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Imagen del computador HAL 9000 de la película ‘2001: una odisea del espacio’, de Kubrick, abordada en el libro ‘Cosas que nunca creeríais. De la ciencia ficción a la neurociencia’, de Rodrigo Quian Quiroga (Debate). /WMagazín

Cuando la literatura y el cine impulsan la ciencia y ayudan a inventar ‘Cosas que nunca creeríais’

El neurocientífico argentino publica 'Cosas que nunca creeríais. De la ciencia ficción a la neurociencia' (Debate), un libro fascinante sobre esa puerta de vaivén entre imaginación y ciencia y que él enriquece de filosofía a partir de películas icónicas. WMagazín avanza un pasaje del capítulo '2001: una odisea del espacio', obra maestra de Kubrick y del cine

Presentación WMagazín Los creadores más imaginativos y curiosos suelen anticiparse a la realidad, a los inventos, y pareciera que muchas veces la ciencia siguiera el rastro de ese escritor, pintor o cineasta. De la imaginación sin límites surgen realidades extraordinarias. El neurocientífico argentino Rodrigo Quian Quiroga ha publicado un libro fascinante sobre esa puerta de vaivén entre imaginación y ciencia y que él enriquece de filosofía en Cosas que nunca creeríais. De la ciencia ficción a la neurociencia (Debate). A partir de películas icónicas de ciencia ficción, Quian Quiroga desarrolla el tema científico escenificado en el cine y su desarrollo o posibilidades en la realidad. Por ejemplo:

2001: una odisea del espacio, de Stanley Kubrick, y la inteligencia artificial; Blade Runner, de Ridley Scott, y la pregunta de si existen los androides; El planeta de los simios, de Franklin J. Schaffner, y la consciencia animal, Origen, de Christopher Nolan, y la construcción del sueño, Minority Report, de Steven Spielberg, y el libre albedrío o Abre los ojos, de Alejandro Amenábar, y la inmortalidad.

“De eso trata este libro, de cómo la ciencia está logrando lo que hace décadas parecía imposible, y de cómo estos avances nos llevan a replantearnos las grandes preguntas que el hombre viene haciéndose desde que tiene uso de razón”, escribe Rodrigo Quian Quiroga (Buenos Aires, 1967) en la introducción del libro.

WMagazín publica un pasaje del capítulo de 2001: una odisea del espacio por varios motivos: es una de las grandes películas del cine y de uno de los directores más brillantes, desarrolla algunas de las grandes preguntas del ser humano y su sueño de ir más allá de la Tierra, uno de sus protagonistas, HAL 9000, personifica uno de los temas más importantes y polémicos del presente, la inteligencia artificial y sus alcances; y porque es una de las películas que más le gustan al autor de Cosas que nunca creeríais. De la ciencia ficción a la neurociencia. Y porque el científico despliega un tema extraordinario: ¿Qué es la mente? ¿De qué está compuesta? ¿Qué es lo que hace que sea un atributo exclusivamente humano? ¿O no lo es?

Rodrigo Quin Quiroga es profesor ICREA en el Instituto de Investigación del Hospital del Mar en Barcelona. Anteriormente, fue director del Centro de Neurociencias de Sistemas y jefe de Bioingeniería en la Universidad de Leicester (Reino Unido). Estudió Física en la Universidad de Buenos Aires (Argentina) e hizo un doctorado en Matemáticas Aplicadas en Lübeck (Alemania).  Su interés científico se centra en los mecanismos neuronales de la percepción visual y la memoria, y en las bases del pensamiento humano y su inteligencia. Descubrió lo que se conoce como “Neuronas de Concepto” o “Neuronas de Jennifer Aniston” (que juegan un papel clave en la memoria y que hasta ahora no se han encontrado en otras especies).

Bienvenidos al mundo de la neurociencia y de la realidad que lleva en él su ADN la filosofía y algunas de las grandes preguntas e incertidumbres del ser humano:

Tráiler de la película '2001: una odisea del espacio', de Stanley Kubrick, abordada en el libro 'Cosas que nunca creeríais', de Rodrigo Quian Quiroga. /WMagazín

'Cosas que nuca creeríais De la ciencia ficción a la neurociencia'

2001: Odisea del espacio. Inteligencia de las máquinas

Rodrigo Quian Quiroga

En abril de 1968, un año antes de que el hombre pisara la luna, Stanley Kubrick estrenó su monumental 2001: Una odisea del espacio, la cual escribió junto con Arthur Clarke, el renombrado autor de ciencia ficción, quien poco después publicaría una novela con el mismo nombre.

A medio siglo de su estreno, 2001 sigue siendo considerada por muchos la película más lograda del cine de ciencia ficción. Comienza con tres minutos absolutamente a oscuras, estableciendo un punto de referencia a partir del cual Kubrick irá desarrollando una experiencia audiovisual única. En gran parte de la película dominan las escenas majestuosas en el espacio, con un realismo sin precedentes para la época.

Rompiendo con una línea argumental estereotipada, las escenas van acompañadas por música clásica y una casi absoluta falta de diálogos, en donde se imponen los planos que se mantienen eternamente y que dan lugar a una cadencia extremadamente lenta que evoca el ritmo de acontecimientos a falta de gravedad. La primera palabra se escucha recién tras casi media hora de empezada la película y la mayor parte de la trama transcurre en silencio, sin que conversaciones inocuas arruinen la increíble experiencia propuesta por Kubrick.

Más allá del realismo y la belleza de estas escenas, la película trasciende por otro motivo. Dividida en tres partes, la segunda parte describe la monótona rutina de dos astronautas (Dave Bowman y Frank Poole) a cargo de una misión espacial a Júpiter y de otros tres astronautas en estado de hibernación. Aunque, por lejos, el personaje que se roba la película es el sexto miembro de la tripulación, HAL 9000, una supercomputadora representada por una voz monocorde y pausada, y una lente de color rojo.

El gran logro de Kubrick es el de convencer al espectador de que esa luz roja es un ser sintiente, con sus emociones, miedos e intereses. Y como en todo buen argumento, los personajes evolucionan a medida que transcurre la trama y quien en principio era la compañía perfecta en una misión a Júpiter, incapaz de la más mínima equivocación, se vuelve un ser temible que comienza a tomar decisiones erráticas e impredecibles debido a algo tan humano como el miedo a dejar de existir.

Temiendo ser desconectada por Dave Bowman, quien tras una excursión en el espacio exterior le pide que abra la compuerta para poder reingresar a la estación espacial, HAL toma una decisión inesperada, aunque lógica, considerando que prioriza su instinto de supervivencia:

Dave Bowman: open the pod bay doors, HAL.

HAL: I’m sorry, Dave. I’m afraid I can’t do that.

D.B.: What’s the problem?

HAL: I think you know what the problem is just as well as I do.

D.B.: What are you talking about, HAL?

HAL: This mission is too important for me to allow you to jeopardize it.

D.B.: I don’t know what you’re talking about, HAL.

HAL: I know that you and Frank were planning to disconnect me, and I’m afraid that’s something I cannot allow to happen.]

 

Dave Bowman: Abre las compuertas, HAL.

HAL: Perdón, Dave, pero me temo que no puedo hacer eso.

D.B.: ¿Cuál es el problema?

HAL: Creo que lo sabes tanto como yo.

D.B.: ¿De qué estás hablando, HAL?

HAL: Esta misión es demasiado importante para mí como para permitirte que la pongas en riesgo.

D.B.: No sé de lo que hablas, HAL.

HAL: Sé que tú y Frank estáis planeando desconectarme, y me temo que eso es algo que no puedo permitir.

Con una frialdad aterradora, HAL no duda un instante en matar a quien sea que amenace su existencia. Sus argumentos son racionales e irrefutables, después de todo es una computadora. Pero cuando su desconexión es ya inevitable, HAL muestra su costado sensible y humano:

[Stop, Dave. I’m afraid. I’m afraid, Dave. Dave, my mind is going. I can feel it. I can feel it. My mind is going. There is no question about it. I can feel it. I can feel it. I can feel it. I’m afraid…]

Para, Dave. tengo miedo. tengo miedo, Dave. Dave, mi mente se pierde. Puedo sentirlo. Mi mente se pierde. No hay duda de eso. Puedo sentirlo. Puedo sentirlo. Puedo sentirlo. Tengo miedo…

El hecho de que una computadora —en el fondo, una colección de algoritmos— pueda pensar, ejercer su propia voluntad y hasta negarse a aceptar órdenes o sentir miedo, abre una discusión fascinante y sorprendente para la época. En los 60 comenzaban a desarrollarse las calculadoras electrónicas y las primeras computadoras personales recién aparecerían a mediados de los 70; sin embargo, la genialidad de Kubrick y Clarke en vislumbrar el futuro de las computadoras tuvo un sostén científico extraordinario. Al verse en peligro, HAL decide cortar los suministros vitales de los astronautas en hibernación. Uno de ellos se llama Victor Kaminski, un juego de letras en honor a Marvin Minsky, el gran pionero de la Inteligencia Artificial, que fuera consultor de la película.

Entre otros muchos logros, Minsky es reconocido por haber creado una de las primeras redes neuronales artificiales, llamada SnArC (Stochastic neural Analog reinforcement Computer), en 1951. Esta red de 40 neuronas estaba compuesta básicamente por válvulas de vacío, circuitos y motores, y simulaba el comportamiento de una rata buscando la salida de un laberinto.

Más tarde Minsky fundaría el famoso laboratorio de Inteligencia Artificial en el Instituto de Tecnología de Massachusets (MIT) y tiempo después, en 1986, publicaría Society of mind, en donde propone una visión radical sobre la inteligencia y la eventual posibilidad de pensar de las computadoras.

Minsky considera a la inteligencia como la capacidad de resolver problemas difíciles, que a su vez pueden ser segmentados en una colección de procesos más sencillos y mecánicos, llamados agentes, los cuales no requieren pensamiento o conciencia. Por ejemplo, según Minsky el proceso de tomar una taza de té involucra agentes que se ocupan de agarrar la taza para que no se caiga, otros que la mantienen balanceada para no derramar el té, agentes que dan la sensación de sed y que llevan a la persona a querer beber, y agentes involucrados en movimientos motores para llevar la taza a la boca.

Considerando que una máquina puede realizar estos procesos sencillos e inconscientes, Minsky argumenta que en principio no hay una diferencia fundamental entre la inteligencia de un humano y la que podría llegar a tener una computadora. En otras palabras, “no hay una diferencia clara entre la Psicología y la Inteligencia Artificial, ya que el cerebro es, en el fondo, una máquina” (Society of Mind, p. 326).

La barrera que separa la Inteligencia Artificial y la inteligencia humana es cada vez más difusa, pero antes de repasar los logros de la Inteligencia Artificial, sobre todo en los últimos cinco años, necesito detenerme en esta última afirmación porque involucra una discusión que lleva más de dos mil años en la filosofía.

La gran pregunta que plantean HAL 9000 y la visión de Minsky es si una máquina podría llegar a pensar y ser inteligente. A priori, la respuesta pareciera ser un rotundo no. Una máquina puede contar con complejos algoritmos y realizar varias tareas (como efectuar un cálculo) mucho mejor que un humano, pero la máquina responde a rutinas escritas por un usuario y en principio no puede pensar por sí misma porque no posee una mente. ¿Pero qué es la mente? ¿De qué está compuesta? ¿Qué es lo que hace que sea un atributo exclusivamente humano?

En 399 a. C., hace más de 2.400 años, un tribunal ateniense declara a Sócrates (470-399 a. C.) culpable de corromper a los jóvenes atenienses y lo condena a la pena de muerte. La pena, injusta, se debió a su cuestionamiento del orden existente, al dudar y replantearse absolutamente todo, y al abierto desafío a su proceso de enjuiciamiento.

  • Cosas que nunca creeríais. De la ciencia ficción a la neurociencia. Rodrigo Quian Quiroga (Debate).

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Rodrigo Quian Quiroga
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