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Ilustración de la portada del libro ‘Huaco retrato’, de Gabriela Wiener (Literatura Random House). /WMagazín

Cristina Rivera Garza, Gabriela Wiener y Selva Almada: literatura para aclarar cuentas

Las tres escritoras publican libros muy personales y generosos en los que comparten experiencias: 'El invencible verano de Liliana' (sobre un feminicidio), 'Huaco retrato' (sobre la identidad) y 'El viento que arrasa' (sobre fe y búsquedas)

El tiempo hecho de memoria dolorosa y de aclarar cuentas pendientes se aprecia en tres libros recientes en los que el lector insufla una nueva vida a la historia narrada. ¿Para qué? Para recrear el mundo de un ser amado y denunciar su feminicidio, para reconstruir el origen espurio y nefasto del apellido de una familia y para novelar el extravío y reinicio de unos seres desamparados. De esto se encargan la mexicana Cristina Rivera Garza en El invencible verano de Liliana, la peruana Gabriela Wiener en Huaco retrato y la argentina Selva Almada en El viento que arrasa (Literatura Random House).

Son tres libros valientes al tocar temas muy personales de sus escritoras, generosos al compartir ellas sus experiencias y de denuncia en el caso de Rivera Garza y Wiener donde la materia prima son sus propias vidas y tratan de arrojar luz sobre sus historias, y de apuesta inspirada en la realidad en el caso de Selva Almada. Las tres escritoras, además, arriesgan y crean estructuras literarias no lineales en las que el lenguaje ha sido pensado de manera expresa para esos mundos y buscar la conexión con el lector.

Como dice Rivera Garza toda literatura es personal. La clave está en cómo hacer que no sea individualista y que abarque la experiencia humana, que no solo sea mi historia si no la de tantos, que la literatura siempre es un trabajo de muchos con algo en común que es el lenguaje”, asegura Gabriel Wiener (Lima, 1975). (puedes ver en este enlace de WMagazín el vídeo de Gabriela Wiener leyendo un pasaje de su novela).

Revisión de la memoria inculcada

La escritora peruana Gabriela Wiener y su libro ‘Huaco retrato’ (foto cortesía de Daniel Mordzinski). /WMagazín

La escritora y periodista peruana revisa en Huaco retrato el saqueo al pasado precolombino y la identidad a partir de la figura de un huaco, una pieza de cerámica prehispánica que buscaba representar los rostros indígenas con la mayor precisión posible y capturar su alma, para reconstruir y deconstruir la historia suya, de su familia y de sus antepasados que también es la de los latinoamericanos. Para ello parte de la visita que hace al Museo Wiener que contiene las piezas expoliadas por su tatarabuelo en el siglo XIX, el explorador judío-austriaco Charles Wiener. En ese recorrido histórico y político, Wiener expone su vida privada y sus reflexiones.

Aunque duela, confiesa la escritora,  ha querido “desmontar la obra de uno de esos hombres, el hombre que empieza mi dudoso linaje. Hace mucho tiempo que sabía que quería escribir un libro en el que cruzara el tema de mi identidad y la de mi antepasado europeo representante del racismo científico, la memoria incómoda que formamos juntos”.

Y lo ha hecho en Huaco retrato, una narración fuera de etiquetas y de lo normativo para poder cumplir aquello que Vivian Gornick ha dicho, señala Wiener: “Cada acto de escritura es en última instancia la historia de la mirada de su autor. Y lo creo a pie juntillas. Mi mirada procura cierta desvergüenza o impudor. Solo tuve que sumar un par de temas bestias más (lo que no es bestia no me interesa), la doble vida de un padre y la imposibilidad de una hija, herida y traumatizada, de vivir coherentemente sus relaciones amorosas, para hacer un puzzle, creo que contemporáneo, para cuestionar lo que somos”.

Ahí reside parte de la fuerza en forma y fondo de Huaco retrato que cimbrea los cimientos de lo creído, estudiado y divulgado de la colonización y poscolonización de América Latina para trascender lo oficial e invitar a todos al debate y la reflexión.

Un dolor privado que toca a todos

La escritora mexicana Cristina Rivera Garza y su libro ‘El invencible verano de Liliana’. /WMagazín

Un resultado similar al de Cristina Rivera Garza (Heroica Matamoros, 1964) pero en otro ámbito es El invencible verano de Liliana que reconstruye en un tiempo no lineal ni previsible el feminicidio de su hermana:

«Empiezo por aclarar: el 16 de julio de 1990, Liliana Rivera Garza, mi hermana menor, fue víctima de un feminicidio. Unos meses después, un juez de la ciudad de México obtuvo suficientes evidencias para girar una orden de aprehensión contra Ángel González Ramos, su expareja, que de inmediato se dio a la fuga y quien sigue prófugo».

Treinta años tardó Rivera Garza en sentarse de veras a escribir esta obra, tras varios intentos fallidos. Las circunstancias, tanto personales como sociales, se prestaban finalmente a ello: «por una parte, el ciclo del duelo, que siempre es personal y rara vez obedece a nociones prescritas; y, por otra parte, el lenguaje social que, después de tanto tiempo y gracias a las movilizaciones de mujeres a lo largo y ancho del orbe, ha producido un lenguaje lo suficientemente preciso y digno para abordar temas como la violencia de género sin revictimizar a la víctima y sin exonerar al perpetrador. Me interesaba, desde el inicio, reabrir un caso que la inercia de la burocracia judicial y la indiferencia del estado por la seguridad de las mujeres había dejado de lado. Quería y quiero #JusticiaParaLiliana #JusticiaParaTodas En un año en que nos asaltó de frente nuestra mortalidad con una pandemia sin precedentes en nuestros tiempos, me urgía que la memoria de mi hermana no se perdiera. Es muy común que las mujeres víctimas de feminicidio sean reducidas o a una estadística o al momento de su muerte, y a mí me interesaba que la vida de Liliana, que sus 20 años sobre la tierra, complejos y gloriosos, quedaran entre y con nosotros. No sabía entonces, pero lo sé ahora gracias a la respuesta de lectores y lectoras, que quería que nos hermanaramos con ella».

La escritora se sobrepuso al duelo, o gracias a él, y con la sensación de orfandad perenne recrea el mundo de su hermana a través de las diversas voces de la memoria de quienes la conocieron y una investigación a fondo. El resultado es una Liliana Rivera Garza en un tiempo sin tiempo. La escritora empieza por reconocer:

«Había intentado escribir este libro antes y, cada vez, fracasé rotundamente. Cuando descubrí el archivo que mi hermana había elaborado de sí misma, coleccionando cartas, documentos, notas, postales, cuadernos, supe que ahí estaba la semilla de la única manera en que podría escribir este libro: con ella, no sobre ella. En lugar de apropriarme de su vida, me la desaproprié, mostrando en el libro su lenguaje tal y como ella lo utilizó. Recurrí también a los testimonios de sus amigos de esa época, lo que supuso la labor titánica de encontrarlos, y así obtuve una visión poliédrica, multifacética de la vida de mi hermana como estudiante de arquitectura en la UAM Azcapotzalco. También recurrí a los periódicos de la época y a la información oficial que pude encontrar. Cité, pegué, combiné, elegí, contrasté, y también conté, cuando fue necesario y de manera muy discreta, mi propia experiencia. No podía no ser vulnerable junto a ella. No podía dejarla sola ni en el libro ni en el duelo. Con un tema tan grave, tan estridente en sí, mi tarea principal fue crear patrones de yuxtaposición entre estos materiales tan disímiles y cuidar mi dicción, mi vocabulario, los distintos ritmos del lenguaje, de tal manera que la rabia por la pérdida y el milagro de haberla tenido cerca pudieran convivir ahí dentro. Cuando abrí la caja donde estaban los papeles de Liliana me embargó la pena y, al mismo tiempo, la profunda alegría de estar tan cerca, materialmente cerca, de su letra, que para ella siempre fue una seña de identidad fundamental. Quería que los lectores de este libro que escribí con mi hermana participaran de ese momento: del pesar y de la rabia, pero también de la profunda alegría, de la luminosidad de Liliana«.

Un lenguaje nuevo

Este recurso de voces y hechos que se entrecruzan para armar una historia realy colectiva, a la vez, también es propio de Grabriela Wiener, junto al lenguaje como pieza esencial en Huaco retrato. Las consideraciones de la autora peruana para reconstruir su pasado y el de los suyos fue, cuenta, “hacer recorridos múltiples para llegar a constituir una mirada que sea lo suficientemente precisa en fondo y forma para lo que quería decir. En las partes que la narradora se apropia de la historia de Charles es un tono más evocador y clásico. Luego están las zonas más confesionales en las que lo importante es tocar el nervio, desnudar el lenguaje”.

Wiener, como Rivera Garza, trabajó en una zona fronteriza para no caer ni en el victimismo ni en el panfleto ni en el lugar común. Wiener desvela que rehúye del victimismo “presentando lo doloroso muchas veces mediante el humor, la ironía o el sarcasmo. También con alguna frase puesta en el lugar adecuado que pretende ser sentenciosa para luego volver a un lenguaje más descarnado, otras veces recurriendo a pasajes más líricos, pero siempre con la idea de que se sienta ese eco de humanidad, esa vibración sobre nuestra condición frágil e imperfecta. Hago caso a las enseñanzas de Marta Sanz de desimismar el lenguaje, de que la escritura esté en el libro, hablando de lo que nos pasa, activando, conversando”.

El duelo y el lenguaje en Rivera Garza llegaron de la mano. Lo que había sido privado se expandió, afirma la escritora mexicana, «convirtiéndose en una práctica compartida de denuncia y acompañamiento: la diferencia es mucha». La última vez que sus padres y ella visitaron la tumba de Liliana los acompañó la tristeza de siempre, pero, confieza «esta vez estaba ahí también la comprensión y presencia de tantos y de tantas. Supimos que, a diferencia de hace 30 años, cuando la narrativa del ‘crimen pasional’ impidió nuestra conexión con otros, ahora podíamos compartir un abrazo más amplio. El lenguaje importa. El lenguaje es acción. Nombrar a las cosas por su nombre creando nombres nuevos produce nuevas realidades. Hay mucho por hacer, en el caso de mi hermana en particular, y en el caso de la violencia contra las mujeres en general, especialmente en lo que toca al terrorismo íntimo de pareja que agrede a tantas mujeres, pero también hay que reconocer los avances que en materia legal y cultural le debemos al activismo, sobre todo al activismo feminista»

Las denuncias por feminicidios llevan muchos años en México. Una indicación sobre la gravedad del problema es que en Ciudad de México hay una Fiscalía dedicada exclusivamente al feminicidio, presidida por la licenciada Sayuri Herrera, a quien la escritora admira. Recomienda estar atentos a que este tipo de instancias cuenten con el presupuesto y el personal suficiente. El libro El invencible verano de Liliana ha contribuido a visibilizar más la situación general. Cuando abrieron el sitio elinvencibleveranodeliliana@gmail.com, justo al inicio de la publicación del libro, la escritoria nunca pensó que recibirían tantas pistas: «Nos han sido de mucha utilidad. Espero poder compartir novedades pronto».

Fe y vínculos masculinos

La escritora argentina Selva Almada y su libro ‘El viento que arrasa’. /WMagazín

Mucho de eso hay en El viento que arrasa, de Selva Almada (Entre Ríos, 1973). Aquí desde la ficción como espejo nítido de la realidad rural masculina que la autora conoce bien, pues nació y creció en ella. A esto suma en la novela ingredientes como la fe, la religión, el obrar varonil ante el mundo y los vínculos y lazos que se establecen entre los hombres. Un predicador fanático viaja con su hija por la provincia de Entre Ríos y se varan lo cual los obliga a recurrir a un taller atendido por un extranjero y un adolescente que cría como su hijo. Todo transcurre en esa jornada de reparación del auto. Orfandades y búsquedas diferentes procedentes de lugares distintos confluyen en un mismo punto.

Esa fue la primera novela de la escritora argentina en 2012 que ahora se recupera y que a la sazón se convertiría en la primera de su trilogía sobre lo masculino completada por Ladrilleros y No es un río. En ellas Selva Almada explora el mundo de los hombres marcado por los vínculos afectivos que se suelen entablar entre ellos, la violencia, las complicidades…

Nunca pensé en escribir una novela. Todo empezó como un cuento, pero creció la historia y me tuve que hacer cargo de la novela”, ha dicho la escritora argentina.

Son tres narraciones donde las acciones masculinas tienen efectos como esquirlas a través del tiempo. Al margen de otras consideraciones político, históricas, judiciales y personales, en el caso de Wiener y Rivera Garza, y sociales-religiosas en el de Selva Almada, los tres libros tienen un aire de pérdida, de orfandad, de duelo y de reinvención. De denuncia.

Un libro, reflexiona Gabriela Wiener, “puede ser un espacio de representación de nuevas subjetividades, voces e identidades en pugna con el poder. En el siglo XX estas subjetividades contaban los despojos y saqueos, las revoluciones, dictaduras y pandemias. Hoy lidiamos con lo postcolonial, la resistencia a lo neoliberal, la postmodernidad, la virtualidad, las identidades Lgtbqi, los feminismos, las nuevas masculinidades. Los procesos históricos no vienen solos, ni en sus marcos separados de los individuos. A mí lo que me ha interesado con Huaco es escribir cómo todo ello afecta lo personal, lo íntimo, lo relacional, familiar y cómo nos duele y marca en el cuerpo”.

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