Cinco libros para aprender, reconocer, ver y disfrutar del arte y sus secretos
¿Qué tiene el azul que despierta tanta fascinación en los creadores? ¿Cuándo el arte se convirtió en lo que creemos que es arte? ¿Qué le espera a la fotografía en la era de los algoritmos? Cinco obras nos ayudan a acercarnos a una de las fuentes de belleza en constante transformación, en WMagazín, con la colaboración de Endesa
La evolución de la idea del arte, la fascinación que despierta el color azul en los creadores, en qué radica la grandeza de una obra, cómo aprender a mirar las piezas artísticas o los desafíos a los que se enfrenta la fotografía en esta era de los algoritmos. Estas son algunas cuestiones que abordan los cinco libros que recomendamos para conocer, comprender y entender mejor el arte y a sus autores. Y, con ello, a disfrutar más de las creaciones artísticas. Cada reseña va acompañada de un fragmento del libro.
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La invención del arte. Una historia cultural
Larry Shiner. Traducción: Eduardo Hyde y Elisenda Julibert (Paidós)
El arte, o la idea de arte, no siempre fue como la concebimos, percibimos y apreciamos hoy. Esta es la ruta que sigue Larry Shiner: rastrea la biografía del arte y con ello a que reconsideremos la historia que nos ha llegado hasta hoy, producto de la modernidad. Shirer recuerda que la línea que separa el arte y la artesanía fue producto de las cruciales transformaciones que se dieron en Europa durante el siglo XVIII. “También muestra cómo el sistema moderno sostiene su hegemonía asimilando a los artistas y a los músicos que le ofrecen resistencia», señala la editorial.
Fragmento:
“En el mundo antiguo o en el medievo no había ni arte bello ni artesanía sino tan sólo artes. Asimismo, tampoco había «artistas» o «artesanos» sino únicamente artesanos/artistas cuya labor rendía tributo a la habilidad y a la imaginación, a la tradición y a la invención. Tampoco hubo nada semejante a una ruptura abrupta entre la Edad Media y el Renacimiento, como alguna vez se pensó. En el capítulo 3 exploro algunos signos tempranos de la idea moderna de arte bello en el Renacimiento tales como el ascenso en la condición y en la imagen pública de los pintores y los escultores o el nuevo énfasis puesto en el ideal de una obra literaria permanente. Pero también muestro que las artes y sus practicantes en el Renacimiento seguían operando con el sistema del mecenazgo/patronazgo, según el cual las obras estaban dedicadas a un público, un lugar o una función específicas, tanto si se trataba de las pinturas de Rafael o de las piezas teatrales de Shakespeare. Durante el siglo XVI aparecen muchas nuevas prácticas (las biografías de artistas, los autorretratos), algunas instituciones nuevas (las academias de arte), y atisbos de nuevas relaciones de producción (unos pocos coleccionistas y mercados de arte). Sin embargo, el viejo modo de concebir y organizar las artes seguía siendo dominante. El capítulo 4 explora ese período crucial en la transición hacia el moderno sistema del arte que es el del siglo XVII. Aunque la condición de los pintores y los escultores seguía siendo objeto de debate en la mayor parte de Europa durante el siglo XVII, los escritores gozaron en esta época del nuevo prestigio que les otorgaban los estados monárquicos, de tal modo que comenzó a emerger la moderna categoría de literatura. Al mismo tiempo, el ascenso de la ciencia y el posterior desarrollo de una economía de mercado tuvieron una gran influencia en el proceso progresivo de disolución de las bases intelectuales y sociales del antiguo sistema del arte al hacer que el esquema según el cual las artes liberales debían distinguirse de las artes mecánicas quedara obsoleto y al dar a la idea de gusto un papel más relevante en la experiencia de las artes. El viejo sistema del arte comenzaba a romperse, pero las sociedades del siglo XVII todavía conseguían que arte y artesanía, artista y artesano, placer y utilidad pudiesen ser vistas en concomitancia. No cabe concebir que pueda darse una resurrección del viejo sistema del arte en la medida en que éste estaba vinculado a una sociedad jerárquica, compuesta por órdenes, que nunca regresará, pero todavía podemos aprender algo de él.
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La mirada del artista. Una nueva aproximación al arte
Lincoln Perry. Traducción: Lorenzo Luengo (Siruela)
Un museo y una obra de arte son más de lo que vemos y creemos disfrutar. Podemos ampliar ese goce a las creaciones artísticas si entendemos mejor su historia individual, el contexto al que pertenecen, incluso si conocemos algo de la propia vida del autor. Y conocer todo esto con un guía como Lincoln Perry es todo un acierto. Su experiencia, su mirada, su sensibilidad y su forma de contar y transmitirnos, no solo su conocimiento sino su entusiasmo, son un regalo. Con él abarcamos desde el arte de la antigua Grecia y el Renacimiento, hasta el arte africano y el asiático, pasando por el modernismo. “Aborda también la manera en que leen las obras de arte creadores tan diferentes como Rodin, Picasso, Brueghel, Bernini, Courbet, Rubens, Pollock o Rothko. Y habla sobre la percepción del espectador: cómo influyen en ella la escala y el formato, y cómo se pueden entender esculturas y murales de una forma más personal. La mirada del artista es, en definitiva, un libro esclarecedor y lleno de revelaciones tanto para expertos como para aficionados», señala la editorial.
Fragmento:
“Mientras comíamos en un restaurante chino de Cayo Hueso, mi amigo Michael me habló de un chaleco de seda roja que su madre le había confeccionado a su padre en Hong Kong hacia 1950, cuando la familia estaba destinada en Japón. El chaleco precisaba de algún arreglo cuando Michael lo heredó, y, aunque tampoco le importaba gran cosa, él y su mujer, Helen, lo llevaron a la vecina Stock Island, donde vivían un par de coreanas con fama de hacer muy buenas reparaciones. Al extender el chaleco sobre su mesa de trabajo, la costurera comenzó a hablar deprisa y en voz baja con la otra, sin dejar de señalar y gesticular. «¿Qué sucede?», preguntó Michael inclinándose para examinar mejor la prenda. Las mujeres le dieron la vuelta al chaleco y fueron mostrando las elaboradas costuras y puntadas mientras explicaban que se trataba de una obra de arte maravillosamente concebida. Michael nunca se había percatado ni de una cosa ni de la otra, pero cuando las mujeres le hicieron ver todas las cualidades que reunía el chaleco no tardó en comprender a qué se estaban refiriendo”.
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La mirada cautiva. Escritos sobre arte
Colm Tóibín. Traducción: Cristina Zelich (Arcadia)
El escritor irlandés reúne quince ensayos sobre artistas y obras, pero en especial, sobre la manera de mirar, de apreciar, de descubrir el secreto para disfrutar de una obra de arte y de un artista.
Fragmento
“Los escritores disfrutan con el azul. El ama de llaves de Proust recordaba que la cosa más chocante en su habitación, aparte del corcho, era el color azul. A Colette y Dumas padre les gustaba escribir sobre papel de color azul. Oscar Wilde coleccionaba porcelana azul y blanca. Alexander Theroux rivaliza conWilliam Gass en su esfuerzo por hacer una lista de azules: Hay muchos más azules que palabras para nombrarlos. Está la esmaltina. El azul tenebrista. El azul plumbago tiene un delicado tono rojo. El azul ftalo, un azul cianita, conocido también en el comercio holandés de los pigmentos como azul Rembrandt. El azul Neuwied es un azul lima que se vende en forma de pigmento líquido. Y luego hay toda una gama de matices. El azul cerúleo. Azul manganeso. Azul de Prusia […]. En la novela de Richard Flanagan, El libro de los peces de William Gould, el personaje Gould escribe: El azul habla de la mañana, del cielo y del mar. Sin embargo, tal como los peces con sus colores entrelazados me habían enseñado, en cada color está contenido su opuesto y el azul es también el color de la tristeza, la angustia y la lascivia.
Albinus, en el libro de Nabókov Risa en la oscuridad, decía esto sobre el azul: Debo mantenerme en silencio durante un momento y luego caminar muy despacio junto a ese sonido brillante de dolor, hacia ese azul, onda azul. La dicha allí es en azul. Nunca supe antes lo azul que puede llegar a ser lo azul.
En De lo espiritual en el arte, Kandinski escribió: Cuanto más profundo se hace el azul, con más urgencia llama al hombre hacia lo infinito, más hace surgir en él un anhelo de pureza y, finalmente, de sensualidad.
En su libro The Listening God [El Dios que escucha], Miriam Pollard escribió: Solía preguntarme por qué el mar era azul a cierta distancia y verde al acercarme e incoloro entre las manos. Mucha vida es así. Mucha vida es solo un asunto de aprender a amar el azul”.
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La ligereza
Juan Cárdenas (Periférica)
“El gran arte siempre parece flotar”. Esta frase de Juan Cárdenas es la mejor presentación de lo que es este libro, el universo del que trata y que en estas páginas desarrolla. Cárdenas analiza cómo distinguir una obra valiosa de la que no lo es, aquella que contiene ese algo que la despega del suelo. La singularidad y la hondura que la ensalcen y la sencillez que la trasciende. “El arte da placer no porque imite a la vida, sino porque es capaz de traducir sus leyes secretas al lenguaje de las formas sensibles. Y la vida es ligera, fugaz, esquiva, grácil, vulnerable y resistente de un modo inexplicable. En su afán por desentrañar este concepto, el autor nos lleva de la mano por una serie de cuestiones esenciales para reflexionar sobre lo que hoy consideramos digno de admiración, ya sean las modas, lo militante, las inercias del mercado, la posibilidad de la utopía o el lado oscuro de uno de los mantras de la sensibilidad contemporánea”.
Fragmento:
“Todo gran arte trae consigo la marca de la ligereza. No importa cuán pesado luzca, no importa si sus procedimientos y sus materiales evocan el fárrago o la mole. El gran arte siempre parece flotar, cosa tanto más sorprendente si se trata de objetos voluminosos: las catedrales góticas, como naves espaciales a punto de despegar; los párrafos de Rabelais y Cervantes; cualquier página de Onetti; las conversaciones diabólicas de Thomas Mann; la composición abisal de Velázquez; los edificios de Lina Bo Bardi. Obras pesadas pero que logran suspenderse en el aire, no sabemos si a pesar o a causa de su densidad. La ligereza, por tanto, como seña del gran arte. Dan ganas de soltar esta fórmula: si no flota, no es arte. Si se hunde, casi con toda seguridad, no será gran arte. El arte mediocre finge flotar o, incluso peor, hace todo lo posible por no elevarse, por verse grave y adoptar las muecas exteriores de aquello que antes ha sido identificado con el gran arte. Su marca es la imitación de todo lo que tiene un peso innecesario. El arte mediocre logra a veces simular el aspecto del arte, pero nunca se eleva. La modernidad exploró las posibilidades de la ligereza y sólo allí donde el arte moderno alcanzó a ser ligero pudo superar su condición de mera moda. El arte moderno se vincula por eso a unas tradiciones antiguas cuando consigue la flotabilidad de un globo poligonal hecho de papel de colores. Paul Klee, Calder, Hélio Oiticica, Kafka, Lygia Clark, Lygia Pape, Trilce, Josef Albers, Jesús Rafael Soto. Capas y capas de materia, sedimentaciones de historia humana y natural que adquieren de repente una forma grácil, aérea, como queriendo regresar al cielo, al espacio exterior, a las estrellas, de donde alguna vez vino toda la materia del mundo. Tampoco es fácil distinguir la ligereza. Por desgracia vivimos en un mundo que confunde la ligereza con la frivolidad. Y no hay nada más pesado, nada más insoportablemente pesado que la frivolidad”.
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Desbordar el espejo. La fotografía, de la alquimia al algoritmo
Joan Fontcuberta (Galaxia Gutenberg)
La fotografía es un arte joven, pero uno de los que más ha evolucionado. “En una época de transformación acelerada de hábitos culturales y desarrollo tecnológico, la imagen fotográfica sigue ocupando un espacio privilegiado en nuestras vidas: hoy todos hablamos de fotografía. Pero bajo la alfombra de esa flamante omnipresencia yacen muchos cadáveres”, señala la editorial. El fotógrafo español Joan Fontcuberta habla aquí de cómo la fotografía se ha convertido en «no-cosa» de la sociedad digital. El misterio de su alquimia fundacional está cediendo a otra magia, la de los algoritmos. Todos los valores de la imagen se están alterando.
Fragmento:
“Al principio eran la pintura y el espejo. Ambos fueron antecedentes directos del daguerrotipo, el procedimiento inaugural con que la fotografía asombró al público. La pintura en forma de diminutos medallones que contenían el retrato en miniatura de la persona amada; los espejos como pequeñas placas de vidrio laminadas con una finísima capa de plata, adminículos domésticos para la higiene personal y el autorreconocimiento. La pintura ofrecía una imagen perdurable; el espejo, una imagen fugaz. Pero de los dos prevalecía el espejo, del que Chuang-tzu decía: “No se aferra a nada, no rechaza nada. El espejo recibe pero no guarda; por lo tanto, nunca se mancha”. Su campo semántico había estado abarcando polos extremos, desde la escritura del yo hasta el dominio de la literalidad, entre un vocabulario místico y un discurso moral. De ahí emanaba un vaivén irresoluble entre esencia y apariencia. El espejo compartía problemáticas de la pintura sobre el valor de la imagen, la semejanza y el simulacro –unas problemáticas que predisponían a ahondar en la cuestión de la propia mirada–. Al final el ingenio humano terminó logrando con la fotografía una suerte de réplica del espejo. Pero no de cualquier ralea: un espejo congelante, un espejo que manchaba, un espejo con memoria. Eso cambió el destino del espejo. Aunque hayamos sucumbido a la tentación de homologar imágenes especulares con improntas producidas por la luz, lo que hizo la fotografía fue cambiar la gramática de las imágenes del espejo. Porque a diferencia de la fotografía, el espejo no interpreta los objetos, ofrece la verdad sin retenerla, no engaña –si aceptamos que no duplica el mundo, que simplemente lo transforma en una imagen virtual”.
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