Adulterio femenino en la literatura: de retrato cruel de la sociedad a la atracción por vivir un amor vicario (1)
A la luz de la novela póstuma de Gabriel García Márquez, 'En agosto nos vemos', recordamos grandes novelas sobre infidelidades de la mujer en busca de sí mismas y de su liberación. Obras que reflejan desde la evolución de la crisis institucional del matrimonio hasta la reivindicación de la igualdad en el amor, el deseo y el sexo. Primera parte: de 'La letra escarlata' a 'El amante de Lady Chatterley'
El tema de la esposa infiel ha dado grandes novelas y muy exitosas en el público a lo largo de la historia, sobre todo desde el siglo XIX. Un asunto escrito por hombres y abordado desde la mirada masculina en una sociedad hegemónica. Historias que no solo reflejan la situación desigual de las mujeres, plagada de estereotipos, prejuicios y censuras, penalizaciones, la intolerancia de la familia y la crueldad e hipocresía de la sociedad, sino que también muestran cómo empezaron a surgir las grietas en la institución matrimonial y los primeros pasos de la liberación femenina; algunas novelas, incluso, recordaban y reivindicaban las similitudes entre los géneros en cuanto al amor, el deseo y el sexo. Obras que muestran el camino difícil de la mujer hacia el descubrimiento de sí misma y su libertad.
La novela póstuma de Gabriel García Márquez, En agosto nos vemos, publicada el 6 de marzo de 2024, es la penúltima obra literaria en abordar el adulterio femenino y mostrarlo desde una perspectiva más igualitaria, feminista y de normalidad sin que el narrador censure este comportamiento, pero sí confrontando a la protagonista consigo misma, con las culpas impuestas por la cultura milenaria, como una carga de la que intenta liberarse. Esta novela refleja la evolución parcial del tratamiento del adulterio de la mujer y ella como persona autónoma. Una historia actual, solo que García Márquez la empezó a escribir en los años noventa del siglo XX, cuando todavía no estaba esta nueva ola del movimiento de igualdad.
WMagazín crea una antología de grandes novelas sobre el adulterio femenino, organizada en orden cronológico que va revelando el camino del cambio de mentalidad frente al tema por parte de la sociedad. Es un asomo a la evolución del adulterio de la mujer en la literatura.
Estas novelas de adulterio son más que de infidelidades, hablan mucho más que del amor y la pasión desbordadas, son una cartografía de la pareja, de la metamorfosis de las reglas del juego, de crisis existenciales y de la pugna del yo de la mujer por tener su propio y verdadero espacio en un mundo cambiante.
Si en los primeros libros el escenario es de mujeres casadas con diferentes tipos de obligaciones y conveniencias, enjauladas en hogares donde son como trofeos o floreros de sus maridos, con vidas monótonas, sin amor ni pasión, mientras ellas anhelan la aventura de sentir y de vivir, de ser ellas independientes y autónomas, poco a poco los libros elegidos van mostrando la ruptura de esos mundos. Sus caminos de libertad hacia su verdadero yo, hacia sus propios deseos y dejando de lado las llamadas reglas del decoro.
Y con ellas los vericuetos, laberintos y dudas sobre el amor, la pasión, el deseo, los celos, la mezquindad, el egoísmo, la ilusión, el sufrimiento, los sueños… La condición humana íntima y vulnerable en su lado más reconocible por todos. Una muestra de que el amor ha pasado toda la vida buscando formas, aunque siempre es el mismo, no cambia y no se puede controlar en el interior. La máscara puede seguir, en algunos casos, pero la verdad y el sueño siguen dentro.
Hubo un tiempo en que el adulterio no fue tan duramente condenado y se consideraba como parte de la fragilidad del ser humano. Había más comprensión y permisividad. Luego la moral pasó a un primer plano y el mundo católico, sobre todo, impuso una sanción de pecado y desprecio sobre estos actos femeninos, mientras que sobre los adulterios masculinos había más comprensión y benevolencia. Es entonces cuando empiezan a aparecer estas novelas.
Por todo esto gustan las historias de adulterio e infidelidades. Pero, quizás, sobre todo, por la solidaridad de que alguien encuentre un amor verdadero, una pasión que les recuerda el sentimiento vibrante de la vida, el saber que no siempre se está con la pareja que realmente se ama y que hay un amor, un deseo y una pasión secretas en cada uno. Es el consuelo de vivir vicariamente el amor sincero sin miedo.
Nuestra antología es de clásicos de belleza literaria de adulterios con motivaciones diversas donde sus autores exploran el sentimiento amoroso desencadenado, como algo sincero o como solución a otros problemas mayores.
Esta primera entrega cronológica incluye títulos que van mostrando los cambios: La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne; Madame Bovary, de Gustave Flaubert; Lady Macbeth de Mtsensk, de Nikolai Leskov; Anna Karénina, de Leon Tolstói; La Regenta, de Leopoldo Alas Clarín, y El amante de lady Chatterley, de D. H. Lawrence. En la segunda parte de este especial estarán desde Rojo y negro, de Stendhal; hasta En agosto nos vemos, de García Márquez, pasando por El fin del romance,de Graham Greene; y El paciente inglés, de Ondajtee. (Puedes ver la segunda entrega AQUÍ).
Nuestra antología incluye una breve descripción de la novela y un pasaje clave para captar el espíritu de la obra y del autor. La siguiente es nuestra primera selección:
De 'La letra escarlata' a 'El amante de lay Chatterley'
La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne (1850)
Siglo XVII. Los puritanos dominan Nueva Inglaterra. Una de sus víctimas es Hester Prynne, una mujer cuyo marido ha desaparecido, y tiene una hija con otro hombre. La comunidad la obliga a llevar la letra A, de adúltera. En medio del escarnio público, aparece su marido y pide que también se castigue al hombre que estuvo con su mujer.
Fragmento:
“Hallándose Hester dotada de una naturaleza impetuosa y dejándose llevar de su primer impulso, había resuelto arrostrar el desprecio público, por emponzoñados que fueran sus dardos y crueles sus insultos; pero en el solemne silencio de aquella multitud había algo tan terrible, que hubiera preferido ver esos rostros rígidos y severos descompuestos por las burlas y sarcasmos de que ella hubiera sido el objeto; y si en medio de aquella muchedumbre hubiera estallado una carcajada general, en que hombres, mujeres, y hasta los niños tomaran parte, Hester les habría respondido con amarga y desdeñosa sonrisa. Pero abrumada bajo el peso del castigo que estaba condenada a sufrir, por momentos sentía como si tuviera que gritar con toda la fuerza de sus pulmones y arrojarse desde el tablado al suelo, o de lo contrario volverse loca. Había sin embargo intervalos en que toda la escena en que ella desempeñaba el papel más importante, parecía desvanecerse ante sus ojos, o al menos, brillaba de una manera indistinta y vaga, como si los espectadores fueran una masa de imágenes imperfectamente bosquejadas o de apariencia espectral”.
***
Madame Bovary, de Gustave Flaubert (1857)
Emma, la segunda esposa del doctor Bovary, apasionada de novelas románticas, sueña con una vida de lujo y aventuras mientras la suya la siente como pura monotonía. Pronto conocerá a un don juan del pueblo que se convertirá en su amante como vía de escape a su rutina, y luego otro, y otro.
Fragmento:
“-No es nada -dijo con tranquilidad Monsieur Boulanger, mientras cogía a Justin en sus brazos, sentándole sobre la mesa y apoyándole la espalda en la pared.
Madame Bovary le quitó la corbata. Tenía los cordones de la camisa anudados, por lo que estuvo unos segundos maniobrando con los dedos por el cuello del joven. (…) El lugareño recobró el conocimiento; no así Justin, cuyas pupilas desaparecían en su pálida esclerótica, como dos flores azules en sendos tazones de leche.
-Convendría que no viera esto -dijo Charles.
Madame Bovary cogió la jofaina y la colocó bajo la mesa; al inclinarse para hacerlo, su vestido (un vestido veraniego de cuatro faralaes, de color amarillo, bajo de cintura, amplio de vuelo) se ensanchó en torno a ella, sobre los ladrillos del pavimento; y, dado que se hallaba inclinada, vaciló al alargar los brazos, con lo que el abombamiento de la tela rompiose aquí y allá, según las inflexiones del corpiño.
(…)
Entre tanto, Boulanger despidió a su sirviente, diciéndole que se fuera tranquilo, pues ya había satisfecho su deseo.
-Deseo que me ha proporcionado el placer de conocerles -añadió.
Pronunció la frase mirando fijamente a Emma”.
***
Lady Macbeth de Mtsensk, de Nikolai Leskov (1865)
La joven Katerina Lvovna vive un matrimonio de conveniencia con un hombre que le dobla la edad. Siente que nunca ha podido ser ella misma ni ser libre. Un día conoce al joven Serguéi Filíppych y nace en ella una pasión arrolladora que le trae tantas alegrías como desdichas y pensamientos.
Fragmento:
“A pesar de la abundancia y los bienes, la vida de Katerina Lvovna en casa de su suegro era muy aburrida. Salía poco de visita y, si acompañaba a su marido a ver a otros mercaderes, tampoco era un placer. Todos eran personas severas: observaban cómo se sentaba y cómo andaba o se ponía de pie. Y Katerina Lvovna era de carácter impetuoso y, habiendo sido una muchacha humilde, estaba acostumbrada a la sencillez y a la libertad: le gustaría correr con los cubos hasta el río y bañarse en camisa bajo el embarcadero o lanzar cáscaras de pipas a algún joven transeúnte por encima de la cancela; sin embargo, aquí todo se hacía de otra manera. Su suegro y su marido se levantaban bien temprano, tomaban el té del desayuno a las seis de la mañana y se iban cada uno a sus asuntos, y ella deambulaba sola de habitación en habitación sin hacer nada. Todo estaba limpio, todo estaba tranquilo y vacío, las lamparillas brillaban ante las imágenes, pero en ningún lugar de la casa había un sonido vivo, una voz humana”.
***
Ana Karénina, de Leon Tólstoi (1878)
En San Petersburgo, Ana Karénina está casada con Alekséi Aleksándrovich Karenin. Es admirada y tiene una vida social importante. Su mundo cambia cuando conoce a un oficial de caballería, el conde Alekséi Kirílovich Vronsky. La dicha, primero, el escándalo, después, el sufrimiento y la zozobra siempre. Tras un paréntesis feliz en Italia el mundo le da la espalda y su vida se viene abajo.
Fragmento:
“La primera caída, la de Kúzovlev en el arroyo, conmovió a todos, pero Alekséi Aleksándrovich vio claramente, en el rostro pálido y triunfante de Anna, que aquel a quien miraba no se había caído. Cuando Majotin y Vronski superaron la barrera grande y el oficial que los seguía cayó de cabeza y se hirió de muerte, un murmullo de espanto recorrió las tribunas. Karenin notó que Anna ni siquiera se había dado cuenta y que a duras penas entendía de qué hablaban las personas que la rodeaban. Anna, a pesar de que estaba absorta en la carrera de Vronski, acabó percibiendo los ojos fríos de su marido clavados en ella.
Se volvió por un momento, le dirigió una mirada inquisitiva y, frunciendo ligeramente el ceño, se sumergió de nuevo en la contemplación de la prueba.
La carrera fue muy accidentada. De los diecisiete participantes más de la mitad se cayeron y resultaron mal heridos.
Todo el mundo expresaba en voz alta su desacuerdo, todo el mundo repetía la frase que había dicho alguien: ‘Ya sólo nos falta el circo con los leones’. El sentimiento de horror se había impuesto de tal modo que el grito que se le escapó a Anna cuando cayó Vronski pasó desapercibido. Pero el cambio que a continuación se operó en su rostro resultaba francamente indecoroso. Había perdido por completo el control de sí misma. Se agitaba como un pájaro en la trampa…”.
***
La regenta, de Leopoldo Alas Clarín (1884)
En una ciudad de provincias española llamada Vetusta, ejemplo de la hipocresía y el ambiente asfixiante, vive Ana Ozores. Casada en un matrimonio de conveniencia con un hombre mayor, su vida aburrida la lleva al misticismo, pero su confesor intenta aprovecharse de ella. Entonces, Ana Ozores se refugia en un amor romántico y engañoso que encarna Álvaro de Mesías. Ella vive el asedio de Vetusta hasta ser marginada.
Fragmento:
“Y como la historia ha de atreverse a decirlo todo, según manda Tácito, sépase que Anita, casta por vigor del temperamento, encontraba exquisito deleite en verificar la justicia de aquellas alabanzas. Era verdad, era hermosa. Comprendía aquellos ardores que con miradas unos, con palabras misteriosas otros, daban a entender todos los jóvenes de Vetusta. Pero ¿el amor? ¿era aquello el amor? No, eso estaba en un porvenir lejano todavía. Debía de ser demasiado grande, demasiado hermoso para estar tan cerca de aquella miserable vida que la ahogaba, entre las necedades y pequeñeces que la rodeaban. Acaso el amor no vendría nunca; pero prefería perderlo a profanarlo. Toda su resignación aparente era por dentro un pesimismo invencible: se había convencido de que estaba condenada a vivir entre necios; creía en la fuerza superior de la estupidez general; ella tenía razón contra todos, pero estaba debajo, era la vencida. Además su miseria, su abandono, la preocupaban más que todo; su pensamiento principal era librar a sus tías de aquella carga, de aquella obra de caridad que cada día pregonaban más solemnemente las viejas.
Quería emanciparse; pero ¿cómo? Ella no podía ganarse la vida trabajando; antes la hubieran asesinado las Ozores; no había manera decorosa de salir de allí a no ser el matrimonio o el convento”.
***
El amante de Lady Chatterley, de D. H. Lawrence (1928)
Constanza está casada con un aristócrata inglés parapléjico. Su frustración emocional y sexual la llevan a conocer a Oliver, el guardabosques con quien tiene una aventura tórrida que termina convertida en un romance. Su pasión y amor la llevarán a enfrentarse a su marido y a su mundo hasta conseguir su felicidad. La novela muestra cómo la mujer siente, desea y sueña igual que un hombre y tiene derecho igual que éste.
Fragmento:
“-¿Quieres subir? -dijo Mellors-. Hay una vela.
Hizo un gesto vivo con la cabeza para indicar la vela que ardía sobre la mesa. Ella la cogió, obedientemente, y él contempló la curva llena de sus caderas al subir los primeros escalones.
Fue una noche de pasión sensual, en la que ella se sintió un poco asustada y casi renuente, traspasada de nuevo por los penetrantes estremecimientos de la sensualidad distintos y más agudos y terribles que los de la ternura, y en ese instante, más deseables. Aunque un poco asustada, le dejó hacer, la desnudó hasta lo más profundo haciendo de ella una mujer distinta. No era amor, verdaderamente. No era voluptuosidad. Era una sensualidad aguda, y abrasadora como el fuego, que hacía arder el alma como una tea. (…)
-¿Es hora de levantarse? -dijo ella.
-Son las seis y media.
-Descorre las cortinas, ¿quieres?
El sol brillaba ya por encima de las tiernas hojas verdes de la mañana, y el bosque se alzaba azulenco y fresco en la proximidad. Connie se sentó en la cama, y miró soñolienta por la ventana abuhardillada, juntándose los pechos con los brazos desnudos. Él se vistió. Ella medio soñaba con la vida, con una vida junto a él: una vida tan solo”.
- Puedes ver la segunda entrega AQUÍ: de El rojo y el negro, de Stendhal, a En agosto nos vemos, de García Márquez.
***
Suscríbete gratis a la Newsletter de WMagazín en este enlace.
Te invitamos a ser mecenas de WMagazín y apoyar el periodismo cultural de calidad e independiente, es muy fácil, las indicaciones las puedes ver en este enlace.
- Sergio Vila-Sanjuán: “En la cultura nos falta más sentido de trascendencia como antítesis a la banalidad y a la volatilidad del mundo digital” - sábado 30, Nov 2024
- Leila Sucari: “La identidad y el yo no es más que una ficción que se arma y se desarma” - jueves 21, Nov 2024
- Simon Armitage: “Hay un valor en dar voz a quienes no tienen voz. Es una constante en mi poesía y en toda mi creación” - sábado 16, Nov 2024