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La escritora española Carmen Laforet (Barcelona, 1921- Madrid, 2004). /Dibujo tomado de Wikipedia

Carmen Laforet: cien años del brillo de la literatura de la posguerra española

El 6 de septiembre de 1921 nació la escritora que con su primera novela, 'Nada', entró en el canon español. Álvaro Pombo y Carme Riera analizan su obra en los prólogos de dos libros de cuentos y novelas cortas editados por Menoscuarto

Presentación WMagazín Muy pocos escritores entran en la historia de la literatura de su país con su primera obra. Carmen Laforet (Barcelona, 1921- Madrid, 2004) lo logró con la novela Nada (Premio Nadal 1944), escrita con veintipocos años. WMagazín se une a la conmemoración del centenario de su nacimiento el 6 de septiembre a través de varios pasajes de los prólogos recientes de dos libros que amplían su universo literario: la recuperación en un solo volumen de Siete novelas cortas, con prólogo de Álvaro Pombo, y la edición, por primera vez, de los Carta a don Juan. Cuentos completos, con prólogo de Carme Riera, ambos publicados por la editorial Menoscuarto. El fragmento elegido de Carme Riera lo puedes leer al final de esta introducción.

Álvaro Pombo recuerda que «la posguerra es el lugar de estas siete novelas cortas de Carmen Laforet, que me han recordado la intensa emoción con que leí Nada por primera vez». «Esa posguerra que circunscribe y es circunstancia de todos los personajes, incluida la propia narradora» de las obras escritas entre 1952 y 1954 reunidas en este volumen: El piano, La llamada, El viaje divertido, La niña, Los emplazados, El último verano y Un noviazgo.

«Si deseamos emplear un lenguaje más próximo a nosotros, diríamos que todas las novelas de Carmen Laforet, pero en especial estas siete novelas cortas, son relatos de la vida dañada, en la expresión de Theodor Adorno. Tanto el tono neorrealista de estos siete relatos, como lo relatado en ellos, muestran una España empequeñecida y, sobre todo, dañada», escribe Álvaro Pombo. Y continúa: «Lo borroso, lo confuso, lo fragmentario, no solo es la realidad española, ni solo las ideas que los españoles de entonces se hacían de sí mismos, sino también el sistema general de los valores, en particular el de lo que estaba bien y estaba mal, lo que se aceptaba como bueno y como malo en aquella época. La posguerra es el lugar de estas siete novelas. Y debe entenderse la posguerra española en estos relatos muy aristotélicamente como el primer límite inmóvil de lo circunscriptivo. La posguerra que circunscribe y es circunstancia de todos los personajes, incluida la propia narradora, es también el primer definitivo límite inmóvil de la invención narrativa de Carmen Laforet. Parece haber solo una salida, una deslimitación del límite inmóvil: el amor y la acción recta. O la acción buena frente a la acción tramposa o cutre o, positivamente, estrechamente malvada. Y es interesante ver cómo Laforet trata en estos relatos de hacer salir el bien, la acción luminosa y recta, del núcleo de lo más cotidiano, trivial y ramplón. Es, entre otros, el tema de la bondad verdadera de algunas beatas. La bondad que resplandece débilmente, resplandece gradualmente en estas siete novelas, hay una modulación distinta de este asunto en cada una de ellas».

Como escribiera Inmaculada de la Fuente en Inspiración y talento. Dieciséis mujeres  del siglo XX (Punto de Vista): «Carmen Laforete siguen siendo la voz más esquiva de la literatura española del siglo XX. Guardó para sí zonas de sombra, enigmas personales y literarios que no quiso compartir ni revelar en vida. Selló de tal modo sus secretos que ni siquiera ella misma se atrevió a abrirlos más tarde. Se replegó en el silencio en la segunda parte de su vida, unas décadas después de haber escrito Nada y algunas novelas más, diversos relatos y libros de viaje. Pasó del resplandor a la penumbra por propia voluntad. Marcó a varias generaciones de lectores que quisieron saber más de una autora que les fascinaba y a la vez se les desvanecía, incitándoles a seguir su huella».

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Carmen Laforet: La literatura con mayúscula

Por Carme Riera

Los cuentos, que este libro ofrece reunidos por primera vez, son muy distintos, tanto por los temas como por el tono e incluso, en algunos casos, de acuerdo con la propia autora, diría que se diferencian también por su calidad. Los hay magníficos junto a alguno que quizá no esté a la altura de lo que cabría esperar de la gran escritora que fue Laforet, tal vez a causa de la premura con que solía escribir. Sin embargo se ha optado por incluir la totalidad de los textos con la intención de ofrecer el corpus completo de la narrativa breve sin escamotear ningún cuento lo que permite observar mejor la evolución literaria de la autora y de su proceso creador. Carmen Laforet escribe casi siempre a vuela pluma, sin releer siquiera, como lo hicieron algunas de sus ilustres predecesoras. Pienso en Santa Teresa cuando confiesa que escribe a lo que salga, estorbándose a hilar por estar en casa pobre, atenta, no obstante, a las destinatarias directas de sus textos: sus monjas.

Aunque Laforet se dirigiera a un público amplio, mucho más amplio que Santa Teresa, observo en algunos de sus cuentos, un interés especial por ciertas destinatarias, como, por ejemplo, las maestras. A Carmen Laforet, además, le preocupaban las cuestiones pedagógicas a las que dedicó diversos artículos, tal vez influida por su madre, Teodora Díaz, que había estudiado magisterio, pese a que nunca ejerció su carrera, y por su admirada profesora de Literatura del bachillerato, Consuelo Burell, que durante la República había sido compañera de Machado en Segovia. Quizá eso explique que algunos de los relatos, como El veraneo o La fotografía estén protagonizados por maestras y otros, como En la edad del pato o Al colegio, tengan que ver con alumnas.

Coincido con la autora en mi predilección por Al colegio, al parecer fruto de una experiencia real. Según me confirmó Marta Cerezales, ella es la niña a quien su joven madre, Carmen Laforet, acompaña al colegio en su primer día de clase. El texto sobrepasa los límites de lo que podríamos considerar un cuento en el sentido clásico: una narración con un final cerrado, tensa e intensa, a lo Chéjov, para ahondar en la emoción que madre e hija sienten y que se nos transmite a través del contacto de sus manos. Laforet consigue, en apenas página y media de una gran intensidad, ofrecer a los lectores una extraordinaria sensación de ternura.

A mi juicio, Al colegio es, además de uno de los mejores textos del libro, el que de un modo más sencillo y brillante aborda el tema de la maternidad en la literatura del siglo XX. Otros cuentos, entre los aquí reunidos, recogen asimismo aspectos autobiográficos. En El secreto de la gata, el único cuento para niños que conocemos, coinciden los nombres de los hermanos de la protagonista, que se llama Carmen, igual que la escritora, con los de los dos hermanos de ésta, Eduardo y Juan. También las alusiones a la infancia feliz en Canarias, descrita como “un país donde nunca hacía frío”, a la casa familiar con un gran jardín poblado de animales diversos tiene que ver con la de nuestra autora que, entre los tres y los diecinueve años, vivió en Canarias de donde se fue, rumbo a Barcelona, tal y como hace la protagonista de “Fuga tercera”, otro texto inédito y autobiográfico, dedicado a Ricardo Lezcano, el muchacho de quien Carmen estaba por entonces enamorada. El hecho de que él se marchara, unido al de su mala relación con la mujer con quien su padre se volvió a casar, tras enviudar en 1934 de la madre de Carmen, llevaron a la futura escritora a abandonar la casa paterna para regresar a Barcelona junto a sus abuelos y matricularse en la Facultad de Letras de la Universidad catalana.

El marco espacio-temporal de los cuentos y relatos de Laforet es España en la época de la posguerra, con alguna excepción, como la del texto La última noche, que se sitúa en Francia, durante la guerra europea y al parecer fue escrito a petición de un amigo que preparaba una antología de cuentos y necesitaba materiales inéditos, y son muchos los textos en los que se reflejan los duros momentos vividos por la población de nuestro país en pleno franquismo, tanto en las ciudades como en el campo. Laforet, maestra en el uso de la ironía, no deja de referirse a lo que podíamos considerar la intrahistoria. La vida cotidiana queda reflejada a través de las malas comunicaciones –los trenes que llegan siempre con retraso, como en Nada, la dificultad de las “conferencias” telefónicas–, el precio de la leche, mucho más barata y mejor en los pueblos, pasando por la confección costosa de un abrigo o lo que vale hacerse una fotografía, hasta la llegada de los primeros electrodomésticos, el túrmix, por ejemplo. A través de los cuentos de Laforet podemos asomarnos a la España del subdesarrollo que tan lejana nos parece hoy. En esta época nuestra de tanto consumismo despilfarrador creo que puede resultar muy útil contemplar el esfuerzo de nuestros padres y abuelos por la mera subsistencia, basada en el aprovechamiento de lo más elemental.

Los cuentos de Laforet, a menudo protagonizados por personas de su misma condición social, las sufridas clases medias, nos trasmiten de manera vívida el ambiente de precariedad que éstas también padecieron en los años cuarenta y cincuenta. La autora siente predilección por los personajes desvalidos y de entre éstos por los femeninos, quizá porque le resultan más fáciles de crear. Le basta con mirarse a sí misma. Tal vez por eso aparecen con frecuencia las mujeres casadas, madres de familia, preocupadas por el bienestar de los suyos, pendientes de la economía doméstica. En ese sentido hay dos textos que me parecen magníficos por la sencillez con la que se nos transmiten y por la carga irónica que contienen, el autobiográfico “Libertad” y “La fotografía”. Ambos, además, tratan de la relación de pareja, otro aspecto que enlaza algunos de los textos incluidos en el volumen, cuya lectura considero altamente recomendable no sólo para los interesados por la obra de Laforet y la literatura de posguerra sino también para los estudiosos de nuestra historia, ya que en ellos se refleja extraordinariamente la situación social de aquel entonces, la de un país gris, pacato y pobre sobre el que planea, y de qué modo, la sombra de la guerra civil.

A pesar de su predilección por ofrecernos la recreación de la vida de las clases medias, también se asoman a estos textos las clases medias altas en “El aguinaldo” o las altas, como en “La niña” y “Sorpresa”, un cuento que guarda estrecha relación con el capítulo XVIII de Nada en el que Andrea aparece en casa de Pons y se siente fuera de lugar.

 

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