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Escritores y libros de España y América Latina que han marcado la autoficción. Segunda entrega. /WMagazín

Autoficción en España y América Latina: escritores y libros que han marcado una narrativa / 2

De Cabrera Infante a Muñoz Molina, Marta Sanz, Manuel Vilas o Gabriela Wiener, repasamos los 50 años de la autoficción en España y América Latina. Segunda parte de una serie de WMagazín, con la colaboración de Endesa

La autoficción literaria como campo de expresión y exploración no cesa de expandirse en todos los idiomas. Aunque siempre ha existido, de una mil formas, fue en 1977 que empezó a utilizarse el neologismo de autoficción cuando el escritor francés Serge Doubrovsky recurrió a él para definir su novela Fils (Hijos, en español): “Ficción de acontecimientos estrictamente reales”. Medio siglo después, en 2022, en la espiral de esta proliferación narrativa, la Academia Sueca premió con el Nobel de Literatura a una de las escritoras más emblemáticas: la francesa Annie Ernaux, “por el coraje y la agudeza clínica con que desvela las raíces, extrañamientos y frenos colectivos de la memoria personal”.

¿Qué hace que los autores compartan sus intimidades más dolorosas o felices? ¿Qué lleva a alguien a dejar el pudor para mostrarse tal cual es por dentro? ¿Qué motiva a un autor a trazar su geografía más vulnerable con sus preguntas, dudas, incertidumbres, tribulaciones y demás interrogantes vitales y existenciales? Lo cierto es que en ese contar suelen hacer metaliteratura al mostrar los resortes y mecanismos de la propia escritura y necesidad que tuvieron para escribir el libro.

«Contamos con el arte para que la verdad no nos destruya», dijo Friedrich Nietzsche. Unas palabras que usó el escritor español Marcos Giralt Torrente como epígrafe de su libro Tiempo de vida (Anagrama), uno de los más relevantes de esta narrativa en español.

Giralt Torrente es uno de los doce autores de la segunda entrega de esta serie con la que WMagazín repasa los nombres y títulos más significativos de la autoficción en España y América Latina en medio siglo. El análisis de esta literatura y la primera parte de esta antología la puedes ver en este enlace. La siguiente es la antología 2:

Autoficción en España y América Latina

Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos (2005 – Alfaguara)

El escritor colombiano (Medellín, 1958) relata su vida, desde su infancia rodeado de mujeres en su casa, a partir de la visión y los sentimientos hacia su padre, Héctor Abad Gómez, médico y defensor de la igualdad social y los derechos humanos asesinado por los paramilitares en 1987. A partir de esa historia real, el autor recrea con un lenguaje medido y bello su vida y construye un alegato contra el terror como instrumento político. Allí da cuenta de las pequeñeces y grandezas de una familia y, al mismo tiempo, ofrece una visión amplia de la convulsa y violenta política colombiana a lo largo de varias décadas. Un pasaje de El olvido que seremos:

«Yo amaba a mi papá con un amor animal. Me gustaba su olor, y también el recuerdo de su olor, sobre la cama, cuando se iba de viaje, y yo les rogaba a las muchachas y a mi mamá que no cambiaran las sábanas ni la funda de la almohada. Me gustaba su voz, me gustaban sus manos, la pulcritud de su ropa y la meticulosa limpieza de su cuerpo. Cuando me daba miedo, por la noche, me pasaba para su cama y siempre me abría un campo a su lado para que yo me acostara. Nunca dijo que no. Mi mamá protestaba, decía que me estaba malcriando, pero mi papá se corría hasta el borde del colchón y me dejaba quedar. Yo sentía por mi papá lo mismo que mis amigos decían que sentían por la mamá. Yo olía a mi papá, le ponía un brazo encima, me metía el dedo pulgar en la boca, y me dormía profundo hasta que el ruido de los cascos de los caballos y las campanadas del carro de la leche anunciaban el amanecer».

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Guillermo Cabrera Infante, La Habana para un infante difunto (1979 – Alfaguara)

Los recuerdos del paraíso. Un narrador sin nombre es el trasunto del escritor cubano (1929-2005) que recrea aquí su infancia y adolescencia en los años cuarenta y cincuenta, porque terminan con la revolución castrista en Cuba. Es la rueda de la memoria que empieza con la obertura del pueblo donde nació, hasta llegar a La Habana en 1941; y es ahí donde brilla con toda luminosidad la película de su vida. Los años felices reforzados por dos cosas que lo hacían soñar: el cine y las mujeres. Un pasaje de La Habana para un infante difunto:

«Pero en La Habana había luces dondequiera, no sólo útiles sino de adorno, sobre todo en el Paseo del Prado y a lo largo del Malecón, el extendido paseo por el litoral, cruzado por raudos autos que iluminaban veloces la pista haciendo brillar el asfalto, mientras las luces de las aceras cruzaban la calle para bañar el muro, marea luminosa que contrastaban las olas invisibles al otro lado: luces dondequiera, en las calles y en las aceras, sobre los techos, dando un brillo satinado, una pátina luminosa a las cosas más nimias, haciéndolas relevantes, concediéndoles una importancia teatral o destacando un palacio que por el día se revelaría como un edificio feo y vulgar. De día las anchas avenidas ofrecían una perspectiva ilimitada, el sol menos intenso que en el pueblo: allá rebotaba su luz contra la arcilla blanca de las calles, haciéndolas implacables, aquí estaba el asfalto, el pavimento negro para absorber el mismo sol, el resplandor atenuado además por la sombra de los altos edificios y el aire que soplaba del mar, producido por la cercana Corriente del Golfo, refrescaba el verano tropical y luego crearía una ilusión de invierno imposible en el pueblo: ese paisaje habanero libre solamente compensaba la estrechez de vivir en un cuarto, cuando en el pueblo, aun en los tiempos más pobres, vivimos siempre en una casa».

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Gonzalo Celorio, Los apóstatas (2020, Tusquets)

El escritor mexicano (Ciudad de México, 1948) ha escrito una novela valiente, dolorosa, conmovedora y de denuncia que refleja una familia y una época. Celorio relata la historia de dos de sus hermanos que empiezan con vocación religiosa y terminan en destinos contrapuestos tras sendas utopías. Es un viaje hacia el dolor desconocido del pasado que se vuelve presente para arrojar luz sobre su propia identidad en una familia de doce hermanos. Los apóstatas completa aquel mundo abierto con Tres lindas cubanas (2006), indagación de su familia materna, y El metal y la escoria (2014), sobre su familia paterna. Un pasaje de Los apóstatas:

«No siempre fue placentero ir a la escuela; muchas veces era un fastidio, y en algunas ocasiones, un bostezo que se prolongaba durante toda la mañana y durante toda la tarde, sólo interrumpido por la chicharra que anunciaba la hora del recreo o de la salida. Pero ir todas las mañanas a la parada del camión siempre fue divertido, al grado de que cada día llegábamos más temprano para disfrutar por más tiempo, en ese recreo anticipado, los juegos o las competencias que el doctor Casas nos organizaba mientras esperábamos que llegara por nosotros el transporte escolar: carreras, concursos de balero o de yoyó (según la época del año), torneos de box (para los cuales el doctor nos proveía de los guantes apropiados). Todo ello en la entonces apacible acera de la avenida Insurgentes, por donde apenas circulaban algunos coches y los camiones que transportaban a los estudiantes, profesores y trabajadores a la flamante Ciudad Universitaria, inaugurada apenas un par de años antes».

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Maros Giralt Torrente, Tiempo de vida (2010, Anagrama)

El milagro de la vida a través del milagro de la escritura, es decir tamizado por el recuerdo que es literatura. Giralt Torrente, (Madrid, España, 1968) lo recupera en cada una de estas páginas surgidas a partir de la muerte de su padre. Decide reconstruir la relación con él desde la franqueza total, de lo vivido y pensado. No es hagiografía, tampoco ajuste de cuentas, es el testimonio de un hijo para mostrar al padre y al hijo, del padre que sin querer pareciera que nunca termina de pintar al hijo. Una obra conmovedora en una prosa sobria y elegante que no elude nada de la relación paternofilial, contradicciones, amor, desencuentros. Un pasaje de Tiempo de vida:

«Aún nos une el hilo invisible de nuestros oficios tan solitarios. Ya no puedo imaginarlo en su estudio mientras escribo, pero en mi ordenador suena música que fue suya, con la que probablemente pintó muchos días, y persevero.

Persevero como él mismo haría.

Con temor, regañándome, no comiéndome las uñas como él, pero moviendo, nervioso, la pierna; fumando.

Trato de comprender qué nos perdimos, en qué punto nos atascamos».

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Eduardo Halfon, Canción y Un hijo cualquiera (2020 y 2022 – Libros del Asteroide)

La memoria personal y familiar para escribir y comprender la vida propia y la de la familia y la sociedad que lo rodea. El narrador guatemalteco (Ciudad de Guatemala, 1971) ha creado un proyecto literario en marcha donde explora temas como la identidad, la familia, la infancia y la violencia. En Canción narra un pasaje de la historia de Guatemala a través del secuestro de su abuelo paterno a manos de la guerrilla en 1967. Y en Un hijo cualquiera, Halfon comparte su penúltima experiencia: un hijo, lo que esto implica en su vida, y ante esa nueva felicidad temas recurrentes en su obra, del desarraigo a la construcción de la identidad. Un pasaje de Un hijo cualquiera:

«Estuve ahí las siete horas que duró el parto de mi hijo. Lo vi entrar al mundo. Oí su primer grito. Sentí en mis dedos su primera respiración. Corté o más bien prensé el cordón umbilical, bien uniformado en un camisón azul de enfermero. Y con mi hijo ya en los brazos, aún pálido e hinchado y envuelto en una ligera frazada amarilla, lo miré como si estuviese mirando al hijo de alguien más. Un hijo cualquiera.

El sentimiento de maternidad es automático y primitivo, me dije a mí mismo, acaso para explicar o justificar mi ausencia inmediata de amor. Pero el sentimiento de paternidad, como escribió James Joyce enUlises, es un misterio para el hombre. Es un estado místico, escribió, una sucesión apostólica, de únicoengendrador a único engendrado».

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Miren Agur Meabe, Un ojo de cristal (2014, Pamiela)

Una ruptura sentimental como detonante para repasar la vida, una pérdida, un dolor, un duelo. El amor y su vida antes, durante y después como medida del Tiempo y escultor de la existencia de quien vive ese amor. La escritora española (Lequeitio, Vizcaya, 1962) es una poeta que insufla de su mirada poética esta obra autorreferencial sobre la fragmentación de la vida y del propio proceso del sentir la pérdida y el impulso a sobreponerse al dolor y las incertidumbres. Identidad, libertad, comprensión, derechos, creación literaria son algunos de los conceptos que habitan estas páginas.

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Antonio Muñoz Molina, Sefarad, El viento de la Luna o Un andar solitario entre la gente (2001. 2006 y 2018 , Seix Barral)

En Mágina, espejo de Úbeda, pueblo de escritor español (Jaén, 1956) transcurren varias de sus historias escritas como novelas, cuentos o diarios. Si Sefarad es su voz y su intelecto como punto de unión a los testimonios para armar la historia física y emocional de esa población minoritaria y excluida, en El viento de la Luna es la mirada del niño asombrado ante las noticias del 20 de julio de 1969 cuando el ser humano llegó a la Luna. Y Un andar solitario entre la gente es la suma de su experiencia narrativa de gran sensibilidad, curiosidad, capacidad de asombro y anhelo de análisis y querer comprender todo, a partir de lo pequeño o intrascendente y fortuito que es de lo que está hecha la vida y el mundo, el ser y la convivencia. Un pasaje de Un andar solitario entre la gente:

«Escucha los Sonidos de la Vida. Soy todo oídos. Escucho con mis ojos. Escucho lo que veo en los anuncios y en los titulares de los periódicos y en los carteles y letreros de la ciudad. Voy viajando a través de una ciudad de palabras y voces. Las voces hacen vibrar el aire y llegan por mi oído interno al cerebro convertidas en impulsos nerviosos. Las palabras las oigo al pasar o cuando alguien se queda un rato a mi lado hablando por un teléfono móvil o las leo en cualquier lugar o en cualquier superficie hacia la que mire, cada pantalla. Las palabras escritas me llegan como sonidos de voces, notas que leo en una partitura, a veces queriendo distinguir varias palabras simultáneas, deducir las que no oigo porque se han alejado muy rápido de mí o porque las borra un ruido más fuerte. Las diferencias en las tipografías forman una incesante polifonía visual. Soy una grabadora en marcha, oculta en el teléfono futurista de un espía de los años sesenta, en el iPhone que llevo en el bolsillo. Soy la cámara que quería ser Christopher Isherwood en Berlín. Soy una mirada que no quiere distraerse ni para un parpadeo».

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Ana Navajas, Estás muy callada hoy (2019, Seix Barral)

Este es un artefacto hecho de fragmentos que no obedecen a un orden cronológico, sino de temas o ideas o sensaciones que arman un relato rompecabezas de su vida a partir de descripciones y situaciones que capturan la metamorfosis que vive el individuo, sobre todo la mujer, la familia y la sociedad. Ana Navajas (Bue nos Aires, 1974) reconstruye su vida a partir de preguntas como: ¿Qué pasa cuando muere una madre? ¿Dónde queda una persona que se ocupa más de los demás que de sí misma?  Un diario que va más allá de la autoficción al retratar los cambios que vive hoy el individuo, la familia y la sociedad, al tiempo que plantea cuestiones esenciales donde drama y humor se dan la mano. Un pasaje de Estás muy callada hoy:

«El cementerio donde está enterrada mi mamá es mi jardín favorito. Tiene árboles añejos con lianas y orquídeas escondidas, mucha sombra y a sus pies una laguna encantada. Algunos piensan que tiene fantasmas, es un poco escalofriante. Para mí solo tiene magia. Para algunos enamorados también. Se corre la bola de que en el pueblo lo usan como Villa Cariño.

Mi hermano arquitecto hoy estaba cortando con una sierra un molde en telgopor: estaba imitando la forma irregular que tienen las lápidas originales de mi familia en el cementerio, particulares menhires de granito negro, como arrancados de su bloque primitivo y solo pulidos en el frente, como quien no quiere la cosa, para poner el nombre del muerto».

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Cristina Rivera Garza, La muerte me da y El invencible verano de Liliana (2009 y 2021 – Random House)

La escritora mexicana (Matamoros, 1964) logra en El verano invencible de Liliana un compendio ejemplar de su trabajo de acercarse a la realidad y convertirla, desde el rigor y la veracidad, en literatura a través de la combinación de diferentes géneros literarios. Aquí con un hecho doloroso: el asesinato de su hermana por su novio. El resultado amplía la exploración de la narrativa autoficcional, pues la autora crea un retrato de la hermana asesinada a través de las voces de quienes la conocieron y cuya propia voz guía el relato. Literatura que es sociología, denuncia sobre los feminicidios, llamado a la sociedad… Un pasaje de El invencible vera  no de Liliana:

“Ángel ejerció una violencia letal espeluznante sobre el cuerpo de mi hermana guiado, como bien lo anotó el periodista Rojas, por el odio. El odio de género. El odio contra la independencia y la libertad de las mujeres. El odio contra Liliana, la estudiante universitaria que siempre se puso del lado del amor”.

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Marta Sanz, La lección de anatomia y Clávicula. (Mi clavícula y otros inmensos desajustes) (2008 y 2017, Anagrama)

Nitidez al acercarse a la vida y contar su realidad y percepciones desde el cuerpo, esa caja donde reside el ser. La escritora española (Madrid, 1967) ha tenido su cuerpo y su salud y sus sentires como material literario-autobiográfico varias veces. Con La lección de anatomía (2008), se confirmó como una de las voces más relevantes del país, y con Clavícula volvió a lo autobiográfico, pero centrada en un punto de su cuerpo, y del dolor como corazón de ese centro y todo lo que irradia. Un artefacto literario con una estructura acorde a lo abordado que trasciende el propio tema. Un pasaje de Clavícula:

«¿Cuándo empieza el dolor?, ¿el primer síntoma? Quizá yo podría fijar el mío mientras sobrevuelo el océano Atlántico rumbo a San Juan de Puerto Rico. Aunque ése sería más bien el exótico o cosmopolita comienzo de una novela que tendría que firmar alguien que no soy yo. Un escritor peruano residente en USA o una autora de best sellers entre históricos y sentimentales. Pero realmente sucede así; mientras sobrevuelo el mar constantemente diurno, noto la presencia de una costilla bajo el pecho izquierdo. Y, en la costilla, detecto una pequeña cabeza de alfiler que súbitamente se transforma en una huella de malignidad. Una fractura en la osamenta o el reflejo de una vorágine interior».

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Manuel Vilas, Ordesa (2018, Alfaguara)

Un retrato de un tiempo y un país, y una declaración de amor y llamado a descubrir la belleza en lo cotidiano, lo sencillo, sin olvidar la mirada crítica. Vilas (Barbastro, España, 1962) utiliza la poesía para narrar su vida desde lo más íntimo: su ser y su familia con las emociones y sentimientos alumbrando todo a su alrededor, preguntas, reflexiones, tribulaciones. Un retrato inolvidable que recuerda la vulnerabilidad del ser humano, y también su fuerza, al tiempo que agradece a sus padres y a lo vivido. Un pasaje de Ordesa:

«No hay gente en las calles. Donde yo vivo no hay calles, sino aceras vacías, llenas de tierra y saltamontes muertos. La gente se fue de vacaciones. Disfrutan en las playas del agua del mar. Los saltamontes muertos también fundaron familias y tuvieron días de fiesta, días de Navidad y celebraciones de cumpleaños. Todos somos pobre gente, metidos en el túnel de la existencia. La existencia es una categoría moral. Existir nos obliga a hacer, a hacer cosas, lo que sea.

Si de algo me he dado cuenta en la vida es de que todos los hombres y las mujeres somos una sola existencia. Esa sola existencia algún día tendrá una representación política, y ese día daremos un paso adelante. Yo no lo veré. Hay tantas cosas que no veré y que estoy viendo ahora mismo».

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Gabriela Wiener, Huaco retrato (2021, Random House)

La escritora peruana (Lima, 1975) ha tenido su vida, en cuerpo, pensamiento, sueños y sentimientos con honestidad y sin pudor, como materia prima de su literatura y periodismo. No una narración de contar por contar sus intimidades, sino de preguntar-preguntarse y hacer reflexionar a la gente a través de sus vivencias compartidas. Huaco retrato es el más reciente de sus trabajos cuyas páginas son empujadas por la búsqueda y análisis de la identidad personal y colectiva. Relata el saqueo al pasado precolombino y la identidad a partir de la figura de un huaco para deconstruir y reconstruir la historia suya, de su familia y de sus antepasados que también es la de los latinoamericanos. Una obra que trasciende la versión oficial e invita al debate y la reflexión. Un pasaje de Huaco retrato:

«He aprovechado un viaje de trabajo para venir por fin a conocer la colección de Charles Wiener. Cada vez que entro a sitios como este tengo que resistir las ganas de reclamarlo todo como mío y pedir que me lo devuelvan en nombre del Estado peruano, una sensación que se vuelve más fuerte en la sala que lleva mi apellido y que está llena de figuras de cerámica antropomorfas y zoomorfas de diversas culturas prehispánicas de más de mil años de antigüedad. Intento encontrar alguna propuesta de recorrido, algo que contextualice las piezas en el tiempo, pero están exhibidas de manera inconexa y aislada, y nombradas solo con inscripciones vagas o genéricas. Le hago varias fotos al muro en el que se lee «Mission de M. Wiener», como cuando viajé a Alemania y vi con dudosa satisfacción mi apellido por todas partes. Wiener es uno de esos apellidos derivados de lugares, como Epstein, Aurbach o Guinzberg. Algunas comunidades judías solían adoptar los nombres de sus ciudades y pueblos por una cuestión afectiva. Wiener es un gentilicio, significa «de Viena» en alemán. Como las salchichas. Tardo unos segundos en darme cuenta de que la M. es la de M. de Monsieur.».

En próximos días la tercera entrega.

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