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Charles Baudelaire (Francia, 1821-1867) en la portada de ‘Las flores del mal’, en ediciones Vaso Roto (2014). /WMagazín

Baudelaire y las claves del concepto de belleza que cambió las artes y trajo la modernidad

'La flores del mal' es la obra capital de uno de los poetas fundamentales que cumple 200 años de nacimiento el 9 de abril. Escritores, dramaturgos y editores de España y América Latina analizan los orígenes y filosofía de la estética del clásico francés y su influencia en la creación posterior

¿Vienes del hondo cielo o del abismo sales,
Belleza? Tu mirar, infernal y divino, 
vierte confusamente beneficios y crímenes,
por lo que se te puede comparar con el vino
.

La belleza se abre paso donde menos se espera. Como la vida, empieza y se transforma, pero no cesa. Charles Baudelaire es uno de sus conquistadores que amplió su territorio y llevó a muchos a apartar de ella la mirada y le cantó en versos como estos del Himno a la belleza y en toda su obra.

La belleza que descubrió Baudelaire tiene un rastro en su propio paraíso e infierno:

Procede de un bebé en la cuna junto a la biblioteca de casa, de un niño pegado a la madre durante su prematura viudez, de un adolescente que odió a su padrastro por arrabatarle su paraíso, de un joven expulsado del colegio por insubordinado, de un adulto que buscó la plenitud en la periferia de lo establecido, de un treintañero empeñado en desenmascarar el deterioro de la sociedad, de un pirómano feliz que enciende cerillas por las zonas oscuras del ser humano para mostrar lo que quiere ocultar, o no quiere ver o no sabe que sabe y desea, de una persona fronteriza entre lo dionisíaco y lo apolíneo. Porque el cantó, entre lo angélico y demoníaco:

“Vengas tu del infierno o del cielo, ¿qué importa,
¡Belleza!, monstruo enorme e ingenuo, mas temido,
si tus ojos, tu risa, tu pie, me abren la puerta
de un infinito que amo y que nunca he conocido?”.

Es la puerta que a mediados del siglo XIX abre una parte del futuro de las artes y la mirada de la sociedad al señalar sin pudor no la otra cara de la belleza sino su otra mitad. Le achacan la paternidad de la modernidad. Una mirada revolucionaria que encuentra el arte en lo corriente, vulgar, sencillo, cotidiano, mundano…

Más allá del escándalo, el estremecimiento, la grosería, la ambigüedad, lo subversivo, lo decadente o el grito, la revolución de Baudelaire se sustenta y levanta sobre el nuevo concepto de belleza que desvela en su sentido más amplio y esférico al punto de trastocarlo todo. La belleza, ni más ni menos, es lo que late en su famoso «malditismo», lo que está detrás de sus palabras, en el corazón de su filosofía, lo que cambia.

Baudelaire encarnó la otra revolución francesa, asegura William Ospina. El poeta, narrador y ensayista colombiano explica que “todavía hoy ni la república de Francia ni la república de las letras saben muy bien donde poner a este renegado que dudó de la virtud, del bien, de la belleza, de la salud de la civilización, de la pureza de las grandes instituciones, y que lo dijo con pasión, con elocuencia y con ferocidad”.

Esa es la clave, en palabras de Ospina, porque “fue en esa frontera entre lo bello y lo repugnante donde el artista moderno descubrió sus nuevas verdades; aprendió que la dignidad del arte no está en buscar la belleza donde ya sabemos que se encuentra sino tal vez donde nos dijeron que no estaba”.

Ignotos derroteros, dice en uno de sus poemas.

“Con Baudelaire entramos en la modernidad, sin vuelta atrás, ningún dado después conseguirá reventar el azar”, sentencia Javier Santiso. Para el poeta y narrador español (Antes de que venga la noche y Vivir con el corazón) y editor de La cama sol, donde dialogan la poesía y el arte, en “Baudelaire, las muchachas todas ellas en flor, de pronto la poesía cambia de rumbo, como los cuerpos que cambian de posición antes del encaje, de quedarse ellos mismos embestidos, la poesía se hace carne, pliegue, nalga, pronto llegarán Rimbaud, Verlaine, Apollinaire, pronto el mundo dejará de ser tibio”. Y reafirma, Santiso, “sin vuelta atrás, ningún dado después conseguirá reventar el azar”.

Charles Baudelaire (París, 1821-1867).

Charles Pierre Baudelaire, que nació en París hace doscientos años, el 9 de abril de 1821 y murió el 31 de agosto de 1867, da voz a los ruidos del mundo, a los pensamientos secretos, a los deseos arrinconados, a los gustos autocensurados, a los susurros de la oscuridad del alma humana… Y esa voz íntima, privada, soñada y social está en medio de los chirridos del mundo de mediados del siglo XIX que se resquebraja lento y que él señala de tal manera que lo suyo responde a lo que hoy se llama políticamente incorrecto.

Las flores del mal, de 1857 y luego su edición ampliada de 1861, es el esplendor de la obra y del pensamiento del poeta francés. Jeannette L. Clariond, poeta mexicana y editora de Vaso Roto que publicó en 2014 una gran traducción de este clásico en edición bilingüe, a cargo de Manuel Santayana Ruiz, entra en el universo de la belleza de Baudelaire a través de uno de los máximos exponentes del Romanticismo:

“El amor es hielo en el fuego, dijo Keats, buscando la belleza. Para Baudelaire la imaginación será la reina de las facultades. Las flores del mal bastó para convertir su genio en el poeta de lo no convencional, el que encuentra trazos perfectos en la imagen, sea pintura, sea poesía. El arte de la imagen tiene en él su más alta representación. Lo que escribió era verdad habitada. Buscó decir lo inaprehensible: la lluvia, el sol, la arpía, el veneno: ‘El sol iluminaba la corrupción oscura’, verdades intuidas por este joven precoz entregado a los excesos, a la experimentación, al ansia por asir el instante en el borde de las cosas. Como Keats o Poe, Baudelaire cantó a la belleza, a lo efímero:

¡Oh metamorfosis, portento
que el sentido abarca y resume!
¡Es pura música su aliento
como su voz es perfume!”.

Para Baudelaire “la belleza es una máscara con la que se cubre y a través de la que expresa sus preocupaciones, sus sentimientos y su continua incomodidad con todo lo que le rodea. Puede ser el motivo que le empuje a la degradación o el disfraz que se coloca para ahuyentar la realidad o para enmascararse y encubrir la realidad, adaptarla a sus sentimientos”, analiza Chus Visor, que ha editado al poeta francés en Visor Libros.

Le viene a la cabeza, entonces, un verso clarificador del universo baudeleriano: «¿Del hondo cielo vienes o del abismo surges?, escribe en el Himno a la belleza y a esta primera duda preocupante le añade sus incertidumbres y prevenciones. Del cielo o del infierno, de Dios o de Satán, ¿qué importa de dónde venga?”, se pregunta el editor.

En ese jardín por explicar el germen y metamorfosis de la belleza en sus múltiples sentidos aparece la figura de Victor Hugo que reconoció el arte de Baudelaire, como recuerda Chus Visor: “Si Víctor Hugo había manifestado que lo sublime es la unión de lo espantoso con lo bufonesco, de la ternura con el odio, Baudelaire no se queda atrás y encuentra lo bello entre lo sagrado y lo demoníaco, entre el miedo y la seducción, entre el vicio y la virtud. La fealdad, la imperfección, la distorsión es el principio de la belleza. Mas parece que Baudelaire busca la provocación y espolear a sus contemporáneos, soliviantar sus preceptos morales y sus costumbres burguesas que implantar unas nuevas exposiciones éticas:

‘Nada es más bonito que el escándalo que el vicio provoca en la virtud’.

‘No solo sería feliz y siendo víctima, sino que no me desagradaría nada ser verdugo’. 

‘Tengo razones muy serias para compadecer a quienes no aman la Muerte’. 

Pero no son estos los conceptos que hemos heredado de Baudelaire sobre la belleza, sino los que nos han testimoniado que es el primer poeta urbano, que la verdadera belleza está en las calles, en la gente, en el discurrir diario de los individuos, lo bello es lo artificial, la vida cotidiana. Esa es la concepción de la estética de Baudelaire que nos interesa y que ha prevalecido”.       

William Ospina asegura que Baudelaire “no crea otra belleza: descubre otra cara de la belleza en las apariencias del presente. Se dice que fue él quien dijo que ‘lo feo puede ser hermoso, lo bonito nunca”.

Primera edición de ‘Las flores del mal’, de 1857, con anotaciones de Baudelaire. /Wikipedia

Idea y concepto que el poeta funde en forma y fondo en sus versos que proceden de diferentes partes y tiempos como explica Manuel Santayana Ruiz en el prólogo de su traducción de Las flores del mal:

Del conflicto del espíritu crítico de Baudelaire (herencia genética, tal vez, pero seguramente herencia histórica del siglo XVIII, cuyas ilustraciones y textos libertinos disfrutaba en las trastiendas de las librerías) con su buceo en lo más oscuro de la psique y con su anhelo de infinito, de pureza y de elevación (herencia del primer Romanticismo y acaso, a partir de él, de su hambre de Dios) nació su poesía mejor, que aún asombra, deleita y conmueve con su afán de perfección, su ardor y su humanidad”.

La voz de Baudelaire abre trocha como un machete en la selva. Santayana recuerda que, como dijera Valéry, sin el ejemplo y el estímulo de Las flores del mal no se habría enriquecido la poesía francesa del siglo XIX con las obras de Mallarmé, de Verlaine y de Rimbaud que a su vez polinizaron la poesía del mundo, “sin mencionar a numerosos epígonos del simbolismo como Renée Vivien y Albert Samain. En el siglo XX habría que mencionar como herederos (sólo para señalar lo más granado) al mismo Valéry, a Pierre Jean Jouve, a Pierre-Emmanuel y a Yves Bonnefoy!”.

Es la mirada transformadora y revolucionaria del poeta que se llamó a sí mismo «el más triste de los alquimistas” y que, como recuerda Santayana, pudo decirle a su destino:

“Tú me diste tu fango y con él hice oro”.

Si a partir de entonces la poesía, las artes y la estética conquistaron territorios que hoy son comunes, ¿de dónde procede esta herencia de Baudelaire? Además de sus propias vivencias, sus raíces proceden del místico del siglo XVIII Emanuel Swedenborg, del narrador y músico romántico alemán E.T.A. Hoffmann, del poeta, dramaturgo y crítico literario Théophile Gautier, del filósofo y teórico político Joseph de Maistre y de una persona especial: Edgar Allan Poe, recuerda Clara Janés, poeta y miembro de la Real Academia Española (RAE).

La escritora vivió uno de los momentos Baudelaire en París mientras tomaba notas para su maitrise sobre Cirlot y el surrealismo. Recordó que en 1849 muere Poe (1809-1849) que influyó mucho el poeta francés “cuyos libros de ensayo sobre la creación literaria datan de sus últimos años”. Precisamente, Baudelaire debuta con Salón de 1845. Clara Janés comparte sus notas de entonces como relámpago sobre el universo de Baudelairre:

“Se ha dicho con frecuencia que:

  1. La poesía contemporánea empieza con Baudelaire (1821-1867).

Su concepto de arte: “Apasionadamente enamorado de la pasión y fríamente decidido a buscar los medios para expresarla.” (dijo hablando de Delacroix, pero por sí mismo)

Frialdad; Autonomía del poema como obra de arte.

El arte pasa a ser un fin (era un medio) (es la tendencia simbolista)

Importancia de las relaciones misteriosas entre los diversos órdenes de percepción que el poema capta o transmite.

Baudelaire establece una tradición que plantea distintos problemas:

a) Purificación de la poesía. La poesía es “rapto del alma”, “aspiración a la Belleza superior”. Tiene poder de catarsis. Se dirige al yo profundo.

b) Relaciones misteriosas: correspondencias [todo lo visible descansa sobre un fondo invisible].

Sentido adivinatorio del poema, que se concreta en metáforas, símbolos, comparaciones y alegorías.

El poeta percibe la profunda unidad, siente la participación en todas las cosas y la creación poética se asemeja a un estado místico.

El poema es considerado como objeto separado del poeta.

Después de Baudelaire se dan otros pasos”.

Inaugura la modernidad. Sin dejar de mirar el pasado inmediato y crea alianzas estéticas inéditas.

En Baudelaire está todo el Romanticismo, aclara William Ospina: “el hombre de las multitudes y el culto por las tumbas de Edgar Allan Poe, la mirada visionaria de William Blake, el dandismo de Byron, la crítica del presente y la adoración del presente, el amor por la naturaleza y la percepción de su violencia y su crueldad, la pasión por la belleza y la conciencia de su ambigüedad, que a la vez embriaga y aterra, la conciencia de que en la divinidad están por igual lo angélico y lo demoníaco”.

La obra de Baudelaire no solo viene de los dolores de su vida infantil y búsquedas juveniles y de la lectura de otros autores, sino también de su deambular. La poeta y narradora española Ana Merino no puede evitar asociar a Baudelaire con Walter Benjamin y el segundo tomo de sus Iluminaciones, la parte que dedica al París del Segundo Imperio.

Para esta Merino es “la forma en la que Walter Benjamin da sentido a la poética de Baudelaire indagando en su espacialidad política y social. Y de allí saltamos a la idea del flaneur, del paseante que se deja arrastrar ensimismado por la sinergia de los bulevares y los escaparates. La sensación de la multitud y la soledad se presentan como universos paralelos”. La profesora del departamento de Español y Portugués de la Universidad de Iowa (Estados Unidos) recuerda su cercanía con Baudelaire en sus años de doctorado en Pittsburgh “queriendo descifrar los poemas y su fragancia callejera, Baudelaire era la clave del pensamiento más lírico y espiritual de Walter Benjamin”.

José Coronado (derecha) como Baudelaire y Helio Pedregal, como Cernuda, en ‘La hora oscura‘, de Carlota Ferrer, en el Teatro Español.

Parte de esos ecos que llegan y construyen a Baudelaire y los que emanan para influir en otros autores y lectores los recogió la directora, coreógrafa y actriz Carlota Ferrer en La hora oscura, una parte del díptico Alma y cuerpo que presentó en el Teatro Español en 2016:

“Todavía recuerdo que pinté el pelo de verde a José Coronado y lo metí en una bañera antigua con pies de cabra, negra brillante, con la grifería dorada, junto Helio Pedregal (Baudelaire y Cernuda, respectivamente, en La hora oscura) para que jugaran a navegar por las cloacas de París, empujados por un ángel negro, un Albatros. Embriagados de mil noches, recordaban el naufragio al que sobrevivió Baudelaire hacia Isla Cristina y recitando Los amantes del vino nos convocaba a ser libres, espirituales, creativos y a buscar la belleza en los rincones más indómitos e inaccesibles del alma humana. Sonaba en directo The end de Los Doors”.

La gente lo vio así, lo sintió así. Carlota Ferrer recuerda que “Baudelaire quiso beberse la vida y la vida acabó vomitándole encima, pero consiguió lo qué quería ser: Vanguardia con mayúsculas. Su legado portentoso ha llegado hasta nuestros días y no le ha pasado el tiempo nada mal. Más de 150 años después de su muerte, vivimos una época de moralidad compleja, en la que estamos cayendo, cada vez más, en un puritanismo invisible disfrazado de buenísimo muy peligroso. Baudelaire sin duda sigue desafiándonos en la experiencia estética.

La vida no posee más que un encanto verdadero: el encanto del juego. Pero ¿y si nos resulta indiferente ganar o perder?”.

Entrar en el mundo de Baudelaire, recordó una vez Santayana, esdialogar con un espíritu incomparable por “acceder al horror, a la admiración y a la piedad. Y a un fervor y una fe en la poesía más allá de toda vanidad”.

Es ahí donde hunde sus raíces la belleza sin prejuicios y crece la aportación del poeta francés, como añadió Santayana, “ejemplo de exactitud formal para desnudar los abismos de la conciencia humana y revelar —poéticamente— la complejidad de la inteligencia, la sensibilidad y la imaginación de un ser humano, sus perplejidades y contradicciones”.

Las flores del mal’ con ilustraciones del belga Louis Joos en Nórdica Libros.

Maldito, excéntrico, rebelde, revolucionario, contradictorio, insolente, vulgar, parte de la crítica y los lectores han querido dejarlo en la periferia de la belleza, precisamente donde él busco ensanchar el concepto. Fue todo eso, asegura Jeannette L. Clariond: “Logró crear una imagen diversa, un modo original de dar nombre a la belleza, a la falta, a su vacío”.

Y aquí es cuando aparece el primer germen de belleza turbia en la infancia. La poeta y editora explica que “Delacroix, Keats, Poe, Baudelaire, todos han padecido alguna pérdida en su infancia: (Delacroix pierde a su madre a los siete años, lo mismo Friedrich y Keats. El padre de Baudelaire muere cuando el poeta tiene esa misma edad). Juntos crean un movimiento capaz de enaltecer el espíritu humano y sublimar la pérdida. Buscan revolucionar lo establecido y encumbrar imágenes que colmen un vacío, la falta, la muerte.

En épocas en que el ser humano no logra conciliar o mejor dicho re-conciliar esa parte dolida, se aleja bajo el deseo de mostrar que ha sido capaz de trascender su dolor. Kant, en su Estética nos habla del Genio. Se trata de su proyecto filosófico concebido como una propedéutica. Con Kant, Baudelaire hallará la respuesta en los límites de la razón.

Aplica las leyes científicas propias de la naturaleza e instaura lo Sublime, ese reino natural que sin el Genio no hubiese sido posible existir. Y, en Crítica del juicio Kant dice: ‘Arte bello es arte del genio’. El genio de Baudelaire supera el arte creador por medio de la libertad. Una libertad ejercida en lo singular y cuyos efectos se advierten en lo que de la Naturaleza hemos de aprehender: mediante el genio se expresa la Naturaleza”. (El artículo completo de Jeannett L. Clariond lo puedes leer en este enlace de WMagazín).

Charles Baudelaire contestó a su mundo y avistó el que venía. Al fin y al cabo, dice William Ospina, “la venganza de Baudelaire fue una obra inmortal que se alzó en rebelión contra la hipocresía de su tiempo, contra la sordidez de la vida, contra el utilitarismo mezquino y los viejos sobornos de la virtud simulada, de la caridad oportunista, de la corrupción respetable.

Baudelaire era de aquellos que piensan que la vida es un milagro, el universo un misterio, y el tiempo un tesoro que no puede malgastarse en pequeñeces, que el espíritu debe volar en libertad y no esclavizarse bajo el látigo de los poderosos; que aquí vinimos para algo más grande que cumplir horarios y pagar cuotas, que merecemos una vida verdadera y no una celda con instrucciones vigilada por un gendarme.

Era el último revolucionario: creía en la belleza, en la libertad y en la felicidad, en tiempos en que el poder solo necesitaba gente dócil y sin sueños que remara en la galera provista de relojes del gran capital”.

Charles Baudelaire, recuerda William Ospina, es el hombre que “saludó a la belleza diciéndole que el destino la sigue como un perro, pero que no importa si ella, que nos abre la puerta a algo infinito, viene del cielo o del infierno, ya que su efecto sobre nosotros es hacer menos opresivo el paso del tiempo y menos horrible el universo”.

@WinstonManrique.

Mosaico de la obra de Charles Baudelaire. /WMagazín
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Winston Manrique Sabogal

3 comentarios

  1. Si y además elevación la antorcha viviente bendición matemos a los pobres embriaguense alquimia del dolor la máscara elogia halaga la estatua obra de su amigo ernest Cristophe estatuario y no la crítica negativa que puede bajar la autoestima del otro y quizás sea mejor el poema que la estatua y quizás venía el estatuario bajoneado porque le rechazaron la estatua y encima no le pagaron y quizás cuando Ernest le contaba de su contrato y que tenía pensado hacer la estatua así o asá y sin haberla hecho todavía el poeta con la imaginación proyecta la máscara sin la obra realizada y en ese encuentro le saca del poncho el poema la máscara sin haber visto la estatua terminada y su amigo lo lee y le agradece tremendo poema tremendo halago tremendo elogio y se toman una birra pizza Faso en un bar de París

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