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Mosaico de escritores y libros de autoficción en España y América Latina, parte 1. /WMagazín

Autoficción en España y América Latina: escritores y libros que han marcado una narrativa / 1

Cuando se cumplen 50 años del término autoficción y se entrega el Nobel a Annie Ernaux, una de sus figuras paradigmáticas, analizamos esta literatura y creamos una antología representativa de estas obras en español. Una serie de WMagazín, con la colaboración de Endesa

Es el tiempo de la eclosión del Yo, que empezó a sacar la cabeza en el Romanticismo y, ahora, se muestra de cuerpo entero sin prejuicios. Las artes, como hijas de su tiempo, se nutren de este presente que en la literatura se refleja en la llamada autoficción donde el autor aparece como narrador, protagonista y/o personaje de su propia obra, como tema y/o como la alianza de ambos. Un término acuñado en 1977 para un modelo narrativo que desde entonces ha ido in crescendo como una exploración literaria que este siglo XXI coincide con el mundo digital que potencia las dosis de realidad en la gente. La certificación ha sido el Premio Nobel de Literatura 2022 a la francesa Annie Ernaux “por el coraje y la agudeza clínica con que desvela las raíces, extrañamientos y frenos colectivos de la memoria personal”.

La autoficción ha existido siempre, en mayor o menor grado, en la medida en que un autor toma su propia experiencia física, sensorial y/o intelectual para realizar sus obras enmascarado en uno o varios personajes o prestando sus vivencias a sus criaturas. O lo ha hecho en primera persona por intermedio de un personaje que se puede llamar o no como el propio autor, donde no siempre se sabe qué es ficción y qué es realidad; pero promete una Verdad. La novedad, teniendo en cuenta los 35 siglos de la literatura, es que desde los años setenta el eje de la novela, que lo absorbe todo, se ha desplazado, cada vez más, desde la imaginación hacia la veracidad para convertir al lector en testigo de lo vivido por el autor. Ofrece al lector experiencias, otra cosa son los motivos de cada escritor y el modo y calidad literaria en que lleva a cabo su proyecto.

En la literatura en español, la de España y América Latina, la autoficción ha coincidido con el declive de la novela de mundos totalizadores en favor de los mundos más pequeños o cotidianos a través de los cuales se busca reflejar el universo. Y, de paso, buscar que el lector se identifique o se reconozca en las historia reales que el escritor le cuenta, mientras detrás subyace la idea de horizontalizar todo y desaburguesar la novela.

No hay un solo modelo de autoficción, un término escurridizo que no todos aceptan y reconocen. Es una ruptura del pacto entre lo autobiográfico como algo real y verificable y lo novelesco que es ficción e imaginación para aparecer en un territorio ambiguo. En este modelo de narración se funden y conviven la autobiografía, las memorias, los diarios, las notas, los monólogos, la literatura como ficción. Una clave de un buen libro de autoficción es la alianza de contar la vida con honestidad y sin exhibicionismos gratuitos desde el territorio donde conviven corazón y razón, sentimientos e intelecto.

Como dijera Javier Marías: «Son novelas porque ella lo asimila todo. Un territorio deliberadamente indefinido que siempre ha existido sobre qué es real e imaginado, pero donde algunos han hallado un filoncito al subrayar esa indefinición, en una ruptura del pacto sobre lo que es la literatura», explicó el escritor español para el reportaje que escribí en 2008, cuando empezaba la tendencia en español, titulado El Yo asalta la literatura, para el suplemento cultural Babelia, de El País.

Javier Marías sabía muy bien de lo que hablaba. En 1987 escribió el artículo Autobiografía y ficción, donde reflexionaba sobre una incipiente tercera manera de «enfrentarse con el material verídico o verdadero», y expresaba interés y tentación por esta fórmula de «abordar el campo autobiográfico, pero sólo como ficción». Dos años después publicó Todas las almas, y en 1998 esa «falsa novela» titulada Negra espalda del tiempo.

El término autoficción es un neologismo acuñado por primera vez por el escritor francés Serge Doubrovsky en 1977 para definir su novela Fils (Hijos, en español): “Ficción de acontecimientos estrictamente reales”.

Ese mismo año y al siguiente, dos autores en español publicaron sendos libros convertidos en hitos de la autoficción en nuestra lengua: el peruano Mario Vargas Llosa con su novela La tía Julia y el escribidor (1977) y la española Carmen Martín Gaite con El cuarto de atrás (1978).

El auge de este modelo narrativo no es solo por la individualidad acorde a estos tiempos, ni al supuesto agotamiento de la ficción, sino «a la avidez de los lectores por relatos verídicos, de la necesidad del lector de que le reconstruyan el mundo y poder reconocerse en él, de lo difícil que es competir con tantas historias increíbles divulgadas por los medios de comunicación; y en España, por la desinhibición de hablar de sí mismos tras un pasado de miedos y de la pérdida de prejuicios sobre los géneros que cuentan vidas», explico en el reportaje El Yo asalta la literatura.

El descubrimiento o concienciación del Yo, lo individual y la identidad vislumbrada en el Romanticismo, ha calado hasta fragmentarse. La potenciación de esa primera persona tiene en su trasfondo a escritores como Dante, Arcipreste de Hita, Casanova, Louis-Ferdinand Céline, Jorge Luis Borges, Thomas Bernhard, Jorge Semprún, Marguerite Duras, Philip Roth, W. G. Sebald, y a muchos autores franceses como la Nobel Annie Ernaux. Todos bajo el eco de un autor paradigmático del Yo, Marcel Proust: «Para escribir un libro esencial, el único libro verdadero, un gran escritor no tiene, en el sentido corriente, que inventarlo, porque ya existe en cada uno de nosotros, sino traducirlo. El deber y la tarea de un escritor son los de un traductor».

La siguientes es la primera parte de una antología de escritores y libros de España y América Latina que han marcado y enriquecido esta narrativa en el último medio siglo. La vida real compartida desde dentro de cada autor. Una narrativa que en WMagazín siempre ha tenido su apartado dentro de los Mejores libros del año. A continuación una breve reseña y un pasaje del libro citado:

Autoficción en España y América Latina

Piedad Bonnett, Lo que no tiene nombre (2013, Alfaguara)

La poeta y novelista colombiana (Amalfi, 1951) narra, de manera profunda, serena, iluminadora y hermosa lo que supuso para ella y su familia el suicidio de su hijo Daniel. Bonnett desanda el rastro del tiempo previo al dolor, la ruta de Daniel junto a sus padres y sin ellos  La poeta, narradora, dramaturga y ensayista investigó con sus amigos y conocidos. Cuenta la enfermedad de su hijo, las visitas a los médicos y la forma como él la asumía. Una obra real y poética escrita desde la unión del corazón y la razón, va a las fronteras más bellas del lenguaje y la literatura para dar cuenta del reflejo de aquel dolor. Pasaje de Lo que no tiene nombre:

«Tu hijo ha muerto y debes empacar una maleta para viajar hasta donde te espera su cadáver. Y lo haces. Alguien te ayuda, dice un pantalón negro, dice es mejor meter los zapatos en una bolsa. Tres horas hace, tres horas de un tiempo que ya ha empezado a correr hacia su disolución, y tú no te has desmayado, no has caído al suelo de rodillas ni te tambaleas a la orilla del vértigo o la locura. No. Estás, como dicen los manuales sobre el duelo, en estado de shock o embotamiento. Tu dolor, el de los primeros minutos después de la noticia, se ha trocado en fría estupefacción, en pasmo, en una aceptación semejante a la que aparece cuando entramos al quirófano o cuando constatamos que hemos perdido el avión en el que volaríamos a una ciudad lejana. Tú tratas de pensar en medias, en piyamas, en medicinas, y repites en tu cabeza, hacia adentro, las palabras que acabas de oír, deseando que algo físico te saque del estupor, un ataque de llanto, un repentino acceso de fiebre, una convulsión, algo que venga a destruir esta serenidad que se parece tanto a la mentira, a la muerte misma. Te he empacado una bufanda, dice la voz. Perfecto, gracias».

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Milena Busquets, También esto pasará (2015, Anagrama)

A través de un personaje llamado Blanca, la escritora española (Barcelona, 1972) relata su vida a partir de la muerte de su madre, la prestigiosa editora y escritora Esther Tusquets. Un río de vivencias cargadas de emociones y reflexiones con mirada crítica y autocrítica sobre lo que constituyó su educación personal, sentimental y cultural. Una pena envuelta en cierta ligereza elegante y honda que conquista al lector. Un relato del duelo y geografía de las diferentes clases de amores y deseos; de lo esperado. Pasaje de También esto pasará:

«Me mira con la misma cara que pone todo el mundo conmigo desde hace unos días, una mezcla de preocupación y de lástima, ya no sé si sus caras son un reflejo de la mía o al revés. Hace días que no me miro al espejo o que me miro sin verme, sólo para arreglarme. Nunca habíamos tenido tan mala relación. Mi espejo,mon semblable, mon frère, se empeña en recordarme que se ha acabado la fiesta. En la mirada de Óscar, además de lástima y preocupación, hay ternura, un sentimiento muy cercano al amor. Pero no estoy acostumbrada a dar pena, y se me revuelven las tripas. ¿Puedes volver a mirarme como hace cinco minutos, por favor? ¿Puedes volver a convertirme en un objeto, en un juguete? ¿Algo que obtiene y da placer, y que no está triste, y a lo que no se le ha muerto el amor de su vida mientras ella, volando por las calles de Barcelona en moto, no llegaba a tiempo?».

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Aixa de la Cruz, Cambiar de idea (2019, Caballo de Troya)

Las violencias que una persona permite hacia sí misma. Las preguntas. El reencuentro o encuentro consigo misma. Los descubrimientos opuestos de todo ese lado oscuro. La escritora española (Bilbao, 1988) se enfrenta a su mundo de manera exigente, como es ella consigo misma, a través de experiencias puntuales que irradiaron su vida personal y profesional, desde lo íntimo, lo sexual, lo sentimental, lo político, lo social, lo soñado, la amistad, el feminismo… Es la metamorfosis de su propia percepción de la vida en una cadena de vivencias que van más allá del relato impregnado de reflexión, pensamiento y crítica sobre el pasado, ese presente desde el cual escribe y el porvenir. Culpas de diferentes naturalezas laten en estas memorias que miran atrás para poder seguir hacia adelante con un lenguaje preciso. Pasaje de Cambiar de idea:

«Nos emborrachamos sin tregua para hablar sin tregua y, mientras lo hacemos, siempre hay alguien que le dice a otro: deberías escribir sobre esto, sobre tu experiencia con los autobuses, por ejemplo, sobre aquella vez en Córdoba, a los dieciocho años, cuando te montaste sola en uno que jamás alcanzó su destino porque tu compañera de asiento comenzó a apretarte la mano gritando me ahogo, me ahogo, me está dando un infarto, y aunque era evidente que tenía un ataque de ansiedad, avisaste al conductor, y este llamó a la ambulancia, y entre una cosa y otra, cuando al fin llegaste al barrio periférico al que te dirigías, el centro de planificación familiar estaba cerrado y tuviste que abortar por la seguridad social, que era a lo que te negabas por miedos que no resultaron infundados: te atendió una ginecóloga cuya consulta estaba decorada con estampas de la Virgen del Rocío y te obligó a rellenar un cuestionario que te pareció humillante y no te sonrió ni una sola vez. Y luego a los diecinueve te mudaste a vivir a Oviedo con un mexicano sin papeles que te pidió matrimonio y el día antes de la boda, de camino a la estación, tuviste que parar en Correos para echar la solicitud de una beca y le pediste que se adelantara, que te esperara en el andén, y la cola de Correos era inmensa, entregaste el paquete y saliste corriendo, pero a pesar de la carrera el bus se fue a Bilbao sin ti y con tu futuro marido dentro, y aquel matrimonio fracasó pero la beca te la concedieron, y con ella escribiste una novela que todavía te parece digna».

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Nona Fernández, La dimensión desconocida (2016, Random House)

“A medio camino entre el periodismo, la literatura y la memoria personal, Nona Fernández consigue mostrar las emociones de toda una nación con respecto a un pasado negro y acaso vergonzoso”. Esos fueron los motivos por los que la escritora chilena (Santiago de Chile, 1971) y su novela La dimensión desconocida obtuvieron el Premio Sor Juana Inés de la Cruz de la FIL de Guadalajara 2017. Un agente torturador de la policía secreta cuenta una historia sobre la dictadura de Pinochet a una periodista y esta, a partir de su experiencia, activa las puertas de la memoria propias y ajenas. Una obra sobre vivir, crecer, pensar en dictadura y terrorismo de Estado. Con Space Invaders (2014) y Chilean Electric (2015) conforman una trilogía sobre aquel periodo oscuro y sus consecuencias escrito con un lenguaje sobrio y emotivo, a la vez.

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Luis Landero, El balcón en inviernoLa huerta de Emerson (2014 y 2021, Tusquets)

El azar, los sueños y el empeño de ser lo que se quiere ser, y el tiempo como algo elástico que se aleja y se acerca según el tipo de evocación. Es lo que muestra el escritor español (Alburquerque, 1948) en este libro sobre el proceso de vivir y crecer y ver cómo la vida se despliega lenta, engañosa, a veces, de un chico de una familia de labradores que llega a la ciudad, se emplea en diferentes trabajos y quiere ser guitarrista, pero termina escribiendo. Su historia la continuó en La huerta de Emerson donde, además, reflexiona sobre el milagro de la palabra y la escritura y el arte de la literatura que nombra y crea la vida. Él mismo crea vida en sus páginas. Un pasaje de El balcón en invierno:

«Siempre he encontrado en mi pasado la chispa de la imaginación para idear personajes e historias que son ajenos ya a mi vida, que son pura invención, y que sin embargo han brotado de la tierra siempre fértil de la memoria. Porque el viaje al pasado tiene mucho de mágico, y en sus remotos y azarosos parajes habitan sin duda las sirenas, la tierra de Jauja, El Dorado, la posibilidad cierta del unicornio, y todas las maravillas que existen en lo más hondo de nuestro corazón, pero que se quedaron sin vivir. No otra cosa hace Alonso Quijano sino ir en busca de un tiempo donde —según leyendas autorizadas por el corazón y legitimadas por la nostalgia de su pérdida— hubo prodigios a diario, aventuras sin cuento, sueños realizados, nobles valores que sucumbieron al azote de los malandrines y gigantes, que es tanto como decir de la vulgar e injusta y odiosa realidad. Contra las indigencias de la realidad va don Quijote, y a la busca del tiempo perdido».

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Carmen Martín Gaite, El cuarto de atrás (1978, Siruela)

La infancia y la juventud evocados en su cotidianidad, en los detalles que revelan y modelan a la persona que cuenta en sus preocupaciones juveniles, en su descubrimiento de la vida, y sobre todo, en sus ilusiones sobre su futuro como mujer y escritora. La autora española (Salamanca, 1925- Madrid, 2000) despliega su gran sensibilidad para los retratos en movimiento acompañados de reflexiones para crear un libro de memorias, de recuerdos, de ensayo y aliento de novela. Un pasaje de El cuarto de atrás:

«Me levantaba de puntillas para no despertar a mi hermana, me asomaba al balcón, era un primer piso, veía muy cerca la sombra de los árboles y enfrente la fachada de la iglesia del Carmen con su campanario, no se oía más que el agua cayendo en el pilón de la fuente, las farolas exhalaban una luz débil, no pasaba nadie, tal vez yo sola estaba despierta bajo las estrellas que vigilaban el sueño de la ciudad, las miraba mucho rato como para cargar el depósito de mis párpados, cabecitas frías de alfiler, sonreía con los ojos cerrados, me gustaba sentir el fresco de la noche colándose por mi camisón: ‘Algún día tendré penas que llorar, historias que recordar, bulevares anchos que recorrer, podré salir y perderme en la noche», la lava de mis insomnios estaba plagada de futuro».

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Luisgé Martín, El amor del revés (2017, Anagrama)

Los diferentes estadios que vivió el escritor español (Madrid, 1962) frente a su homosexualidad: del terror ante su descubrimiento, del silencio a abrazarla con amor y ternura, lo comparte en este libro ejemplar en forma y fondo. Es la metamorfosis de una persona, con dolor, muchas veces, por culpa de la sociedad. Es la vida de alguien más allá de la genitalización a que la gente suele restringir la homosexualidad, banalizarla, condenarla, aún, a pesar de todo. Es un retrato íntimo y sociológico de un tiempo. Un pasaje de La vida del revés:

«He conocido a extranjeros que habían llegado a Madrid escapando de sus ciudades y a españoles que se marchaban a otros países para poder guardar su vida y su reputación al mismo tiempo. He conocido, en fin, a personas que perdían su trabajo o eran abandonadas por sus amigos a causa de su conducta sexual desviada y proscrita por la ley de Dios y por la ley social. Yo, sin embargo, no padecí nunca esos agravios. No tengo recuerdo de ningún escarnio ni de ninguna burla. Nadie me dio la espalda al enterarse de que estaba contagiado por la peste de la homosexualidad. A pesar de ello, sentí enseguida el espanto de la enfermedad y durante muchos años hice todo lo que estuvo en mi mano para ocultársela a los demás. Esa condición patógena era una amenaza social irremediable, una anomalía extraña y virulenta que me convertía en un monstruo. Tenía la tarea de aprender a vivir con esa culpa para no abominar de mí mismo, pero tenía sobre todo la determinación de crear un disfraz que me protegiera de la mirada de los otros. La culpa y el engaño. Se pone nombre a la sexualidad, pero todo lo que ocurre tiene siempre su principio en los sentimientos. La enfermedad no nace en los testículos, sino en el corazón».

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Miguel Ángel Oeste, Vengo de ese miedo (2022, Tusquets)

El infierno está en casa, palpita dentro del niño, del hombre que ya es. El escritor español (Málaga, 1973) mira al abismo de su vida donde está su infancia y adolescencia llena de maltrato y violencia de su padre. Baja hasta ese fondo con la herencia del miedo, pero escoltado por su propio amor a la vida y a sí mismo. Desde allí escribe esta obra que al contar sus desgracias y cicatrices, algunas sin cerrarse, trasciende los hechos para hacer de su vida un retrato sociológico con las mejores palabras posibles. Dolor, odio, pena, vergüenza, temblor, y preguntas convertidas en literatura con el pulso firme para enfrentar el horror de lo que nunca debería ocurrir. Un pasaje de Vengo de ese miedo:

«Estamos en julio de 2010. Mi padre aún vive y yo escribo sobre él para entender qué me pasa, por qué sigo instalado en el miedo. Tengo treinta y siete años, cumpliré treinta y ocho el 3 de noviembre. Ya no soy un niño. Sin embargo, el miedo que me anega sigue siendo el mismo que padecía el niño que fui, aquel que jamás tuvo la valentía de enfrentarse con su padre, aquel niño que tiene los ojos como diminutos océanos y mira al padre desde abajo, paralizado, mientras tiembla por dentro. Aún hoy no hay día que no me arrepienta de esa incapacidad».

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Hebe Uhart, El amor en una cosa extraña (2021, AH – Adriana Hidalgo)

El Yo como observador, como agente curioso, sensible al asombro, la memoria de la escritora como narradora que se desdobla y conecta su vida con el entorno próximo en su cotidianidad y sus percepciones sobre ella. La escritora argentina (Moreno, 1936- Buenos Aires, 2018) usó desde los años ochenta la primera persona como mecanismo para ahondar en su interior a medida que relata sus vivencias, más allá de «otras zonas de la experiencia: los trabajos, la vida social, las discusiones sobre temas diversos, las relaciones amistosas o de pareja, el vínculo con el reino vegetal y animal, las rutinas domésticas y los viajes», según su editorial. Un pasaje del cuento El tren que nos lleva, del volumen El amor es una cosa extraña:

«En primer año me tocó como compañera de banco una chica grande, como de quince años, que se llamaba María de las Glorias Argentina Deidamia Souto. Con ese nombre tan sonoro no aprendía una poma de nada. Tenía el dudoso privilegio de tener novio firme; él era un muchacho más grande. Yo asociaba su ignorancia a su noviazgo; ella me hacía escribir o corregir las cartas a su novio, porque escribía ángel con h. Pero después me dijo que le parecía que él tenía también errores de ortografía y que ella quería devolverle las cartas corregidas, para que quedaran bien. Yo lo hice, pero de mala gana y ese noviazgo me iba dando fastidio. En los recreos, para huir de María de las Glorias Argentina Deidamia, tomé la costumbre de caminar por el patio de recreo, sola. Iba a paso rápido como si tuviera algún objetivo, pero en realidad quería comprender en qué consistía esa multitud de chicas, algunas solas, otras en grupos. Una vez en el patio de recreo encontré a mi doble: era de piel blanca, cejas gruesas, la misma estatura. Ella no se reconoció en mí, no miraba y pensé ¿cuánta gente habrá en el mundo igual a mí?«.

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Mario Vargas Llosa, La tía Julia y el escribidor (1977)

Esta es una de las novelas en español pioneras de esto llamado autoficción, entonces más conocido como semiautobiografía. El escritor peruano (Arequipa, 1936) recrea la relación de juventud que tuvo con su tía política Julia Urquidi, divorciada y 14 años mayor que él, donde los sentimientos solo obedecen a sí mismos. Lo hace a través de un joven que trabaja en una emisora y en el mundo de las radionovelas. Aprendizaje, descubrimiento, asombro ante los sentimientos y sus efectos. Un pasaje de La tía Julia y el escribidor:

«Recuerdo muy bien el día que me habló del fenómeno radiofónico porque ese mismo día, a la hora de almuerzo, vi a la tía Julia por primera vez. Era hermana de la mujer de mi tío Lucho y había llegado la noche anterior de Bolivia. Recién divorciada, venía a descansar y a recuperarse de su fracaso matrimonial. «En realidad, a buscarse otro marido», había dictaminado, en una reunión de familia, la más lenguaraz de mis parientes, la tía Hortensia. Yo almorzaba todos los jueves donde el tío Lucho y la tía Olga y ese mediodía encontré a la familia todavía en pijama, cortando la mala noche con choritos picantes y cerveza fría. Se habían quedado hasta el amanecer, chismeando con la recién llegada, y despachado entre los tres una botella de whisky. Les dolía la cabeza, mi tío Lucho se quejaba de que su oficina andaría patas arriba, mi tía Olga decía que era una vergüenza trasnochar fuera de sábados, y la recién llegada, en bata, sin zapatos y con ruleros, vaciaba una maleta. No le incomodó que yo la viera en esa facha en la que nadie la hubiera tomado por una reina de belleza.

Así que tú eres el hijo de Dorita –me dijo, estampándome un beso en la mejilla–. ¿Ya terminaste el colegio, no?

La odié a muerte. Mis leves choques con la familia, en ese entonces, se debían a que todos se empeñaban en tratarme todavía como un niño y no como lo que era, un hombre completo de dieciocho años. Nada me irritaba tanto como el Marito; tenía la sensación de que el diminutivo me regresaba al pantalón corto».

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