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Los escritores Antonio Ortuño (México) y Giovanna Rivero (Bolivia) en la sección en vídeo Diálogos literarios de WMagazín en mayo de 2021 por sus libros de cuentos ‘Esbirros’ y ‘Tierra fresca de su tumba’, respectivamente. /WMagazín

Antonio Ortuño y Giovanna Rivero: «El cuento puede ser un aparato político como un Caballo de Troya»

Los relatos latinoamericanos viven un gran momento de renovación y diversidad de estilos, temas y estructuras. Dos de los autores relevantes del género con obras recientes, 'Esbirros', del mexicano Ortuño, y 'Tierra fresca de su tumba', de la boliviana Rivero, reflexionan sobre la fuerza de los relatos en la sección en vídeo Diálogos literarios de WMagazín, con apoyo de Endesa

Presentación WMagazín El cuento vive un momento de cambios y puede ser una especie de Caballo de Troya. Lo dicen dos escritores latinoamericanos amantes del relatos como autores y lectores relevantes del género: el mexicano Antonio Ortuño y la boliviana Giovanna Rivero. Ambos han publicado sendos volúmenes de cuentos con estilos y miradas diferentes unidos por un gran manejo del lenguaje para abordar temas que profundizan en aspectos de la condición humana de personas en los márgenes y confirman la riqueza, fuerza y diversidad del género en América Latina. Se trata de Esbirros (Páginas de Espuma), de Antonio Ortuño, y de Tierra fresca de su tumba (Candaya), de Giovanna Rivero.

WMagazín, con apoyo de Endesa, ha invitado a estos dos autores a participar en la sección mensual en vídeo Diálogos literarios sobre la vida. Ortuño desde México y Rivero desde Estados Unidos abordan en sus relatos temas como el miedo, la violencia, la muerte, la sumisión y el apego a lugares, sentimientos o ideales y sueños.

Antonio Ortuño dice que «La idea de Esbirros es que la sumisión, las tensiones de poder terminan ensuciando todas las esferas y están presentes en lo íntimo, en la familia; y a nivel humanidad y República«. Esa situación la plasma en once cuentos agrupados en tres apartados: Ayer, Hoy y Mañana. Escenas cotidianas con gente en la periferia que muestran como de una u otra manera toda persona depende de otra, sirve a alguien y por conservar ese algo, trabajo, familia, amor, etcétera, hace cosas impensables que afectan a su ser sin que logre quitárselo de encima hasta contaminar con ello otros ámbitos de su vida.

Giovanna Rivero reconoce que los personajes de sus seis cuentos «llegan al final de sus destinos con un grado de aceptación que me asustan, a veces, porque siento que hay ahí un estoicismo demasiado romántico, a contrapelo de lo que te exige este mundo del siglo XXI». Tierra fresca de su tumba mira la vida desde una esquina peculiar, más íntima o secreta en un andar por el destino o curso de la vida de sus personajes donde se vislumbra el horizonte y el lector avanza con ellos.

La siguiente es la conversación digital que tuvieron para Diálogos literarios sobre la vida de WMagazín fragmentada en cinco vídeos cortos según los temas tratados:

Antonio Ortuño y Giovanna Rivero en la sección en vídeo Diálogos literarios de WMagazín en mayo de 2021. /WMagazín

Antonio Ortuño y Giovanna Rivero: Los roles intercambiables de víctima y victimario

Giovanna Rivero. En tu libro de cuentos La vaga ambición tenemos una coincidencia porque tiene seis cuentos como en mi último libro, Tierra fresca de su tumba, lo que habla de la necesidad de haber trabajado con relatos largos para justificar este numero perfecto del seis. Contame un poco cómo fue que esta matemática se impuso en tu libro.

Antonio Ortuño. La vaga ambición, de alguna manera, es una suerte de infracción de la manera como he trabajado antes porque es un libro programático. Tenía la idea del libro y la estructura y de los seis relatos antes de escribirlos. Al contrario de lo que sucede en Esbirros, que es mi libro nuevo, que se fue formando casi por oposición. Reuní los relatos que me parecían que podían y debían convivir y que escribí a lo largo de muchos años. Quedó un número impar, once cuentos, y se rompe este asunto armónico de los seis. Son cuentos más rapidos, tienen una velocidad, narración e intensidad diferentes.

La vaga ambicion es un libro que voluntariamente saqué de las esferas estéticas en las que había trabajado. No aborda temas públicos o sociales, o están soterrados en un discurso más literario, íntimo y personal respecto del personaje al cual giran los relatos. Mientras que en Esbirros vuelvo a esa esfera, incluso en lo privado donde están estas huellas lodosas que dejan lo público. La gente sale a los conflictos de la calle, del trabajo, del poder y se lleva el lodo en los zapatos a sus casas. La idea de Esbirros es que la sumisión, las tensiones del poder terminan ensuciando todas las esferas  de lo humano y están presentes en lo íntimo, en la pareja, en la familia; lo mismo que a nivel República y a nivel humanidad. En todos esos sitios existe esa suerte de combate perpetuo de todos contra todos, y en donde, a veces, como en el fútbol, alguien se tira la suelo haciéndose la víctima para sacar una ventaja.

Me parece que es algo en lo que vale la pena detenerse en un momento en el que parte de la literatura se ha volcado, muy decididamente, al análisis de la víctima y un poco a la exaltación de la víctima químicamente pura que es la nueva reencarnación de estos personajes terroríficos del Marqués de Sade que, siendo absolutamente inocentes, eran ultrajados por todos. Me gusta este juego que es primo hermano, pero un poco más torcido, en el que los roles de la víctima y el victimario muchas veces se traslapan o son porosos o se llegan, incluso, a intercambiar.

La escritora boliviana Giovanna Rivero en la sección Diálogos literarios de WMagazín en mayo de 2021. /WMagazín

Antonio Ortuño y Giovanna Rivero: El cuento tiene una gran oportunidad frente a la novela

Giovanna Rivero. Me gusta esto que decís de la «víctima químicamente pura» porque es una contraépica, una poco una renuncia a esos grandes ideales de otras décadas donde esta víctima ha renunciado a un concepto de Walter Benjamin que me gusta: La débil fuerza mesiánica; eso que te impulsa a romper los límites del poder, sino que es una víctima autodestructiva, en realidad es una víctima de sí misma.

Observé eso de tus cuentos y me pareció que empatizaban con algunos de mis personajes que llegan al final de sus destinos con un grado de aceptación que, a veces, a mí misma me asustan, porque siento que hay ahí un estoicismo demasiado romántico, a contrapelo de lo que te exige este mundo del siglo XXI. Pero a mí la anacronía de ciertos personajes, y eso también observé en algunos de tus cuentos, me gusta. La anacronía es algo que me gusta cultivarla, no importa que los personajes estén viviendo en este hiperrealismo, y ahora supervirtualidad pandémica. Me gusta apostar por algo que se desfaza de la demanda del presente. Me gusta que a pesar de ser una víctima químicamente pura este personaje tenga aún esa posibilidad de contravenir la estética del presente, los valores del presente e imponer otra cosa.

El cuento en este sentido tiene una gran oportunidad como género frente a la novela, que si bien tuvo grandes experimentaciones en el siglo XX el cuento como que se mantuvo más clásico, fortaleciéndose, y contribuyó a elaborar esta mitología de América Latina. El boom es eso de algún modo. En las últimas dos décadas el cuento latinoamericano se ha visto obligado, no sé si por una conversación tácita con otros formatos, por ejemplo por el auge de Netflix, se ha visto obligado a repensarse y a trabajar con una especificidad muy interesante en los personajes.

El escritor mexicano Antonio Ortuño durante la sección Diálogos literarios de WMagazín, en mayo de 2021. /WMagazín

Antonio Ortuño y Giovanna Rivero: La libertad del cuento

Antonio Ortuño. Es interesante lo que planteas sobre el cuento. Es verdad que por el espacio tan pecualir que ocupa el cuento en el mercado literario, sabes que a la mayor parte de los editores del mundo hispánico les dan palpitaciones si como escritor les dices que tienes un libro de cuentos.  Están esperando siempre la novela. Incluso para los autores que tienden más hacia el cuento está siempre la pregunta ¿y la novela para cuándo? Como a esos solterones que acosa la sociedad pidiéndole que el niño para cuando. Va un poco por ahí porque el mercado está construido entorno a la novela. Hay una suerte de consenso de lectores, de crítica y los propios editores de que el negocio está en la novela.

El haber quedado en esa posición de segundo hermano le ha convenido al cuento en muchos sentidos porque te otorga una libertad mayor. En muchos sentidos el pánico escénico que a veces tiene la gente al escribir novelas y esta autotortura de mucha gente en las novelas sobre qué me conviene decir en la novela, qué gran tema debo abordar en la novela, tengo que subirme a los ochomiles porque es una novela, no me van a sacar suficientemente desplegado en los medios si mi novela no está respaldada por millares de twits, no tiene un correlato en las redes. Afortundamente en el cuento se tiene esta libertad un poco del desempleado, los editores no se estan peleando por los cuentos. Hay unos que sí apuestan por él y conviene estar con ellos. Y a otros editores es como  si a los vampiros le sacan el collar de ajos. El cuento abrió esos espacios de libertad.

Quizás es cierto lo que dices y algunos autores hayan ido sintiendo que mantenerse en el cuento comienza a verse invadido por esta exigencia. ¿Se puede sacar una serie de televisión de ahí? ¿Cómo vas a vender derechos de un cuento? ¿Cómo hago que mis cuentos acaben hechos series de Netflix? Cómo mantengo la especificidad literaria del cuento y sigo haciendo esa escapatoria hacia adelante de todas estas presiones y sea gran novela, novela mediana o de las otras se ve implicado el género hermano que sería el de la novela.

A mí me interesa, pero solo es una parte muy pequeña de mi cerebro la que se preocupa por estos asuntos. Yo trato de escribir, y en el cuento quizás lo sienta mucho más, con una deliberada libertad absoluta. La libertad que, a veces, se le concede, aunque sea en negativo porque no voltean a ver al cuento y este oficie en medio de estos debates de época un poco como el bufón al que le estaba permitido decir barbaridades porque no tenía esa pesada carga de responsabilidad que le echan encima a la novela. De la novela se espera todavía que nos diga las grandes verdades vitales. Si uno no adopta esa voz ahuecada que tan bien se le da al autor latinoamericano parece que tu novela es de broma. Entonces te dicen que está muy bien escrita, pero que dónde están las grandes verdades. En el fondo, muchos novelistas latinoamericanos quieren llenar los zapatos del Gabo o ahuecar la voz como un Vargas Llosa que cimbra twitter cada vez que saca un artículo de política que ha dividido a la gente y que hace que unos digan: Yo lo quiero como novelista, pero que no me escriba un artículo, etc. Quieren estar ahí. Mientras que para mí los cuentistas siempre van a ser un poco Ribeiro que está por ahí apartado y está por otro lado. O como Angélica Gorodischer influenciando a tanta gente, pero lejos de las portadas. Esa posición de los cuentistas me agrada. Esa libertad ganada de los cuentistas de hacer cosas más raras, de tener solo los compromisos que deciden y a la hora que lo deciden. El cuento sigue dando esa libertad.

La escritora boliviana Giovanna Rivero en la sección Diálogos literarios de WMagazín en mayo de 2021. /WMagazín

Antonio Ortuño y Giovanna River. El cuento es como Caballo de Troya

Giovanna Rivero. Sobre las expectativas de las que has hablado entorno a la novela y al cuento hay toda esa gran verdad subyacente que se espera de la novela, en tanto que del cuento se espera pasar un buen rato. Sin embargo, de algún modo irónico, eso hace del cuento un aparato político muy importante porque es como un Caballo de Troya. La novela ya está explicitamente anunciándote su posición, diciéndote acá te voy a desarrollar la épica de una historia política o seudopolítica, el crecimiento de un personaje que te va a desmostrar cómo su colisión con las estructuras de poder lo llevan a la renuncia absoluta de lo que sea. La novela de algún modo parte de este gran horizonte y en el mejor de los casos lo cumple.

El cuento, en cambio, te hace promesas más humildes. Y justamente por esta apariencia de modestia ideológica del cuento es que puede actuar como Caballo de Troya capaz de introducirte un chip en el que hay un tajo político, un filo tremendo que va habitando tu imaginario y va componiendo un cosmos. Me gusta pensar en el cuento como una pluralidad. El cuento, generalmente, lo pensamos como un racimo de uvas, viene en esta pluralidad, en este rizoma de un libro. En ese sentido, para mí esa pluralidad forma parte de su maquinaria política porque quien compra un libro de cuentos va a leer esta especie de coro del pueblo griego contándote las desgracia de una comunidad, o sus luchas, o sus victorias pequeñas.

En este sentido estas otras verdades que vienen en racimos, pero que vienen orquestando una cosmografía de la vida, es superinteresante. Por otro lado, el libro de cuentos tiene todas estas líneas de fuga y por cada línea de fuga es posible construir, incluso, contradicciones ideológicas dentro de un mismo libro y es posible conversar con las imperfecciones de la vida. Hoy estoy en defensa del cuento, lo que no quiere decir que la novela también pueda robarse las estrategias del cuento; creo que la novela puede emular esa cosa compacta y a la vez humilde y abierta que tiene el cuento.

Antonio Ortuño. Me gusta muchísimo la imagen del Caballo de Troya. Creo que el cuento es por excelencia un mecanismo de astucia literaria porque necesita ser astuto, porque tienes pocas páginas para relacionarte con un lector que potencialmente va a terminar el cuento y va a pensar en otra cosa inmediatamente.

El escritor mexicano Antonio Ortuño durante la sección Diálogos literarios de WMagazín, en mayo de 2021. /WMagazín

Antonio Ortuño y Giovanna Rivero: El cuento de otro autor que los acompaña

Giovanna Rivero. Uno de los relatos que me ha acompañado desde que lo leí con 20 años es Tu rastro de sangre en la nieve, de Gabriel García Márquez. Primero por esta figura poderosa del contraste visual y, segundo, porque me parece una de las reescrituras más hermosas de La bella durmiente. Consigue también otro de los deseos del cuento que es poder  reescribir la vida de una manera sutil y la reescritura es un arte que siempre conmueve. Ese cuento lo guardo en mi corazón.

Antonio Ortuño. Es curioso que digas esto porque tiene que ver con uno de mis cuentos, El rastro de la nieve en tu sangre. También el cuento de García Márquez me impresionó mucho cuando lo leí, pero en ese mismo momento pensé que había una especie de lado b oculto desde el título, porque se puede hacer un cuento que se llame El rastro de la nieve en tu sangre sobre alguien que tiene que pasar un test de drogas. Y años después escribí ese cuento que se me ocurrió, en realidad, en el momento en que leí por primera vez el cuento de García Márquez que no tiene que ver con el universo verbal,  sentimental, barroco y tan bonito del Gabo, sino que va por el lado wild life de Lou Reed, precisamente sobre un publicista al que se le ofrece la posibilidad de volver al negocio del que fue corrido por adicto ante el que se interpone en el camino de su posible resurrección, sencillamente, el que de nuevo tiene droga en las venas. Finalmente, y a veces  de modo lineal o esquivo, la literatura fértil da pie a más literatura, y un buen cuento, incluso glosado o retorcido de esa manera, sigue dando un montón de cosas. Y a mí el puro título de Gabo me dio un cuento mío, y es más de lo que han podido ser muchos otros escritores para nadie.

WMagazín

Un comentario

  1. «el universo verbal, sentimental, barroco y tan bonito del Gabo…» ¿ironía? ¿eufemismo? Parece que Ortuño, como los Maconderos, no le perdona a García Márquez las cosas que hicieron genial su literatura.

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