Arthur Rimbaud y ‘Una temporada en el infierno’: asombro, apertura e inspiración a través del tiempo
Celebramos los 150 años de la obra maestra del poeta francés con seis poetas españoles y latinoamericanos, de diferentes generaciones: Ramón Andrés, Elena Medel, Rosa Berbel, Andrés Neuman, Reiniel Pérez y Antonio Lucas, cuentan cuándo llegó a sus vidas y reflexionan sobre los aspectos más relevantes. Especial de WMagazín, con apoyo de Endesa: "Antaño, si lo recuerdo bien, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde todos los vinos corrían..."
“Arthur Rimbaud no escribe desde el infierno, está entre los hombres, que son sus llamas”, afirma Ramón Andrés. Eso convierte su poemario Una temporada en el infierno en el “Diario del ángel caído, diálogo con el cosmos”, en palabras de Reiniel Pérez. Sorprende su «confianza en la poesía como una práctica vidente, una anticipación constante de posibilidades que inaugura una nueva razón, un nuevo tipo de conocimiento», asegura Rosa Berbel. Así, “lleva hasta las últimas consecuencias el recurso del desdoblamiento: un poeta casi principiante escribiendo ya como ex poeta, analizando su presente en pasado”, explica Andrés Neuman. El resultado “es un acelerador de partículas también para quienes vivimos en el tiempo de hoy”, celebra Antonio Lucas. Y ante la pregunta que se hacen los poetas sobre cómo escribir o no escribir poemas “me contestó su escritura libre, poderosa en la búsqueda: la belleza en el origen y la desembocadura, en la rabia y el fervor”, reveló Elena Medel.
Es el retrato de una ráfaga coral sobre Arthur Rimbaud (Charleville, 20 de octubre de 1854 – Marsella, 10 de noviembre de 1891) creado por seis poetas, de España y América Latina, de diferentes generaciones y estilos, con frases extraídas de sus reflexiones y análisis. WMagazín los invitó a celebrar los 150 años de esa obra imprescindible titulada en francés Une saison en enfer (Una temporada en el infierno), fechada por el poeta entre abril y agosto de 1873 y editada, hacia el final de ese verano, creando una historia entre poética y novelesca. Rimbaud tenía solo 21 años. Y siempre es presente.
Es la única obra publicada personalmente por el poeta francés. Con fondos de su madre, acudió a la imprenta Jacques Poot, en Bruselas, de la que salieron unos quinientos libros de poco más de cincuenta páginas cada uno. Sin dinero para retirar el encargo, solo logró llevarse unos cinco o seis ejemplares que repartió entre sus más allegados, entre ellos Paul Verlaine, clave en su vida sentimental, poética y en la escritura del poemario. El resto de libros fueron encontrados en el sótano de la editorial hacia 1901.
El prodigio de Una temporada en el infierno consta de ocho partes unidas por un Yo poético hondo críptico a veces, profético y siempre luminoso, que revela sus experiencias sensoriales, intelectuales y sus inquietudes como un solo verbo transmutado en versos en prosa. Esta travesía lírico-vivencial-existencial de Una temporada en el infierno se abre con una Introducción y sigue con Mala sangre, Noche del infierno, Delirios I: la virgen necia – El esposo infernal, Delirios II: Alquimia del verbo, Lo imposible, El relámpago, Mañana y Adiós.
Poeta simbolista, transgresor y libre que jugó con lo que quiso hasta traspasar su presente y lanzar sus versos hacia un futuro que no cesa, porque han seguido de largo en el Tiempo y no tienen visos de dejar de esparcir vida a la literatura y demás artes. Un poeta que espolea a los creadores de verdad.
Algunas de las palabras que despierta Rimbaud y Una temporada en el infierno en los poetas consultados por WMagazín son Asombro, Conmoción, Llamas, Vidente, Belleza:
Desasosiego, belleza y nuevo orden
La fuerza de este poemario significa para Ramón Andrés, poeta, pensador y ensayista español, que “Rimbaud no escribe desde el infierno, está entre los hombres, que son sus llamas. No ha descendido al ultramundo, ha caído como un Ícaro en la tierra, como un Faetón envuelto en la fiebre de su propio abismo. Es la alucinación, el opio, el que le ha llevado a presentir un lugar a salvo, que nunca ha existido. Por eso cree estar en el fuego, no se da cuenta aún, es joven, de que la condena está aquí, entre nosotros, en la superficie, consumidos en lo infernal de la soledad del mundo”.
Más allá, y más acá, va el poeta cubano Reiniel Pérez, ganador del XXXV Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe 2022, por Las sílabas y el cuerpo, al asegurar que Una temporada en el infierno es “síntesis de la mística y el cristianismo, entre la confesión del condenado y la del sabio, entre el vacío moderno y la liturgia escolástica. Diario del ángel caído, diálogo con el cosmos. Para Rimbaud no hay les confuses paroles de Baudelaire, sino el je fixais des vertiges, j´ai tous les talents. Es el relámpago, el fuego lúcido de la rebeldía poética. Pero solo por un instante fugaz. Ahí está el infierno, hay que volver. Nada es confuso en el momento de la alquimia verbal, pero luego todo es fútil, en este punto comienza la poesía moderna. El desasosiego de nuestra época nace con este libro”.
Todo esto, recuerda Antonio Lucas, poeta, narrador y periodista español, es porque “Arthur Rimbaud escribe de cualquier manera, pero con el asombro de su parte. Entre los 15 y los 21 años maneja la poesía como una experiencia absoluta. Como un desafío. Como un espejo en llamas. Sobrepasa la simple literatura. Es un acelerador de partículas también para quienes vivimos en el tiempo de hoy. Porque Rimbaud, el poeta, es en sí mismo una estética, una moral desaforada, una excelencia que postula un nuevo orden de las cosas. Quizá desgarrado. Pero Rimbaud condena cualquier ligereza romántica. Tampoco quiere ser un poeta, sino una recompensa: la de vivir plenamente sin calcular las consecuencias”.
Desdoblamiento, profecía y metapoética
Arthur Rimbaud es un ser inspirador que suele espolear a otros autores. El poeta y narrador argentino Andrés Neuman reconoce que “como todo poeta que tuvo veinte años y militó en la mezcla explosiva de juventud y escritura, Una temporada en el infierno supuso para mí una conmoción. Más allá de las sobreactuadas leyendas que rodean ese libro, siempre me ha impresionado cómo Una temporada en el infierno lleva hasta las últimas consecuencias el recurso del desdoblamiento: un poeta casi principiante escribiendo ya como ex poeta, analizando su presente en pasado. Sus desdoblamientos son temporales, espaciales y espirituales: el autor era y es, está y ya se ha ido, cree y descree, sacraliza y parodia su arte. Rimbaud siempre fue otro porque su discurso se basa en la autocontradicción permanente. Más que ‘un ángel en manos de un barbero’, según su memorable autorretrato en Oración de la tarde, Rimbaud fue quizás ese mismo barbero que rapaba —cuando no degollaba— las herencias recibidas”.
Uno de los aspectos que interesó mucho a la poeta española Rosa Berbel, «desde el principio y que atraviesa, por cierto, toda la obra de Rimbaud, fue la confianza en la poesía como una práctica vidente, una anticipación constante de posibilidades que inaugura una nueva razón, un nuevo tipo de conocimiento. En este sentido, creo que es valiosísimo (y quizá no esté suficientemente releído) el pensamiento poético de Rimbaud y una sección tan apasionante como es La alquimia del verbo. Creo que Rimbaud se vuelve imprescindible en esos momentos en que se pone metapoético, sobre todo si tenemos en cuenta el escaso tiempo vital que tuvo para pensar sobre estas cuestiones. Me fascinan, por ejemplo, sus reflexiones sobre el ritmo o el movimiento en el poema. Y, además, produce tratados sobre lo poético que son propiamente poemas: sus poemas piensan desde el poema y sobre el poema. Hay, en fin, un trabajo tan minucioso y con tanto vuelo intelectual con la materialidad del lenguaje poético que resulta sorprendente en alguien que habitualmente es leído desde la impulsividad adolescente».
Primeras lecturas y malentendidos
Es en la adolescencia donde Elena Medel, la poeta, narradora y editora española, encontró a Arthur Rimbaud: “En la traducción de Xoán Abeleira para Hiperión— supuso para mí una iluminación, por jugar con otro de los títulos de Arthur Rimbaud: en un momento en el que me preguntaba en qué consistían los poemas, cómo escribirlos y cómo no escribirlos, Rimbaud me contestó, y de qué forma. Me contestó su escritura libre, poderosa en la búsqueda: la belleza en el origen y la desembocadura, en la rabia y el fervor”.
La enseñanza que ha dado al poeta cubano Reiniel Pérez es crucial: “La poesía debe levantarse con su condenado, si no, es palabra muerta. Rimbaud me ha enseñado el espíritu subversivo de la imagen, me ha dicho que una flor debe volverse silla, que debemos entrar en las espléndidas ciudades para caerle a bastonazos a los infieles que aún prevarican en el templo. Hay que derribar los tópicos. Une saison en enfer sigue siendo uno de mis libros de cabecera. En estos 150 años no ha dejado de hablarnos”.
Rosa Berbel no se considera una gran experta en la obra de Rimbaud, y dice que su lectura de Una temporada en el infierno es bastante intuitiva, «y seguramente poco matizada». Para ella «leer a Rimbaud ha sido siempre una experiencia extremadamente gozosa, incluso a pesar de todo lo que nos separa estéticamente (o quizá por esa misma razón). Dentro de las lecturas posibles de Rimbaud, no me interpela demasiado ni ese imaginario malditista adolescente ni ese elogio tan naif del poeta joven o de la joven poesía en el que se cae con frecuencia«.
En los años muy jóvenes, Rimbaud también llegó a la vida de Ramón Andrés, pero apenas lo ha acompañado: «Ya entonces presentí que estaba demasiado ocupado en sí mismo. Mi huida procede de Shéstov, de Nietzsche, de Tolstói. Te privan del infierno, también del cielo. Nada. Indómitos, están
con los pies hundidos en la tierra, enfrentados a toda verdad, por los siglos de los siglos».
Mito y leyenda, prodigio y futuro, Arthur Rimbaud tiene a su alrededor unos cuantos malentendidos. Andrés Neuman, aclara algunos: “Un largo malentendido emborrona su archiconocida afirmación “hay que ser absolutamente moderno”, incluida en el Adiós que cierra el libro y donde Rimbaud anuncia, con tanta precocidad como lucidez, su abandono de la poesía. Repetidas sin contexto como lema de vanguardia, estas palabras no eran en realidad un manifiesto poético sino lo contrario: una profecía materialista sobre el fin de toda estética. ‘¡Ahora debo enterrar mi imaginación!’, exclama el poeta, ‘¡me veo devuelto al suelo, obligado a buscar un deber y a abrazar la realidad (…)! Pediré perdón por haberme alimentado de mentiras. (…) Hay que ser absolutamente moderno. Nada de cánticos…’. La modernidad de la que habla Rimbaud, con menos ironía que seriedad, se refiere a la productividad y la riqueza.
Gracias a las investigaciones de Charles Nicholl, sabemos que Rimbaud jamás comerció con esclavos sino con una gran variedad de productos, entre ellos armas. Precoz incluso para ser póstumo (la primera edición de sus Iluminaciones lo dio por difunto cinco años antes de su muerte), hoy es imposible releerlo sin sentir que el genio juvenil de Rimbaud llegó demasiado temprano a sí mismo”.
Y lo hizo para quedarse en un tiempo que convoca todos los tiempos que asombra e inspira, siempre, desde aquellas primeras palabras que inauguran su universo de Una temporada en el infierno:
Antaño, si lo recuerdo bien, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde todos los vinos corrían.
Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. —Y la encontré amarga. —Y la injurié.
Me armé contra la justicia.
Hu. ¡Oh hechiceras, oh miseria, oh collera, a vosotras os he confiado mi tesoro!
Logré desvanecer de mi espíritu toda esperanza humana. Sobre toda alegría para estrangularla di el salto sordo de la bestia feroz.
Llamé a los verdugos para morder, mientras agonizaba, la culata de sus fusiles. Llamé a las plagas, para ahogarme con la arena, la sangre. La desdicha fue mi dios. Me revolqué en el fango. Me sequé con el aire del crimen. Y le di buenos chascos a la locura.
Y la primavera me trajo la horrenda risa del idiota…
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Me encanta! Soy lectora de todos géneros.
Me gusta escribir también.
Leer me enseña!
Espléndido
Muy buena recopilacion de ensayistas y poetas para conmemorar a Rimbaud