Alice Munro, murió la maestra del cuento contemporáneo y Nobel de Literatura
Tenía 92 años, y hace una década que sufría demencia. Supo explorar los matices del alma humana en gente corriente que vive grandes tormentas en su interior
Ha muerto una de las grandes escritoras contemporáneas y maestra del cuento que exploró los matices del alma humana de la gente corriente: Alice Munro. Tenía 92 años. Obtuvo el Nobel de Literatura en 2013. Todo empezó cuando de niña le contaron el relato La sirenita, de Hans Christian Andersen, cuyo final cambió muchas veces, porque le parecía muy triste.
Alice Munro (Wingham, Canadá, 10 de julio de 1931 – Porto Hope, Ontario, 14 de mayo de 2024) era considerada la “Chejov canadiense” porque captaba el latir de la vida y de cómo esa vida la sienten personas corrientes con mundos en apariencia serenos, pero en cuyo interior se agitan, en cualquier momento, tormentas emocionales que lo trastocan todo.
El diario británico The Guardian recordó el respeto y admiración que le profesan grandes autores a Munro: «Margaret Atwood la llamó una vez «una de las principales escritoras de ficción inglesa de nuestro tiempo». Salman Rushdie la elogió como “una maestra de la forma”, mientras que Jonathan Franzen escribió una vez: “[Munro] es uno del puñado de escritores, algunos vivos, la mayoría muertos, a quienes tengo en mente cuando digo que la ficción es mi religión».
The New York Times señala que «era miembro de una rara raza de escritores, como Katherine Anne Porter y Raymond Carver, que se ganaron reputación en el notoriamente difícil ámbito literario del cuento, y lo hicieron con gran éxito. (…) Las historias de la Sra. Munro fueron consideradas en general como incomparables, una mezcla de gente común y corriente y temas extraordinarios. Retrató a personas de pueblos pequeños, a menudo en el suroeste rural de Ontario, enfrentando situaciones que hacían que lo fantástico pareciera algo cotidiano. Algunos de sus personajes se desarrollaron tan completamente a través de generaciones y en todos los continentes que los lectores alcanzaron con ellos un nivel de intimidad que normalmente sólo se consigue en una novela completa».
De ama de casa y librera a Nobel
El padre de Alice Munro era criador de zorros y visones y su madre era maestra de escuela. Munro comenzó a escribir desde niña. Estudió en la Universidad de Western Ontario y trabajó en su biblioteca. Estudió periodismo y filología inglesa que abandonó para casarse y ser ama de casa. Con su primer esposo se fue a vivir a Dundarave, Vancouver, y en 1963 se trasladaron a Victoria donde abrieron una librería. Se divorciaron y se casó por segunda vez (aunque mantuvo el apellido de su primer marido) y, en 1968, publicó su primer libro Danza de las sombras (Dance of the Happy Shade)s.
Tenía 37 años. Todo había empezado casi tres décadas atrás cuando le leyeron La sirenita, de Hans Christian Andersen. El cuento le pareció tan triste que quiso cambiar el final. Así imaginó finales alternativos a la sirenita y nació una visión de lo femenino y lo feminista. La idea de una niña de querer un mundo feliz que ella pudiera cambiar desde la ficción, para intentar exorcizar la realidad. Con los años, la constatación de esa misma realidad le hizo descubrir la condición humana, y que no hacen falta grandes historias de héroes, porque la vida transcurría en la épica de cada persona, en sus batallas internas, en sus duelos entre su Yo y sus deseos y el mundo exterior, que, a su vez, eran consecuencia de las ondas de lo que sucedía a su alrededor, en las personas mas próximas. Dio con el ecosistema de la condición humana en continua metamorfosis, afectada por la razón y las emociones y las gestiones de unas y otras. Duelos, batallas, triunfos, derrotas, empates y concesiones libradas, la mayoría, en silencio. Esa es su épica, la de sus personajes. La de cada individuo en su minuto a minuto.
La etapa seria de Alice Munro en la literatura, tras sus primeros pasos en la niñez, empezó a los 30 años, con cuentos y relatos que vendía para la radio pública canadiense. La Nobel, madre de tres hijas, siempre ha reconocido la importancia de su madre y de las mujeres que ha conocido. Y son mujeres, también, las que más han influido en su escritura: Eudora Welty, Katherine Anne Porter, Flannery O’Connor, Carson McCullers… Entre los hombres, James Agee y William Maxwell.
Cuando la distinguieron con el Nobel, Javier Marías dijo: “Está al nivel de los mejores como Chéjov, Maupassant y Borges. Consigue transmitir una profunda emoción con personajes normales en una época en la cual se privilegian los buenos o malos sentimientos que rozan la cursilería. Ella escribe sobre gente normal, sin cargar las tintas, y consiguiendo unos niveles de emoción profunda con poco parangón en la literatura actual”.
La gestación del primer libro de la Nobel canadiense, Dance of the Happy Shades lo recuerda la Academia Sueca así:
“A principios de 1967 comenzó a gestarse la publicación del primer libro de Munro. Earle Toppings, director de libros comerciales de Ryerson Press, se había acercado a ella a finales de 1964 para plantearle la posibilidad. Impulsados por Weaver, Toppings y otros en Ryerson, habían estado recopilando las historias de Munro tal como aparecían en las revistas. La editora asignada al libro, Audrey Coffin, estaba entusiasmada con los relatos de Munro y le escribió que necesitaban nuevas historias para completar el volumen. A pesar de las responsabilidades domésticas y de un bebé de cinco meses, Munro escribió Postcard, Walker Brothers Cowboy e Images; las dos últimas, las historias más fuertes de Dance of the Happy Shades, publicada en septiembre de 1968. Está dedicada a Robert E. Laidlaw. Weaver escribió el texto de la sobrecubierta y resultó que también formó parte del comité del Premio del Gobernador General de ese año. Debido a su larga asociación y defensa de Munro, intentó retirarse de cualquier discusión sobre su libro, pero en ese momento los otros miembros del jurado le dijeron que el libro de Munro había ganado. Tuvo muy buenas críticas y, una vez que se anunció el Premio del Gobernador General, uno de los periódicos de Victoria tituló su artículo: ‘La fama literaria pilla desprevenida a la madre de la ciudad”.
Cuarenta y cinco años después fue galardonada con el Nobel de Literatura 2013 por obras como Las lunas de Júpiter, Progreso del amor, Amistad de juventud, Secretos a voces, El amor de una mujer generosa, Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio, Escapada, La vista desde Castle Rock y Demasiada felicidad. Una decena de sus cuentos han sido adaptados a la televisión y al cine: Sarah Polley filmó, en 2006, Lejos de ella, con Julie Christie: y Pedro Almodóvar hizo la película Julieta, de 2016, basada en los cuentos Destino, Pronto y Silencio, del volumen Escapada.
Claves de su escritura
En una entrevista a la Academia Sueca que le concedió el Nobel, dijo a Stefan Åsberg, SVT:
¿Qué es importante para ti cuando cuentas una historia?
Obviamente, en aquellos primeros tiempos, lo importante era el final feliz; no toleraba finales infelices, al menos para mis heroínas. Después, comencé a leer cosas como Cumbres borrascosas con finales muy, muy infelices, así que cambié mis ideas por completo y me decanté por lo trágico.
Cuando empiezas una historia, ¿siempre la tienes trazada?
Lo hago, pero a menudo cambia. Empiezo con una trama, trabajo en ella, y luego veo que va por otro lado y pasan cosas a medida que escribo la historia, pero al menos tengo que empezar con una idea bastante clara acerca de lo que quiero contar.
¿Alguna vez dudaste, alguna vez pensaste que no eras lo suficientemente buena?
¡Todo el tiempo, todo el tiempo! Tiré más cosas de las que envié o terminé, y eso continuó durante mis veintitantos años. Pero todavía estaba aprendiendo a escribir como quería escribir. No, no fue algo fácil.
En esa entrevista a al Academia Sueca recordó el germen de su amor por el arte de contar:
«Me interesé en leer desde muy temprano, porque me leyeron un cuento, de Hans Christian Andersen, que era La sirenita. No sé si lo recuerdas, pero es terriblemente triste. La sirenita se enamora de este príncipe, pero no puede casarse con él porque es una sirena. Y es tan triste que no puedo contarte los detalles. Pero bueno, apenas terminé este cuento salí y di vueltas y vueltas por la casa donde vivíamos, en la casa de ladrillo, y me inventé un cuento con final feliz, y pensé que se lo debía a la pequeña sirena. Sentí que había hecho lo mejor que pude, y de ahora en adelante la pequeña sirena se casaría con el príncipe y viviría feliz para siempre, lo que sin duda era merecido, porque había hecho cosas terribles para ganarse el poder y la tranquilidad del príncipe. Había tenido que cambiar sus extremidades. Había tenido que conseguir las extremidades que tiene la gente común y caminar, pero cada paso que daba, ¡un dolor agonizante! Esto es por lo que estaba dispuesta a pasar para conseguir al príncipe. Entonces pensé que merecía algo más que morir en el agua. Y no me preocupé por el hecho de que tal vez el resto del mundo no conociera la nueva historia, porque sentí que había sido publicada una vez que pensé en ello. Así que ahí estás. Ese fue un comienzo temprano en la escritura».
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