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Teatro de la Ópera de Lviv.

Carta abierta a Europa: luchar por la paz, la unidad de los pueblos y la democracia para alcanzar el porvenir

La poeta gallega (España) ha sido la invitada por el Festival Días de poesía y vino, de Eslovenia, para dirigirse a los europeos. En medio de la guerra de Rusia contra Ucrania, la escritora recuerda la fuerza del continente e invoca la esperanza y la utopía. WMagazín es uno de los medios seleccionados por el Festival para publicar esta Carta

Presentación WMagazín Como cada año por estas fechas de agosto llega el Festival Días de poesía y vino, celebrado en Ptuj, Eslovenia, y con él la Carta Abierta a Europa de un poeta elegido. Este 2022 se trata de la poeta española Chus Pato (Orense, Galicia, España, 1955). El proyecto invita al escritor a dirigirse a Europa y destacar los problemas que consideran más urgentes en ese momento. En agosto de 2022 la carta que se dirige a Europa y al mundo les devuelve el lenguaje de la literatura, de manera minuciosa y precisa.

Chus Pato ha escrito esta Carta en medio de la guerra de Rusia contra Ucrania y aún con la amenaza de la pandemia covid-19 y otras incertidumbres. Historia de Europa, conflictos, crueldades y, también, belleza recuerda la poeta en su misiva en la que prevalece la invitación a luchar entre todos por un mejor porvenir. Antes de publicar la Carta completa, algunas de sus ideas:

  • La fe es esa virtud con la que nos enfrentamos al hecho de no poder tenerlo todo bajo control. La fe aguarda y espera porque sabe que el riesgo es la raíz de la libertad. La fe consiste en un pensamiento capaz del único acto que podemos realizar en la vida: arriesgarnos a vivir. Consiste en abrirnos a un porvenir diferente al de la sumisión y al de la catástrofe.
  • Quizá podríamos entender desde aquí que la democracia es la propuesta de entrar juntos en el porvenir.
  • Hoy puedo sostener que una de las posibles definiciones de guerra es la fractura que se produce entre lenguaje y territorio.
  • Europa sigue siendo dos, Roma Occidental y Constantinopla/Moscú Oriental. Occidente es una colonia de EE.UU. Oriente, una colonia china.
  • Ojalá podamos ver el amanecer en el que Europa no padezca el capricho de un dios patriarcal ni los celos de su consorte divina.

Puedes leerla a continuación:

Carta abierta a Europa

Por Chus Pato

La poeta gallega Chus Pato. /Foto Chus Pato

En el mes de agosto de 2009, y a la hora prevista, el avión en que viajaba aterrizó en Lviv. Un aeropuerto níveo que me cegó con su blancura.

Erin Moure, la poeta canadiense -que un buen día decidió traducir uno de mis libros al inglés y que con el tiempo se ha convertido en una de mis mejores amigas-, quería enterrar las cenizas de su madre en el cementerio de su aldea natal, Velyki Hlibovychi. Yo deseaba acompañarla y además ver la desembocadura de uno de los brazos del Danubio en el Mar Negro. La suerte estaba decidida y la suerte se llamaba Ucrania.

¿Europa? Sí, esto también es Europa. De Europa siempre marchamos.

Europa es ese territorio que, en la primera mitad del XX, expulsó sin tregua a su población (¿sobrante?) hacia las Américas. Así es como dos poetas que residen en continentes distintos pueden reunirse en Lviv. La que llega de Quebec y me espera en el aeropuerto proviene por línea materna de la Galitzia austrohúngara/polaca -en la actualidad, ucraniana- y por línea paterna de la Galicia española. Yo vivo en esta última. Tres de mis abuelos fueron emigrantes en Cuba y Argentina; uno de ellos está enterrado en Camagüey. Erin y yo tenemos la misma edad, somos del 1955; ambas tenemos antepasados que nacieron en una Galicia o en otra Galitzia. Somos el resultado de ese ir y venir, de ese cruzar y volver a cruzar el Atlántico.

La distancia de Velyki Hlibovychi a Lviv es de treinta  kilómetros, que recorremos en tren. El pueblo de referencia es Bibrka. En ella, poco después de la llegada de los nazis, 200 judíos fueron enviados al campo de exterminio de Belzec. El 13 de abril de 1943, 1.300 fueron fusilados en Volove Road. La mayoría de los judíos ucranianos fueron asesinados en cunetas, cerca de sus aldeas. La mayoría de los republicanos gallegos también fueron asesinados por los falangistas de Franco en las cunetas, cerca de sus aldeas. Existe una tendencia a considerar que las zonas de donde provienen los emigrantes son atrasadas. No solo económicamente: también son juzgadas como aisladas y casi fuera de la Historia. Me gustaría señalar que padecer la Historia, ser tratado como mano de obra barata y exportable, es una forma de vivirla. Y también quiero añadir que las zonas de donde son nativas familias como las de estas dos poetas -que se encuentran en la que en otro tiempo fue capital de la Galitzia austrohúngara- han tenido y continúan teniendo un contacto continuo con el continente americano, así como con estados europeos a los que emigraron en la década de los años sesenta del siglo pasado; en ellos formaron parte del proletariado que ayudó a su reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial.

¿Europa? Sí, Europa está llena de pueblos. De los pueblos nunca marchamos.

Un pueblo -la humanidad- es un ser que surge como brotan los ríos. Se levanta y, porque se levanta, puede caer. Es un indestructible, es decir: puede ser sacrificado un millón de veces, pero nunca destruido. Es un inolvidable, es decir: un viviente que no necesita de nuestras personas para existir. No se sitúa nunca del lado del poder, cualquiera que sea ese poder, se sitúa del lado de la potencia, de la posibilidad, y ante esa posibilidad responde. No se confunde con sus representantes ni con sus gobernantes, porque no es una representación, es una presencia sobre la Tierra.

Un pueblo tiene memoria de muchas clases de gobiernos, de todos los modos de producción que lo han atravesado, pero su cuerpo es anterior. Es una fuerza que derroca cualquier régimen antiguo y cualquier régimen lo es. Es esa acción de levantarse, de brotar, de cantar, de ser derrotado o vencer, pero nunca de gobernar. Es incompatible con el gobierno, con cualquier tipo de gobierno.

Un pueblo es una intensidad que no se confunde con un estado, ni con un estado-nación, ni con ningún tipo de división administrativa. Es un rizoma y crece extendiéndose sin tener en cuenta ningún tipo de impedimento burocrático. Un pueblo siempre carece de papeles. Las instituciones, cualquier tipo de instituciones, no lo emocionan, pero conoce su justo precio. Una humanidad es, se presenta, derroca, puede caer, es contemporánea, avanza.

¿Europa? Sí, Europa está llena de pensamiento. Del pensamiento nunca marchamos.

La Esperanza sabe aguardar, pero a nosotros, pueblo sapiens, nos han entrenado para desesperarnos.

Nos desesperamos porque a veces no somos capaces de idear un porvenir diferente a la actualidad. Nos desesperamos porque nos entrenan para la creencia. La creencia anula lo incierto, pero no puede impedir la catástrofe. Nos acostumbramos a vivir en catástrofe y no sabemos aguardar más que por otra catástrofe. Jean-Luc Nancy, en el ensayo Del futuro al porvenir: La revolución del virus que publicó inicialmente el periódico Le monde, contrapone la creencia a la fe.

La fe es esa virtud con la que nos enfrentamos al hecho de no poder tenerlo todo bajo control. La fe aguarda y espera porque sabe que el riesgo es la raíz de la libertad. La fe consiste en un pensamiento capaz del único acto que podemos realizar en la vida: arriesgarnos a vivir. Consiste en abrirnos a un porvenir diferente al de la sumisión y al de la catástrofe.

La fe mueve montañas porque nos permite actuar desde una potencia que no conduce a la ilusión del control y el poder.

Quizá podríamos entender desde aquí que la democracia es la propuesta de entrar juntos en el porvenir. Lo que nos ofrece la democracia es el hecho de compartir, en igualdad, el peso de la finitud y del no saber, ya que todos nos enfrentamos a la misma incertidumbre.

“En definitiva, es el abatimiento lo que nos funda”, concluye el filósofo.

¿Europa? Sí, Europa está llena de arte. De las imágenes nunca marchamos.

Y ahora lo soñaremos de nuevo.

Soñaremos de nuevo con la esperanza, soñaremos con el grabado de Andrea Pisano en las puertas del baptisterio de Florencia. La soñaremos en el fresco de la capilla Scrovegni donde también lo pintó Giotto y la volveremos a pensar.

La utopía —la esperanza— tiene alas pero no las usa, extiende las manos y desconoce si logrará coronar el esfuerzo de aguardar. Vive en la incertidumbre y espera.

En el mes de agosto de 2021 acepté escribir esta carta. Entonces supimos de la peste. La escribo ahora, cuando finaliza la primavera y del hermoso libro del Apocalipsis vemos salir de nuevo el caballo rojo de la guerra.

La primera guerra de la que tengo memoria es la de los Seis Días. Ella era una niña que estaba imantada ante las imágenes de los carros de combate, imágenes en blanco y negro porque así se transmitía la televisión en aquellos tiempos. Para mí era imposible establecer la relación entre aquellos tanques y los nombres de los territorios por los que avanzaban. Aquellos nombres eran los que conocía de la Historia Sagrada que estudiábamos en la escuela. A mi corta edad no tenía palabras para decir lo que me sucedía; hoy puedo sostener que una de las posibles definiciones de guerra es la fractura que se produce entre lenguaje y territorio. Un lenguaje que, sea cual sea el idioma que hablemos, quedará atravesado por esa guerra y nunca volverá a ser lo que fue. Amarga es Troya, amarga la cólera que canta la musa.

El 17 de marzo de este año fue bombardeado el aeropuerto de Lviv. Pienso en las bombas de fósforo blanco, pienso en las aldeas de Hostomel e Irpin, y vuelven a mí, incesantes, los recuerdos del viaje a aquella Ucrania de 2009.

Os aseguro que uno de los momentos más emocionantes de mi vida ha sido bajar hacia el puerto de Odesa por las escaleras donde Sergei Eisenstein filmó algunas de las imágenes más inolvidables de El acorazado Potemkin.

Desde Odesa partimos hacia el kilómetro cero que marca la desembocadura de uno de los brazos del Danubio en el Mar Negro. Igor, un hombre lipoveno, nos acercó en su embarcación a tan extraordinaria rompiente.

En la calle Avhhustyana Voloshyna vivíamos, sí, y fuimos felices, en Ucrania, en Lviv.

¿Europa? Sí, Europa está llena de imperios que quieren unificarla, tener bajo su dominio único occidente y oriente. De los imperios, de los cismas, siempre marchamos.

No necesito recordaros nada de esto, lo estudiamos en la secundaria. Solo quería arriesgar un pensamiento —seguramente insensato— y contaros una historia.

El pensamiento insensato, resumido, es el siguiente: Europa sigue siendo dos, Roma Occidental y Constantinopla/Moscú Oriental. Occidente es una colonia de EE.UU. Oriente, una colonia china. Mientras occidente no reconozca a oriente y viceversa, mientras no se unan las dos mitades del símbolo, Europa seguirá siendo esa muchacha raptada por la lujuria de un dios antiguo y patriarcal.

Y ahora la historia, que se cuenta así: una chiquilla, que bien pudo haber sido la que sirvió de modelo a Giotto, entra en una estación desierta. Por los harapos que viste sabemos que es una mendiga. Allí, en ese desierto, el Tiempo derrama sus dones sobre ella. Junto a ellos dos (la Utopía y el Tiempo), un hombre que cada noche escribe a arañazos su cólera en un paralelepípedo de madera. Se trata de un hombre mayor. Su vida transcurre en un país donde los árboles crecen fácilmente. En su juventud trabajó como maderero. Vive en una casa con huerta. En una de las paredes que cierran la propiedad instaló un paralelepípedo de madera maciza; lo talló cuando trabajaba en las talas. Todas las noches se dirige a la pared y araña el paralelepípedo con todas sus fuerzas. Es su amortiguador. Es tu tope. Lo que desea es golpear la pared con la cabeza hasta romperse el cráneo y poder así liberarse del horror de la vida, a pesar de que esta sea una vida feliz. Arañar la madera una y otra noche le permite controlar su cólera y no convertirse en un asesino.

Los tres alzan los brazos como los alza la Esperanza, también conocida como Utopía, y desconocen si el fruto que desean será logrado; desconocen si algún día podrán usar sus alas y volar felices. Sus actos moverán las montañas porque saben esperar, porque saben idear un porvenir diferente a este que los somete. Eligen su lugar entre los que rechazan ser contados con los asesinos.

Ojalá podamos ver el amanecer en el que Europa no padezca el capricho de un dios patriarcal ni los celos de su consorte divina.

Ojalá se cumplan mil primaveras más para estos campos que compartimos y para los idiomas, aún hoy despreciados, que algunos y algunas escribimos y hablamos y en los que intensas amamos.

  • La Carta Abierta a Europa es parte del proyecto ArtAct, cofinanciado por el Programa Europa Creativa de la Unión Europea.
  • Traducción al español de Gonzalo Hermo.

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