quedarse en tratamiento en un balneario y así continuar una relación extramarital. Allí conocen a Edward, también en tratamiento, y a su esposa Leonora. Florence y Edward terminan teniendo un romance, hasta que ella se da cuenta de que su amante tiene intereses en otra joven, entonces…
Fragmento:
“Sin embargo, no ha sido hasta esta misma tarde, mientras hablábamos de todo aquello, cuando ella me ha dicho:
–Una vez intenté tener un amante, pero sentí tal angustia que no tuve más remedio que rechazarlo.
Me pareció lo más asombroso que había oído jamás.
–Estaba realmente en los brazos de un hombre –siguió diciendo–. ¡Tan buen muchacho! ¡Tan adorable! Y yo me decía con furia y, como dicen en las novelas, entre dientes (pero apretándolos de verdad), yo me decía: «Esta vez sí, voy a disfrutar por una vez en mi vida… ¡Por una vez en mi vida…!». Estábamos a oscuras, dentro de un coche, volviendo de un baile con el que se había celebrado el final de una cacería. ¡Teníamos once millas por delante! Y, entonces, de repente, la amargura de la infinita miseria, de la infinita mentira… se apoderó de mí como una enfermedad y lo estropeó todo. Sí, tuve que reconocer que había estropeado incluso aquella única oportunidad de disfrutar cuando llegó. Y rompí a llorar, y estuve llorando sin parar durante aquellas once millas. ¡Imagíneme llorando! E imagíneme dejando en ridículo a aquel pobre muchacho. Aquello no fue seguirle el juego, ¿verdad que no?
No lo sé… No lo sé… ¿Fueron esas últimas palabras suyas las de una vulgar fulana o únicamente lo que cualquier mujer decente, sea de buena familia o no, piensa en lo más profundo de su ser? ¿O es que acaso es lo que piensa todo el tiempo? ¿Quién lo sabe?
Sin embargo, si uno no sabe esto en este día y a esta hora, en esta cumbre de la civilización que hemos alcanzado, tras todos los sermones de los moralistas y todas las lecciones de las madres a sus hijas in saecula saeculorum –aunque tal vez sea eso lo que todas las madres enseñan a sus hijas, no con los labios, sino con los ojos, con un corazón que habla en susurros a otro corazón–; si uno no sabe al menos eso sobre lo originario del mundo, ¿qué sabe uno y para qué está uno aquí?
Le pregunté a la señora Ashburnham si se lo había contado a Florence y qué había dicho ella al respecto. Y Leonora me respondió:
–Florence no hizo el menor comentario. ¿Qué podía haber dicho? No había nada que decir. Con la absoluta miseria en la que nos vimos obligados a vivir para poder mantener las apariencias y la manera en que ésta nos sobrevino (ya sabe a lo que me refiero), cualquier mujer habría tenido motivos para aceptar a un amante y también sus regalos. Florence en una ocasión dijo de una situación muy similar (era demasiado bien educada, demasiado estadounidense, como para hablar abiertamente de la mía) que era un claro caso de vía libre, por lo que la mujer podía actuar a su espontáneo parecer. Lo dijo a su manera, por supuesto, pero el sentido era ése. Creo que sus palabras exactas fueron: ‘Que de ella dependía tomarlo o dejarlo…”.
***
El fin del romance, de Graham Greene (1951)
La fiebre, el trastorno, los celos, la culpa, la tensión, lo religioso y la razón y el corazón trenzados están en la obra más autobiográfica de Graham Greene. La historia de infidelidad de Sarah, a su esposo y a su vez a quien fuera su amante desquicia a este último. Amor, pasión, existencialismo, fe, razón en una novela donde la mujer da un paso más allá.
Fragmento:
“Una vez, después de que Sarah pasara la noche entera conmigo (había tenido tantos deseos de que eso sucediera como el escritor que aspira a ponerle el punto final a su novela), eché a perder nuestro encuentro al decirle por casualidad una palabra que hizo añicos el estado de ánimo que a veces me parecía, durante varias horas, un amor perfecto. Hacia las dos caí en un sueño huraño y me desperté a las tres; entonces desperté a Sarah poniéndole la mano sobre el brazo. Creo que mi intención era arreglar las cosas, hasta que mi víctima giró hacia mí su soñoliento rostro, hermoso y lleno de confianza. Ella ya se había olvidado de nuestra discusión, pero yo hallé en su olvido un nuevo motivo de enfado. Qué retorcidos somos los seres humanos, y eso que dicen que hemos sido hechos a semejanza de un Dios; pero me cuesta mucho hacerme a la idea de un Dios que no sea tan sencillo como una ecuación perfecta, tan claro como el aire. Le dije: «He estado despierto dándole vueltas al capítulo quinto. ¿Henry toma granos de café para refrescarse el aliento antes de una reunión importante?». Dijo que no con la cabeza y empezó a llorar, y yo fingí, evidentemente, no haber entendido el motivo de su llanto: tan solo le había hecho una pregunta sobre el personaje; era un asunto que me preocupaba, no un ataque contra Henry, ya que hasta la gente más distinguida a veces tomaba granos de café… Y continué así. Estuvo llorando un rato y luego se quedó dormida”.
***
El paciente inglés, de Michael Ondatjee (1992)
Hay dos historias de amor en esta novela que transcurre, en Italia, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, pero la más intensa es la que recuerda el conde Almásy, el paciente inglés, con quemaduras en todo el cuerpo. Es la de la aventura que vive con él la esposa de un compañero con quien cartografía el desierto. Tras vivir su romance con el conde, ella decide poner fin para no lastimar a su marido. Pero el matrimonio tiene un accidente aéreo cuando van en busca de Almásy, el marido muere y ella sobrevive. Entonces, Almásy la lleva a la cueva de los nadadores para protegerla del sol mientras va en busca de ayuda, pero…
Fragmento:
“Amor mío te sigo esperando. Cuánto dura un día en la oscuridad…¿Una semana? El fuego se ha apagado y empiezo a sentir un frío espantoso. Debería arrastrarme al exterior, pero entonces me abrasaría el sol. Temo malgastar la luz mirando las pinturas y escribiendo estas palabras. Morimos, morimos, morimos ricos en amantes y tribus y sabores que degustamos en cuerpos en que nos sumergimos como si nadáramos en un río. Miedos en los que nos escondimos como esta triste gruta. Quiero todas esas marcas en mi cuerpo. Nosotros somos los países auténticos, no las fronteras marcadas en los mapas con los nombres de hombres poderosos. Sé que vendrás y me llevarás al palacio de los vientos. Solo eso he deseado, recorrer un lugar como ese contigo. Con nuestros amigos, una tierra sin mapas. La lámpara se ha apagado y estoy escribiendo a oscuras”.
***
Los puentes de Madison County, de Robert James Waller (1992)
En una casa en el campo de Estados Unidos, una mujer despide a su esposo e hijos que van a una feria. Se queda sola el fin de semana. Un hombre toca a su puerta. Es un fotógrafo que pregunta por un sitio, ella lo lleva en la camioneta, luego cenan en casa, para entonces ya en ella han despertado sensaciones olvidadas y deseos nunca presentidos.
Fragmento:
“Era casi como si hubiera tomado posesión de ella en todas sus dimensiones. Eso era lo que le daba miedo. Al principio no dudaba de que una parte de ella pudiera permanecer libre de cualquier cosa que hicieran ella y Robert; era la parte que pertenecía a su familia y a su vida en Madison County.
Pero él simplemente se apropió de todo. Francesca debería haberlo sabido en el momento en que él bajó del camión a pedir indicaciones. Entonces le pareció un chamán, y ese juicio original fue correcto.
Hacían el amor durante una hora, a veces más, luego él se apartaba lentamente y la miraba, encendiendo un cigarrillo y otro para ella. O bien simplemente se quedaba tendido a su lado, siempre con una mano moviéndose sobre su cuerpo. Después volvía a penetrarla, susurrando suavemente en su oído mientras la amaba, besándola entre una y otra frase, entre una y otra palabra, rodeándole la cintura con el brazo, atrayéndola hacia él, entrando en ella.
Y ella empezaba a perder la conciencia, a respirar pesadamente, a dejarlo que la llevara adonde él vivía, y vivía en lugares extraños, embrujados, muy atrás en los caminos de la lógica de Darwin.
Con la cara hundida en el cuello de Robert y la piel contra la de él, Francesca olía ríos y humo de leña, oía trenes de vapor que salían de estaciones invernales en noches de un pasado remoto, veía viajeros con vestiduras negras que avanzaban sin cesar por ríos congelados y praderas estivales, marchando hacia el fin de las cosas. El leopardo saltaba sobre ella, una y otra y otra y otra vez, como un largo viento campestre, y deslizándose sobre él ella cabalgaba en ese viento como una virgen en un templo hacia los dulces fuegos obedientes que marcaban la suave curva del olvido.
Y ella murmuraba suavemente, sin aliento:
-Ay, Robert… Robert… me pierdo”.
***
En agosto nos vemos, de Gabriel García Márquez (2024)
Una mujer felizmente casada viaja a otro pueblo a dejar flores a la tumba de su madre. De vuelta al hotel, se anima a tomar una copa con un hombre, lo invita a su habitación. Amanece. Ella vuelve a su hogar y su mundo, pero ya nada será igual. Al año siguiente regresa en la misma fecha, 16 de agosto, a dejar flores a la tumba, y busca repetir la experiencia con otro hombre, y al año siguiente… Es su exploración de la sensualidad, el deseo, el amor, la pasión y la sexualidad sin prejuicios. Una búsqueda física, emocional y existencial.
Fragmento:
“Ana Magdalena calculó que él no pasaba de los treinta años, porque apenas si daba pie con el bolero. Ella lo encaminó con tacto sereno, y él cogió el paso. Lo mantuvo a la distancia, no por decoro esta vez, sino para no darle el gusto de que sintiera en sus venas la sangre enfebrecida por la champaña. Pero él la forzó primero con suavidad, y después con toda la fuerza de su brazo en la cintura. Ella sintió entonces en su muslo lo que él había querido que sintiera para marcar su territorio. Sintió el desgonce de sus rodillas y se maldijo por el batir de su sangre en las venas y el fogaje imposible de su respiración. Sin embargo, logró sobreponerse y se opuso a la segunda botella de champaña. Él debió notarlo, pues la invitó a un paseo por la playa. Ella disimuló su disgusto con una frivolidad compasiva:
— ¿Sabe qué edad tengo?
–No puedo imaginarme que usted tenga una edad –dijo él–. Sólo la que usted quiera.
No había acabado de decirlo cuando ella, hastiada de tanta mentira, le planteó a su cuerpo el dilema terminante: ahora o nunca.
“Lo siento”, dijo poniéndose de pie, “tengo que irme”. Él saltó confundido.
— ¿Qué ha pasado?”.
***
Suscríbete gratis a la Newsletter de WMagazín en este enlace.
Te invitamos a ser mecenas de WMagazín y apoyar el periodismo cultural de calidad e independiente, es muy fácil, las indicaciones las puedes ver en este enlace.
Descubre aquí las secciones de WMagazín.
- Maribel Riaza: “La lectura en silencio es algo moderno. Estamos en la mejor época para los lectores y se puede leer en diferentes formatos“ - martes 24, Sep 2024
- Javier Moscoso: “Después de estos movimientos revolucionarios y excesos habrá un cierto retroceso» - viernes 20, Sep 2024
- Isabel Zapata: “Nuestra relación con la naturaleza es el tema más urgente, se trata de la continuación de la vida” - jueves 29, Ago 2024
¿Solo autores varones?