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La abeja es uno de los animales que más contribuye a la armonía de los elementos que componen la vida en la Tierra.

Celebrar la vida con la naturaleza y reconocer su historia para seguir viviendo

El profesor de filosofía e historiador Peter Godfrey-Smith recuerda en 'Vivir en la Tierra. La vida, la consciencia y la formación del mundo natural' (Taurus) por qué es indispensable la armonía y el respeto del ser humano hacia los demás seres del planeta y que solo gracias a ellos estamos aquí y podremos continuar

Presentación WMagazín Es hora de reconciliarnos con el planeta, con todas sus criaturas, animales y vegetales, de que el ser humano deje su egoísmo y superioridad y aprenda a vivir con los demás seres que habitan la Tierra. Hora de abrazar la vida, las vidas, porque sin esas otras vidas no continuará la nuestra. Estas son algunas ideas que aborda Peter Godfrey-Smith en Vivir en la Tierra. La vida, la consciencia y la formación del mundo natural (Taurus). Un libro que celebra la vida y llama a la armonización nuestra con la naturaleza. La curiosidad sobre los temas de la ciencia llevados al plano de la filosofía y el pensamiento es admirable en su claridad, sencillez y belleza para descubrir lo que somos.

WMagazín publica varios fragmentos de esta obra que deberíamos leer todos y ser compartida en colegios e institutos. Vivir la vida es un paraíso de historias, nuestra historia hecha de la suma de todo lo que nos rodea. Convoca un aspecto elemental del ser humano: la solidaridad, la comprensión y nos invita a reconocer que la belleza de la Tierra procede, sobre todo, de lo no humano que le permite al humano hacer.

Peter Godfrey-Smith es profesor de Filosofía en el Graduate Center de la City University of New York, y profesor de historia y filosofía de la ciencia en la Universidad de Sidney y submarinista. “Si la historia de la Tierra se redujera a un año, nuestra especie surgiría en los últimos treinta minutos. Pero la vida ha existido durante 3.700 millones de años, la mayor parte de la historia de nuestro planeta y más de una cuarta parte de la edad del universo. ¿Qué hicieron esos organismos durante todo este tiempo?”. Esa es la pregunta que impulsa este libro, a partir de ahí se despliega y escenifica cómo las diferentes formas de vida fueron dando existencia a la Tierra y favorecieron que hoy estemos aquí.

“Desde los mares hasta los bosques, desde la primera aparición de la materia animada hasta su futura extinción, el autor nos ofrece una asombrosa visión del curso de la vida en la Tierra y de cómo podríamos afrontar los retos de nuestro tiempo. Los humanos pertenecemos a un sistema infinitamente complejo y nuestra mente es producto de ese sistema, pero también somos una fuerza capaz de modificar el mundo en el que vivimos. Somo criaturas de la Tierra, tenemos el futuro de la Tierra en nuestras manos”, recuerda la editorial.

Por eso son más que acertados en el epígrafe que abre el libro, los hermosos versos de Walt Whitman en Redobles de tambor (1865):

A la madre de todos oí; a sus muertos contemplaba, pensativa.

Desolada, contemplaba los cuerpos deshechos, los cadáveres sembrados en el campo de batalla.

¡Cómo invocaba a su tierra! Cómo lloraba con voz lastimera y decía:

Oh, absórbelos bien, tierra mía. ¡Que ni un hijo mío se pierda! ¡Ni un átomo!

[…]

En los vientos que soplan en los campos, devolvedme a mis hijos, devolvedme a mis héroes inmortales.

Entregádmelos, con un suspiro, cuando pasen los siglos, insufladme su aliento, que ni un átomo se pierda.

A continuación, varios pasajes del libro:

Vivir en la Tierra. La vida, la consciencia y la formación del mundo natural

Peter Godfrey-Smith

En homenaje a Félix Manrique Perdomo. /WMagazín

Los animales llegaron a tierra desde el mar, su hogar primigenio, cuando el verdear del planeta se encontraba en sus etapas iniciales, es decir, cuando los protagonistas eran aún los musgos, no los árboles. Aquel cambio de hogar lo inauguraron los artrópodos, el grupo que incluye a los insectos, los milpiés y las arañas. Después vendrían los vertebrados y demás. Las plantas se abrieron paso desde humedales y zonas liminares. Una vez que se afianzaron, aquellas torres con paneles solares convirtieron el suelo en un lugar donde los flujos de energía que iban desde el sol hasta la materia viva se intensificaron. Con las plantas y los animales apareció sobre la faz de nuestro planeta la tierra tal como la conocemos.

Con el paso del tiempo, los árboles se convirtieron en el hogar de primates, aves y otras criaturas. Algunos de esos primates bajaron después de las alturas y empezaron a vivir en extensas sabanas. Formaron grupos más grandes y, más tarde, sociedades; hablaban, bailaban, construían. Forjaron tecnologías y nuevos modos de organización social, se embarcaron en proyectos de colaboración fruto de la reflexión y la previsión y, finalmente, rediseñaron el mundo como ningún animal lo había hecho nunca antes.

(…)

Mirar a través de esta lente altera nuestro punto de vista sobre muchas cosas: sobre los animales, la mente y nuestro lugar aquí. Uno de los resultados de hacerlo es una imagen dinámica de la Tierra, un planeta en continuo cambio debido a lo que hacen los seres vivos. Pensemos de nuevo en el oxígeno. El aire que respiramos, con su alto nivel de oxígeno, es en cierto modo una atmósfera «antinatural» para un planeta como el nuestro. El oxígeno es reactivo, agresivo, propenso a interactuar con todo lo que lo rodea. Cuando se bucea con «nitrox», aire enriquecido con oxígeno extra, existe una profundidad máxima segura para cada nivel de oxígeno contenido en el gas que se respira de la botella. Por debajo de ese nivel, el buceador se intoxicará con el propio oxígeno,[2] pues este elemento se concentra fruto de la presión a medida que se desciende. La molécula de O2 corriente, aunque reactiva, no es tóxica, pero el oxígeno en forma de gas, debido a las colisiones consigo mismo y con todo lo que lo rodea, da lugar continuamente a productos dañinos, «radicales de oxígeno», que se mueven como bolas de demolición eléctricas. Así pues, aunque bucear con aire enriquecido no comporta, en general, ningún riesgo, a medida que uno se aventura más y más en las profundidades es necesario que el nivel de oxígeno en el tanque descienda también proporcionalmente. Incluso la cantidad de oxígeno del aire común y corriente se vuelve tóxica si uno se adentra lo bastante en él. Recuerdo lo que decía, no sin cierto lirismo, el manual de un curso en el que me inscribí para aprender a bucear con nitrox: El oxígeno es un gas desalmado.

La atmósfera rica en oxígeno de la que dependemos es algo que la vida puso ahí. Sin embargo, su existencia no se debe a la «vida» en general; esa confección de nuestra atmósfera es la consecuencia de una trayectoria histórica concreta.

Una vez que se empieza a observar nuestro planeta desde el punto de vista de la vida, entendida esta como causa, muchas cosas se antojan diferentes. La primera parte del libro se centrará, sobre todo, en esto. En ella hablaremos de la acumulación de nuevas formas de ingeniería y las transformaciones a que dieron lugar, y, especialmente, del papel que las acciones han desempeñado en este proceso junto con el de las mentes que lo guían.

Siempre que las mentes entran en escena, surgen enigmas filosóficos. Uno de esos enigmas, que te resultará sin duda familiar, es el de la problemática clásica del binomio «mente-cuerpo»: ¿cómo es posible que la experiencia de sentir o la consciencia existan en la naturaleza? Junto con esta cuestión se plantea otra ligeramente distinta: ¿qué hacen aquí las mentes?, ¿cuál es su lugar en el conjunto de los acontecimientos del mundo?

La respuesta inicial a esta segunda pregunta es que las mentes —mediante percepciones, pensamientos, planes e intenciones— guían la acción. Las acciones sirven a los intereses de los organismos y, se pretenda o no, son capaces de transformar el mundo. La acción humana deliberada sigue aún operando, formamos parte de una larga tradición de organismos con el poder de remodelar la naturaleza, y la historia de la Tierra incluye una secuencia de las diferentes formas en que esa remodelación se ha llevado a cabo. Esta historia comienza con los organismos unicelulares, abarca la evolución temprana de los animales y sus acciones, incluye una transición —el paso de la vida acuática a la terrestre— y se prolonga hasta el desarrollo de la vida social, la colaboración y la cultura. Un animal es un nexo, un lugar donde confluyen la percepción y la acción. También es un nexo donde el pasado se encuentra con el presente a través de las huellas que aquel ha grabado en la memoria. Las acciones, a su vez, tienen consecuencias que van más allá de la vida de quien las realiza, y el alcance de la acción animal cambia también a medida que las mentes se vuelven más elaboradas. La acción humana, por su organización social y complejidad técnica, es, en este sentido, especialmente poderosa.

(…)
Me doy cuenta de que esto sigue sonando muy abstracto. ¿De qué otra forma podríamos concebir las cosas? ¿Con qué contrasta esta visión? A veces, en este libro, al trabajar con ideas sobre la mente, la percepción y la acción de los animales, nos encontraremos con puntos de vista que se apartan de esa actitud ecológica que defiendo. Al escribir sobre la percepción, por ejemplo, tanto en humanos como en otros animales, se ha tendido a adoptar una visión que instala a cada animal en una especie de mundo privado. Esto es un error, aunque no carezca de fundamento ni de sentido. Las mentes son agentes de transformación, y aquí hablamos de la transformación de un mundo público y compartido; ese es uno de los temas centrales del libro. Pero la mente es también el hogar de la privacidad, la particularidad y las rarezas irrepetibles de la historia y la situación de cada persona. Los puntos de vista son privados. Los pensamientos también. El mundo que estos encuentran y sobre el que actúan, no.

Del mismo modo, existe una tradición, en filosofía y en otros ámbitos, que afirma que la consciencia «conforma el mundo», o el mundo de cada persona, como cada uno de nosotros conformamos nuestra propia realidad. No es así; vivimos una realidad compartida. Esa realidad se transforma de continuo, es en cierta medida un producto de la actividad de la vida —incluidas las acciones—, y la consciencia forma parte de esa historia. En lugar de limitarnos a crear nuestra propia realidad, todos tenemos un papel que desempeñar en la configuración de nuestra realidad común mediante la acción.

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Félix Manrique Perdomo
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