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Autoficción en España y América Latina: escritores y libros que han marcado una narrativa / 3

De Esther Tusquets a Javier Marías, Rosa Montero, Enrique Vila-Matas, Lina Meruane o Elvira Lindo, repasamos los 50 años de la autoficción en España y América Latina. Tercera parte de una serie de WMagazín, con la colaboración de Endesa

El rumor verdadero de la vida está en la autoficción, siempre ha existido de una y mil formas, antes de que se creara el término. Es una literatura el gran teatro del mundo donde el escritor acepta su papel, su personaje, en esta obra viva y colectiva en movimiento donde lo personal, íntimo y privado se hacen universales. Eso lo recogen, cada vez más, los diferentes libros donde conviven todos los géneros literarios pero con aliento narrativo y de trascender a quien lo cuenta para hacerse realidad y ficción en la mente de quien lo lee. Verdad y simulacro. Se cumplen 50 años de la creación del término autoficción que vive su esplendor, al punto que la Academia Sueca premió con el Nobel de Literatura a una de las escritoras más emblemáticas: la francesa Annie Ernaux, “por el coraje y la agudeza clínica con que desvela las raíces, extrañamientos y frenos colectivos de la memoria personal”.

Con ese motivo, WMagazín repasa los nombres y títulos más significativos de la autoficción en España y América Latina en medio siglo con esta tercera entrega de este especial. Una antología marcada por la metaliteratura y las vivencias sobre la muerte de los hijos, los padres y la pareja. El análisis de esta literatura y la primera parte de esta antología la puedes ver en este enlace y la segunda parte aquí.

Pero antes de que se inventara este neologismo de autoficción, en España, Francisco Umbral (Madrid, 1932-2007) escribió en 1975 un libro indispensable: Mortal y rosa (Austral). Una obra en la cual relata la enfermedad y muerte de su hijo de cinco años.

La siguiente es la tercera parte de nuestra antología sobre escritores y libros de autoficción de España y América Latina que han marcado esta literatura:​

Sergio del Molino, La hora violeta (2013, Random House)

El dolor que rodeó a Sergio del Molino (Madrid, 1979) durante un año, que va desde el diagnóstico de un cáncer a su hijo y la muerte de este, quedó recogido La hora violeta. Una obra que es una carta de amor de un padre a un hijo, al tiempo que busca una palabra, una expresión para referirse a los «padres huérfanos». La experiencia de la vida sin una parte esencial de la vida, sobrevivir a sí mismo.

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Javier Gomá, La imagen de tu vida (2017, Galaxia Gutenberg)

El filósofo español (Bilbao, 1965) logró con La imagen de tu vida una reflexiona sobre la muerte del padre, la relación con los hijos, la felicidad y la derrota de la indignidad de la muerte. «Es un ser solitario en su duelo. Huérfano de su padre y de sí mismo que habla en voz alta dejando una procesión de aflicciones, heridas, reproches y perdones esperados cuando, de pronto, recuerda lo que le dijo su padre: ‘Tú no has tenido ninguna experiencia inconsolable’. Entonces, el joven que era, pensó: ‘Sí, papá, tu vida ha sido esa experiencia para mí», escribió WMagazín en 2017.

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Elvira Lindo, A corazón abierto (2020, Seix Barral)

Un tratado sobre el aprendizaje de la vida, de vivir y sobrevivir a los hallazgos y adversidades físicas y emocionales. Y del amor, los amores por los padres. Es la novela emotiva, inteligente y transparente que escribió Elvira Lindo (Cádiz, 1962) al reconstruir la historia de sus padres, que también es la suya. Mientras, el lector asiste a la vida de una familia corriente con España en el devenir de sus días. «Todo niño o niña sufre una transformación en la relación con sus padres cuando se hace adolescente. En mi caso esto se vio envuelto en la enfermedad de mi madre, el deterioro de la relación de mis padres, el cambio de un sitio a otro, de Mallorca a un barrio de Madrid. Llego a la adolescencia con furia y rabia. El libro está narrado con las distintas voces de mi vida». Fragmento de A corazón abierto:

«A mí me da lástima que el locuaz Clemente, el hombre que vive entre el albergue y los hospitales, impida con su charlatanería que mi padre abra la boca. En realidad, nosotros lo hemos escuchado siempre a la manera en que los súbditos escuchan a los dictadores. Sometidos como estuvimos de niños a sus opiniones prolijas sobre cualquier asunto, ahora padecemos una derivación del síndrome de Estocolmo. Toda la vida esperando a que mi padre dejara de ocupar abusivamente el tiempo de los demás con su discurso interminable para sentir pena ahora que está obligado al silencio».

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Javier Marías, Negra espalda del tiempo (1998, Alfaguara)

En 1989, Javier Marías (Madrid, 1951-2022) publicó su novela Todas las almas y ya entraba en el territorio ambiguo de la realidad y la ficción. Nueve años después entró de lleno en la autoficción con Negra espalda del tiempo a la que el propio Marías denominó «falsa novela» donde entran personajes reales con hechos reales recreados por el novelista. Poco entendida en su momento, Negra espalda del tiempo es una referencia de la exploración literaria, un laboratorio, de uno de los escritores contemporáneos más importantes. Fragmento de Negra espalda del tiempo:

«Creo no haber confundido todavía nunca la ficción con la realidad, aunque sí las he mezclado en más de una ocasión como todo el mundo, no sólo los novelistas, no sólo los escritores sino cuantos han relatado algo desde que empezó nuestro conocido tiempo, y en ese tiempo conocido nadie ha hecho otra cosa que contar y contar, o preparar y meditar su cuento, o maquinarlo. Así, cualquiera cuenta una anécdota de lo que le ha sucedido y por el mero hecho de contarlo ya lo está deformando y tergiversando, la lengua no puede reproducir los hechos ni por lo tanto debería intentarlo, y de ahí que en algunos juicios, supongo —los de las películas, que son los que mejor conozco—, se pida a los implicados una reconstrucción material o física de lo ocurrido, se les pide que repitan los gestos, los movimientos, los pasos envenenados que dieron o cómo apuñalaron para convertirse en reos, y que simulen empuñar otra vez el arma y asestar el golpe a quien dejó de estar y ya no está por su causa, o al aire, porque no basta con que lo digan y cuenten con la mayor precisión y desapasionamiento, hay que verlo y se les solicita una imitación, una representación o puesta en escena, aunque ahora sin el puñal en la mano o sin cuerpo en el que clavarlo —saco de harina, saco de carne—, ahora en frío y sin sumar otro crimen ni añadir nueva víctima, ahora sólo como fingimiento y recuerdo, porque lo que nunca pueden reproducir es el tiempo pasado o perdido ni resucitar al muerto que ya pasó y se perdió en ese tiempo.»

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Ricardo Menéndez Salmón, No entres dócilmente en esa noche quieta (2020, Seix Barral)

La honestidad de Menéndez Salmón (Gijón, 1961) es admirable por lo que cuenta de su padre, el prisma completo de su vida, imbricado en su familia que le sirven al autor para tratar de comprender o reconocerse a sí mismo, y por la forma como lo cuenta. El libro empieza cuando el padre agoniza, y el escritor desanda la vida desde un mismo tiempo para convertir No entres dócilmente en esa noche quieta «en una ofrenda, una elegía y una expiación; el intento por reconstruir una existencia que camina hacia la madurez, la de quien escribe, a través de una existencia que se ha agotado sin remedio, y la de quien le entregó la vida». Fragmento de No entres dócilmente en esa noche quieta:

«La primera dificultad a la hora de escribir acerca de mi padre consistía en vencer la tentación de convertirlo en un personaje literario. ¿Cómo salvar ese obstáculo, si de algún modo está implícito en el enunciado de lo que hago? ¿Si, como escritor, se me suponen la perspicacia, el oficio y el talento para metabolizar la realidad y convertirla en esa rara entidad, la prosa, que reconfigura la materia prima de la que la vida está hecha? ¿Cómo aplicar al padre esa receta, semejante alquimia, sin hacer de él una invención, un precipitado ficticio de lo que fue?

Éstas no eran preguntas retóricas, lamentaciones de escritor, sino cuestiones acuciantes, que se me manifestaban en su real, ominosa estatura. Porque aceptaba que, para escribir acerca del padre, acerca del padre propio, antes debía desaprender, olvidar lo que había leído acerca de los padres ajenos, ese acervo inmenso que la literatura ha venido segregando a propósito de un vínculo primordial. Ignorar al resto de padres para dialogar sólo con el mío. Discriminar lo que aprendí en los libros de lo que viví; lo que fue de otros de lo que fue mío. No proyectar sobre las ilusiones y derrotas propias los hallazgos y desastres ajenos».

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Lina Meruane, Sangre en el ojo (2012, Eterna Cadencia)

Con este libro la escritora chilena (Santiago de Chile, 1970) obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz de la FIL de Guadalajara (México). Lina Meruane cuenta la historia del estallido de un ojo y su minuciosa reconstrucción. El hecho físico y psicológico, pero también su efecto a su alrededor, lo cual la obliga a replantear y reorganizar su mundo a todos los niveles. Meruane describe todo con un pulso narrativo que no cae en lo fácil de los sentimientos ni en los alarmismos, un tono pausado sereno y expectante. La editorial destaca que aquí «se entrecruzan en una novela intensa, vertiginosa y cáustica, sobre la relación de los cuerpos y la ciencia, las heridas y el desarraigo, las exigencias y la incondicionalidad del amor». Fragmento de Sangre en el ojo:

«No planeábamos cruzar ese puente herrumbroso, no nos dirigíamos al suburbio del otro lado donde yo había vivido alguna vez y al que nunca tuve intenciones de regresar. Estaba volcada hacia el presente, yo, eso era todo lo que tenía mientras dejábamos a Julián en la esquina de su edificio y seguíamos de largo hacia el tuyo que e ra ahora el nuestro. Y en cuanto nos quedamos solos me tomaste la cara para que la volviera hacia ti y te mirara. Para que pudieras mirarme. Tus ojos no notaban nada extraordinario, no veían qué había detrás de mis pupilas. ¿Fue mucho? Mucho más que siempre, te dije, sombría, pero quizá mañana. Mañana estarás mejor. Pero mañana ya era hoy: solo faltaba que aclarara y las farolas mortecinas fueran eclipsadas por el sol. Coronado de turbante el turco se detuvo en seco y nosotros nos deslizamos hacia adelante. No te muevas, dijiste, y luego sentí el portazo, y debes haber dado toda la vuelta para abrirme, para darme la mano, para advertirme que inclinara la cabeza. Viéndonos de lejos cualquiera hubiera dicho que veníamos saliendo de otro siglo, no de un auto».

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Rosa Montero, La ridícula idea de no volver a verte (2013, Seix Barral)

Rosa Montero (Madrid, 1951) ha utilizado con gran acierto su vida en sus diferentes facetas y dimensiones, de lo personal a lo creativo que en ella son un solo, para crear obras literarias de fondo y a la vez conmovedoras en las que, de manera generosa, comparte conocimiento. Desde La loca de la casa hasta la reciente El peligro de estar cuerda. Pero hay una tocada de algo muy especial que llega al lector como ninguna otra: La ridícula idea de no volver a  verte en la cual, a partir de la muerte de Pablo, su pareja, expresa lo que fue y es para ella el duelo. La memoria que es siempre presente en renovación. En ese trayecto vital-literario entra la vida de Marie Curie que también perdió a su esposo y las cartas que la científica escribió en aquel año de luto. La escritora española afronta las diferentes esferas del amor, la compañía, la ciencia, el sexo, el feminismo, las amistades, todo impregnado del análisis de su época.

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Guadalupe Nettel, El cuerpo en que nací (2011, Anagrama)

El mundo infantil no tan feliz y previsible como está en el imaginario universal. Una niña orillada en la vida a partir de un problema que tiene en un ojo y no termina de aceptarse. Esa situación lleva a Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) a escribir un libro ejemplar sobre cómo hablar de ti sin aburrir al lector con egocentrismos, y, por el contrario, crear un retrato de familia y época, los años 70 y 80. Su realidad la lleva a descubrir otro mundo, tan o más interesante que el oficial y canónico. Novela de aprendizaje donde no falta la gracia y el sentido del humor. Fragmento de El cuerpo en que nací:

«Nací con un lunar blanco, o lo que otros llaman una mancha de nacimiento, sobre la córnea de mi ojo derecho. No habría tenido ninguna relevancia de no haber sido porque la mácula en cuestión estaba en pleno centro del iris, es decir, justo sobre la pupila por la que debe entrar la luz hasta el fondo del cerebro. En esa época no se practicaban aún los transplantes de córnea en niños recién nacidos: el lunar estaba condenado a permanecer ahí durante varios años. La obstrucción de la pupila favoreció el desarrollo paulatino de una catarata, de la misma manera en que un túnel sin ventilación se va llenando de moho. El único consuelo que los médicos pudieron dar a mis padres en aquel momento fue la espera. Seguramente, cuando su hija terminara de crecer, la medicina habría avanzado lo suficiente para ofrecer la solución que entonces les faltaba. Mientras tanto, les aconsejaron someterme a una serie de ejercicios fastidiosos para que desarrollara, en la medida de lo posible, el ojo deficiente».

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Julián Rodríguez, Piezas de resistencia: Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás y Cultivos (2004 y 2008, Random House)

El descubrimiento de la vida en sus pequeñas-grandes cosas y episodios, la belleza, y algunas sombras, desde lo rural que luego se abre a los demás territorios. El escritor, editor y galerista español (1968-2020) escribió notas, un diario, recogió testimonios, recuperó los recuerdos, desplegó los diferentes sentimientos generados por diferentes momentos y cómo abren el camino de su vida, y embellecen la mirada sobre el mundo, sin perder la mirada crítica. Dos libros estimulantes, con humor, que invitan a una nueva mirada. Aprendizajes para él, lección para todos. Fragmento de Cultivos:

«LA TELA

He pasado por el lugar que odio y que me odia. Aquél donde ya no soy feliz, aquel que me hizo feliz.

Las curvas, sé cuántas curvas hay desde el último cruce de carreteras. Las voy contando en voz baja. Luego diviso los álamos, los chopos, árboles ahora sin hojas. Dos sauces, el abedul en el que tallé mi nombre de guerra, ¿Boris qué?, cuando era adolescente. («Pudo ser un amor del montón, pero todo el montón era mío.»)

Una paloma torcaz, solitaria, revoloteando a un lado del camino que lleva al Arroyo; que llevaba. Y en lo alto, dos finas columnas de humo sobre el pueblo, humo de chimenea».

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Ana Iris Simón, Feria (2021, Círculo de Tiza)

Contar la vida de sus abuelos y sus padres, para mostrar la propia y la de su generación. La de sueños resquebrajados, o ni siquiera soñados, en una España cambiada en muy poco tiempo. Eso hace Ana Iris Simón (Campo de Criptana, 1991) en Feria (1991) en este encuentro entre lo rural y lo urbano, el ayer y el mañana que no se juntan, la tradición y la posmodernidad. Fragmento de Feria:

«Tendré que llevarte al cerro de la Virgen y tendré que decirte que eso es La Mancha y que es de esa tierra naranja de donde venimos, que ese manto de esparto que no acaba nunca es lo que eres. Tendré que explicarte lo que es un Pueblo y sabrás que el nuestro está atravesado por tres realidades: la ausencia total de relieve, el Quijote y el viento. Tendré que recordarte que eres nieto de familia postal, bisnieto de campesinos y feriantes, tataranieto de carabinero exiliado y de quincallera, y que sientas entonces que eres heredero de una raza mítica».

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Esther Tusquets, El mismo mar de todos los veranos (1978, Anagrama)

La editora y ensayista barcelonesa (1936-2012) debutó con esta obra que tiene como espina dorsal el descubrimiento de que su vida, cualquier vida, es una reducción y reflejo de la Vida, mientras el amor se alza como el gran estímulo para avanzar, solo que se hace escurridizo, tramposo, entonces ¿para qué? El mismo mar de todos los veranos abrió una trilogía que continuó con El amor es un juego y Varada tras el último naufragio.

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Enrique Vila-Matas, París no se acaba nunca (2003, Anagrama)

Metaliteratura y vida van de la mano en la obra de Vila-Matas (Barcelona, 1948). Pero la más clara referencia a su figura en todos los sentidos es este París no se acaba nunca. Narra sus días en París, la exploración, el despertar de sueños. La vida sencilla con los deseos más grandes se funden en este libro que relata cuando, en una buhardilla de París, redactó su primer libro, en deuda con los consejos que le dio Marguerite Duras, su casera.

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