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Detalle del fuego en una explosión.

Bertrand Russell: La guerra nuclear ante el sentido común

Las reflexiones del filósofo, pacifista y Nobel de Literatura inglés durante la Guerra Fría, cobran vigencia tras la amenaza/chantaje de Vladimir Putin al suspender el acuerdo de control de armas nucleares. WMagazín publica algunos pasajes del libro recuperado por Altamarea Ediciones

Presentación WMagazín La reactivación de la amenaza nuclear desatada por Vladimir Putin, presidente de Rusia, un año después de que empezara la invasión a Ucrania al anunciar que suspende el acuerdo con Estados Unidos para el control de armas nucleares, recuerda los momentos más tensos de la Guerra Fría. Y hace que cobren vigencia las reflexiones de Bertrand Russell (1872-1970) en La guerra nuclear ante el sentido común de 1959, en plena Guerra Fría, recuperadas en por Altamarea Ediciones. La obra está precedida por una introducción de Noam Chomsky y prólogo de Ken Coates.

WMagazín publica varios pasajes del texto del escritor, filósofo, matemático británico y Nobel de Literatura de 1950. Bertrand Russell expone aquí los dos modelos políticos y sociales de entonces, mundo occidental y mundo comunista de la antigua URSS, analiza la insensatez de un conflicto nuclear que no dejaría ningún triunfador real porque la humanidad se acabaría y describe lo que significa vivir bajo la amenaza de un miedo de esta naturaleza.

La guerra nuclear ante el sentido común

Por Bertrand Russell

El propósito de este libro es presentar medios posibles para alcanzar la paz, apelando a una serie de recursos que resulten
igualmente aceptables para las naciones comunistas, las que forman parte de la OTAN y las naciones neutrales. (…) Lo que necesitamos no es apelar a un ismo u otro, sino, únicamente, al sentido común. No veo razón alguna por la cual el tipo de argumentos que postulamos aquellos que pensamos de este modo deba resultar más atractivo para un bando u otro, para la opinión de izquierdas que para la conservadora. Este llamamiento está dirigido a los seres humanos como tales, y se hace por igual a todos aquellos que anhelen la supervivencia de la humanidad.

(…)

Al estudiar los planes de los militaristas, me esfuerzo por librarme de los sentimientos de horror y aversión. Sin embargo, cuando leo los proyectos para contaminar los cielos por la mezquina pelea de unas piezas animadas que son la desgracia de cierto planeta, no puedo evitar sentir que los hombres que hacen este tipo de planes son culpables de algún tipo de impiedad. Resulta fácil imaginar unas elecciones para el Congreso, o una disputa del partido soviético, girando en torno a la cuestión de si los estadounidenses de la Luna han exterminado a los rusos o viceversa. Estas intenciones degradan los cuerpos celestes y el majestuoso curso de la naturaleza a la insignificante estatura de hombres furiosos riñendo por naderías. Pero me temo que no podemos dudar de que, a menos que limitemos nuestras controversias a unas proporciones razonables, tanto las poblaciones de las naciones más poderosas como sus seguidores estarán dispuestos a reducirse hasta la hambruna con tal de hallar los medios para perjudicar al contrario.

Nuestro planeta no puede seguir soportando el rumbo actual. Podría haber una guerra, como resultado de la cual todos o la mayoría de sus habitantes morirían. (…) Quiero creer, aunque tengo serias dudas, que todavía pueden brillar algunos destellos de cordura en las mentes de los estadistas. Sin embargo, la extensión del poder carente de sentido común resulta absolutamente aterradora, y no puedo culpar a aquellos que caen en la desesperación.

Sin embargo, desesperar no es sensato. Las personas no solo son capaces de temer y de odiar, sino también de sentir esperanza y bondad. Si podemos llevar a la población mundial a ver y realizar imaginariamente el infierno al que el odio y el miedo puede condenarlos, por un lado, para compararlo con el paraíso que puede crearse a través de la esperanza y la benevolencia gracias al desarrollo de nuevas habilidades, por el otro, la elección tendría que ser fácil; y nuestra especie, que hoy se atormenta a sí misma, podría permitirse una vida de deleite como jamás ha conocido en el pasado.

(…)

Quisiera decir unas pocas palabras sobre el incremento del bienestar general que resultaría de una puesta en práctica de las medidas de desarme sobre las que hemos estado discutiendo. En primer lugar, coloco entre los beneficios que podemos esperar la eliminación de la terrible carga de temor que pesa en la actualidad sobre todos aquellos que somos conscientes de los peligros que amenazan a la humanidad. Creo que aumentaría la felicidad en el mundo civilizado, y una considerable provisión de energías, que ahora se dirigen hacia el odio, la destrucción y el enfrentamiento inútil, sería desviada hacia canales creadores, lo que traería felicidad y prosperidad a algunas partes del mundo que han sido oprimidas durante siglos por la pobreza y el exceso de trabajo duro. Además, los sentimientos de bondad, generosidad y simpatía, que hoy están sujetos con cadenas de hierro por miedo a lo que puedan hacer los enemigos, obtendrían una nueva vida, una fuerza renovada y un insólito imperio sobre el comportamiento humano. Todo esto es posible. Solo hace falta que los seres humanos se permitan la vida libre y esperanzada de la que ahora se encuentran excluidos, dominados como están por un temor innecesario.

(…)

Prácticamente toda la humanidad, incluso en los países políticamente educados, ocupa la mayor parte de su tiempo en asuntos completamente apolíticos. Se dedica a comer y dormir, se preocupa por el amor y la familia, por el éxito o el fracaso en su trabajo
y por el dolor o la alegría de vivir, según su estado de salud. Si tuviéramos que peguntarle, en serio y como una cuestión práctica, a una persona corriente: «¿Preferirías vivir en un sistema político y económico diferente o que toda la humanidad muriera de manera atroz?», seríamos tomados por locos y no sin justificación. Solo una persona que ha perdido el sentido de los valores humanos al preocuparse en exceso por la controversia ideológica puede titubear al responder a esta pregunta tal como debe hacerlo toda  persona razonable. Probablemente, aquellos que han estado ocupados en combatir el comunismo o el capitalismo se hayan obsesionado con la creencia de que, en comparación, nada es más importante. Han perdido de vista las alegrías y las tristezas cotidianas, en una vida de discusiones polvorientas.

Pero existen otros argumentos que debemos considerar, cuando se trata de preferir el exterminio de la humanidad a la victoria de la ideología enemiga. Ha habido muchos gobiernos y sistemas malos en el pasado. Por ejemplo, Gengis Kan fue tan malo como lo fue Stalin, según los anticomunistas fanáticos. Pero su tiranía no duró para siempre.  Cualquiera que suponga que la tiranía del Kremlin o de Wall Street, según el caso, durará para siempre si logra conseguir la victoria mundial, peca de ser completamente ahistórico y se muestra como una víctima desequilibrada de alucinaciones (bugbears).

Mientras haya humanidad, las personas perseguirán propósitos humanos, en parte buenos y en parte malos. Habrá algunos sistemas de gobierno que causarán sufrimientos inútiles, mientras que otros contribuirán al bienestar. Pero si ningún ser humano subsiste, quedará destruido todo el entramado del bien y del mal que la humanidad ha tejido gradualmente.

(…)

Nunca he sido completamente pacifista y en ningún momento sostuve que deba condenarse a todos aquellos que acometen una guerra. He abrazado la opinión, a la que he considerado de sentido común, según la cual algunas guerras están justificadas y otras no. La particularidad de la situación actual consiste en que, si una gran guerra estallase, tanto los contendientes de ambos bandos como los neutrales resultarían igualmente derrotados. Se trata de una situación nueva que significa que la guerra no puede seguir utilizándose como instrumento de la política. Es cierto que todavía puede utilizarse la amenaza de guerra, pero solo por parte de un lunático. Desgraciadamente, algunas personas son lunáticas; hasta no hace mucho, estaban al mando de un Estado poderoso.

No podemos asegurar que esto no vuelva a suceder; y, si ocurriera, implicaría un desastre en comparación con el cual los horrores cometidos por Hitler serían como la picadura de un mosquito. En el presente, el mundo se balancea en equilibrio inestable sobre un acantilado escarpado. Para conseguir estabilidad es preciso emplear nuevos métodos; quienes piensan como yo están intentando persuadir a Oriente y Occidente para que lo hagan.

No voy a negar que las políticas que he defendido han cambiado con el tiempo. Lo han hecho a la par de las circunstancias. Para alcanzar un solo objetivo, las personas razonables adaptan sus políticas a la situación del momento. Aquellos que no lo hacen son unos lunáticos.

Aunque no admito la inconsistencia, no sería del todo sincero si no reconociera que mi estado de ánimo y mis sentimientos han experimentado un cambio en cierto modo más profundo que el que puede resultar de las meras consideraciones estratégicas. La espantosa posibilidad del extermino de la raza humana, si no es en la próxima guerra, en la siguiente o en la otra, resulta tan aleccionadora para cualquier imaginación que haya meditado seriamente en ella como para exigir un pensamiento nuevo y fundamental sobre la cuestión, no únicamente acerca de las relaciones internacionales, sino sobre la totalidad de la vida humana y sus potencialidades. Si alguien discutiera con una persona sobre un tema que ambos consideraran importante, justo en el momento en el que un repentino huracán amenazara con destruirlos a los dos y a todo el vecindario, probablemente olvidarían la disputa.
Creo que, hoy, lo importante es hacer que la humanidad entera tome consciencia de la amenaza del huracán y olvide el problema que ha originado los conflictos. Sé que resulta difícil considerar esta cuestión como carente de importancia, después de haber invertido muchos años y abundante elocuencia para resaltar los males del comunismo o del capitalismo, según sea el caso. Sin embargo, a pesar de esta dificultad, tanto los dirigentes comunistas como los hombres que dan forma a la política occidental tendrán que hacerlo, si es que la humanidad quiere sobrevivir. El objetivo de la política que ahora defiendo consiste en hacerlo posible.

  • La guerra nuclear ante el sentido común. Bertrand Russell. Introducción de Noam Chomsky / Prólogo de Ken Coates. Traducción de Belén Nasini (Altamarea).

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